Joe Biden no está muy interesado en tener cerca a periodistas haciendo preguntas. Desde los años ochenta, sólo Ronald Reagan ha concedido menos ruedas de prensa que el actual presidente de Estados Unidos. En sus primeros dos años de mandato, dio veinte, de las que once eran junto a líderes extranjeros, convocatorias que suelen ser más breves. En las entrevistas, que incluyen las que dio a actores o simplemente famosos, tampoco se ha prodigado. Ha dado 54, mientras Donald Trump dio 202 y Barack Obama, 275 en el mismo tiempo. En las ruedas de prensa aparece con grandes tarjetas en las que están escritas las posibles respuestas. Es uno de los factores que ayudan a explicar por qué la Casa Blanca tiene muy presente la avanzada edad del presidente.
Con 80 años cumplidos, Biden ha anunciado esta semana que se presentará a la reelección en 2024. Tendría 86 al final de su segundo mandato si ganara las elecciones. La esperanza de vida en EEUU se ha reducido a 76,1 años, según el último dato oficial conocido. No es ese el dato que condiciona a Biden –un hombre de raza blanca que ha recibido la mejor atención sanitaria posible en su vida adulta–, pero no se puede negar la evidencia. Como cualquier persona de su edad, Biden no es el que era y es lógico preguntarse si cuenta con la energía necesaria para afrontar una campaña que le obligará a recorrer un país inmenso de 334 millones de habitantes, aunque sea en el Air Force One.
Los votantes lo saben y no están muy convencidos. Un 68% de ellos cree que Biden es “demasiado viejo” para un segundo mandato, según una encuesta de YouGov de finales de febrero. Son más los demócratas que están de acuerdo con esa frase (48%) que los que la rechazan (34%). La mayoría, un 56%, opina que hay edades en las que ya no se pueden ocupar esos cargos.
Las fuentes anónimas de la Casa Blanca que hablan del tema con los medios norteamericanos dicen estar impresionadas por la vitalidad de Biden “teniendo en cuenta su edad”, lo que es una forma elegante de aceptar que las dudas son comprensibles. El propio presidente ha reconocido que es legítimo hacerse la pregunta.
Su agenda permite saber que sus asesores lo tienen en cuenta. Casi nunca tiene un acto público antes de las diez de la mañana y no hay muchos más por la tarde. La mayoría de ellos se celebra entre las diez y las cuatro de la tarde.
En una reciente rueda de prensa con el presidente de Corea del Sur, los asesores de Biden le entregaron tarjetas en las que aparecía el nombre del periodista que iba a intervenir, su foto y la pregunta que tenía previsto hacer. Es mejor no correr riesgos con posibles fallos de memoria o respuestas improvisadas, como las que ha tenido sobre la guerra de Ucrania.
Los votantes pueden tener su opinión sobre las condiciones físicas y mentales que esperan de sus dirigentes, pero en última instancia deben tomar una decisión en función de lo que encuentren en la papeleta de voto. Un 70% cree que Biden no debería volver a presentarse, según una encuesta de NBC. La mitad de los que opinan así lo justifica por su edad. Muchos de ellos, si son votantes demócratas, terminarán apostando por él si la alternativa es Donald Trump.
Trump ya utilizó con frecuencia el argumento de la edad de su oponente en la campaña de las elecciones de 2020. No le sirvió de mucho. Ha seguido insistiendo. “Joe Biden no puede hablar claramente. No puede pensar claramente”, dijo en octubre.
Algunos republicanos han expresado esas dudas de forma más brutal hasta llegar a decir que no creen que pueda terminar su segundo mandato. “La idea de que llegue a cumplir 86 años no es algo que me parezca probable”, dijo en una entrevista la exgobernadora Nikki Haley, que aspira a presentarse a las primarias republicanas.
Trump tendrá 78 años el día de las próximas elecciones. En su caso, no parece un factor tan relevante. Si tuviera cuarenta años, sería igualmente peligroso para los votantes demócratas. Entre los republicanos que desconfían de él, la edad no es lo que más les preocupa, sino su negativa a aceptar los resultados electorales de 2020 y su apoyo a los asaltantes del Capitolio.
