“Atrapa y mata”, la práctica de los tabloides de Nueva York que llevó a la imputación de Trump
La primera semana de noviembre de 2016, unos días antes de las elecciones presidenciales, el director del tabloide National Enquirer, Dylan Howard, tenía prisa por abrir una pequeña caja fuerte en su sede en Nueva York. “Quiero sacar todo de la caja fuerte”, le dijo a un empleado. “Y después necesitamos traer aquí una trituradora”.
El Enquirer, fundado en 1926 y especializado en cotilleos y sobre todo desgracias de actores y protagonistas de reality shows, había entrado en campaña publicando historias sobre las supuestas enfermedades de Hillary Clinton o la relación del padre de Ted Cruz, entonces candidato republicano, con el asesinato de JFK utilizando una foto más que dudosa. El principal objetivo del tabloide era apoyar a Donald Trump, amigo de Howard y, sobre todo, de David Pecker, el consejero delegado de la empresa editora del Enquirer, American Media Inc. (A.M.I.), dueña de la mayor red de “tabloides de supermercado”, llamados así por el lugar más habitual donde se venden, junto a la caja registradora.
Ese día de noviembre de 2016, Howard, treintañero australiano y convertido en el gran estratega de la compañía, tenía prisa por sacar y destruir documentos relacionados con Trump después de una llamada del Wall Street Journal, que estaba a punto de publicar un artículo sobre cómo el Enquirer había pagado a una modelo de Playboy para que no hablara sobre su relación extramatrimonial con el candidato republicano. El 4 de noviembre, cuatro días antes de las elecciones, el Journal publicó su exclusiva. El Enquirer ya había destruido documentos.
Estos detalles del agobio de Howard, la caja fuerte, cutre y que luego no sabía cerrar, y la destrucción de posibles pruebas los cuenta el periodista Ronan Farrow en su libro de 2019 Catch and Kill, cuyo título se refiere a esta práctica con un largo historial en los tabloides neoyorquinos. Se trata de “atrapar” (catch) una noticia sobre los trapos sucios de alguien famosillo o prominente y “matarla” (kill), es decir, no publicar esa historia y a la vez sobornar a la fuente para que no la cuente a otras publicaciones con un acuerdo extrajudicial que incluya una penalización si lo hace.
De Weinstein a Trump
Farrow publicó este libro (y lo convirtió también en un podcast) porque él vivió en primera persona cómo el Enquirer y después la cadena NBC intentaban “matar” la historia que él estaba investigando sobre los casos de violación y otros abusos sexuales del productor Harvey Weinstein, que está ahora en la cárcel por el trabajo periodístico que reveló lo que había pasado durante décadas.
A pesar de presiones, amenazas y hasta el seguimiento de una empresa de espías israelí, Farrow consiguió publicar su investigación sobre Weinstein en el New Yorker (igual que Jodi Kantor y Megan Twohey la suya en el New York Times), pero por el camino también investigó a fondo lo que hacía el Enquirer y se topó así con el sistema que el tabloide tenía montado con Trump y que ahora es la clave de la imputación del ex presidente.
En 2016, Howard hizo una lista de los trapos sucios que habían acumulado durante décadas los tabloides de la empresa sobre Trump en lo que se llamaba los “kill files” (los archivos de las historias que habían sido “matadas”), según cuenta Farrow. Un antiguo director le dijo al periodista que el Enquirer tenía al menos 10 historias listas para publicar que se habían guardado en un cajón y en algunos casos provenían de otros medios. “El National Enquirer era un sumidero de tabloides, donde los cotilleos más feos de Estados Unidos solían caer”, escribe Farrow. Y allí cayeron al menos otras tres historias que ahora han acabado con el procesamiento de Trump.
El problema para Trump
Los tres casos citados ahora por la acusación del fiscal del distrito de Manhattan, Alvin Bragg, son la historia de Stormy Daniels, una actriz de cine porno y reality shows que intentó vender su relación con Trump, la de Kate McDougal, modelo de la revista Playboy que participó en el concurso de Trump y que también quería contar otra aventura extramatrimonial, y la historia que relataba un portero de la torre Trump sobre un supuesto hijo del ex presidente con una antigua empleada (esta última es la que más claramente ha sido desmentida por los protagonistas). Estas tres personas recibieron sobornos –entre 30.000 y 150.000 dólares– para que no contaran sus historias. El Enquirer hacía de intermediario para el entonces candidato republicano.
El problema para Trump es que él ordenó los pagos y trató de encubrirlos a través de una empresa que utilizaba nombres ficticios y reembolsaba los costes al tabloide o a su intermediario, el abogado Michael Cohen, según la acusación del fiscal Bragg. Y, sobre todo, la cuestión es que eso sucedió entre 2015 y 2016, en plena campaña electoral, en lo que se puede considerar un intento de esconder una donación ilegal a sí mismo, un fraude y la ocultación de datos a Hacienda, entre otros delitos que son más graves que la falsificación de un documento comercial de la que ahora se le acusa, según la exposición de Bragg.
El New Yorker, el Wall Street Journal y AP lograron informar sobre estos casos pese al esfuerzo del Enquirer para evitar la publicación con la ayuda de abogados que compartían con Weinstein (en el caso de AP, pararon al menos un artículo).
En 2018, Cohen se declaró culpable del delito federal de haber ayudado a una donación ilegal de campaña, entre cargos por los que fue condenado a tres años de cárcel. Entonces, Pecker, el consejero delegado de la empresa editora del Enquirer, admitió haber actuado “en concierto” con la campaña de Trump al menos para comprar el silencio de McDougal. Pecker también testificó este marzo en el caso sobre los sobornos por el que ahora está procesado el ex presidente.
Qué saca el tabloide
El Enquirer no oculta que paga por la información y que ha sobornado a fuentes para que no hablen con la competencia aunque no publique una historia, pero el trabajo que hizo para Trump, que incluía intimidar a otros medios y a periodistas, según el relato de Farrow, fue mucho más allá.
Pecker, que tiene una relación de décadas con Trump, sacó provecho personal, con viajes e invitaciones a festejos en la Casa Blanca, y también contactos con inversores para su empresa, por ejemplo con un empresario francés que le presentó al príncipe saudí Mohammed bin Salman, según Catch and Kill.
Pero, sobre todo, el sistema de “atrapa y mata” daba al Enquirer un poder constante sobre el ocupante de la Casa Blanca, algo de lo que alardeaba Dylan Howard, el director.
“Algunos empleados creen que el premio más significativo fue la acumulación de poder de chantaje de A.M.I. a Trump”, escribe Farrow en su libro. “Howard presumía de que rechazaba ofertas de trabajo de la televisión porque sentía que su trabajo actual, y su habilidad para esconder historias negativas sobre la gente, le daba más poder que cualquier carrera en el periodismo tradicional”.
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