Joe Biden no es Donald Trump. En ese hecho incontestable reside buena parte de la explicación de que hoy sea presidente y en sus primeros 100 días no ha hecho sino confirmar hasta qué punto no es Donald Trump. Después de cuatro años de alertas informativas, tuits de madrugada y una permanente sensación de que el mundo se acababa, Biden ha traído una aburrida normalidad. Un tedio que parece que es lo que deseaban muchos estadounidenses, según indican las encuestas, que ponen su nivel de popularidad en un saludable 54%. Trump jamás llegó siquiera al 48%.
Biden ha dedicado buena parte de su sus primeros 100 días a no ser Trump, pero no solo en las formas. Aunque ha promulgado muy pocas leyes, hacía casi un siglo que un presidente no firmaba tantos decretos al inicio de su mandato. Muchos han sido más para deshacer políticas que para hacerlas: parar la construcción del muro en la frontera con México, anular la decisión de Trump de abandonar el Acuerdo de París contra el cambio climático y también la de salir de la Organización Mundial de la Salud, revocar la autorización de un polémico oleoducto... Ha tumbado casi uno de cada cuatro decretos que firmó Trump, más del doble que sus tres antecesores juntos.
Fuera de esa labor de borrado, los otros logros de Biden en estos primeros 100 días se concentran en la otra razón por la que fue elegido presidente: el coronavirus. La gran victoria del inicio de su mandato ha sido la aprobación de un paquete legislativo de 1,5 billones de euros en gasto público para hacer frente a la pandemia y a sus efectos económicos. Es el doble de lo comprometido por la Unión Europea y se empezó a gastar esa misma semana, mientras en Europa los fondos todavía no han llegado a los estados miembros. También es un 50% más de lo que Obama logró aprobar para sacar al país de la gran crisis financiera de 2009, teniendo en cuenta la inflación.
Es en la gestión del gran paquete de ayudas donde Biden ha dejado claro que, sin querer parecerse a Trump, tampoco quiere repetir los errores de Obama. El que fue su jefe llegó a la Presidencia en 2008 prometiendo una era de unidad y de acuerdos, para encontrarse con un bloqueo republicano total a toda cooperación. También Biden ha hecho campaña como un candidato conciliador, pero al llegar a la Casa Blanca ha optado por una estrategia diferente. En opinión de muchos demócratas, la decisión de Obama de rebajar la contundencia de su plan anticrisis de 2009 para intentar ganar algunos apoyos republicanos fue desastrosa: retrasó la salida de la depresión y ni siquiera logró esos apoyos.
Un error que Obama volvió a repetir en la larguísima y virulenta negociación de su reforma sanitaria, en la que desperdició año y medio persiguiendo unos apoyos republicanos que no llegaron. Agotó en esa batalla perdida un tiempo precioso en el que pudo haber hecho realidad el tipo de cambios fundamentales que había prometido, ya que entonces su partido tenía el control de las dos cámaras del Congreso y de la Presidencia por primera vez en 16 años. Unos meses después llegaron las elecciones y con una economía que no acababa de despegar, los republicanos barrieron y pudieron bloquear sus iniciativas durante los siguientes seis años. Su Presidencia estaba legislativamente muerta y tuvo que conformarse con reformas menores.
Biden llega a la Casa Blanca cuando los demócratas vuelven a controlar el Congreso por primera vez desde entonces, aunque por mayorías estrechísimas. Tiene eso sí bastante más conocimiento del funcionamiento de Washington del que tenía Obama en 2008, ya que ha pasado allí el último medio siglo como senador, vicepresidente y ahora presidente. Aunque su fama de centrista dialogante está bien fundamentada, parece que no quiere echar el freno en busca de acuerdos imposibles y aprobó su ley estrella sin un solo voto republicano a favor. También quiere enterrar 20 años de tradición de “Gobierno pequeño” y aprovechar esta crisis sanitaria para subir el gasto público social aumentando impuestos al 0,3% más rico.
Retos y riesgos
Con la ley de estímulo anti-COVID aprobada, la siguiente meta de Biden es otra fuerte inversión pública para mejorar infraestructuras, sobre todo las de transporte que en muchas partes de Estados Unidos están en una situación ruinosa que ya denunció Trump. Es una reforma más sencilla de explicar y menos politizada que, por ejemplo, una ley migratoria y por eso Biden ha elegido ese camino. También porque esas medidas tienen mucho apoyo popular y, dentro de la dificultad de llegar a cualquier acuerdo con los republicanos, en esta materia no queda descartado de inicio. A pesar de eso, la decisión no está exenta de riesgos.
Elegir una prioridad significa, naturalmente, dejar otras muchas en el cajón. El ala más izquierdista del partido, que siempre ha desconfiado de Biden, cree que su plan para reformar carreteras y otras infraestructuras se queda muy corto respecto al tipo de reformas fundamentales que propugnan. Saben por experiencia que lo que el presidente no haga en sus primeros dos años de mandato es probable que no lo haga nunca, pero Biden espera que recuerden también que las mayorías de los demócratas en el Congreso son demasiado estrechas como para pasarse de ambiciosos.
Biden también tiene un singular problema en la frontera sur, donde sigue creciendo la llegada de migrantes y en particular la de menores y familias. Por un lado se encuentra con un tema que moviliza extraordinariamente a los votantes republicanos y por otro se las ve con sus propias promesas electorales de hacer las cosas de un modo distinto a Trump. La paciencia de muchos activistas demócratas se agota cuando ven al nuevo Gobierno retirando su propuesta de aumentar el cupo de acogida de refugiados o amparándose en las mismas normas anti-COVID que usaba Trump para rechazar a la gran mayoría de migrantes en frontera.
En 100 días no hay tiempo para todo. De hecho, hay para muy poco, pero es cierto que un presidente nunca tiene tanta fuerza como recién salido de las urnas. Biden lo tiene aún más difícil porque ha llegado al puesto en mitad de una pandemia y con una parte del país acusándolo de haber “robado” las elecciones, pero de aquí en adelante las dificultades serán aún mayores. El atractivo del retorno a la normalidad y la moderación en las formas no durará para siempre. Aún así, por algún lado hay que empezar. John F. Kennedy dijo: “No acabaremos todo en los cien primeros días ni tampoco en los primeros mil... ni siquiera incluso en nuestra vida. Pero empecemos”.