No les define ser de izquierdas o de derechas, no están organizados, no tienen portavoces ni líderes, no están ligados a partidos ni a sindicatos, y no se tiene del todo claro cuándo volverán a salir a las calles. Aunque el detonante de los chalecos amarillos fue una subida de impuestos sobre el precio de los carburantes promovida por el Gobierno de Macron, los expertos consideran que esta fue la gota que colmó el vaso de un descontento generalizado de la población francesa. No de toda. Más bien de las personas que viven en las afueras y en las zonas rurales.
La semana pasada, miles de ciudadanos ataviados con chalecos amarillos salieron a la calle para protestar contra la subida del precio de la gasolina en Francia. En diferentes puntos del país se sucedieron manifestaciones que se recrudecieron en París, concretamente en la zona de los Campos Elíseos, donde subgrupos más violentos montaron barricadas y destrozaron la vía pública. Los incidentes de mayor calado se vinculan a la extrema derecha, sin embargo, las protestas organizadas por redes sociales se presentaban como un movimiento de protesta pacífico.
Los que encabezan la lucha contra “el presidente de los ricos” –así es como le llaman en las manifestaciones– son los franceses que se levantan a las cuatro de la mañana y se ven obligados a coger el coche para llegar a sus puestos de trabajo o para ir al hospital. La respuesta de Macron ha sido clara y concisa. Se podría resumir con esta frase: os escuchamos, pero esta política no hace nada más que seguir el camino de la lucha contra el cambio climático.
“Esto es muy simple”, asegura desde el otro lado del teléfono Édouard Martin, sindicalista y eurodiputado del Partido Socialista de Francia. “Los chalecos amarillos ponen sobre la mesa su falta de poder adquisitivo, que tienen sueldos muy bajos, que la gente no puede pagar de una manera normal alquileres, transportes, impuestos...”. Para Martin, la clave de la indignación de las clases populares galas apunta directamente al presidente Macron: “El Gobierno ha dado regalos fiscales a los ricos y para la gente común esto es una injusticia económica. Él mismo dice que es el presidente de los ricos”.
Nada más llegar al poder, Macron eliminó el impuesto para las grandes fortunas y ahora planea bajar los impuestos a las empresas. “La gente ha dicho basta”, asegura el político socialista de origen español.
Este descontento popular ha pillado desprevenido al presidente Macron. El político superó con soltura las polémicas generadas tanto por su reforma laboral como por su reforma ferroviaria. Sin embargo, los expertos consultados creen que en esta ocasión no le será tan fácil. Algunos sondeos realizados en el país indican que ocho de cada diez franceses apoyan las protestas de los chalecos amarillos.
Un movimiento antisistema
“Lo que le pasa a Macron, es lo que le ha pasado también a otros presidentes”, apunta Martin. “Se cree que todos los franceses viven en París. Si vives en la capital no necesitas coche. Pero las personas que se levantan a las cuatro de la mañana sí que lo necesitan”, dicen en tono de reproche y pronostica que Macron no superará esta crisis con la misma facilidad que las anteriores.
“Esto va a durar. La dificultad para Macron y su Gobierno es que ha ahogado a los sindicatos y ahora se ha encontrado con el movimiento de los chalecos amarillos que no es un movimiento organizado. Macron no va a tener con quien negociar”, sostiene.
Las revueltas protagonizadas por los ciudadanos han consistido en cerrar carreteras, impedir el paso por ciertas calles u obstaculizar las entradas de las gasolineras. Pero el centro de sus iras no solo es el presidente. “Rechazan todo lo que representa el poder: Sindicatos, gobiernos y periodistas. Luchan contra el sistema”, apunta. Sus protagonistas son personas que viven lejos de las grandes capitales donde los recortes de Macron han repercutido con mayor dureza.
“Con los chalecos amarillos, el Gobierno se enfrenta a una contestación autorganizada, sorprendente, líquida, difícil de contrarrestar, que seguramente ha infravalorado desde el principio”, define François Ralle Andreoli, consejero consular de los franceses en España. “La reivindicación inicial era muy básica, que no subiese el precio de la gasolina, pero en la historia de Francia los momentos de grandes emociones sociales a menudo surgen de pequeñas chispas como esta”, pronostica.
Para Ralle, es muy difícil saber qué va a pasar con este movimiento “inesperado, transclasista y organizado vía redes sociales” que podría tener trazas de la Nuit debout de 2016 y también recuerda al que se produjo en Bretaña en 2013 contra la ecotasa. “No sé si se puede decir que es un movimiento violento. No lo fue al principio y los eventos de los Campos Elíseos habría que analizarlos con calma”.
Macron, el extraño defensor del medio ambiente
El presidente galo ha dicho esta semana que ha escuchado la alarma social generada por la subida de los carburantes, que es consciente de que muchos trabajadores que viven en la periferia y que usan sus coches para ir al trabajo lo tienen crudo para llegar a final de mes, pero que la medida no será derogada para seguir luchando contra el cambio climático.
“Esto no se lo cree ni él”, ha dicho Martin. “Los impuestos sobre el precio de la gasolina representan una parte muy pequeña de todo lo que tiene que ver con el cambio climático. De las arcas públicas muy poco dinero va a parar a esta lucha”.
Florent Marcellesi, portavoz de Equo en el Parlamento Europeo, tampoco cree que ahora Macron sea el gran baluarte de la causa medioambiental. “Es verdad que se necesita un precio justo para diésel. Pero hay que pensar cómo hacer para que esa fiscalidad no repercuta directamente en las clases populares y que apoye a los hogares que lo necesitan”.
El político de origen francés cree que el gran error de Macron consiste en utilizar lo recaudado por la tasa ecológica para financiar políticas que no son sociales. “Cada euro recaudado tendría que ir a parar a esas personas que cogen el coche a las cuatro de la mañana para ir a trabajar”, concluye.