Entre Rocinha y Manguinhos, en Río de Janeiro, viven más de cien mil personas. Veintidós kilómetros separan ambas favelas. La primera se levanta en la zona sur de la ciudad, junto a la clase alta. La segunda se adivina en el hervidero de la zona norte. Están controladas por el Comando Vermelho [rojo], y las dos se han visto irremediablemente arrastradas por la campaña de la extrema derecha que lidera el candidato presidencial Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal, PSL).
Las favelas brasileñas representan un caso de análisis en cuanto a las contradicciones brasileñas. Con amplia mayoría de población negra, siguen el discurso de un político racista; viviendo a diario ataques contra los derechos humanos, aceptan el mensaje de un acérrimo enemigo del activismo social; formadas y mantenidas por obreros, apoyan un programa que ataca sus derechos laborales. Para intentar comprender estar realidad, primero hay que pisar el terreno y conocer el ritmo de unas comunidades con muy pocas salidas.
Una de las activistas más populares –muy a su pesar– de Manguinhos es Ana Paula Oliveira. Se entregó a la lucha por los derechos humanos el día en que la policía militar asesinó a su hijo Johnatha en 2014. No da crédito al ascenso de la extrema derecha en el país, en general, y en su barrio en particular. Y, como muchos de los brasileños, tampoco comprende a alguno de sus familiares. En su caso, uno de sus primos vota a Bolsonaro. Y eso que estuvo a su lado durante la tragedia de hace cuatro años, y además está estudiando la carrera de derecho.
Pero “quiere un presidente que no sea corrupto”, dice, y al que no le tiemble el pulso. “Está también a favor de la posesión de armas”, cuenta Ana Paula a eldiario.es, en una de las plazas de Manguinhos. Le cuesta digerir que su primo no sepa o no quiera saber que lo primero que estará en el punto de mira de ese pulso firme serán las favelas.
Ametrallar Rocinha desde un helicóptero
En Copacabana, Ipanema, Leblon, Botagofo, Flamengo o Barra da Tijuca, ahí sí, existirán los derechos humanos para “humanos derechos” –refrán que Bolsonaro ha puesto de moda. El candidato ultraderechista jamás amenazará con acciones violentas contra estos barrios acomodados. A principio de este año, el diario O Globo publicó que en una charla organizada por el banco Banco BTG Pactual, de la cual no había registro audiovisual, el candidato había amenazado con ametrallar la favela de Rocinha desde helicópteros –avisando previamente lanzando octavillas– para acabar con el narcotráfico.
Bolsonaro primero desmintió en un vídeo que hubiera mencionado a Rocinha en esa charla. Más tarde, su asesoría de prensa lanzó un comunicado en el que intentaba salir del laberinto, sin éxito, aclarando que se refería “exclusivamente a la guerra contra los traficantes, cuando en septiembre del año pasado doscientos delincuentes huyeron por la maleza de la parte alta de la comunidad y se escaparon y refugiaron en otras favelas de la zona norte de Río, llevando el pánico y el terror a la población carioca”.
Según Bolsonaro, los policías no les detuvieron “porque el estado no les permite actuar, por falta de retaguardia jurídica”. Esto supone una mentira más en la lista de su candidatura, pues la policía militar –lo ha denunciado Amnistía Internacional en múltiples ocasiones, y Ana Paula Oliveira, en Manguinhos, es una víctima más– actúa con total impunidad en las favelas de Río. Solo saldan cuentas ante la justicia militar, y la mayoría de las veces echan mano del denominado “Auto de Resistencia”, un concepto por el que alegan intervenir en defensa propia, y que les sirve de eficaz vía de escape.
“Una vez que los delincuentes estuvieran claramente alejados de la comunidad”, continuaba el comunicado de explicación de Bolsonaro, era planteable “disparar en casos de enfrentamiento o no rendición”. Ese es el plan del candidato presidencial para Rocinha, o cualquier favela con problemáticas similares. Y a pesar de estas advertencias, la población está dividida. “Se podría decir que estamos mitad-mitad”, comentan desde Favela da Rocinha, uno de los principales medios digitales del barrio.
