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Carlos Corrochano, experto en Relaciones Internacionales: “El único internacionalismo posible es el que apoya a Palestina, Ucrania y Sáhara Occidental”

Carlos Corrochano (A Coruña, 1996) cree que la izquierda, desorientada en un mundo en transición, necesita romper de una vez con las lógicas y el marco de la Guerra Fría para poder reimaginar la política internacional y revertir “la internacional reaccionaria” que se extiende por el mundo.

El jefe de gabinete en la secretaría de Estado de Economía Social, asesor de política internacional en la Vicepresidencia Segunda y profesor de Teorías críticas de las Relaciones Internacionales en la Universidad Sciences Po de París acaba de publicar el libro colectivo Claves de política global (Arpa), “una herramienta intelectual para renovar los fundamentos de la política internacional desde un punto de vista transformador y progresista”.

Mientras habla, Corrochano cita a decenas de los grandes académicos y teóricos de las relaciones internacionales en su análisis reposado, reflexivo y profundo de las dinámicas subterráneas para entender, en palabras de Antonio Gramsci, el interregno actual. “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”, decía el pensador marxista italiano en sus Cuadernos de la cárcel. El siguiente texto es una transcripción editada de la conversación.

Uno de los argumentos principales del libro es que estamos en un mundo en transición. En ese marco hay una extrema derecha reaccionaria que ofrece la seguridad de volver a lo antiguo y una izquierda que no es capaz de ver o imaginar el sistema futuro ¿Por qué?

La política internacional casi siempre ha sido un objeto extraordinariamente incómodo para las izquierdas. Esto hoy es muy evidente porque estamos en un contexto en el que lo internacional proyecta los sueños de los reaccionarios y las pesadillas de los de los progresistas. Lo internacional hoy se nos aparece como este terreno fértil para la distopía donde impera el pánico ubicuo, es decir, esa sensación de que puede suceder cualquier cosa en cualquier momento y en cualquier lugar. 

Eso tiene que ver principalmente con un diagnóstico equivocado y desfasado por parte de la izquierda. Explicaba Perry Anderson para ilustrar el estado político y anímico de las izquierdas tras la caída del Muro de Berlín que la derrota es una experiencia que se tiende a sublimar. Más de 30 años después, el hecho de no habernos hecho cargo de esa derrota explica gran parte de la desorientación y crisis narrativa de las izquierdas.

Hasta que no nos demos cuenta de que el mundo bipolar ya no es y el binarismo geopolítico ya no funciona, no seremos capaces de afrontar los desafíos del interregno actual. Como decía Susan Buck-Morss, la caída del de la utopía soviética no solo conllevó la muerte del futuro en el espacio postsoviético, sino que como contrapartida tuvo también la cancelación de futuro en el mundo occidental.

El antimperialismo unidireccional [contra EEUU] de una parte de la izquierda es una aberración fruto de un diagnóstico errado y desfasado en más de 30 años

El historiador de las ideas Enzo Traverso argumenta que la conversión de la economía de mercado neoliberal en una suerte de religión ha estigmatizado las utopías. Es decir, que se ha descalificado cualquier tipo de pensamiento utópico y eso impide imaginar un futuro para la izquierda.

Más que el hecho de que la utopía goce hoy de una mala fama, que es cierto, tiene que ver con que la utopía ha sido en general enarbolada con mucha más habilidad por el frente reaccionario. Los neoliberales supieron utilizar muy bien la herramienta utópica. Por ejemplo hay un texto de [el economista Friedrich] Hayek del año 1949 en el que, en un momento donde el consenso keynesiano de posguerra era casi un paradigma incontrovertible, él hablaba de la necesidad de una utopía liberal. 

Es un texto enormemente utópico, pero 30 años después, lo que era un pensamiento casi marginal acabaría imponiéndose. Lo decía también Milton Friedman en el prefacio de Capitalismo y Libertad de los años 80. Friedman sostiene que solo las crisis dan lugar a cambios reales y que la función política que tenían los neoliberales era construir esas alternativas y sostenerlas hasta el momento adecuado en el que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable.

Eso la derecha lo ha conseguido y la izquierda, no.

