A medida que las restricciones contra el coronavirus se alivian en diferentes partes del mundo, las personas comienzan a dejar atrás la falta de contacto físico con amigos o familiares durante semanas de aislamiento en casa. Sin embargo, a corto plazo, no es posible recuperar la vida social previa a la crisis: el riesgo de un repunte de los contagios ha obligado a planificar un primer escenario de desescalada en el que el contacto con amigos y familiares continúa siendo limitado y el distanciamiento físico sigue siendo la norma.
Mientras países como España o Australia han empezado a autorizar reuniones de 10 personas, otros como Nueva Zelanda o Bélgica, así como varias provincias canadienses, están experimentando con un concepto para explicar gráficamente a los ciudadanos cómo se tienen que relacionar de aquí en adelante y al menos de momento: la “burbuja” social. Es decir, pequeños grupos fijos cuyos integrantes solo interactúan entre sí. El Gobierno de Reino Unido estudia también poner en marcha un enfoque de este tipo, según ha informado la prensa británica.
El objetivo que persigue este enfoque es que las personas tengan la posibilidad de interacción social que muchas veces anhelan fuera del hogar y al mismo tiempo restringir la cantidad de individuos que se mezclan. No obstante, son muchas las dificultades asociadas a la hora de ponerlo en práctica, ya que no siempre las autoridades son del todo claras y la gente se ve forzada a escoger a un número limitado de contactos entre sus amigos y sus familiares, con los consiguientes quebraderos de cabeza y tensiones: “¿A quién elijo?”, “¿qué pasa si no me eligen?”.
Para algunos expertos, la idea es demasiado arriesgada por la posibilidad de contagio y alertan de que puede ser prematura si el brote no está bajo control. Pero otros lo ven como una manera lógica de salir del aislamiento. “Si todos interactuamos dentro de este pequeño grupo de personas, podemos evitar que el virus se propague aún más”, ha explicado a Euronews Per Block, sociólogo de la Universidad de Oxford, que insiste en que este tipo de estrategias solo funcionan si todo el mundo se apega a ellas. Es uno de los autores de un estudio, aún no revisado por pares, que indaga en cómo reintroducir la interacción social mientras se levantan los bloqueos y concluye que si bien “ las medidas de distanciamiento social claramente aplanan la curva”, la “reducción estratégica del contacto puede aumentar fuertemente su eficiencia, introduciendo la posibilidad de permitir algún contacto social mientras se mantienen los riesgos bajos”.
La apuesta decidida de Nueva Zelanda
Nueva Zelanda ha sido uno de los primeros países en poner en marcha un enfoque de relaciones personales centrado en las “burbujas”, apostando decididamente por este concepto para ayudar a los ciudadanos a visualizar con quién pueden tener contacto cercano durante y después del confinamiento para minimizar el riesgo de contagio. “Tu burbuja es como un escudo protector que puede evitar que te contagies de COVID-19. Es un conjunto de reglas que, si se cumplen, pueden mantenerte a salvo”, explica el Ministerio de Sanidad en su página web.
En marzo, cuando ordenó a la población que se quedara en casa, la primera ministra Jacinda Arden –que ha sido aplaudida en todo el mundo por su respuesta al brote– pidió a los ciudadanos que establecieran su “burbuja” de contactos y la mantuvieran durante las semanas de aislamiento que iban a tener por delante. En esa fase, se trataba de un pequeño grupo de personas con las que se pasa tiempo – para la gran mayoría, en sus hogares–, y las interacciones sociales solo podían limitarse a ellas. Con todo el que estuviera fuera, la regla era, y sigue siendo, mantener la distancia de seguridad de dos metros.
“Si empiezas a abrir el contacto con diferentes individuos, si esas personas hicieron lo mismo con diferentes individuos, es cuando el riesgo aumenta (...). Tienes que quedarte con las mismas personas. No puedes montar en bicicleta o pasar tiempo con otras fuera de tu burbuja”, insistió Ardern ante la prensa. La primera ministra ha manifestado en varias ocasiones su preocupación por el bienestar mental de los ciudadanos durante el confinamiento.
