El barrio de Grbavica es una de las zonas de Sarajevo en la que más se percibe la huella de la guerra de Bosnia. Los edificios con impactos de artillería lo convierten en casi un oasis en una ciudad que intenta mirar al futuro, pese a la nueva fase de retórica nacionalista en la que está entrando el país y la maniobra militar de la Republika Srpska de finales de octubre, algo que ha despertado el miedo a un nuevo conflicto abierto. Damir OvÄina (Sarajevo, 1973) lo conoce bien. Tenía apenas 18 años cuando Grbavica fue ocupada por las fuerzas serbobosnias. Era primavera de 1992, comenzaba un asedio a la ciudad de cuatro años que dejó más de 10.000 muertos civiles e innumerables violaciones.
Dos décadas después, OvÄina publicó una novela basada en sus propias vivencias que fue un éxito apabullante en su país, y le valió la comparación con autores de la talla de Vasili Grossman o Imre Kertész, y el premio Mirko KovaÄ. Ahora, su novela ha sido traducida al español como Plegaria en el Asedio (Automática Editorial). Un relato de 700 páginas de frases cortas y secas, de un laconismo que tensiona, y tan realista que ya hay quien ha dado por hecho que el protagonista del libro es su mismo autor.
En su novela, el protagonista va a visitar a una amiga al barrio de Grbavica y no puede volver a su casa de Dobrinja en cuatro años. Todo pasa muy rápido, pero ya había tensiones desde hacía meses, tras el referéndum de independencia de Bosnia y la proclamación de la Republika Srpska. Ya sonaban tambores. ¿Se esperaba que sucediese así?
No, e igual que a mí le pasó a mucha gente. De hecho, para mí no ha sido una parte fácil de describir en el libro. Recuerdo que el 1 de mayo de 1992 yo volvía de la ciudad hacia mi casa y por primera vez vi a la policía serbia haciendo controles y parando el autobús, y por alguna razón me dejaron pasar. Al día siguiente, ya no pude volver al centro de la ciudad. La policía comenzó a montar check points, se empezaron a desplegar más efectivos con ametralladoras que te hacían bajar del autobús. El mensaje estaba claro: nosotros controlamos la situación, controlamos la zona. En realidad todo estaba ahí, porque en Croacia ya había pasado, y una parte de mi yo de 18 años hacía días que sabía que pasaba algo en Sarajevo, pero no teníamos la suficiente imaginación como para ver que acabaríamos en ese punto.
Hace poco leí un artículo en el que se asumía que todo lo que le ocurrió a su protagonista le pasó a usted. La novela está basada en su experiencia pero, por lo que dice, entiendo que no se quedó atrapado en el barrio de Grbavica. ¿Estuvo en un pelotón de trabajo enterrando cadáveres?
No, yo pude volver a Dobrinja y no estuve en un pelotón de trabajo. Lo he usado en la novela porque sí que es algo real, esta gente existía. Trabajaban en diversas zonas de Grbavica, enterrando cadáveres, cavando trincheras o fortificando. Eran prácticamente esclavos, al que no trabajaba se le pegaba un tiro. Yo quería escribir una historia real, tenía una responsabilidad. Si llevo ese peso sobre los hombros, necesito saber qué pasa, sumergirme en la verdad tanto como pueda. Esto pasó y pasó así.
¿Por qué escogió Grbavica como escenario principal?
Porque Grbavica es una gran historia de nuestras vidas. Una historia sobre quiénes somos y lo que se suponía a lo que debíamos enfrentarnos. Es casi una metáfora de ser culpable sin motivo. Condenados a muerte en nuestra propia ciudad y en nuestro propio barrio.
Ninguno de sus personajes tiene nombre, ni siquiera el propio protagonista, excepto algunos de los oficiales del ejército.
Los nombres desenmascaran la historia. La hacen menos interesante para mi tipo de narración. Yo quería mostrar a las personas y que los lectores las nombraran ellos mismos.
En su novela no se pierden de vista las relaciones, imágenes luminosas entre las narraciones descarnadas y la constante referencia a las ráfagas de Vraca. ¿Cómo se sigue viviendo así?
Recuerdo que tuve un periodo corto de emociones muy oscuras, pero mi objetivo era moverme, no estar quieto, o aquello me destruiría. En la guerra mucha gente se deprimió, es algo muy común en mi generación, aunque no se habla mucho de eso. Pero la gente también busca herramientas para seguir viviendo: hay quien transporta a otras personas, hay quien hace flexiones. Yo buscaba libros, los leía tanto como podía. Primero leía los de casa, luego los de una pequeña biblioteca que tenía cerca. Me dedicaba a leer, estudiar y llevar agua, e intentaba pensar en no morir. Pensaba en mi futura boda y cosas así. Era una forma de decir “no me quitaréis nada más”. En Sarajevo se hacían muchas cosas para mantener la vida: pases de modelo, conciertos, teatro.
Narrativamente parece interesarle más la vida que la muerte.
Aquí tenemos una industria de la literatura que me despierta muy pocos sentimientos. Se presentan a las víctimas, quien disparó a quién, quién murió. Tiene muy poco interés. No somos especiales por ser víctimas, no nos podemos quedar ahí. Es más interesante hablar de cómo se sigue viviendo y la ficción es un buen mecanismo para hacerlo.
