Valentina Miranda tiene 19 años y vive en Lo Espejo, una comuna de la periferia sur de Santiago de Chile a 50 minutos en transporte público del centro de secundaria Liceo 7, donde estudia cuarto curso. El pasado 14 de octubre, Valentina fue una de los centenares de estudiantes que participaron en las acciones colectivas para colarse en el metro de Santiago en protesta por la subida del precio del billete del suburbano.
Este incremento de 30 pesos, hasta situarse en los 830 (unos 1,2 dólares), a pesar de no afectar de forma directa a los estudiantes de secundaria al no influir a su franja horaria habitual de viaje, desató la oleada de protestas promovidas por estos jóvenes que ha revolucionado el país.
“Hay muchas familias que viven endeudadas, que cobran un sueldo bajísimo para el costo de la vida en Chile y que con esta subida ven descompensado su presupuesto mensual”, argumenta Valentina, que siente como una “burla” las palabras de la Ministra de transportes, Gloria Hutt, el día posterior al inicio de las acciones en el metro. Hutt planteaba la “falta de argumentos” de estos estudiantes de secundaria a los que no afectaba directamente la subida.
“Detrás de nosotros hay familias que tienen recursos limitados, y nosotros dependemos de ellas”, denuncia Valentina. La sociedad chilena ha identificado esta circunstancia como “la punta del iceberg” del descontento popular ante las políticas del presidente Sebastián Piñera.
Esta indignación se ha visto reflejada en las protestas multitudinarias severamente reprimidas mediante la declaración del estado de emergencia. La movilización de casi 10.000 soldados, un desmedido uso de la fuerza denunciado por expertos de la ONU y centenares de detenciones irregulares marcaron desde entonces el día a día en las calles de Santiago.
“Me golpearon en el estómago y perdí la respiración”
Una de esas detenciones llevó a Valentina a ser retenida durante más de cuatro horas, supuestamente, por infringir el toque de queda de las ocho de la tarde. “Ni siquiera sé a ciencia cierta si fue esa la razón. En ningún momento me dijeron el motivo por el que se me detenía. Estábamos manifestándonos en torno a 30 personas cuando una patrulla llegó al lugar donde estábamos y nos persiguieron hasta un hall donde nos refugiamos. Entraron y nos arrastraron hasta la calle”, recuerda.
“Allí me golpearon en el estómago, perdí la respiración, me echaron gas pimienta directamente a los ojos y me llevaron a la comisaría”, relata Valentina. “A partir de ahí comienza un proceso irregular, en el que el parte se me entregó ya hecho, cuando en realidad yo debía haber participado en él. Si no fuera porque aparecieron los fiscales creo que me hubieran retenido toda la noche”, añade.
Esta experiencia no ha mermado la fuerza de Valentina, portavoz de la Coordinadora Nacional de Estudiantes de Secundaria (CONES), ni su intención de continuar participando en las protestas. “Nuestros papás vivieron la dictadura y tienen un gran miedo interiorizado con respecto a los militares, la violencia y la represión del terrorismo de Estado. Nosotros, no”, asegura. “A diferencia de ellos, nosotros sabemos que nuestros derechos son mucho más importantes”.
Siguiendo la estela de la chispa encendida por la secundaria, la Universidad ha tomado una vez más la iniciativa de unas protestas que, sin embargo, los estudiantes destacan como “transversal” y “horizontal”.
“Lo que se está viendo ahora es un solo pueblo unido y no dividido por distintas consignas e ideas. La gente por primera vez se ha unido por un Chile mejor”, comenta Camila, estudiante de periodismo de cuarto año en la Universidad Alberto Hurtado, uno de los centros neurálgicos de las concentraciones. “Los estudiantes, los jóvenes, nos manifestamos muchas veces de forma pacífica, como durante La Revolución Pingüina de 2006 y 2011, y ahora todo ha estallado. Ya no tenemos miedo”, añade.
La Universidad Alberto Hurtado permaneció abierta desde el viernes del estallido hasta el lunes 28 de octubre con la única finalidad de acoger asambleas de estudiantes, dada la inseguridad en los lugares habituales de concentración.
Los estudiantes, tanto universitarios como de secundaria, han celebrado marchas multitudinarias como la que el pasado lunes exigía que la educación “deje de ser un bien de consumo” en el país. “En la Universidad chilena existe un modelo de Estado subsidiario que se arrastra desde la dictadura en el que se entregan recursos al sector privado para garantizar derechos”, señala Emilia Schneider, presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.
“Lo que se está exigiendo por parte de los y las universitarias es el fin a esta lógica en la educación y las transformaciones que sean necesarias, entre las cuales está la condonación total de los créditos a los estudios y que esos recursos vayan a las universidades para fortalecerlas y ampliar sus estructuras”, comenta Schneider. “No podemos volver a la normalidad, no puede haber marcha atrás. En este proceso hay que tener claro que lo importante es ganar, avanzar en transformaciones y conquistar dignidad para conseguir un país más justo y con más derechos”, defiende.
