“Me acaban de liberar, tengo que hacer unas diligencias y encargarme de unos temas de comida, que ya sabes que aquí escasea”. No es fácil hablar con Carlos Manuel Álvarez (1989), escritor y periodista cubano. Volvió a Cuba en noviembre para informar y visitar a los activistas cubanos que estaban concentrados en San Isidro (La Habana) –algunos de ellos en huelga de hambre– para exigir la liberación del rapero Denis Solís, uno de los miembros del movimiento cultural de protesta surgido a raíz de un decreto gubernamental que, según denuncian, fortalece el aparato de censura.
La noche del 26 noviembre, la policía entró en la sede y se los llevó detenidos, incluido a Carlos. Fueron liberados a las pocas horas, pero el periodista, fundador de la revista El Estornudo, denuncia que ha estado desde entonces en arresto domiciliario no declarado. El pasado lunes intentó salir de casa, pero volvió a ser detenido durante unas horas. elDiario.es habla con él sobre la situación política en Cuba y el incipiente movimiento de protesta liderado por gente de la cultura.
¿Fue el movimiento San Isidro la razón de su regreso a Cuba? ¿Por qué?
Había dos razones que me impulsaban a entrar a la sede del Movimiento San Isidro donde estaban acuartelados esos chicos activistas miembros de la sociedad civil en una protesta pacífica: una razón periodística y una razón cívica. Por una parte quería acompañar o sumarme a una causa que consideraba justa y que responde también a un cambio en la relación entra el poder y la ciudadanía en Cuba. Desde San Isidro se están articulando posibles narrativas futuras para Cuba y me interesaba participar en todo eso.
Por otra parte hay una razón periodística. Y es la de escribir, reportar y contar lo que estaba sucediendo allá adentro. Sentía que tenía que contar lo que estaba pasando ahí porque la prensa estatal llevaba semanas difamando y quería vender que todo era un show y que no había tal huelga. Yo no tenía ninguna duda porque conozco personalmente a varias de las personas que estaban en la huelga, pero además porque sabía que nadie se somete a una situación extrema de ese tipo de manera gratuita.
Describe la situación de los cubanos como quien intenta caminar con tacones por una calle de adoquines. El que se cae y protesta por su esguince de tobillo se convierte de pronto en enemigo del pueblo. ¿Hay suficientes cubanos con el tobillo lastimado para enfrentarse al Gobierno?
Yo creo que todos los cubanos están con el tobillo dañado. El tema es cuántos cubanos reconocen abiertamente que tienen el tobillo dañado. Entre nosotros nos miramos como pacientes, como enfermos y es quizá eso lo que nos une a todos en una narrativa común, pero la diferencia la marca el reconocimiento de ese padecer. De todas maneras, yo creo que la sociedad cubana reconoce hoy en día en distinto grado este padecimiento. Ahora estamos hablando de San Isidro, pero hay muchas otras expresiones de la política en la vida diaria en las que se muestra ese malestar, aunque no se hable de política expresamente.
¿Cómo cree que ha logrado el Gobierno hasta ahora contener ese malestar y ese dolor?
Yo creo que no lo está conteniendo, creo que ese malestar se está desbordando cada vez más. Ahora ha habido una crisis porque esto de repente se ha vuelto un asunto nacional y ha trascendido también las fronteras cubanas. Ha conectado también con esa parte importante de la nación que es el exilio. Se están estableciendo conexiones allí donde ha habido una ruptura histórica y un abismo que cada vez era más profundo. Parece que esa distancia se está acortando.
Cuando algo aparentemente tan pequeño, tan débil en sus fuerzas y tan mínimo como una protesta de personas pacíficas sin ningún arma más allá de su voz y sus cuerpos acorralados provoca una crisis de este tipo que hay que atajar desde distintos frentes, muestra que evidentemente ese malestar está latente, recorre todo el país y no se puede contener. Ese malestar desborda cada vez más las fronteras discursivas del Estado.
