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Muere Bernie Madoff, el millonario que estafó a los millonarios y destruyó su propia familia

Bernie Madoff sabía que estaba enfermo y quería morirse fuera de la cárcel, pero el juez le dijo abiertamente el año pasado que iba a estar en prisión hasta el último día de su vida. Ningún juez quiere ser el que pone en libertad al hombre más odiado de EEUU, al estafador millonario que tenía que ir al juzgado con un chaleco antibalas por si una de sus víctimas se tomaba la justicia por su mano. Madoff ha muerto en prisión un par de semanas antes de llegar a los 83, cuando aún le quedaban casi 140 años de una condena de 150.

Incluso si hubiera podido salir de la cárcel, ¿dónde habría ido? Hace años que su mujer no lo visitaba. Sus dos hijos, los mismos que le denunciaron, han muerto: uno se suicidó echándole la culpa y otro falleció de cáncer, aunque también culpaba a su padre de la enfermedad. Sus nietos se han cambiado el apellido para que no los asocien con él. Todos sufrieron las consecuencias de una enorme estafa piramidal de 55.000 millones de euros que tenía por víctimas precisamente a la gente entre la que se movían, los más ricos.  

El 11 de diciembre de 2008 muchos de los clientes de Madoff se levantaron millonarios y se acostaron arruinados. Algunos perdieron sus casas o los ahorros de toda una vida, el fondo con el que pensaban pagar la universidad de sus hijos o su jubilación. Unos pocos se quitaron la vida. Otros arrastraron la culpa de haber recomendado los servicios de Madoff a amigos o familiares que también lo habían perdido todo. Entre los damnificados había estrellas de Hollywood como Steven Spielberg y Kevin Bacon, pero también fundaciones, universidades o bancos de todo el mundo. ¿Cómo los engañó?

Un banquero selecto

La investigación judicial dejó claro que Bernie Madoff no era ningún genio de la inversión, pero sí que sabía algo de marketing. Construyó su estafa haciendo exactamente lo contrario que un gestor de fondos normal: rechazando dinero. Madoff presumía de una exclusividad tal que no todo el mundo podía invertir con él, había que ser invitado. Sus servicios, que no se publicitaban y operaban casi en secreto, ofrecían unas rentabilidades buenas, pero no desmesuradas. Todo estaba pensado para proyectar justo lo que no tenía: fiabilidad.

Su actitud personal encajaba con eso: era una persona rica, pero discreta. Se movía con soltura entre la élite neoyorquina y llevaba el mismo tipo de vida que muchos de sus clientes. Ático dúplex en el Upper East Side, casa de la playa en Long Island, mansión de invierno en Florida y apartamento en el sur de Francia. Buena parte de sus inversores eran judíos como él y muchos lo habían conocido en ambientes exclusivos: clubes de campo o iniciativas benéficas como las que él mismo promovía a través de la fundación que llevaba el nombre de su familia. 

Su historia personal también cuadraba, propia del “sueño americano”. Había crecido en una familia humilde de Nueva York, hijo de inmigrantes judíos que llegaron de Europa del Este antes del holocausto. Había fundado su empresa antes incluso de graduarse en la universidad, con el dinero que había sacado trabajando como socorrista e instalando aspersores en jardines. De ahí había llegado al éxito, la riqueza y el respeto. Había sido incluso el presidente del índice tecnológico Nasdaq de Wall Street.  

Por supuesto, como casi siempre, había señales que se pasaron por alto. El de Madoff era un gran fondo que usaba tecnología arcaica que inexplicablemente se negaba a actualizar. Además sus auditorías las realizaba una pequeña empresa de las afueras de Nueva York que empleaba a una sola persona. La comisión del mercado de valores de EEUU investigó al menos cinco chivatazos sobre sus actividades desde principios de los años 90, pero no encontró nada. Una de las denuncias más claras fue la de un experto financiero que en 2002 le hizo llegar al regulador un documento con un título demoledor: “El mayor hedge fund del mundo es un fraude”. El propio Madoff confesaba que siempre pensó que le pillarían mucho antes. 

El final de la escapada

El problema de las estafas piramidales es siempre el mismo. Si la forma de pagar los beneficios a los inversores es el dinero de nuevos inversores, todo se viene abajo cuando entra menos dinero. Tras la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers en septiembre de 2008, el grifo de Wall Street se cerró de golpe. Los inversores de Madoff empezaron a retirar fondos y en un par de meses ya no entraba suficiente inversión como para hacer frente a las operaciones del día a día. Fue entonces cuando le confesó la verdad a su familia.

El 10 de diciembre Bernie Madoff citó en su apartamento a sus dos hijos, que trabajaban en su empresa, y les dijo entre lágrimas que “todo era una gran mentira”. Que el fondo que había fundado hace medio siglo era “básicamente una estafa piramidal”. El financiero quería repartir un bonus antes de entregarse, pero sus hijos contactaron ese mismo día con las autoridades para denunciarlo y fue detenido al día siguiente. Cuando le confesó lo mismo a su esposa desde hacía 50 años, ella respondió: “¿Qué es una estafa piramidal?”.

Ni la mujer ni los hijos del financiero fueron acusados formalmente de complicidad en el fraude, pero aún así pagaron un alto precio por asociación. Ruth Madoff dice que intentó suicidarse sin éxito junto a su marido en la Nochebuena posterior a su detención. Al final llegó a un acuerdo con la fiscalía por el que renunciaba a dinero y propiedades por valor de 65 millones de euros para compensar a las víctimas de la estafa a cambio de salvar dos millones para su uso personal. En 2011 rompió todo contacto con su marido y le definió públicamente como “un villano”, pero nunca se divorció.

Bastante más trágica es la historia de sus dos hijos. El mayor, Mark, se quitó la vida en su apartamento de Manhattan el día en que se cumplían dos años de la detención de su padre. No dejó una nota, pero tras un intento anterior había escrito “Bernie: ahora sabes que has destruido las vidas de tus hijos gracias a tu vida de engaños”. Antes de ahorcarse, envió dos mensajes. Uno era para su mujer pidiéndole que enviara a alguien a cuidar de su hijo de dos años, que estaba durmiendo en la misma casa. El segundo era para su abogado: “Nadie quiere creer la verdad. Por favor, cuida de mi familia”. 

Cuatro años después falleció también el hijo pequeño de los Madoff, Andrew. Había superado un cáncer hacía diez años pero volvió a enfermar y, según contó en una entrevista, creía que el motivo era el estrés que le había producido la situación provocada por la estafa de su padre. No sólo le había denunciado ante las autoridades, sino que se negó siempre a visitarle en prisión. Bernie Madoff pasó los últimos años de su vida sin mantener ningún contacto con su familia.