En otra de las universidades con mayor actividad durante las semanas de revuelta, la Católica de Chile, estudia Catalina (20), también estudiante de Periodismo, y creadora de mioctubre.cl, un blog surgido tras el estallido de las protestas con el objetivo de recopilar testimonios, relatos y experiencias de los jóvenes que han formado parte del movimiento.
“La idea surge de una necesidad personal que yo tenía de escribir para recordar, para que no se me olvidará nunca lo que pasó. Tengo muchas imágenes pegadas en mi retina: militares disparando, tanquetas en las calles, gritos, gente corriendo y herida...cosas que jamás pensé que fuera vivir en mi país en 2019”, cuenta Catalina. “Me di cuenta que muchos compañeros también tenían esa inquietud. La idea es humanizar más aún lo que está pasando, y desde la reflexión individual armar un relato colectivo”, comenta.
Periodismo estudiantil contra medios convencionales
Catalina enlaza su iniciativa con la defensa de un movimiento universitario fuerte y comprometido con las transformaciones, a su juicio, necesarias para el país. “En esta ocasión la universidad no ha sido la que ha iniciado las protestas, pero lo que sí ha hecho es permitir espacios de discusión y facilitar encuentros dónde reflexionar cómo podemos ser agentes de cambio y qué podemos poner nosotros al servicio de la comunidad”, sostiene.
Una parte de esa función como “agentes de cambio” tiene que ver con la labor de “encauzar todas las conversaciones que se están dando en las asambleas y cabildos ciudadanos”, fundamentalmente las relacionadas con la reflexión en torno a “la principal causa común”: una nueva constitución.
“La Universidad, y los expertos que forman parte de ella, están teniendo la función de explicar a todos los alumnos y ciudadanos que lo necesiten los principales conceptos clave en este proceso, como qué es una Asamblea Constituyente o qué implicaría esta nueva constitución: hacer esas cuestiones accesibles a todo el mundo para que sean partícipes”, afirma Catalina.
La otra gran función de la iniciativa de esta estudiante tiene que ver con la desconexión entre los medios de comunicación y la realidad social del país que denuncian estos estudiantes. “Ante unos medios, sobre todo una televisión, que no mostraban lo que ocurría sino solo una parte, la de los saqueos e incendios, empezamos a ver formas de aportar como periodistas con información real y verídica porque no se estaba contando toda la verdad”, señala.
En esta línea se enmarca también el surgimiento de la plataforma REI Chile, un medio independiente creado por alumnos de periodismo y audiovisuales de diferentes universidades de todo el país durante las horas posteriores al estallido de las protestas con el objetivo de dar visibilidad a través de las redes sociales a una realidad que, según denuncian sus responsables, no se estaba mostrando en los medios.
“Los medios tradicionales se dedicaron exclusivamente a transmitir incendios y saqueos, hechos que ocurrieron, y que son condenables, pero también estaban ocurriendo violaciones de derechos humanos que no estaban saliendo en la tele y en ese momento las redes sociales explotaron”, cuenta Tomás Basaure (22), estudiante de Periodismo en la Católica de Chile y uno de los fundadores del proyecto.
“Los jóvenes periodistas nos planteamos qué podíamos hacer para entregar información de calidad a la gente que ahora mismo la necesita”, explica Basaure. “Para ello nos juntamos un grupo de en torno a 150 personas que nos dividimos para cubrir los diferentes puntos críticos y enviar todo el material a la edición, donde contábamos con un equipo de fact checking y profesores que nos dieron apoyo en el tratamiento de determinados temas”, añade.
Este estudiante señala que con un teléfono al alcance de la mano se puede ver lo que está sucediendo en el país. “Eso es lo que compite directamente con lo que se está mostrando en otros medios y lo que marca la diferencia esta vez”, señala Basaure. “Todos sabemos que durante la dictadura la televisión sirvió como una legitimación del gobierno de Pinochet, hoy es mucho más fácil rebatir lo que pasó o aportar otras visiones u otros hechos que también están ocurriendo”, añade.
“Creo que es nuestro turno de enseñarle a nuestros papás y abuelos que esta es la democracia, que ya no pueden hacernos más daño del que nos hicieron. Intentar darles el coraje que tenemos nosotros. Somos la primera generación que hemos podido tener estudios superiores, un acceso a la información que ellos no tuvieron por lo salvaje que era, y es, el neoliberalismo en Chile”, explica. Basaure. “Tenemos un punto en común, que es salvar la democracia, nosotros la que tenemos desde siempre y ellos la que tanto les costó recuperar en su momento”.