Los peronistas intentan que no se cumplan los sondeos en las presidenciales de Argentina

¡Es la economía, estúpido! No es que alguien haya pronunciado la ya célebre frase, ni está claro si hacerlo podría darle la vuelta a las elecciones argentinas, como sucedió en aquella campaña en la que Bill Clinton adelantó sorprendentemente a George Bush con esas palabras mágicas. Lo que sí es evidente es que la economía ha copado los mensajes y debates televisivos en la recta final de unos comicios con resultado incierto.

Las encuestas dan por seguro que el próximo presidente será Mauricio Macri, el líder de la alianza Cambiemos y alcalde de Buenos Aires por PRO, el partido amigo del PP español. Pero la credibilidad de los sondeos está muy lejos de pasar por su mejor momento en Argentina. En la primera vuelta la mayoría daba como ganador a Daniel Scioli, el candidato peronista, por la misma diferencia de votos que hoy otorgan a su rival.

Más allá de las especulaciones, es cierto que la escasa diferencia final en la primera vuelta supo a derrota para el partido en el gobierno, que cambió absolutamente de estrategia de cara al ballottage del domingo. Ha centrado el tiro en la economía, el flanco más débil de un Macri que no da detalles de su plan económico –ni siquiera desvela quién será su ministro– y de una Argentina que sufre por la pérdida de reservas y en la que el dólar cotiza a más de una decena de valores diferentes cada día.

Las posiciones quedaron muy claras en el debate que enfrentó a los dos candidatos, y también en los cierres de campaña de este jueves. Macri despliega el discurso de la esperanza y la alegría, del cambio, y Scioli apela a “lo que se esconde detrás de ese cambio”. Lo que el sucesor de Cristina Kirchner –pese a las distancias personales y políticas– llama “triángulo de las Bermudas: el Fondo Monetario, los Buitres y el otro candidato”.

Argentina lleva dos años sin crecer, y aunque sus niveles de desempleo se mantienen en un dígito, la inflación –cercana al 25%– se ha convertido en una preocupación para los ciudadanos. A esto se suma que el Banco Central argentino está casi seco de reservas, lo que dificulta el control cambiario del kirchnerismo.

Y aquí es precisamente donde se dividen las aguas: Macri sostiene que liberará el 'cepo' cambiario (que controla la adquisición de moneda extranjera) para que las inversiones tapen el agujero del tesoro. Scioli asegura que las reservas se recuperarán de la mano de acuerdos con China, Brasil y el BID. Nada de pedir al FMI, que tras el default de 2001 y después de haber exportado a Europa las recetas de austeridad latinoamericanas de los 90, tiene en la sociedad argentina una connotación negativa.

El bolsillo de la gente

Esta es la discusión económica, que habitualmente –por obra de la televisión y la campaña– ha sido superficial y ha estado plagada de eslóganes. Pero detrás están los ciudadanos haciendo cuentas. El mensaje que verdaderamente ha calado es el de la pérdida de poder adquisitivo para los trabajadores en el caso de que el dólar llegue a cotizar a 15 o 16 pesos en lugar de los 9 actuales, como calculan desde el peronismo que ocurrirá tras liberar el mercado de cambio. Ellos proponen un cambio gradual que se vaya acercando a otros valores pero sin dejarlo al albur del mercado.

Para Macri, es fundamental “lograr un único tipo de cambio, que genere nuevamente la confianza y la expectativa para que el productor se ponga a invertir, a producir, a generar trabajo y a exportar”. Pero Silvina Batakis, ministra de Economía de Scioli en la provincia de Buenos Aires y titular de esa cartera si el gobernador llega a la Casa Rosada, considera que con esa medida “el más afectado es el bolsillo de la gente; y se beneficia un grupo más chiquito que puede hacer transacciones y tener rentabilidad”.

Lo cierto es que sectores como el agropecuario o las industrias exportadoras argentinas sí reclaman una adaptación del tipo de cambio a tono con lo que ha ocurrido en otros países latinoamericanos. “Una botella de nuestros vinos es más cara en Argentina que en Panamá, por ejemplo”, resume un trabajador de las Bodegas Zuccardi, una de las más importantes del país y con más capacidad exportadora. Los productos argentinos, por sus costes en dólares, son menos competitivos en los mercados internacionales. A esto se suman las retenciones impositivas, que rondan el 35%, que ambos candidatos han prometido bajar.

La otra industria nacional, la que creció al albor del control de importaciones y que abastece sobre todo a un mercado local que se multiplicó en los últimos años por el fomento del consumo, está más preocupada por los planes de Macri. Aunque él se ha encargado de negar una apertura total de las fronteras comerciales, soltarle las riendas al tipo de cambio suena mucho a la liberalización total impulsada por Carlos Menem en los 90, que aplastó buena parte del tejido industrial en un país anegado de importaciones. Por otra parte, si esas empresas deben adquirir bienes en el extranjero lo harán a un dólar mucho más caro, lo que afectará sus costes, el precio al público y probablemente las ventas, en un contexto de pérdida del poder adquisitivo de la población.    

Multinacionales: calculadora y expectación

Las numerosas empresas multinacionales presentes  en Argentina –muchas de ellas españolas– hacen sus propias cuentas. Si la devaluación se hace efectiva, los activos que poseen retenidos en el país pueden generar importantes pérdidas a las casas matrices. Desde 2012 el envío de dividendos de estas compañías a sus países está muy limitado.

“El resultado podría provocar moretones para algunas empresas con grandes cantidades de dinero en efectivo acumulado, debido a que los controles de divisas han provocado que las empresas extranjeras queden con ganancias que no pueden moverse fuera del país. Puede haber tanto como 8.000 millones de pesos en dividendos que no pudieron ser repatriados”, dice Bloomberg citando a la consultora Elypsis. Telefónica, por ejemplo, dijo a sus accionistas este mes que tiene 105 millones de euros en pesos que no ha podido enviar de regreso a España.

Todas estas cuestiones empezarán a resolverse el domingo, cuando se abran las urnas tras una jornada electoral intensa, cargada de significados y muy peleada en votos. Entonces se sabrá dónde fueron los sufragios de aquellos que no eligieron a Scioli o a Macri en primera vuelta, y cómo ha ido la batalla entre la campaña de la alegría y la de la calculadora popular. Lo que sí parece claro es que, pase lo que pase, se viene un cambio en Argentina. Y que la clave es la economía.