El líder serbobosnio Milorad Dodik ha amenazado con separar las instituciones de la Republika Srpska y crear un ejército propio. En 2022 hay elecciones generales. Naciones Unidas ha alertado de una posible desestabilización del país. ¿Cree que es una amenaza real?
La idea de Dodik no es un capricho vacío. Es real. Los que apoyan esta idea tratan de encontrar la forma de establecer un mayor territorio solo para ellos. Sea con armas o con documentos. El nacionalismo es fuerte pero sin tensión va perdiendo. Tú vas al lado de mayoría serbia y hay una relación cordial, la gente tiene relaciones. Pero el conflicto es posible porque la cuestión territorial no está resuelta, y en esto nunca nos vamos a poner de acuerdo. Personalmente, no creo que pase nada, es difícil empezar una guerra, pero desde hace un tiempo he comenzado a ver propaganda y referencias a la guerra. Estoy medianamente preocupado, estoy expectante.
Los Balcanes, y especialmente Bosnia y Herzegovina, han sido estereotipados por Occidente como una zona salvaje, bárbara, donde la gente cíclicamente comienza a matarse porque sí. ¿Puede la literatura ayudar a cambiar esa imagen?
Es cierto, estamos muy estereotipados, sobre todo por Europa, y no creo que esto esté cambiando, creo que va a peor. Estos días la situación no ayuda. Los Balcanes se han mistificado y demonizado. Es muy cruel, y con ello habrá quien tenga una excusa para apostar por una solución simple y radical: separar bosnios musulmanes, croatas y serbios porque, ya veis, juntos tienen conflictos. Pero sí que creo que la literatura puede ayudar a modificar esa imagen. La idea más fuerte que existe es el arte. Es en el arte donde encontramos la explicación de experiencias históricas. Por medio de la literatura entramos en un país. Yo espero que alguien lea mi libro, o cualquier libro de un autor de aquí, y no le parezca una locura nacer en Bosnia. Eso sí, depende de nosotros.
Plegaria en el asedio es una novela muy extensa repleta de detalles. El protagonista ordena por números el tipo de información que le va llegando en un diario que mantiene escondido. ¿Era su forma de preservar el recuerdo?
Durante el asedio yo no llevaba ningún diario, desgraciadamente. Tengo un recuerdo muy fuerte de una frase que escribió Dostoievski: “Debes de ser un imbécil para escribir un diario”. Pero durante la guerra mucha gente llegaba desde diferentes partes de la ciudad y te explicaba de todo, lo peor que te puedas imaginar. Se abrían con mucha facilidad y hubo historias que se me quedaron grabadas, especialmente las que habían ocurrido en los lugares que yo conocía.
¿Qué métodos utilizó para trabajar la novela?
Cuando comencé a escribir usé mucho la lógica: qué pudo ocurrir en este edificio, cuánto tiempo cuesta recorrer esta distancia, cuántos apartamentos hay en un bloque, o qué parte de este edificio era accesible sin que los serbios te viesen. He usado casi un método matemático. Me he ido a esos escenarios, me he sumergido y he tomado la perspectiva de mi protagonista, porque si te equivocas en eso no eres creíble. Es como si llevase una cámara conmigo todo el tiempo con una única perspectiva. Lo que no podía ver, no lo usaba. También seguí documentándome y hablando con gente, aunque entonces fue más difícil, no todo el mundo quería hablar conmigo, había gente que me decía “no lo recuerdo, adiós”.
Tiene un estilo muy directo y muy sobrio. ¿Por qué esta forma? ¿Le preocupa que le aleje de una parte de los lectores?
El estilo directo es en lo que creo y es el único que tengo. Mi idea de literatura es encontrar un ritmo. En la segunda novela que acabo de publicar en Bosnia, que es sobre el mismo personaje 20 años más tarde, soy más radical, evito las comas. Cuando tú hablas, hablas sin estos símbolos, y yo quiero hacer una escritura que se parezca tanto como sea posible al habla. Y no sé en España, pero aquí a muchos les gusta mi primer libro porque lo que leen es verdad, las frases son verdad. Pero no me preocupa mucho el número de lectores. Hay millones de libros en el mundo y muchos son mediocres. También debes de tener suerte para llegar a los lectores.
En la novela no falta el humor, algo muy común en Bosnia, especialmente un humor muy negro. ¿Es una forma de sobreponerse?
El humor es nuestra habilidad para pensar. Para ser superior a aquello que nos ataca. La vida está llena de humor. La literatura no tanto.
El asedio de Sarajevo terminó a principios de 1996, pero usted no publicó la novela hasta 2016. ¿Por qué no antes?
Porque tenía la sensación de que mi escritura no era suficientemente buena. Una novela es algo complicado y yo quería hacer un libro que compitiera con los mejores. En el fútbol tú juegas muchos partidos, pero en la literatura el trabajo malo ahí se queda.
¿Quería ser escritor antes de la guerra o la guerra le convirtió en uno? ¿Qué le influyó?
Sí, quería ser escritor desde que iba al instituto. Probablemente me influyó mucho una estantería de libros en casa de mis padres. Recuerdo que los libros eran de diferentes colores: teníamos SelimoviÄ en verde claro, Dostoievski en azul, la literatura americana en rojo. Todo era una tentación. Crecer entre libros me dio una idea de mí mismo. Eso me hizo escritor. Pero la guerra me hizo más fuerte y más sensible al mismo tiempo.
¿Qué sintió cuando acabó el asedio de Sarajevo?
Que no necesitaba seguir leyendo para vivir.