Un año después de la invasión de Rusia en Ucrania, no hay final a la vista ni una mínima señal de salida diplomática. Moscú mantiene la maquinaria bélica –con una posible operación ofensiva próximamente– y Ucrania continúa recibiendo armamento pesado para expulsar de su territorio a las fuerzas rusas –convencida, además, de que el apoyo militar de Occidente seguirá aumentando–.
En este contexto, algunos analistas occidentales, también en Washington, señalan que el debate se ha centrado en exceso en los combates y en el control territorial de un conflicto que se dirige inexorablemente a una guerra larga cuyos costes, desde el punto de vista de los aliados (no de Ucrania), son más elevados que el intentar sentar a las partes en la mesa de negociación. Unas negociaciones en las que la cesión de territorio ucraniano será un elemento fundamental.
“El control territorial, aunque inmensamente importante para Ucrania, no es la dimensión más importante del futuro de la guerra para Estados Unidos”, señala un informe reciente del think tank estadounidense RAND (financiado principalmente por el Ejército, el Departamento de Defensa y el Departamento de Interior). “Llegamos a la conclusión de que, además de evitar una posible escalada hacia una guerra entre Rusia y la OTAN o el uso de armas nucleares por parte de Rusia, evitar una guerra larga es también una prioridad más importante para EEUU que facilitar significativamente un mayor control territorial a Ucrania”.
En este sentido, los autores apuestan por abrir la vía diplomática y proponen cuatro políticas concretas a EEUU para empujar a las partes a la mesa de negociación. Esas propuestas son: aclarar sus planes de futuro sobre el apoyo militar a Ucrania, garantías de seguridad, asegurar su neutralidad y establecer condiciones para aliviar las sanciones a Rusia. En una primera fase, Ucrania se mostró dispuesta a renunciar a su entrada en la OTAN, pero las partes no llegaron finalmente a un acuerdo y Rusia continuó su invasión.
“EEUU podría decidir condicionar la futura ayuda militar a un compromiso ucraniano a negociar”, señalan. También podrían suministrar más ayuda en el periodo de posguerra para “abordar sus miedos sobre la durabilidad de la paz”. “Washington lo ha hecho en otros casos, proporcionando grandes cantidades de ayuda a Israel tras firmar los acuerdos de Camp David, asegurando que sus capacidades exceden a las de sus vecinos”, dicen.
Christopher Chivvis, director del American Statecraft Programme del think tank estadounidense Carnegie Endowment y exoficial nacional de inteligencia entre 2018 y 2022, coincide: “Poner en marcha la vía diplomática exigirá conversaciones duras para persuadir a Ucrania de que adopte un enfoque más realista respecto a sus objetivos bélicos. Los tanques occidentales para Ucrania lo harán más difícil, pero también refuerzan la capacidad de Occidente –y su derecho– a hacerlo”, dice.
De Milo a la invasión de Irak
Hace 2.500 años Atenas asedió la isla de Milo. Según el relato de Tucídides, los enviados atenienses dieron dos opciones: someterse a su poder o la aniquilación total. Los habitantes de la isla rechazaron la propuesta e intentaron resistir, pero fueron derrotados. Los hombres fueron asesinados y las mujeres y niños, esclavizados. “El ejemplo de Milo es relevante porque lo que parece ser la decisión moralmente correcta [resistir] puede tener terribles consecuencias”, dice a elDiario.es Henrik Syse, investigador del Peace Research Institute of Oslo (PRIO) especializado en cuestiones éticas relacionadas con el conflicto.
“Una comparación que se utiliza a menudo como argumento contra los acuerdos negociados en este tipo de situaciones son los Acuerdos de Múnich en 1938 con Hitler, que en su momento se vieron como una victoria de la paz, pero que realmente permitieron a Hitler fortalecerse más, obtener territorios y, al final, empezar una guerra. Pero cada situación es diferente”, dice Syse, que también utiliza el ejemplo de la invasión de Irak en 2003: “No hay duda de que el historial de Sadam Husein era terrible, pero [la guerra] no tuvo consecuencias felices. La línea de la Administración estadounidense, especialmente formulada por el vicepresidente Dick Cheney, es que la diplomacia no funcionaba, pero mirando la situación, no era verdad. Pasaban muchas cosas en la parte diplomática, como las inspecciones, y había mucho por hacer. No hay que subestimar el poder de la diplomacia”.
El analista también menciona el caso de Finlandia, que en 1944 firmó un acuerdo de paz con la URSS y perdió parte de su territorio (que no ha recuperado ni reivindica). “De una forma u otra, esto terminará en la mesa de negociación y, como en el caso de Finlandia, el resultado a veces no será el óptimo. Es desafortunado porque no queremos dar a Putin ningún tipo de victoria, pero lo ideal pocas veces existe en este mundo y tenemos que intentar proteger nuestros ideales al tiempo que evitamos una guerra larga y terrible”.
