El vendaval ultraderechista liderado por Jair Bolsonaro (46,05% de los votos con el 99,92% del escrutinio) ha seguido creciendo durante los últimos días de campaña para estas elecciones presidenciales en Brasil, y se ha quedado muy cerca de proclamarse presidente directamente en la primera vuelta. Solo el Partido de los Trabajadores (29,25% de Fernando Haddad) y Ciro Gomes (12,47%) han logrado seguir su estela, pero a una gran distancia.
El resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, dentro de tres semanas, dependerá de la unión de la izquierda y el centroizquierda, en primer lugar, y de todos los apoyos que pueda encontrar el Partido de los Trabajadores entre los partidos de centroderecha y la derecha tradicional. La ventaja de Jair Bolsonaro es enorme, lo cual obliga a Fernando Haddad y a Lula da Silva –desde la cárcel– a hilar con cuidado hasta el más mínimo detalle de sus acercamiento con sus hasta ahora contrincantes.
El Brasil actual y el vendaval Bolsonaro no se pueden analizar únicamente desde el ángulo político. Los votantes del ultraderechista Bolsonaro lo han demostrado este domingo. A cada votante se le puede aplicar una de estas razones o varias al mismo tiempo. Puede ser porque el votante concuerde con las ideas del candidato ultra; porque el odio hacia la izquierda y el Partido de los Trabajadores esté por encima de todas las cosas; por presenciar el desplome de la derecha tradicional –Geraldo Alckmin, PSDB, es el mayor fracaso de estos comicios, con el 4,76% de los votos–, o porque la desesperación generada por la crisis económica o los casos de corrupción que salpican a la mayoría de los partidos le hayan llevado a cualquier alternativa.
Influye también la Iglesia evangélica, que ha alcanzado un peso político abrumador y cuenta con efectivos mítines cada fin de semana. Y puede ser también por un nivel de desinformación alarmante –aquí entran varias causas, entre ellas las educativas y la manipulación informativa a través de las redes sociales–, o por la total falta de empatía con determinados colectivos víctimas de la injusticia social (afrodescendientes, LGBTI, población indígena).
También existe una dosis de desconexión con la realidad. Tener fe en que la ultraderecha consiga combatir la violencia urbana con más violencia –teniendo en cuenta los contraproducentes resultados de la intervención militar del gobierno de Michel Temer en el Estado de Río de Janeiro– es una demostración más de convicción ideológica.
A muchos en Brasil les ha atrapado Bolsonaro con tres ideas sencillas basadas en seguridad, reducción de impuestos y lucha contra una corrupción, aunque lleva tres décadas rodeado de ella por todas partes.
Bajo tales circunstancias, la mejor noticia ha sido que el ambiente en las calles de todo el país durante el domingo fue de tranquilidad. El odio acostumbra a ser virtual durante estas semanas, salta de teléfono en teléfono. En los alrededores de los centros, y en las largas colas que se formaban, ninguna voz más alta que la otra, pero opiniones que ayudan a contextualizar estas elecciones. “Este año hay un tío que viene con esperanza para el pueblo”, dice un vendedor ambulante en referencia al candidato que ganó la primera vuelta.
“No todo el mundo que le vota es así, ni todo el mundo dice esas cosas”, se justifica otro joven votante de ultraderecha justo al lado, mientras espera para acceder al local asignado para los comicios en su barrio de la zona sur de Río de Janeiro. Dos de los votantes de Bolsonaro que esperan pacientemente durante más de una hora, reciben un mensaje de una amiga partidaria del #EleNão [Él no]: “Queréis ser tan europeos, pues que mirad lo que opinan en Europa al respecto”.
Igual que llegó ese mensaje, durante las horas previas a la votación y durante todo el día, llegaron otros muy diferentes que intentaban suavizar los principios de Bolsonaro. Uno de los recados más divulgados confrontaba los “verdaderos problemas del país: crisis económica, desempleo, violencia, salud, educación corrupción”, con lo que se supuestamente se estaba discutiendo en la campaña: “Ideología de género, machismo, racismo, feminismo”.
El texto propagado, en clara alusión al voto a favor de Jair Bolsonaro, concluía: “Entiéndelo de una vez por todas, tu voto va a elegir un presidente, no un padre. Necesito que resuelva los problemas de mi país y no que me enseñe valores”, añadía. “Eso lo tengo que aprender en casa y en la escuela. Si tuviera que aprender valores con el presidente, ahora estaría preso en Curitiba.”
En un momento dado, algo comenzó a resquebrajar la serenidad de la jornada electoral. Comenzó a expandirse en las redes sociales. Surgió en forma de anécdotas sueltas que fueron encajando unas con otras. Por la avenida Nossa Senhora de Copacabana cruzaba una pareja con la camiseta de la selección brasileña (algunos votantes de Bolsonaro han ido a las urnas vestidos así), quejándose, a voz en grito, de que uno de los secretarios encargados de velar por los votos de su centro electoral vestía “una camiseta roja”, el color del Partido de los Trabajadores.
Minutos después de comenzar estos rumores, la familia Bolsonaro, como ya habían anunciado antes del domingo, utilizó todo lo que tenía a mano para desplegar su plan de no aceptar otro resultado que no fuera la victoria en primera vuelta y denunciar de inmediato el fraude electoral.
Jair Bolsonaro empleó a su hijo Flavio –candidato a senador por el Estado de Río de Janeiro– para propagar falsedades acerca de urnas electrónicas manipuladas que orientaban a votar a Fernando Haddad. Llegaron a publicar vídeos de supuestos fallos de los dispositivos. Las inculpaciones sincronizadas obligaron al Tribunal de Justicia Electoral a asegurar que los vídeos eran falsos, y que las urnas –lo vienen repitiendo hasta la saciedad, defendiéndose de cada ataque– son absolutamente fiables.
Pero en la política brasileña, también en el mismísimo día de las votaciones, vale todo. La familia Bolsonaro actúa con la misma impunidad con la que el líder humilla en sus intervenciones públicas a mujeres, negros, homosexuales e indios, entre otros. Con la cantidad de indecisos que arrastran sus dudas hasta el último segundo, las toneladas de mentiras que han recorrido las redes sociales durante las últimas semanas, incluida esta jornada de domingo, poseen un significativo grado de importancia. Flavio Bolsonaro ni se disculpó. Agradeció la respuesta del Tribunal, retiró el vídeo horas después, pero puntualizó que “si hubiera voto impreso, nada de eso habría sucedido”.
La polarización que se ahondará más aún para la segunda vuelta del domingo 28 de octubre será un paso más tras la polémica destitución de la presidenta Dilma Rousseff en 2016 por el Parlamento. Bolsonaro es un escalón más de la derecha brasileña, porque lo que llegó después de apartar a la sucesora de Lula da Silva del poder, con Temer al frente del Gobierno, se refleja y se resume a la perfección en el porcentaje de votos de su candidato –y ministro de Economía–, Henrique Meirelles: 1,22%.