“El ambiente está tranquilo”, aseguran desde Rocinha em Guerra, otra de las principales vías informativas para los residentes. “Solo están prohibidas las manifestaciones de apoyo a Bolsonaro, porque los traficantes reprenden a los vecinos”. Esta actitud del Comando Vermelho coincide con la ya declarada por la facción en el estado de Ceará, en el noroeste del país. En Manguinhos de momento no se ha escuchado tanto este tipo de posicionamiento político por su parte.
Este rechazo del Comando Vermelho a Bolsonaro tiene mucho que ver con el apoyo del candidato a las milicias paramilitares que articulan sus propias ejecuciones extrajudiciales contra los narcotraficantes, combatiendo con ellos por cada territorio. Bolsonaro ha llegado a dar la enhorabuena a estas milicias, por llenar un vacío que debería llenar el Gobierno. “Hay gente que es favorable a las milicias, porque es la manera que tienen de verse libres de violencia. En las regiones donde se paga a la milicia, no hay violencia”, declaró en un programa de radio. Dando como bueno que los comercios que pagaban mensualmente a la milicia no sufrían asaltos. “Hemos llegado hasta ese punto”.
La influencia de la iglesia evangélica
Además de los votantes que optarán por Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones –28 de octubre–, y los que lo harán por la decepción por el Partido de los Trabajadores, están también los que seguirán el mandato del pastor de su iglesia evangélica. “Hay mucha iglesia evangélica en Manguinhos, mucha”, asegura Ana Paula. Y mucha más en Rocinha, cincuenta aproximadamente, cinco veces más que iglesias católicas.
“Nuestra teología fue una construcción que ha dejado mucho margen para que el fascismo pudiera crecer”, analiza para eldiario.es Camila Mantovani, representante de las nuevas corrientes progresistas dentro del evangelismo, y miembro del colectivo Esperançar. “Extremamente conservadora, extremamente excluyente, que incorporó la exaltación al capitalismo”. Mantovani forma parte de una vigilia de cristianos contra el fascismo, convocada por evangélicos y católicos.
“Esa teología es construida sobre la desinformación de las personas. No son incentivadas a hacer una lectura crítica de la Biblia. Simplemente llegan el domingo a la iglesia y beben de lo que su líder esta hablando, sin ningún nivel de crítica”, relata. “Regresan a sus casas comprando aquel discurso sin ni siquiera comprobar en la Biblia si aquello procede o no”.
Los grandes líderes de la iglesia evangélica, así como la bancada evangélica de diputados, han declarado su apoyo público a la extrema derecha representada por Jair Bolsonaro. Ya en su día estuvieron del lado militar en el Golpe de 1964, agradecidos que ser salvados de los peligros del “comunismo ateo”. Al menos en la primera vuelta de estas elecciones, esas iglesias que apoyaban a Bolsonaro eran las grandes franquicias, con pastores adinerados y fieles de clase media. “De forma general, las comunidades más pobres tienen mucha más resistencia y potencial de poder resistir al fascismo”, puntualiza Mantovani. “El trabajador siente la navaja cortándole la cara. Cuando hablamos de explotación, el trabajador sabe de lo que estamos hablando”.
En Manguinhos, camino de la estación de tren, pasa un vecino que se baja de la bicicleta para saludar a Ana Paula Oliveira. “Aquí somos de Haddad”, dice decididamente, en referencia al candidato del Partido de los Trabajadores. Lo cual inaugura el debate entre los dos, porque ella duda de sus vecinos, no lo ve tan claro. Es más esperanza que análisis político. Si la policía militar ya ha sido difícil de controlar en Manguinhos en los últimos años, lo que llegaría con Bolsonaro sería, como él mismo avisa, una sucesión de reconocimiento de méritos a todo aquel que mate a un delincuente. “Ahora encima les va a condecorar”, reclama Ana Paula.