“[Lejos de una victoria absoluta] para terminar la guerra Ucrania debe estar preparada a aceptar algo menos que la justicia absoluta”, afirma Syse en un artículo escrito junto a otros dos colegas de PRIO. “Transigir de un modo que otorgue al agresor una victoria por sus acciones inmorales e ilegales puede invitar a nuevas transgresiones, pero negarse a transigir también puede ser desastroso y, por tanto, inmoral”.
El precio de una guerra larga
“Una guerra larga degradaría más al ejército ruso y debilitaría su economía, pero la guerra ya ha sido devastadora para el poder ruso y un mayor debilitamiento ya no es un beneficio tan significativo para los intereses de EEUU como en las fases iniciales del conflicto”, sostiene el informe de RAND. Cuando la guerra llevaba dos meses, el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, declaró públicamente que el objetivo de EEUU era ver un debilitamiento de Rusia en Ucrania.
Entre los riesgos de una guerra más larga, los analistas mencionan los siguientes: la pérdida de vidas, que Rusia revierta los avances territoriales de Kiev, que la intensidad del apoyo militar se vuelva insostenible, el aumento en el coste de mantener a Ucrania económicamente solvente y un mayor riesgo de conflicto con la OTAN o uso nuclear, entre otras cosas.
Por otro lado, “aunque Ucrania recuperase el control de todo el territorio tomado por Rusia desde el 24 de febrero de 2022, Moscú seguiría en violación de la norma de la integridad territorial”. “Dicho de otro modo, no está claro que una trayectoria que implique que Rusia mantenga la línea de control de diciembre de 2022 perjudique más al orden internacional que otra en la que las fuerzas rusas retrocedieran hasta la línea de febrero”, sostiene el informe del think tank estadounidense. “Recuperar la línea de control previa a febrero de 2022 –por no decir la de 2014– llevaría meses e incluso años [...] Además, si Ucrania empuja más allá de la línea de control anterior a febrero y recupera zonas que Rusia ocupa desde 2014 (especialmente Crimea), los riesgos de escalada, sea nuclear o un ataque a la OTAN, se dispararán”.
“Tenemos que pensar cómo abordar este asunto sin renunciar a las demandas morales del derecho internacional”, dice Syse. “No hay motivos para confiar en Putin, pero a su vez no sabemos cuáles son las posiciones hasta que realmente nos sentamos. Decir que como Putin no es de confianza ya sabemos todo lo que hay que saber de cualquier tipo de negociación con Rusia es ir demasiado lejos”, añade. El último intento serio conocido de negociaciones de paz de alto nivel se produjo en Turquía a finales de marzo.
“Aquellos que apuestan por continuar la guerra quizá creen que hay una alternativa militar a la negociación que resuelva el conflicto subyacente entre Rusia y Ucrania. No lo hay”. “Estaría bien que Ucrania recuperara algo más de territorio. Pero, ¿a qué precio y con qué beneficio estratégico?”, se pregunta Chivvis.
“Una falta de humanidad deleznable”
“La situación actual sobre el terreno es de hegemonía clara de la vía militar, por la cual el objetivo es vencer al enemigo, ganar mediante la destrucción o la rendición del adversario. Esto lo hacen los dos ejércitos, pero ello no quita que en Ucrania estén pasando muchas otras cosas. Además de militares y armas, hay millones de civiles”, dice a elDiario.es Jordi Calvo, doctor en paz, conflictos y desarrollo e investigador del Centre Delàs d’Estudis per la Pau. “No priorizar una negociación es, además de una irresponsabilidad política, un acto de falta de humanidad deleznable”.
“Cuanto más avanza la guerra más difícil es dar marcha atrás, porque cuanto más coste humano y económico suponga la guerra para cada uno de los bandos, más alto es el coste político de aceptar la derrota”, dice Calvo. “La clave está en identificar qué concesiones y ganancias serán suficientes para que todas las partes que han invertido en el conflicto acepten un acuerdo de paz. La concesión territorial será central en este caso”.
También hay peticiones políticas en favor de la negociación. El pasado lunes, varios dirigentes internacionales han firmado una declaración por la paz en Ucrania en la que piden “redoblar los esfuerzos diplomáticos para establecer un alto el fuego y una negociación para una solución pacífica”. Entre los firmantes se encuentran Gustavo Petro, presidente de Colombia; Alberto Fernández, presidente de Argentina; Jean-Luc Mélenchon, fundador de La France Insoumise; Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales en España y secretaria general de Podemos; Jeremy Corbyn, diputado británico y ex líder laborista; y Catarina Martins, diputada portuguesa y coordinadora del Bloco de Esquerda.
En este sentido, si bien Syse dice que “actualmente un alto el fuego sería probablemente aprovechado por Putin”, afirma que es necesario considerar, formular y pensar la vía diplomática para crear las condiciones que permitan una negociación.