Hemos fallado. Uno de los objetivos de este libro es renovar la utopística, concepto que trabajó Immanuel Wallerstein. Frente a la utopía concebida como un modelo ideal de ensoñación demasiado abstracto, la utopística viene a ser un ejercicio de postular horizontes alternativos ambiciosos, pero realistas. El pragmatismo sin ambición es una entidad vacía, pero la ambición sin pragmatismo es un simple recurso retórico. Hay que recuperar esa labor utópica, pero de nuevo, eso comienza por acertar con el diagnóstico.

¿Qué papel cree que tiene en en ese sistema mundo el concepto de Estado-nación? Cuando parece que menos sentido tiene por el marco en el que estamos, más recurren a ella distintas fuerzas de la extrema derecha que aspiran a Estados-nación homogéneos.

Después de la pandemia hemos vuelto a un paradigma neoestatista que no es necesariamente algo positivo ni progresista, sino que simplemente tiene que ver con cambiar la pregunta de qué debe hacer el mercado a qué puede hacer el Estado. En este paradigma neoestatista en el que seguimos insertos, por mucho que podamos y debamos desde el punto de vista intelectual criticar el sistema westfaliano, el Estado-nación es una herramienta absolutamente imprescindible para la transformación del mundo contemporáneo y para precisamente avanzar hacia unas relaciones internacionales más emancipatorias.

Las elecciones de Francia se han vendido como un éxito de la izquierda, pero precisamente porque parecía que los resultados iban a ser mucho peores. La realidad es que la extrema derecha sigue creciendo elección tras elección ¿Es una fuerza incontenible?

Lo sucedido es una extraordinaria noticia, pero lo importante, más allá de haber salvado la partida, son las tendencias subterráneas. En primer lugar, el crepúsculo del macronismo, que fue un terremoto político que cambió la composición de los bloques y cuyo objetivo era modernizar en un sentido neoliberal el Estado. En segundo lugar, la izquierda ha obtenido una victoria in extremis, pero hay que ser realistas: siete millones de votos sobre 49 millones de inscritos no conforman una mayoría.

Además, la fragmentación del propio espacio a la izquierda y las disputas internas dificultan componer un proyecto y un candidato común de cara a la gran partida: las presidenciales de 2027. Y en tercer lugar, el avance firme y contundente de la extrema derecha. Son 10 millones de votos (37%) cuando hace apenas dos años eran 3,5 (17%).

La internacional reaccionaria responde a una cierta ansiedad civilizacional, como la teoría del gran reemplazo, que les empuja a esa unión a pesar de las diferencias. En la izquierda tenemos mimbres para construir algo similar. ¿Qué mayor ansiedad civilizacional hay que la emergencia ecológica y la crisis climática?

El Frente Nacional ha sido como el mascarón de proa de las extremas derechas europeas desde su nacimiento en el año 1972 y nos sirve para entender lo que sucede en el resto de Europa y del mundo.

¿Y qué sucede?

La extrema derecha ha sido extraordinariamente hábil porque ha logrado proyectarse como un bloque a pesar de sus muchísimas diferencias internas e incluso incompatibilidades ideológicas y estratégicas. Eso demuestra una habilidad de la que las izquierdas deberían aprender y yo creo que eso se debe en parte a su condición apofática. Lo resumía a la perfección [Jorge] Buxadé, eurodiputado de Vox, en una entrevista hace poco en la que decía que lo que les une a los Orbán, Meloni, Le Pen… es que tienen un enemigo común.

La internacional reaccionaria no se construye necesariamente sobre grandes convicciones compartidas, sino sobre la constancia de que hay un enemigo común y la necesidad de operar de forma coordinada. Responde además a una cierta ansiedad civilizacional que les empuja a esa unión a pesar de las diferencias que se puede ver, por ejemplo, con la teoría del gran reemplazo. 

Nosotros tenemos mimbres parecidos para construir algo similar a pesar de las dificultades ¿Qué mayor ansiedad civilizacional hay que la emergencia ecológica y la crisis climática? En términos gramscianos, hay que construir un bloque histórico global. Como punto de referencia está la primera Internacional de 1864, que es un ejemplo, en tanto que fue capaz de reunir a ‘ismos’ muy diversos, pero que entendieron la complejidad del de aquel momento histórico en el siglo XIX y se unieron bajo un programa de mínimos.

