Los militantes del Partido de los Trabajadores (PT) se han aferrado durante los últimos meses a un grito: “Eleição sem Lula é fraude”. Unas elecciones sin la candidatura de Lula, según sus partidarios, no serían legítimas. El lema se expandió incluso más allá de los círculos petistas. Nadie conseguía imaginar unas elecciones presidenciales sin Lula como candidato. Ni los militantes de izquierda ni buena parte del establishment que vivió la bonanza de la era Lula. Eleição sem Lula é fraude. Y la cita electoral de 2018, sin Lula, es un misterio explosivo. Hasta la orden de encarcelamiento de Lula, ahora todo pivotaba, en la izquierda y en la derecha, alrededor de su candidatura. Lideraba todas las encuestas electorales. Apenas había que despejar quién sería su rival en el segundo turno.
La prisión de Lula, después de un proceso judicial lleno de irregularidades, deja en entredicho a la democracia brasileña. Incluso algunos periodistas conservadores, como Reinaldo Azevedo, han denunciado una persecución judicial llena de lagunas: “Lula ha sido víctima de un tribunal de excepción”. Lula jugó hasta el último minuto sus cartas. Y dejó caer su órdago, insinuando que su detención daría nuevas alas al PT: “Si me detienen seré héroe. Si me matan, seré un mártir, y si me dejan suelto, seré presidente de nuevo”.
Proceso espectáculo
El proceso que el juez Sérgio Moro inició contra Lula excede lo judicial. Sérgio Moro, transformado en héroe por los medios, condena a Lula por haber recibido supuestamente un apartamento de la constructora OAS en Guarujá, a cambio de favores políticos. Sin embargo, no hay pruebas documentales. Los vecinos del edificio del supuesto triplex de Lula se han vuelto contra el ex presidente, no porque le hayan visto mucho por allí, sino porque la TV Globo “tiene muchas pruebas”. El caso del tríplex de Lula es judicialización de la política en estado puro, un caso de lawfare de libro. Sérgio Moro, al que acusan desde las páginas de The New York Times de uso partidista de la justicia, ha transformado el proceso en un espectáculo de masas.
El juez Moro, con vocación de justiciero y deseos de fama, llegó a tener que pedir perdón en 2016 al Tribunal Supremo por divulgar ilegalmente conversaciones entre Lula da Silva y la presidenta Dilma Rousseff. Todo vale. El juez Moro es una pieza clave de un plan orquestado para machacar el posible retorno de Lula. El objetivo final es destruir el mito Lula, “o filho do Brasil”, el pobre que llegó a ser el presidente más popular de Brasil. La reciente serie de Netflix, O Mecanismo, dirigida por José Padilha, que describe la corrupción en la política brasileña, ha sido fuertemente críticada desde la izquierda. La acusan de cebarse contra personajes que remiten a Lula y a Dilma. Y por dejar bien parado a un juez que podría ser Sérgio Moro. Otros políticos afectados por la operación anti corrupción Lava Jato, como el mismísimo Aécio Neves, que fue candidato presidencial del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB), no parecen estar en la mira del diretor de O Mecanismo. Tampoco en el radar del juez Sérgio Moro.
¿Podrán los medios conservadores brasileños, Netflix y una justicia en entredicho acabar con el mito de Lula? Lo cierto es que sin Lula, el PT está descabezado. Las izquierdas se quedan huérfanas. El relato del ciclo progresista de América Latina se ve seriamente dañado. Y las elecciones de octubre de 2018 se convierten en una verdadera incógnita.
Fla-flu, la metáfora
En Brasil, el fútbol brinda metáforas para todo. En los últimos años, la metáfora futbolística para explicar el clima político del país ha sido el fla-flu, como se conoce el clásico entre los equipos Flamengo y Fluminense de Rio de Janeiro. El fla-flu, que el escritor Mário Filho definía como “el clásico de las multitudes”, resume el estado de pasiones políticas binarias del Brasil actual. “Brasil necesita librarse del Fla-Flu político”, escribía en septiembre de 2013, el abogado y profesor Pedro Estevam Serrano. Casi cinco años después, el fla-flu político se ha radicalizado. Todo el mundo parece tener una postura con respecto a Lula. De un lado, se argumenta que defender a Lula es salvaguardar la democracia. Del otro, que su detención es un síntoma de que nadie está por encima de la ley. En el medio, un desierto político habitado por la visceralidad, sin un debate en profundidad sobre el modelo de país. Y sin auto crítica. Hasta el día de hoy, el PT todavía no ha entonado ninguna autocrítica. Paradójicamente, los militantes de las manifestaciones pro Lula están siendo detenidos con la Ley Antiterrorista que Dilma Rousseff aprobó antes del Mundial de Fútbol de 2014 y tanto indignó a los movimientos sociales.
