Lucía Pérez murió de dolor. Su cuerpo no aguantó la brutalidad con la que al menos dos hombres la violaron y ultrajaron después de drogarla. Cuando vieron que se moría, la lavaron, la vistieron y la llevaron a un hospital simulando una sobredosis. Ya no se pudo hacer nada por ella. Tenía 16 años.
El horroroso crimen de Lucía, ocurrido hace poco más de una semana, ha sido el detonante de esta primera huelga de mujeres en Argentina. Igual que el asesinato de Chiara Páez –14 años, embarazada, muerta a golpes por su novio adolescente–, fue la gota que hace un año y medio derramó en las calles una marea de personas gritando “Ni una menos”. La escena volvió a repetirse el miércoles en más de 80 ciudades en Argentina y en otros países.
Por varias razones –la edad de ellas, la violencia y el ensañamiento de ellos–, estos casos se convirtieron en un punto de inflexión, pero en realidad no son más que los rostros de una realidad aún más horrenda que sus propias muertes. Una mujer es asesinada en Argentina aproximadamente cada 30 horas. En lo que va de octubre han matado a una al día. Ayer mismo, en vísperas del miércoles negro contra la violencia machista, Claudia Emperatriz Lizárraga, de 42 años, fue acuchillada por su pareja a plena luz del día en un parque público.
Esta carnicería no es una anomalía en la región, más bien es la regla. En México cada día acaba con 7 mujeres menos; en Brasil, 15. Por eso cuando en junio de 2015 las argentinas salieron a las calles, su grito se reprodujo en otros muchos sitios: “Ni una menos”. “Vivas nos queremos”, sumó la réplica aquí y allá. Y con esos dos mantras, miles y miles dejaron de trabajar una hora, de 13.00 a 14.00, para compartir con otras, todas vestidas de negro, el luto por tanta muerte que aquel grito de 2015 –ni todos los que lo siguieron– están consiguiendo frenar.
Salieron a la calle desafiando el frío y una lluvia torrencial para seguir exhibiendo a quienes se niegan a ver el problema los rostros, los nombres de las ‘afortunadas’ que consiguen al menos esa reivindicación. Otras, la mayoría, mueren sin hacer ruido, silenciadas por una sociedad machista que en muchos casos sigue culpándolas o ignorándolas.
Como Leda Fabiana Raimundi. A falta de repercusión mediática, una modesta página de Facebook reclama justicia para esta profesora de educación infantil, torturada, asesinada y descuartizada en 2012 tras cortar su relación de pareja. Sus dos hijos forman parte de las miles de víctimas colaterales de feminicidios: solo el año pasado más de 300 menores se quedaron sin su madre.
“Esta vez le tocó a Lucía sufrir esa bestial violencia de género, pero la próxima te puede pasar a vos, o a la persona que más amas en el mundo”, dice la carta que el hermano de Lucía Pérez compartió en las redes sociales. Su razonamiento no es descabellado en un país en el que de 2008 a 2015 asesinaron a 2.094 mujeres solo por serlo. Una cifra que probablemente no refleja la gravedad del asunto. Hasta hace poco ni siquiera se contabilizaban oficialmente estos crímenes.
Sin embargo, el foco de este Miércoles Negro no era el luto por tantas muertes. El objetivo del colectivo Ni Una Menos y otras asociaciones convocantes era visibilizar lo que hay detrás de los cadáveres: la desigualdad y la cosificación que propician y justifican la vulnerabilidad y la violencia.
El mismo día en el que mataban a Lucía Pérez, la policía reprimía a golpes a cientos de mujeres que se manifestaban tras haber participado de un multitudinario encuentro feminista en la ciudad de Rosario. Y no eran pocos los que justificaban la actuación de las fuerzas de seguridad con el argumento de que se habían pintado paredes o de que que algunas manifestantes iban con el pecho descubierto.
Y el miércoles, mientras las mujeres argentinas abandonaban sus puestos de trabajo en la primera huelga femenina de la historia argentina, se conocía la noticia de que la reforma judicial del Gobierno elimina la Unidad Fiscal Especializada de Violencia contra las Mujeres, la única en el país dedicada exclusivamente a los feminicidios. En el lado positivo, el Senado aprobó una ley para lograr la paridad obligatoria en el Parlamento.
“Cuántas Lucías hay y no se ha hecho nada. Hoy se pide justicia para que no haya más Lucías”, aseguró Marta Montero, la madre de la adolescente asesinada, para convocar a la marcha. La saña con la que los dos agresores atacaron a su hija sigue conmocionando a un país acostumbrado al horror.
La reconstrucción de su espantosa muerte nos ha obligado a familiarizarnos con el término ‘empalamiento’, una práctica más propia de la Edad Media y de los relatos sobre el conde Drácula. La fiscal del caso, María Isabel Sánchez, ha explicado que Lucía fue penetrada con un objeto romo, y que el insoportable dolor produjo el reflejo vagal que la llevó a la muerte.
Lucía murió de dolor. Y el dolor era denominador común de los rostros debajo de los paraguas que se amontonaban junto al obelisco, en pleno centro de la ciudad. Pero Buenos Aires no era solo luto. Era también una sola voz que decía: ¡Basta ya!