La internacional reaccionaria responde a una cierta ansiedad civilizacional, como la teoría del gran reemplazo, que les empuja a esa unión a pesar de las diferencias. En la izquierda tenemos mimbres para construir algo similar ¿Qué mayor ansiedad civilizacional hay que la emergencia ecológica y la crisis climática?

Lo que estamos viviendo estas semanas con los nuevos grupos de la extrema derecha en el Parlamento Europeo, que van a ocupar el 26% de los escaños cuando en los 90 era el 4% y hace 20 años era el 10% quizá no es la gran ola reaccionaria, pero es algo muy peligroso: la normalización de sus marcos y el avance lento pero inexorable de la extrema derecha.

Estos grupos han pasado de un euroescepticismo estridente a un reformismo tibio que puede también tener un impacto muy negativo. A pesar de esos cambios, la extrema derecha sigue proyectándose hacia afuera en lo político y lo social como un sujeto político único y antieuropeo. Esa habilidad de operar en bloque, a pesar de no ser realmente uno, es una gran enseñanza para las izquierdas.

Defiende el universalismo como principio rector de una política exterior progresista ¿Qué quiere decir eso?

En base a las respuestas dadas a Palestina y a Ucrania, el autor Bruno Maçães establece cuatro tribus geopolíticas contemporáneas: los darwinistas, que defienden un orden global basado en la fuerza bruta (son los que apoyan a Israel y a Rusia) —son minoritarios incluso en la extrema derecha—; los occidentalistas, que ven todo mediado por lo civilizacional y que apoyan a Israel y a Ucrania; los antioccidentalistas, cuyo principio rector en realidad es la oposición a Estados Unidos y que lo culpan de lo que está sucediendo en Ucrania y del genocidio en Gaza; y los universalistas, que son aquellos que ponen como principio rector de toda política el apoyo a la libre determinación de los de los pueblos, el apoyo al derecho a la resistencia y a la legítima defensa de los pueblos sometidos y agredidos y el apoyo al derecho internacional como marco rector y lenguaje común.

El único internacionalismo posible hoy en nuestro contexto es aquel que apoya a los pueblos de Palestina, de Ucrania y del Sáhara Occidental

A pesar de contener muchísimas trampas y de tener muchísimas limitaciones, el derecho internacional es una de las pocas herramientas con las que contamos para para orientarnos en el mundo actual. La izquierda debe recuperar el universalismo como lenguaje común. 

Pero quizá ese universalismo no significa lo mismo en todo el mundo, pienso en el sur global, por ejemplo.

El universalismo ha gozado de una merecida mala fama en los estudios subalternos y cómo bajo el discurso supuestamente universal se han reescrito los valores del supremacismo blanco del eurocentrismo. Eso es una advertencia histórica y política relevante todavía hoy, pero eso no quiere decir que el universalismo sea malo per se. 

Precisamente los mejores portadores de la universidad estratégica hoy están en el sur global. Uno de los mejores casos es el alegato de Sudáfrica en las audiencias públicas del 10 y del 11 de enero en la Corte Internacional de Justicia contra Israel. Creo que ese alegato sobre el derecho internacional es el texto fundante de la universalidad estratégica que debemos afirmar.

El derecho internacional por sí mismo no basta, pero una articulación política inteligente del derecho internacional puede ser una herramienta enormemente útil para la emancipación también de los pueblos del sur global y Sudáfrica nos ha dado esa lección.

En la izquierda hay dos posturas con respecto a este tipo de herramientas —que no necesariamente tienen orígenes progresistas—: Por un lado, Audre Lorde decía que las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo. Por otro, Mario Tronti sostiene que las armas para las revueltas proletarias siempre han sido cogidas del arsenal de los patrones y creo que Sudáfrica nos ha dado una lección de esto. 

Esto que parece una discusión muy abstracta tiene una traslación inmediata al contexto español. Para mí el único internacionalismo posible hoy en nuestro contexto es aquel que apoya a los pueblos de Palestina, de Ucrania y del Sáhara Occidental y da buena cuenta hasta qué punto una gran parte de la izquierda sigue siendo víctima de esa sublimación de la derrota.

¿Qué quiere decir con esa “sublimación” de la derrota?

Que hay una izquierda que, en el ámbito de la política exterior, sigue atrapada en una serie de lógicas como el moralismo —ver los grandes eventos que suceden en el mundo como catástrofes morales y no como eventos políticos sobre los que poder incidir—.