Las revueltas generalizadas que sacudieron Brasil a partir de junio de 2013 rompían las dicotomías políticas previas. La reacción inicial del gobierno de Dilma Rousseff fue la escucha. Poco a poco, ante la incapacidad de entender una oleada de protestas que no se encuadraban en la política representativa, la postura del PT con los manifestantes se hizo beligerante. El PT apostó todas las fichas a una polarización que la derecha ya había colocado en el ambiente. Durante la celebración del Mundial, el gobierno Dilma acusó de poco patriotas a los manifestantes, actitud que fue comparada al lema de la dictadura Brasil, ame-o ou deixe-o (Brasil, ámalo o déjalo). Para las elecciones de 2014, el PT entregó su estrategia a la máquina binaria. En lugar de buscar el enfrentamiento con su rival histórico, el PSDB de Aécio Neves, el PT arremetió contra la centro izquierdista Marina Silva, ex ministra de Lula, para aniquilar cualquier tercera vía posible. Y un infernal clima fla-flu se instauró definitivamente en el país, tras la victoria de mínimos de Dilma Rousseff. Todo se transformó aparentemente en una batalla con dos únicos lados posibles, entre coxinhas (algo así como pijos) y petralhas, (término despectivo para petistas).
El retorno de Lula estaba en marcha antes de que Dilma Rousseff sufriera el impeachment en agosto de 2016. Dilma no estaba consiguiendo navegar en las lógicas del acordão, el pacto que Lula hizo con el derechista Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB) y los poderes económicos. Los puentes con buena parte de los movimientos sociales y con una nueva ola de protestas de cariz ciudadanista estaban dañados.
El petismo entregó las calles y la pauta anti corrupción a la derecha. Y las derechas, viejas y nuevas, aprovecharon su momento. La primera gran manifestación convocada por grupos derechistas en enero de 2015 se desbordó con manifestantes que no empuñaban pautas conservadoras. El estudio realizado por los académicos Pablo Ortellado, Lucia Nader y Esther Solano reveló que los supuestos manifestantes “coxinhas” de la Avenida Paulista de São Paulo defendían muchas pautas progresistas. Sin embargo, la estrategia del PT seguía pasando por el binarismo. Y por criticar a los nuevos manifestantes. Y las nuevas derechas salieron del armario, desmelenadas de neoliberalismo y odio. Y mientras, el gobierno de Michel Temer, que llegó tras el golpe parlamentario del impeachment, el más impopular de la historia de Brasil, activa las reformas que el mercado no consiguió tras las urnas.
El ultra derechista Jair Bolsonaro, un militar de la reserva transformado en diputado súper star, surge en ese clima visceral, alimentado por un anti petismo irracional. João Dória, que conquistó la alcaldía de São Paulo en 2015 vendiéndose como un gestor “no político”, llegó a definirse como el “anti Lula”. Ante la falta de liderazgo de un PT desgastado, Lula se erigió como única posibilidad. En un país donde el sebastianismo, basado en el mito profético de la Portugal del siglo XVI que auguraba un retorno del fallecido rey Sebastião, tiene peso en la cultura popular, Lula el Retornado toca el alma del pueblo. Si Getúlio Vargas, el mesiánico presidente de la década de los treinta, volvió al poder en 1951, ¿por qué Lula no iba a seguir sus pasos?
Izquierdas divididas
La prisión de Lula deja al PT tocado y (casi) hundido. La ley Ficha Limpa impide la candidatura de Lula, aunque salga de la prisión antes de las elecciones. El mito Lula era el plan A. Y no hay plan B. La ausencia de auto crítica aleja a muchos militantes que desde 2013 denuncian la deriva hacia el extremo centro del PT. El mito Lula agita el relato popular, pero hay un abismo entre las políticas públicas de los últimos años de Dilma y esas narrativas rojas. El mito Lula es la mayor paradoja de la historia del petismo: Lula es la única figura vinculada a fuerzas con historia progresista con capacidad de ganar las eleciones y al mismo tiempo el principal obstáculo para la renovación de las izquierdas.
