El sueño de Ángeles era ser psiquiatra. Miriam quería abrir su propia peluquería, para que nada les faltara a sus hijos. Dana iba para cantante. Jessica soñaba con ser mamá. Cientos, miles de anhelos como estos son truncados cada año en Argentina. Fueron al menos 275 los sueños que desaparecieron desde que el 3 de junio de 2015 más de 200.000 personas gritaron por primera vez en Buenos Aires “Ni una menos”. Este viernes una multitud volvió a lanzar este pedido de ayuda en varias ciudades de Argentina, un país en el que una mujer muere, por el simple hecho de serlo, aproximadamente cada 30 horas.
Esos sueños perdidos, ese vacío lo llenan frente a la cámara los padres y amigos de una decena de mujeres asesinadas en el vídeo de la Mesa de Trabajo de Familiares de Víctimas de Femicidio que se ha difundido estos días para convocar a la segunda marcha #NiUnaMenos. La primera surgió espontáneamente frente al horror del asesinato de una adolescente. Esta vez ha habido varias reuniones preparatorias, y se han sumado sindicatos, partidos políticos, asociaciones... “Es emocionante ver cómo se han organizado grupos de estudiantes para acudir a la marcha, cómo han venido mucha familias desde lejos en transportes contratados por asociaciones vecinales”, explica María Pía López, del colectivo Ni Una Menos.
Para ella el hecho de haber instalado el tema de la violencia machista en la agenda social es el gran logro de esta iniciativa que surgió de unas amigas periodistas. Y prácticamente el único. “La verdad es que el balance es malo. Estamos peor que el año pasado. Los recortes del nuevo gobierno están haciendo desaparecer los pocos programas que funcionaban, y sigue sin haber presupuesto para aplicar la ley 26.485”, explica López. La ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres es una de las pocas normas específicas que existen en América Latina, pero no está desarrollada.
“Hoy volvemos a gritar Ni una menos por todas, por todos. Reclamamos por las mujeres violentadas, por las golpeadas, por las acusadas, por las amenazadas. También por las que no pudieron gritar, por las que no pudieron salvarse, por eso hijos que el femicidio deja sin madre. Exigimos Justicia y un Estado que luche activamente, cada día, contra la violencia machista”, sostiene el comunicado de la convocatoria.
El invierno adelantado no enfrió las voluntades y otra vez fueron cientos de miles en la calle, frente al Congreso y la Casa de Gobierno, repitiendo en carteles y pancartas “Vivas nos queremos”, el leit motivo que se sumaba este año. Esa fue la frase que usaron los colectivos que organizaron marchas similares en México, otro país asolado por la violencia machista. “Cuando decimos vivas no nos referimos solo a la persistencia biológica. Hablamos de plenitud, de libertad, de capacidad de decisión, de respeto. Muchas cosas que nos están faltando a las mujeres en Argentina”, detalla López.
Por eso esta vez las reclamaciones se ampliaron y amplificaron. Por ejemplo, se vieron muchas pancartas pidiendo “aborto libre y gratuito”. En este país en el que existe el matrimonio homosexual y hay una ley de identidad de género pionera en el mundo, interrumpir un embarazo sigue siendo un delito. Tanto es así que hay una joven en Tucumán encarcelada por homicidio a causa de un supuesto aborto provocado, que ella asegura que fue espontáneo.
Este tipo de situaciones sigue siendo habitual en América Latina, una de las regiones con menos libertades reproductivas del mundo. En muchos países con leyes aún más restrictivas, como Paraguay o El Salvador, abortar no está permitido ni siquiera en caso de violación o cuando corre riesgo la vida de la mujer. “Esto va más allá de una discusión ideológica o moral. La realidad es que el aborto es un factor de mortalidad femenina muy importante. Y mantenerlo en la ilegalidad tiene un efecto clasista: mueren aquellas que pueden pagarse peores abortos”, sostiene López.
La clave, dicen en Ni Una Menos, es identificar el machismo cotidiano que sostiene la normalización de la violencia contra la mujer. “Yo creía que violencia eran los golpes, pero no”, dice la madre de una adolescente a la que mató su novio en octubre pasado. “No quiero que a otros padres les pase lo mismo que a nosotros. Era violencia el control, que le dijera que se cambiara de ropa, que la alejara de sus amigas, que la insultara. La misma violencia que acabó con su vida”, decía entre lágrimas ante las cámaras de televisión que cubrían en directo la marcha.
Junto a ella, decenas de hombres y mujeres enarbolaban carteles con nombres y rostros de víctimas. Muchos de ellos siguen peleando para que la justicia encuentre a los responsables. Otros, para un sistema judicial sin visión de género pero según el no libere a los agresores o no les otorgue la custodia de los hijos a los que han dejado sin madre. Según el portal Chequeado, las mujeres representan el 56% del sistema judicial argentino, aunque en los órganos de decisión siguen mandando ellos: el porcentaje femenino en la magistratura baja al 42%.
Mientras se apaguen los ecos de otra marcha histórica el anhelo de otra mujer se habrá truncado, según las estadísticas. Unas estadísticas que realiza la ONG La Casa del Encuentro a partir de lo que se publica en la prensa, a falta de datos oficiales. Por eso se calcula que son muchas más que 275 argentinas las que han muerto desde el último Ni Una Menos. La tragedia es de proporciones insoportables. Días atrás engrosaron las cifras tres pequeñas que, por su edad, acaso soñaban con acabar la escuela. Tenían 12 años.