La idea del negativismo como forma de esbozar cualquier postura en el ámbito de la política internacional como una postura en contra: no a la guerra, no al genocidio… Son gestos de dignidad absolutamente necesarios, pero son insuficientes porque por ellos mismos no constituyen un proyecto político. El “no a la OTAN” es una negativa necesaria, pero tiene que ir acompañada de un debate sobre la autonomía estratégica europea.

Está también el campismo, que es la tendencia a ver las relaciones internacionales en términos de bloques y de campos con intereses geopolíticos o ideológicos compartidos y que eso lleva, por ejemplo, al antimperialismo unidireccional, una aberración política, intelectual y moral fruto de de un diagnóstico errado y desfasado en más de 30 años que por desgracia estamos viendo demasiado en algunas izquierdas —aunque menos de lo que creemos. Si uno ve los votos de The Left, no son tantos. La propia Francia Insumisa tiene por ejemplo una posición bastante coherente respecto a Ucrania—. En realidad es una minoría y creo que en España estamos un poco en los márgenes de Europa en ese sentido.

Aun así es verdad que la izquierda se siente más cómoda defendiendo al pueblo palestino que posicionándose en la guerra de Ucrania, que es más difícil.

Decir que el único internacionalismo posible es el que defiende a los pueblos de Palestina, Ucrania y Sáhara Occidental no quiere decir que se esté comparando contextos históricos, políticos o geostratégicos, el nivel de devastación o las posibles soluciones, porque son distintos. Tampoco se trata de equiparar el apego emocional, social o político a esas causas, por supuesto. Se trata de entender que aplica el mismo principio rector: el apoyo firme e inquebrantable al derecho a la libre determinación de los pueblos, la necesidad de denunciar al agresor por encima de cálculos geopolíticos y no hacer juegos extraños con las extremas derechas.

Lo resumía a la perfección James Baldwin en un texto que escribió poco después del bombardeo con napalm de Trang Bang: “Cada pueblo bombardeado es nuestra ciudad natal”. Este es el revulsivo político y actitudinal a reivindicar.

Hay una izquierda que ha comprado el marco de la multipolaridad, cuando es un debate que tiene muy poco que ver con la tradición marxista, progresista o transformadora de las relaciones internacionales.

Hay una izquierda que ha comprado el marco de la multipolaridad, cuando es un debate que proviene de las teorías realistas de las relaciones internacionales y tiene muy poco que ver con la tradición marxista, progresista o transformadora de las relaciones internacionales. La extrema derecha es particularmente inteligente en este sentido y utiliza el lenguaje de la descolonización. El propio Putin hace unos meses hablaba de construir un movimiento anticolonial contra el frente unipolar.

Evidentemente la causa palestina, por la guerra colonial que lleva ya 100 años en marcha, por la dureza del genocidio que estamos viviendo en directo y por el contexto de ocupación y apartheid, es lógico que sea una causa que a los progresistas nos pueda apelar o emocionar más, pero eso no niega en ningún caso que tengamos o que debamos de apoyar al pueblo ucraniano. Ni siquiera equiparar las condiciones de sus luchas. Tiene que ver con un mínimo común que es político y moral: las izquierdas deberían apoyar siempre a los pueblos agredidos más allá de consideraciones o de cálculos geopolíticos. 

Se ha equivocado Occidente al enmarcar el conflicto de Ucrania como una batalla entre libertad y democracia contra autoritarismo?

La condena debe ser a los dobles raseros. Por un lado al doble rasero de una parte de las élites europeas que no tenían problemas en condenar en los términos más enérgicos la agresión imperialista de Rusia en Ucrania y no hacer lo mismo en Palestina, sino al contrario, legitimando al régimen de Netanyahu. Pero también al doble rasero de una izquierda que condena el genocidio en Palestina, pero que creo que debería estar condenando también de forma mucho más enérgica la agresión rusa en Ucrania. Y eso, de nuevo, no quiere decir en ningún caso equiparar ambas cuestiones.

Las élites europeas han enmarcado lo que sucede en Ucrania en un prisma occidentalista que nosotros debemos rechazar y eso que, dentro de sus múltiples insuficiencias y cuestiones a las que no hemos llegado todavía o que hemos llegado demasiado tarde, el Gobierno español es un oasis en un contexto europeo y global, que es demoledor.