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Camino a la prohibición: “Estamos en la fase de estigmatización de la bomba nuclear, igual que pasó con la esclavitud”

Setsuko Thurlow, sentada, muestra el premio Nobel de la Paz acompañada por Carlos Umaña y Ana Helena Chacón, embajadora de Costa Rica en España.

Javier Biosca Azcoiti

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6 de agosto de 1945. 8.15 de la mañana. Setsuko Thurlow tiene 13 años y está en la base militar del ejército de Japón en su ciudad, Hiroshima, donde ha sido reclutada por el Gobierno para descodificar mensajes secretos de los estadounidenses. “Así de desesperado estaba Japón”, recuerda con voz suave esta mujer de 88 años en un acto celebrado el lunes pasado en Casa América, Madrid.

Era la reunión de la mañana y su supervisor, un comandante del que aún recuerda nombre y apellido, intentaba motivar a su equipo. “Haced todo lo que podáis por el emperador”, decía. No había terminado sus palabras cuando Thurlow vio aquella luz cegadora. EEUU había lanzado la primera bomba nuclear de la historia. Arrasó la ciudad y mató entre 90.000 y 166.000 personas.

Desde entonces, Thurlow lleva toda su vida luchando contra las armas nucleares. En 1954 las críticas que lanzaba desde EEUU eran recibidas con amenazas e insultos racistas. 66 años después, existe el primer tratado de prohibición de las armas nucleares. Aprobado en 2017, el documento entrará en vigor cuando sume 50 ratificaciones (actualmente 35 Estados han ratificado el tratado). La Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), de la que Thurlow forma parte, recibió aquel año el premio Nobel de la Paz por ser uno de los grandes impulsores del proyecto.

La luz cegadora. “Entonces sentí cómo mi cuerpo salía por los aires. Ahí es cuando perdí la conciencia. Cuando la recuperé, me vi en total oscuridad y silencio bajo el edificio derribado. Estaba atrapada. intentaba moverme, pero no podía. Sabía que me estaba muriendo. Silencio total”. Al poco, empezó a escuchar susurros de otras chicas atrapadas bajo los escombros: “Por favor, mamá, ayúdame”.

De pronto, una voz fuerte de hombre: “No os rindáis, no os rindáis, estoy intentando liberaros”. Thurlow logró ver la luz, liberarse de los escombros y se alejó de allí rápidamente. “Nunca vi la cara de aquel hombre. Miré atrás y los escombros ya estaban en llamas, así que no podía volver. Claro que pensé en mis amigas, éramos como 30 en la misma sala. Eso significaba que todas murieron quemadas”.

“Cuando salí, fuera estaba oscuro como el crepúsculo por el polvo que había en el aire de la explosión”, relata. “Empecé a ver algún movimiento en la oscuridad. Era lo que yo llamo una procesión de fantasmas, no seres humanos. No parecían seres humanos. El pelo gris, partes de su cuerpo colgando, con los huesos a la vista y algunos llevaban sus propios ojos en las manos”, añade mientras junta las manos con las palmas hacia arriba y se las lleva a la cara emulando aquel imborrable episodio.

Tras la guerra, Thurlow se marchó a EEUU a estudiar la carrera. Por aquel entonces, Washington estaba probando la bomba de hidrógeno en las Islas Marshall. Su experiencia le empujó a denunciar lo ocurrido ante los medios. “Se lo tomaron como un insulto. era una cuestión de patriotismo. Pronto descubrí que el mismo episodio histórico que vivimos en Hiroshima y Nagasaki era percibido de una forma totalmente diferente en EEUU. Era algo bueno. Era lo correcto y habían terminado la guerra”.

La situación ha cambiado. Hoy en día sigue vigente el Tratado de No Proliferación (TNP) que, en palabras de Vicente Garrido, antiguo miembro del Comité Asesor Personal sobre Asuntos de Desarme del Secretario General de Naciones Unidas y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos, “es el más exitoso y discriminatorio de la historia”. Ratificado por 191 países, permite la tenencia de armas nucleares exclusivamente a Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Sin embargo, el tratado de prohibición total de armas nucleares empieza a dar sus primeros y pequeños pasos.

Carlos Umaña, compañero de Thurlow en ICAN, señala: “La prohibición tiene varias fases y actualmente estamos en la fase de la estigmatización. Así es como ha funcionado con otros procesos similares, no solamente en desarme, sino también por ejemplo con la abolición de la esclavitud”. “Cuando se empezó a abolir la esclavitud, era una de las principales fuentes de comercio internacional. Que todo el mundo se diera cuenta de que era algo inmoral y negativo no fue inmediato, pero es algo que con el tratado está empezando a pasar”, añade.

Umaña ha estado involucrado en el desarrollo del tratado desde el inicio. En 2013, el activista iba a los foros de la ONU únicamente a contar las veces que se mencionaba la palabra prohibición. “Eso ya era un logro para nosotros”, señala. “Al Costa Rica querer tener un papel más protagónico en esto, trabajé muy de cerca haciendo cabildeo con Costa Rica y Latinoamérica. Incluso en 2015 Costa Rica me incluyó en su delegación diplomática y fui diplomático durante todo el mes de la conferencia de revisión del TNP en 2015”.

Las armas nucleares son un símbolo de poder que equipara la capacidad destructiva con poder y prestigio. No son armas prácticas que puedan utilizarse porque hacerlo es prácticamente un acto suicida. El rol de la estigmatización y condena moral es sumamente importante”, indica Umaña.

“Es el caso por ejemplo de EEUU que, aunque no ha firmado ninguna de las convenciones que prohíbe las minas antipersona y las bombas de racimo, ya no las produce porque se quedó sin compradores y sin inversores y se crea en el mundo un clima de condena moral a esas armas. La estigmatización empieza por decir esto está mal y no lo vamos a apoyar”, añade.

Thurlow coincide en el papel de la estigmatización. “La bomba nuclear hoy es ilegal y a nadie le gusta agarrarse a un arma ilegal. Eso tiene un efecto estigmatizador, no es fácil y llevará tiempo, pero es posible. La humanidad ha creado este arma y es posible deshacerse de ella”, señala.

“Es una falta de voluntad política. Los países que tienen la bomba nuclear se resisten a renunciar a sus armas y están haciendo la vida muy difícil a esos países que piensan, como nosotros, que la eliminación de todas las bombas nucleares es la única garantía para la seguridad de los seres humanos en el planeta”, añade.

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