El país, una isla en la que viven apenas cinco millones de habitantes, ha visto una disminución constante de sus casos y ha relajado las restricciones. Con este alivio, el concepto se ha ampliado: en la actual fase, los neozelandeses pueden extender “ligeramente” sus burbujas para incluir a familiares cercanos, cuidadores y personas que viven solas, pero siempre a nivel local. “Mantén tu burbuja exclusiva y pequeña. Cuantas más personas tengas en tu burbuja extendida, más posibilidades hay de entrar en contacto con alguien que tenga COVID-19. Si tienes personas en tu burbuja que son más vulnerables, ten en cuenta los riesgos de extender tu burbuja”, indica el Ministerio de Sanidad.
“Burbujas dobles” en provincias canadienses
En Canadá, algunas provincias como Terranova o New Brunswick han comenzado a aplicar la estrategia de las “burbujas dobles”, según la cual los miembros de dos hogares aislados pueden entrar en contacto cercano e interactuar solo entre sí en esta fase de la epidemia. Ambas partes deben acordar una relación mutua, asociarse y una vez que se deciden, no pueden elegir un hogar diferente. La relación debe ser, además, exclusiva. La decisión ha planteado todo un dilema a las familias, obligadas a elegir con quién “burbujear”, un término que se ha popularizado en los medios del país. Algunos expertos han mostrado también cautela, expresando su preocupación por la posibilidad de que el virus, en lugar de en una casa, se introduzca en dos.
Bélgica y las visitas de cuatro personas en casa
Bélgica es otro de los países que han abogado recientemente por la idea de “burbujas sociales” para restringir los contactos durante la desescalada. Desde el 10 de mayo, explica el Gobierno belga, la pauta actual es la siguiente: un hogar –quienes viven bajo el mismo techo e independientemente de su número– puede recibir visitas de, como máximo, cuatro personas. Estas deben ser siempre las mismas y pueden o no formar parte del mismo hogar. Juntas conforman la llamada “burbuja social”.
Tienen que elegirse, además, colectivamente: “Si toda la casa elige a sus cuatro abuelos, no pueden invitar a sus amigos”. Y cuando una persona visita otra casa, esto también afecta a quienes comparten techo con ella. “No es posible que uno se reúna un día con sus padres y al día siguiente con otras cuatro personas”. Todas deben mantener la distancia física de un metro y medio y visitarse preferentemente al aire libre, en un jardín, por ejemplo.
Puede parecer una medida simple, pero durante su puesta en marcha han surgido multitud de preguntas, ligadas a la diversidad de situaciones familiares que existen. Es el caso, por ejemplo, de las familias numerosas. Para muchos, elegir a los mismos familiares o amigos para cenar durante las próximas semanas supone un auténtico rompecabezas. “Es terriblemente complicado. Entiendo el espíritu, pero la letra [de la ley] es completamente imposible”, decía hace unos días a The Guardian una mujer que vive en Bruselas con su marido y sus dos hijas. Si elige a una familia de otros cuatro miembros como su único contacto, indica, no puede permitir que sus hijas reciban visitas de amigos.
Según indica el diario británico, los epidemiólogos que asesoran al Gobierno eligieron este número, cuatro personas, porque coincide con la capacidad actual para hacer un seguimiento de contactos si alguien cae enfermo. Sin embargo, estos modelos no cuadran siempre con la forma en que las personas socializan en la vida real. Por ejemplo, la conexión entre dos hogares no siempre es frecuente. Esto plantea dudas sobre la regla va a funcionar, ya que hay expertos que advierten del riesgo si la distancia entre lo que la gente hace normalmente y la restricción “es demasiado grande”.
También ha habido críticas a la falta de “claridad” de las autoridades, que a su vez reconocen la dificultad de vigilar el cumplimiento de la medida, por lo que confían en el civismo de los ciudadanos.