¿Cree que lo que ha comenzado como un movimiento cultural tiene la capacidad de extenderse al resto de la sociedad?
No lo sé todavía. Es una protesta incipiente en términos de cantidad de participantes. Pero por otra parte, donde creo que radica su relevancia es porque es mayor la distancia que hay entre el cero y el uno, es decir, entre no tener nada y tener algo, que entre tener algo y luego seguir sumando a ese algo. Romper esa primera barrera, aunque sea poco en número, desde el punto de vista simbólico y de lo que representa culturalmente tiene un peso que las cifras no pueden cantar. Las cifras son una reducción tecnócrata de la subjetividad y de lo que está en juego.
Estamos hablando de un Estado con el monopolio de la violencia, que tiene un control absoluto sobre los medios de comunicación y también sobre las fuerzas del orden. Puede seguir siendo atajado y controlado de muchas maneras, pero no hay que mirarlo a corto plazo. Esto es sobre todo un proceso cultural y político. Se trata de un cambio subjetivo, un cambio de mentalidad de cómo podemos pensar un nuevo país implementando formas democráticas dentro de un Estado totalitario.
Esa idea heredada de la Guerra Fría de tumbar al régimen y derrocar la dictadura son conceptos que no significan nada. De lo que se trata es de ir ganando derechos paulatinamente desde abajo, desde la ciudadanía e ir revirtiendo ese orden de cosas y ese orden de relación jerárquica entre el poder y la gente. Esa es la manera de ir alcanzando el cambio democrático. Pensar en esos términos tremendistas no refleja lo que está sucediendo en Cuba ni lo que nosotros queremos. Queremos alcanzar el derecho concreto palpable, teniendo en cuenta además que si hay una palabra vilipendiada y prostituida en estos tiempos, es la democracia. Todos estos conceptos del mundo liberal hay que tomarlos con pinzas. Muchas veces, como parte de estar condenados a un encierro, esa suerte de falta de perspectiva hace que compremos cosas que ya están caducadas. Cuando estamos hablando de democracia ¿De qué estamos hablando? Lo que queremos son derechos concretos. Una democracia real, no sólo formal o nominal y que se aleje de esa retórica demagoga. De eso se trata el Movimiento San Isidro. La única manera de garantizar que si hay una transición sea una transición para mejor es que sea un cambio desde abajo.
El Gobierno ha acusado al Movimiento de ser una maniobra estadounidense. ¿Cuál es su respuesta?
Ese es el único argumento gastado que tienen para tratar de conducir el conflicto al lugar en el que saben manejarlo y donde se entienden a sí mismos. Ese plano retórico en el que se han movido siempre, que ha sido tan funcional para ello y que ha permitido al régimen sostenerse. Por eso yo creo que la política del trumpismo, además de ser un mal global, era sumamente dañino para la causa democrática cubana. Por eso no es casualidad que el régimen quiera entendernos desde ahí. Y aquí lo que pasa es que desde su lado no hay un discurso real que pueda contrarrestar nuestra demanda. Simplemente intentan convertirnos en el enemigo que ellos saben manejar.
A nivel cultural, los que están acorralados son ellos y están intentando llevarlo a su terreno de juego, pero no lo están consiguiendo. Hay mucha gente que está señalando que este movimiento de jóvenes no tiene nada que ver con un golpe blando ni con ningún tipo de maniobra pensada, dirigida y estructurada desde la administración de Trump, sino que conecta de manera muy orgánica con movimientos similares que están ocurriendo en el resto de países latinoamericanos ahora mismo, como Colombia, Perú, México... A mí eso me parece muy bien porque saca a Cuba de la lógica de excepción en la que normalmente quieren que nos entendamos y empieza a conectar el país con un marco cultural mucho más amplio al que pertenecemos.