No existe ni un atisbo de renovación en el PT. Sin Lula, no hay líderes petistas capaces de ganar las elecciones. Todas las quinielas apuntan a dos nombres: Fernando Haddad (ex alcalde de São Paulo) y Jaques Wagner (ex gobernador de Bahía). Haddad perdió las elecciones municipales de São Paulo en el primer turno y no tiene tirón electoral en su propio Estado. Jaques Wagner, fuera de Bahía, no tiene la popularidad suficiente. Sin embargo, si Lula hace campaña para cualquier de los dos, el PT se colaría en segundo turno. Con Lula en la cárcel, esta posibilidad es más remota.
Tras la aceleración del proceso de encarcelamiento de Lula, la teoría de que el PT puede no tener candidato propio a las elecciones coge fuerza. El PT podría apoyar la candidatura del izquierdista Ciro Gomes, ex ministro de Lula. Ciro Gomes ya es pre candidato del histórico Partido Democrático Trabalhista (PDT), del líder histórico Leonel Brizola. Los otros partidos de izquierda no tienen el suficiente peso para ser una alternativa. El Partido Comunista do Brasil (PCdoB), encabezado por Manuela D'Avila, no tiene expresión nacional, a pesar de estar gobernando desde 2014 el Estado de Maranhão y algunas ciudades. El Partido Socialismo e Liberdade (PSOL), que estudia una candidatura conjunta del activista urbano Guilherme Boulos y la indígena Sônia Guajajara, tiene pocas posibilidades. Sin embargo, la mezcla del imaginario del Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST) de Boulos y de las causas indígenas de Guajajara podria ventilar el debate, abriendo por fin la necesaria renovación de las izquierdas.
La paradoja: ambos partidos están presos en el laberinto Lula. Tras el proceso de encarcelamiento, han cerrado filas con el expresidente. Y no consiguen tener voz propia al margen del lulismo. Tarso Genro, un peso pesado del PT, lleva meses destacando la necesidad de construir un frente amplio para las izquierdas brasileñas. Con un candidato del PT, ese frente unitario de las izquierdas parece difícil. Si el PT decide apoyar a Ciro Gomes, se abriría una pequeña posibilidad.
Marina Silva, pre candidata presidencial del partido REDE, es la gran incógnita. Marina todavía no se ha recuperado de la hostil campaña de las elecciones de 2014. Tampoco de sus errores. Su apoyo en el segundo turno al conservador Aécio Neves la alejó del campo de las izquierdas. Y, sobre todo, de un voto joven crítico con el PT pero que abraza valores progresistas. Su pasado vinculado al gobierno Lula despierta recelos en esa parte de la ciudadanía ancorada en el anti petismo, que empieza a vincularse emocionalmente a la ultra derecha.
Durante el duelo entre Moro y Lula, Marina Silva ha intentado mantenerse, sin mucho éxito, fuera del fla-flu político. “La prisión de un ex-presidente es un acontecimento triste en qualquer país. Sin embargo, en una democracia, las decisiones de la Justicia deben ser respetadas”, declaró tras conocer la orden de prisión de Lula. Difícil, aunque no imposible, que Marina vuelva a conseguir la confianza de parte de las izquierdas. Difícil que seduzca a los fanáticos del justiciero Sérgio Moro.
Con la candidatura de Lula, la única incógnita para el segundo turno de las elecciones era saber quién sería su rival. En algunas encuestas, el ultra derechista Jair Bolsonaro llegaría al segundo turno. En otras, el siempre sólido PSDB llenaba el cupo conservador del segundo turno. La ausencia de Lula hace saltar las alarmas en la izquierda. Cuesta imaginar que Geraldo Alckmin, pre candidado del PSDB y ex gobernador de São Paulo, no llegue al segundo turno. Y en estos momentos, no es un disparate pensar que pueda llegar a darse un duelo final entre la derecha de Alckmin y la ultra derecha de Bolsonaro. Las encuestas apuntan, de hecho, a que el vacío de Lula beneficia a la derecha.
Todo sigue en abierto. La política brasileña continúa encerrada en el laberinto. Difícil calcular el efecto de las imágenes de Lula en la prisión. Nadie consigue medir el tamaño de la indignación de muchos ciudadanos que sin ser petistas reconocen el legado de Lula y critican el proceso judicial injusto. La prisión del ex presidente no es la salida de la crisis política y económica de Brasil. Es una salida falsa, otra más, para un país extraviado en el laberinto Lula.