La batalla semántica y comercial entre el sector de la carne y el de las alternativas de origen vegetal se ha reactivado en Francia. Algo más de un año después de que el Consejo de Estado suspendiera un primer decreto publicado por el Gobierno, que prohibía el uso de términos cárnicos para designar los productos elaborados con vegetales, el Ejecutivo presentó una nueva versión a principios de mes.
El Consejo –la institución administrativa más alta del país– había considerado que aquel primer texto era demasiado vago, ya que hacía referencia al uso de una “terminología específica de las carnicerías, charcuterías o pescaderías”, sin establecer precisiones.
El nuevo decreto es más exhaustivo y contiene una lista de veintiún términos, como ‘filete’, ‘jamón’ o ‘escalope’, que –según el texto– “no podrán utilizarse para designar productos alimenticios que contengan proteínas vegetales”. Una segunda lista establece otro centenar de palabras, entre las que están ‘bacon’, ‘morcilla’ y ‘salchicha’, que solo podrán emplearse cuando el producto contenga una cantidad marginal de elementos vegetales (del 0,5% al 5%, en función de la categoría).
Aunque en Francia el mercado de las proteínas vegetales sigue siendo minoritario, en los últimos años han ido apareciendo cada vez más productos elaborados a base de ingredientes no animales (lentejas, garbanzos, champiñones, etc.), que reproducen la textura y el aspecto de la carne. Un mercado que se propone atraer no solo a vegetarianos y veganos, sino también a consumidores que buscan una alternativa para reducir su consumo de productos cárnicos.
Un sector influyente
Sin embargo, para los representantes del sector agroalimentario supone un engaño que esos productos vegetales reciban nombres que proceden del mundo de la carnicería. Aseguran que pueden llevar a error a los consumidores y han pedido medidas de protección similares a las que se tomaron en 2013 en la industria láctea, que consiguió que se prohibiese utilizar los términos ‘leche’, ‘yogur’ o ‘queso“ para mercadería de origen no animal (medidas que el Parlamento Europeo ha rechazado trasladar al sector de la carne).
En este contexto, la filial cárnica, que con unos 100.000 empleados es la más potente del sector alimentario francés, ha aplaudido el texto gubernamental como “una medida esencial en favor de la transparencia de la información al consumidor y de la preservación de nuestros productos y nuestro saber hacer”, según ha declarado Interbev (asociación profesional de la ganadería y la carne).
El resto de sindicatos del sector, encabezados por la Federación Nacional de Sindicatos de Agricultores, también ha calificado la iniciativa de “esencial”, aunque la considera “insuficiente” porque solo se aplica a los productos producidos en Francia, no a los importados. En el lado contrario, el Observatorio Nacional de Alimentos Vegetales ha criticado un decreto que “se inscribe en una lógica de amplia protección de los intereses económicos de la industria cárnica”.
Varios expertos en alimentación señalan que este nuevo texto gubernamental puede suponer un freno al necesario cambio de los hábitos alimenticios de los franceses. “Los nombres relacionados con la carne son importantes, crean una sensación de familiaridad, personas que consumen productos vegetarianos disfrutan de la carne pero ya no quieren comer animales, por diferentes razones”, explicaba el investigador de la Universidad de Manchester Malte Rödl en un artículo publicado en The Conversation.
Aunque algunos de estos expertos en alimentación muestran sus reservas por los excesivos niveles de transformación de una gran parte de los sustitutos vegetales que se comercializan hoy, también señalan que la decisión es el reflejo de una escasa voluntad política para desarrollar alternativas menos procesadas, como las lentejas o el tofu, que podrían sustituir a una parte de la ganadería no sostenible. Y advierten que en países como Alemania, Países Bajos y Estados Unidos, en los que la industria cárnica es la que está impulsando este mercado, esta batalla no tiene lugar.
Resistencia cultural
“Este decreto que prohíbe el uso de denominaciones como ‘filete vegetal’ crea una distorsión de la competencia entre las empresas europeas y pretende ralentizar al máximo la transición hacia una dieta basada en plantas”, reaccionaba en X (antiguo Twitter) Romain Espinosa, investigador especializado en economía, bienestar animal y alimentación del Centre national de la recherche scientifique. “Es malo para el mercado y malo para el planeta”, indicaba.
En realidad, en Francia el sector de las alternativas a la carne se enfrenta a dos grandes corrientes de resistencia: una en el plano económico y otra en el cultural. Al igual que ocurre con el automóvil, la carne se halla en el centro de un debate sobre los cambios necesarios en el estilo de vida de los ciudadanos para hacer frente a la crisis climática.
Un debate especialmente tenso en un país en el que la gastronomía ocupa un lugar prominente en la sociedad y la cultura. “Lo mismo que el vino, el bistec es, en Francia, un alimento de base, nacionalizado más que socializado; figura en todos los escenarios de la vida alimentaria”, escribía el filósofo Roland Barthes en el capítulo que le dedicaba en Mitologías.
El problema es que para alcanzar la neutralidad del carbono de cara a 2050, Francia debe consumir menos carne, una reducción que oscilará entre el 20% y el 70% respecto al nivel actual, según los diferentes escenarios. Este año, el Tribunal de Cuentas ya recomendó una disminución del número de reses como medida necesaria para cumplir los compromisos climáticos nacionales, estimando que en este país la ganadería es responsable de 14,5% de todas las emisiones relacionadas con actividades humanas.
Pero, a pesar de estas demandas procedentes de instituciones nacionales e internacionales, una gran parte de los políticos evita evocar ese excesivo consumo de carne (el doble de la media mundial). En cada debate, la derecha y la extrema derecha muestran un apoyo incondicional tanto a la producción como al consumo; mientras que las voces más activas llamando a la reducción se encuentran principalmente a la izquierda, en particular el diputado Aymeric Caron (que pertenece al grupo parlamentario de Francia Insumisa) y la diputada ecologista Sandrine Rousseau.
Bruselas tiene la última palabra
En este contexto político, en mayo de 2020 la Asamblea Nacional francesa aprobó por mayoría una ley sobre la transparencia de la información relativa a los productos agrícolas y alimentarios, que ya contemplaba la eliminación del vocabulario “animal” para alimentos elaborados con proteínas vegetales. Unos meses más tarde, el Parlamento Europeo rechazaba en votación una medida similar a nivel comunitario, convirtiendo a Francia en una excepción europea en este sentido.
Poco después de la aprobación de la ley en el Parlamento francés, Interbev, junto con Inaporc y Anvol (especializada en aves de corral) denunciaron a la empresa Les Nouveaux Fermiers –que pasó a denominarse Happy Vore en 2021– por el uso de las palabras 'fermiers' (granjeros) y 'viande' (carne) en su nombre. Lo mismo ocurrió unos meses más tarde con Beyond Meat, el gigante estadounidense de la carne vegetal cuyo logotipo (un toro con capa sobre fondo verde) fue considerado “engañoso” para los consumidores.
Pero, tras la publicación del primer decreto que articulaba la ley, la asociación Protéines France, que agrupa a los fabricantes del sector, también se movilizó y apeló al Consejo de Estado, que suspendió el decreto y remitió el caso al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Sin esperar una decisión, el Gobierno francés se ha anticipado ahora con esta nueva versión del texto. Aunque, en todo caso, Bruselas aún tendrá la última palabra porque debe pronunciarse sobre su conformidad con el reglamento europeo sobre etiquetado.