El Movimiento San Isidro es una organización compuesta por jóvenes, mujeres, negros, pobres... Es decir, una base social y cultural muy similar a la que está llevando adelante protestas y demandas parecidas en el resto de los países latinoamericanos. Lo que hace tan potente a San Isidro es que se sale por su propia naturaleza del eje comunismo-anticomunismo, castrismo-anticastrismo, del eje Washington-La Habana de Guerra Fría. De ahí el miedo que genera en el régimen porque esa es la pelea retórica que al régimen le conviene mantener. Pero el Movimeinto San Isidro está hablando de pobreza, de raza, de clasismo... de todas esas cosas que intenta esconder la pátina del socialismo, aunque acá tal cosa no existe. Los problemas que están pasando en Cuba son similares a los problemas que están pasando en el resto de Occidente, aunque cada uno en su grado y con sus circunstancias, y eso nos saca de la óptica arcaica de la Guerra Fría.
Volviendo al tema cultural, ¿cuál es la política del gobierno cubano hacia la creación artística y cultural?
El precedente de San Isidro es una granada que les ha estallado en las manos que comienza con un decreto nefasto para actualizar la forma de censura en el arte de acuerdo a la nueva realidad económica global que está viviendo el país. Eso fue un polvorín que primero despertó una conciencia en un sector más intelectual y artístico, pero que se ha ido extendiendo. El intento casi de control absoluto sobre toda la esfera pública se le ha virado en contra. El decreto lo que ha hecho es despertar una fuerza que estaba dormida. El régimen ha respondido de manera muy poco inteligente intentando disfrazar de diálogo su monólogo. Mientras esto siga sucediendo, el conflicto va a seguir creciendo. Hay un pulso generacional detrás de todo esto y se está generando una narrativa que trasciende por completo a la lucha contra el castrismo. No quiere decir que no lo ataque, pero ya ni siquiera es el enemigo directo. Estamos ante la conformación de nuevas subjetividades y de nuevos modos de conocernos a nosotros mismos. El aparato estatal y las instituciones no se han dado cuenta y van rezagadas. Mientras no se sienten a dialogar, la sociedad civil va a seguir ganando en autonomía y en confianza.
¿Por qué cree que ha roto el gobierno la negociación con el colectivo de artistas?
Porque no están dispuestos a ceder control político y a apagar el aparato de censura. Desde Silvio Rodríguez hasta figuras de menor relevancia pública han dicho que se iban a agarrar de cualquier argumento para suspender ese diálogo. Dialogar suponía reconocer la existencia cívica de artistas, de organizaciones y de movimientos que ellos han desprestigiado y condenado a muerte civil. Dentro de la retórica y dentro de la lógica de la Guerra Fría, nos ven como enemigos y mercenarios, no como cubanos. Dialogar supone para ellos restituir una identidad que han intentado usurparnos. Dentro de esa lógica machista de poder, ceder en una derrota.
¿Qué paso desde el desalojo y primera detención la noche del 26 de noviembre hasta tu segunda detención esta semana?
Desalojaron San Isidro la noche del 26 de noviembre. Nos llevaron presos unas horas y luego nos repartieron a cada uno por nuestras casas. A partir de ahí todos hemos tenido una vigilancia policial permanente ilegal frente a la casa hasta que yo salí hace unos días a la calle. No nos llevaron a la cárcel, pero trajeron la cárcel a nosotros, convirtieron nuestra casa en calabozo. Ya llevábamos 17 días y el lunes decidí salir y protestar contra eso. Decidí que no iba a entrar más a la casa si no me quitaban la vigilancia.
Lo que buscan es aislar. El poder busca atomizarte y teme mucho a las redes de comunidad de la sociedad civil que se puedan crear. Detrás de todo esto hay unas lógicas clasistas y racistas muy fuertes. San Isidro tiene en sus genes un componente negro y popular muy importante que el régimen intenta acallar justamente contra los principios que la Revolución dice defender. San Isidro desnuda como nada que no hay tal revolución y que hoy, todo lo que supuestamente la revolución buscaba reivindicar es justamente lo que intenta acallar y apagar. En ese sentido desnuda al poder y de ahí esa reacción tan agresiva hacia el movimiento.