Se ha muerto David Koch y es una pena, como siempre que muere alguien. También da pena pensar que si David Koch no hubiera sido un financiador de la extrema derecha de EEUU, hoy tendría un obituario muy diferente. En lugar de decir que se gastó una fortuna en promover algunas de las causas más dañinas que existen, hoy estaríamos escribiendo sobre sus obras filantrópicas, que también fueron muchas. Si Koch y su hermano no fueran los principales culpables de haber arrastrado al partido republicano de EEUU a posiciones absurdas como negar el cambio climático, podríamos estar tranquilamente haciendo una guía de Nueva York saltando de donación en donación. Iríamos al centro David Koch contra el cáncer en la mejor institución investigadora del mundo, el Sloan-Kettering (135 millones), y luego nos sentaríamos en la plaza David Koch del Museo Metropolitano de Arte (90 millones). Después cruzaríamos Central Park y pasaríamos a ver los esqueletos de dinosaurios en el ala David Koch del Museo de Historia Natural (18 millones) antes de asistir al ballet en el teatro David Koch del Lincoln Center (58 millones). Y me dejo muchas otras, pero es que hay que hablar de sus “otras” inversiones. Las políticas y las empresariales.
David Koch era inmensamente rico. La cifra exacta depende mucho de dónde la consultes, pero estaría en torno a los 50.000 millones de euros. Compartía con su hermano Charles la propiedad de una de las mayores empresas de EEUU, Koch Industries, fundada por el padre de ambos. Y compartía también con su hermano esas ideas que ellos llamaban libertarias, pero que también podríamos calificar de neoliberales. En 1980 David decidió entrar en política y ser el candidato a vicepresidente del partido Libertario, pero logró poco más del 1% de los votos. Fuera por el resultado desastroso o porque el ganador, Ronald Reagan, resultó ser muy neoliberal, David Koch decidió no volver a poner nunca más su nombre en una papeleta electoral, pero sí dedicarse a manejar los hilos de su influencia detrás del escenario. Una influencia notable que tuvo su cúspide con la llegada a la Casa Blanca del presidente Obama.
Los Koch habían gastado ya mucho dinero en hacer avanzar a ‘sus’ candidatos en la primarias republicanas: los que más fervientemente odiaran el papel de gobierno, los menos ecologistas, los que más castigaran a los sindicatos... pero cuando Obama se convirtió en presidente, empezaron la guerra de verdad. A través de una institución de nombre anodino y gran capacidad de organización, ‘Americanos por la prosperidad’, se encargaron de alimentar el furor neoliberal del Tea Party y además de encauzarlo electoralmente. Con los recursos casi ilimitados de los Koch organizaban manifestaciones, compraban publicidad, donaban dinero a candidatos afines, hacían eventos para que los activistas se conocieran entre sí... Y se oponían con todos sus medios a cualquier intento de ampliar la cobertura sanitaria, poner límites a la contaminación, subir impuestos a las clases altas... No consiguieron frenar la reforma sanitaria de Obama, pero en las siguientes elecciones su labor fue fundamental para que los republicanos lograran el control de la Cámara de Representantes y bloquearan el resto de iniciativas legislativas del presidente.
Según el difunto David Koch, toda esta actividad política se debía tan solo a su su patriotismo y a una ideología liberal muy arraigada desde su infancia. Sin embargo, entonces y ahora era difícil no ver que las causas que más apoyaba su brazo armado de ‘Americanos por la prosperidad’ eran precisamente las que más favorecían sus intereses empresariales. Estaban en primera línea combatiendo las regulaciones mediambientales que más daño podían hacer a una compañía dedicada al petróleo y la química como Koch Industries. Se oponían “al despilfarro” que suponía cualquier ampliación del transporte público cuando, casualmente, su empresa necesitaba mucho de “la cultura del coche” para prosperar. Y organizaron un movimiento poco menos que fundamentalista contra cualquier subida de impuestos cuando eran personas como ellos los principales perjudicados.
Los Koch tenían una enorme influencia y los candidatos presidenciales a las primarias republicanas cultivaban su apoyo insistentemente porque sabían que iría acompañado de dinero y de otros tipos de apoyo. Sin embargo no contaron con un factor: Donald Trump. Seguro que para David Koch fue toda una sorpresa ver llegar a presidente a otro empresario neoyorquino, mucho menos millonario que él, y que además no le tenía ningún respeto. Trump se ha burlado públicamente del supuesto “poder” de la maquinaria de los Koch dentro del partido y se ha enfrentado a ellos, ahora que su primacía es indiscutible entre los republicanos. Después de todo, Trump ha conquistado el poder a pesar del establishment del partido que los Koch representan, y sus ideas contrarias al libre comercio horrorizaban a los hermanos liberales. La guerra de aranceles con China, las peleas con los aliados europeos... todo eso es malo para el negocio.
Con la muerte de David, desaparece el más sociable y hablador de los hermanos Koch. El que vivía en Nueva York y a veces hasta daba una entrevista. Queda su hermano Charles, que vive encerrado en una fortaleza de Kansas, pero que con seguridad continuará su obra política y empresarial. Ha muerto una de las figuras fundamentales para entender la política estadounidenses moderna y la desaparición del “ala moderada” del partido republicano. Seguro que David Koch jamás se imaginó que sería tildado de “moderado” y eso que, en los últimos tiempos y gracias a su distancia con Trump, ha podido incluso parecerlo.