Bajo un calor de agosto que en Gaza se traduce como calor abrasador y alta humedad, un centenar de personas corren de un lado a otro en una de las escuelas de la UNRWA situada en el campo de refugiados de a-Shatti. A diferencia de otras escuelas de la agencia de las Naciones Unidas, en esta se respira felicidad. Los cientos de desplazados, niños, mujeres, ancianos y hombres se afanan por echar una mano o simplemente miran entusiasmados cómo los pañuelos de colores, las banderillas palestinas o los globos decoran el amplio patio de recreo del colegio que hace ya más de cuatro semanas se convirtió en refugio para los palestinos que habían huido de sus hogares bajo los bombardeos israelíes. Hoy muchos olvidan que han perdido sus casas, y con ellas, todos sus enseres, algunos incluso el poco dinero que tenían. Hoy todos están invitados a la boda de Heba y Omar.
Por un megáfono uno de los organizadores anuncia cómo se va a llevar a cabo la celebración. En Palestina una boda dura normalmente tres días. Heba tuvo este miércoles su fiesta de henna en la que las mujeres hacen dibujos con esa pasta vegetal en las manos y los pies de la novia. Y en este segundo día tendrán lugar las dos últimas fases: la comida y la fiesta principal. No hay ni dinero ni tiempo para continuar con el festejo como la tradición indica.
“Por favor, sepárense ya, mujeres y chicas a este lado y hombres y chicos al otro”, grita el organizador casi afónico por el megáfono. No hay vestidos de lentejuelas o de colores. Las mujeres se han vestido con lo mejor que tienen en sus bolsas de plástico, con lo único que han podido recoger de los escombros de sus casas bombardeadas. Los hombres están vestidos todavía más austeramente.
Entre los alborotados niños y niñas, los voluntarios gazatíes pertenecientes a pequeñas organizaciones y los funcionarios palestinos de la UNRWA, que hoy además caminan con una sonrisa por primera vez desde que estalló la guerra, colocan los últimos retoques y colocan rápidamente más sillas. A la boda popular no paran de llegar invitados.
“Somos un pueblo de paz, nos gusta crear vida a pesar de la muerte que nos rodea”, cuenta Ahmed un joven voluntario de Gaza: “Hoy preparamos esta boda con muchísima ilusión. Queremos dejar claro que nos gusta la paz y que somos un pueblo oprimido desde hace años”.
Entonces aparecen los voluntarios del Secours Islamique France con bandejas de comida. De fondo suena una alegre canción compuesta especialmente para la gente desplazada del barrio devastado de Shija’yya en Gaza. “¡Es Shija’yya. Es Shija’yya... Sois vosotros, la gente de los mártires y los fedayín!” Todo el mundo comienza a tararearla.
“Lilililililililiiiii”, las mujeres ululan y aparece, por fin, Omar portado a hombros como un héroe. “A pesar del dolor, de los heridos, de las destrucciones de nuestras casas, de los mártires, queremos crear un momento de felicidad para toda esta gente”, cuenta Omar emocionado, “me siento feliz. Porque estamos haciendo algo que hace feliz a la gente no solo a mi mujer y a mí”.
Omar ha tenido una vida muy difícil. Su familia, refugiada palestina, vive en Emiratos Árabes Unidos y le dieron la espalda hace años. Él se fue a Egipto para buscarse la vida, pero las autoridades egipcias le expulsaron a la Franja de Gaza donde él nació. “Cuando llegué aquí a Gaza no tenía casa, ningún lugar a donde ir, ni siquiera familia”, explica Omar: “Tenía un piso preparado para vivir con mi mujer y lo hemos perdido. Israel bombardeó nuestro futuro hogar. De todos modos, seguiré viviendo, nosotros seguiremos adelante”.
Riad Fayad, el padre de la novia, cuenta que desde que Omar se comprometió con Heba han apoyado al futuro marido en todo momento. La familia Fayad, como Omar, tuvieron que huir de Beit Hanun por los ataques israelíes. “Queríamos haber hecho la fiesta durante la guerra pero la escuela de la UNRWA de Beit Hanun donde estábamos fue bombardeada”, explica Riad: “Ahora estoy feliz, gracias a Dios, como el resto de la gente aquí. A pesar del dolor seguiremos felices. Aunque en tiempos de guerra todo es siempre complicado, yo deseo todo el bien para mi hija y su novio, y para todo el pueblo de Gaza. Pido a Dios que tengan suerte y haya pronto paz para todos”.
Los compañeros de trabajo de Omar, miembros del cuerpo de policía de Gaza, le ayudaron económicamente para que pudiera preparar un pequeño y sencillo piso donde vivir con su futura familia. “Hicimos una colecta para ayudarle a preparar el piso, pero los israelíes lo bombardearon al igual que bombardearon la casa de la familia de Heba”, dice uno de los compañeros de Omar, Feyz Hasan, capitán de la policía: “Todo lo que logramos comprar, muebles, cortinas... todo se perdió en el bombardeo”.
Cuando vieron que la fecha de la boda pasaba sin celebrarse, los colegas de Omar hablaron con los funcionarios de la UNRWA. “Les contamos que Omar tenía que casarse, que había perdido todo. Entonces, los funcionarios de UNRWA hicieron un llamamiento para recoger dinero y contactaron a sus superiores para poder hacer la boda aquí en el colegio. Otro ciudadano ofreció su coche para llevar a los novios. Llegaron muchos voluntarios, como ves, para organizar una boda popular. La UNRWA ha alquilado una habitación de hotel para la primera noche de bodas”.
Horas después, con el atardecer, llegan por fin juntos los dos novios. En los peldaños de hormigón del patio del colegio han colocado un sillón matrimonial, típico de los salones de boda palestinos en Gaza. Tras lograr esquivar los cientos de niños y adultos, la pareja toma asiento. Un cordón humano de voluntarios intenta protegerles de la avalancha de curiosos y periodistas.
“A pesar de la destrucción, la tristeza, el dolor tendremos hijos muy pronto”, afirma sonriente Omar mientras aprieta la mano de Heba que, vergonzosa y un poco aturdida por la multitud se mantiene lejos de los micrófonos.
“Sabemos que nuestra tierra será liberada tarde o temprano. Quizás nosotros no lo veamos, pero sí lo verán nuestros hijos”, dice esperanzado familia Omar.