El vídeo de tres minutos con el que Biden anunció su candidatura menciona desde el primer momento esa amenaza. El primer plano que aparece es una imagen del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Continúa con las movilizaciones en defensa del derecho al aborto, puesto en peligro por una sentencia del Tribunal Supremo. Todo lo que se decidirá en las urnas en 2024.
La primera palabra que pronuncia Biden es “freedom” (libertad). En un intento de combatir la apropiación de la idea por la derecha, como también ha ocurrido en España, plantea que “no hay nada más importante”. Lo que está en juego son los derechos y libertades que los republicanos quieren arrebatar, por ejemplo “diciendo a la gente a quién puede amar”.
El mensaje es obvio. Votadme o volverá Trump. “Acabemos el trabajo”, dice. Lo que significa que aún no está terminado porque Trump puede regresar al poder. No se gana nada siendo sutil en este tipo de vídeos.
Por si acaso, figuran en el vídeo varias imágenes de la vicepresidenta Kamala Harris, algo que no es habitual, ya que este tipo de anuncios se centra en la figura del candidato a la presidencia.
Los números de Harris en las encuestas no son muy buenos. La vicepresidencia no ofrece muchas oportunidades de destacar políticamente al estar siempre en segundo plano. Sin embargo, llama la atención que los sondeos le den un nivel de apoyo inferior al de los últimos cuatro vicepresidentes.
Por más que los debates sobre democracia y polarización absorban el interés de los medios de comunicación, casi todas las elecciones se disputan en el terreno económico en EEUU. Los datos básicos sonríen ahora mismo a Biden. El paro está en un nivel muy bajo, los beneficios de las empresas no dejan de crecer y el consumo privado continúa subiendo a pesar de la inflación. En el verano de 2022, un alto número de analistas preveía una recesión inminente que nunca llegó.
En el primer trimestre del año, la economía de EEUU ha crecido a un ritmo interanual del 1,1%. Está por debajo de lo esperado, aunque otros indicadores más pegados a la economía real muestran un crecimiento robusto. La renta disponible en los hogares subió un 8%, el mejor dato en una década sin contar los meses de la pandemia en que el Gobierno aprobó un paquete masivo de ayudas públicas. El aumento del consumo privado fue del 3,7%. La subida de los tipos de interés no ha causado el temido enfriamiento de la economía que podría haber conducido a una recesión.
Es indudable que Trump es ahora menos popular que cuando era presidente, y sus números entonces tampoco eran excelentes. Lo que ocurre es que los de Biden no son mejores ahora que los que tenía su rival. Recibe el apoyo del 43% de los votantes, según la media de encuestas. La opinión sobre su política económica es aun peor, muy condicionada por el aumento de los precios. La media de sondeos le concede una ventaja de sólo 1,4 puntos sobre Trump.
Entre el listado de razones que explican el descenso desde el 53% de apoyo que recibió tras ganar las elecciones, los medios han señalado el impacto económico de la pandemia, la caótica retirada de Afganistán o la inflación. La aprobación de leyes con las que reconstruir las infraestructuras o impulsar la industria y las renovables, que son en general medidas populares, no se han traducido en una mejora de su reputación personal. Es posible que los norteamericanos ya no tengan mucho interés en prestar su confianza a los líderes políticos. Creen tener razones de peso para sentir recelos sobre todos.
En ese ambiente de pesimismo, la salida más sencilla es anunciar que el contrincante será mucho peor. “Las elecciones funcionan como Wall Street: miedo y avaricia”, dijo Allan Lichtman, profesor de historia en la American University de Washington, a FiveThirtyEight. “Y aunque la edad de Biden puede afectar a la avaricia, las posibilidades de que Trump vuelva a ganar la presidencia son suficientes para elevar los niveles de miedo”.
Eso no es una sorpresa. Siempre hay razones para sentir miedo del futuro en la política norteamericana si Trump forma parte de él.