El 4 de marzo, millones de niños italianos cerraron sus libros, se colgaron sus mochilas y dijeron adiós a sus compañeros y profesores por última vez en este curso. El Gobierno acababa de ordenar el cierre de colegios en todo el país como medida para frenar la propagación del coronavirus, una decisión que ha extendido hasta septiembre. Por delante, los menores tuvieron dos meses de confinamiento y aprendizaje a distancia, con todas las dificultades asociadas a la obligación de permanecer en casa.
Ahora, en plena desescalada y con el fin de curso a la vuelta de la esquina, Italia se ha enfrascado en un debate: ¿se debe permitir que los alumnos se reúnan para celebrar el último día de “cole”? De un lado, quienes defienden su “fuerte valor simbólico” y conciben como un “regalo” que los niños puedan socializar, al menos un día, con sus compañeros tras casi tres meses de cierre. Del otro, quienes ven demasiados riesgos, ya que consideran que es muy difícil mantener las distancias necesarias para evitar contagios, sobre todo entre los más pequeños, en un momento en el que las autoridades piden extremar las precauciones.
Una de las principales abanderadas de la idea ha sido la viceministra de Educación italiana, Anna Ascani, que ha propuesto reabrir las escuelas por un día, el último del año escolar, que finaliza entre el 6 y el 10 de junio, dependiendo de la región. Al menos, dijo, quiere que se haga con los estudiantes de los últimos años de cada ciclo, para que pudieran reencontrarse con sus compañeros y sus docentes, y despedirse con una fiesta. “Me gustaría darles esa posibilidad, con seguridad, en pequeños grupos”, explicó hace unos días la política del Partido Demócrata (PD) en una entrevista con La Repubblica.
Sin embargo, la iniciativa se ha encontrado con el “no” del Comité Técnico Científico que ha estado asesorando al Gobierno de Giuseppe Conte durante la epidemia de coronavirus. Según han informado los medios italianos, el presidente del comité ha asegurado que son contrarios a la idea de terminar el curso en las escuelas por las dificultades de controlar las distancias entre los niños en un momento en el que todavía hay transmisión del virus.
Pero la viceministra no se rinde y ha afirmado que si el comité técnico no considera seguro reunir a los estudiantes en las escuelas, trabajará “para permitir que se haga al aire libre [como los parques] o en otros lugares que puedan ser adecuados”. Ascani ha insistido en que tiene que hacerse de forma segura y voluntaria para los estudiantes y las familias. En su perfil de Facebook, ha abogado varias veces por la idea, destacando el valor simbólico que podría tener. “El último día de escuela no puede ser un clic en el botón 'abandonar reunión' en Zoom. Cuando hice esta propuesta, yo también pensé que no solo era una cuestión de educación, sino de símbolos, relaciones, recuerdos y experiencias”, afirmó el pasado martes, en referencia a un artículo publicado en el Corriere della Sera que pedía “salvar” el último día de colegio.
En los últimos días de colegio se entremezclan las emociones: a la alegría por el fin de las clases y la llegada del verano se suman la nostalgia y a menudo la tristeza por decir adiós a los amigos. Algunos expertos han explicado el significado simbólico de poder despedirse al final de año, incluso ven en él un “ritual” en un momento de transición. “Es importante en cada final del año escolar, pero aún más al final de la escuela primaria y cuando te gradúas de la escuela secundaria. Es un importante rito de paso para los estudiantes: terminas una era y así puedes mirar las siguientes etapas de la vida”, ha indicado Matteo Lancini, psicoterapeuta profesor de la Universidad de Bicocca, a La Repubblica.
“Necesitamos ayudarlos a cerrar sus ciclos y mirar hacia el futuro”, ha dicho también Giuseppe Lavenia, especialista en ciberbullying, que considera que los niños han sido olvidados en esta etapa de la crisis. Mientras Lancini piensa que es complicado organizar el encuentro en estas circunstancias, para Lavenia es una buena posibilidad si se hace respetando toda las medidas sanitarias.
Del otro lado, hay especialistas que han mostrado sus reticencias, como Teresa Mazzone, presidenta del Sindicato Italiano de Pediatras (Sispe), que ha dicho que si bien es una idea “bonita”que tiene un “fuerte impacto emocional y un gran valor simbólico también en términos de esperanza para un retorno a la normalidad y llevar a la escuela a septiembre”, desde un punto de vista práctico, “su puesta en marcha podría ser mucho más complicada y compleja”.
Familias y alcaldes apoyan la idea
La iniciativa ha contado con el apoyo de muchas familias y asociaciones de padres. “Nuestros hijos han descubierto que no volverán a esta escuela y que seguramente no podrán despedirse de sus amigos y profesores. Es un duro golpe para quienes han vivido con la esperanza de superar la crisis y volver a esa aula que durante cinco años ha sido un lugar de crecimiento y de juego; nuestros niños están tristes”, reza una carta de los padres de un grupo de alumnos del último año de primaria, dirigida a la ministra de Educación. “Le pedimos que se tengan en cuenta sus emociones, podría preverse una reunión al aire libre con tiempo limitado, mascarillas, guantes y distancia: tenemos un gran jardín que nos permitiría mantener la distancia, por lo que no será un problema aplicar todas las reglas”.
Asimismo, hay alcaldes que han visto con buenos ojos la idea. Es el caso del edil de Milán o el de Florencia. “Abramos las escuelas, el último día de este año escolar se ha vuelto triste y absurdo. Con seguridad y con todas las precauciones. Encontrémonos un día en las aulas con alegría, para saludar a nuestros compañeros que se han vuelto invisibles e intocables. Sonreír a los profesores que se han convertido en una imagen en la pantalla”, asegura Darío Nardella, edil de Florencia, en un vídeo de Facebook. “Nos hemos olvidado de preguntarnos cómo están, qué quieren, qué necesitan los 8 millones de niños y adolescentes italianos. El primer error del encierro fue poner a nuestros hijos en el fondo de la agenda política”.
Así, están empezando a emerger iniciativas. La alcaldesa del municipio de San Lazzaro, una ciudad de 32.000 habitantes en Bolonia, ha convocado a los alumnos a asistir a sus últimas clases en un parque, con aros de colores sobre la hierba y un alumno por cada círculo, para guardar la distancias. “Así podréis saludaros, mirándoos a los ojos. Los hula-hoop son un símbolo, son el círculo que se cierra, para abrir un nuevo ciclo. No dejaré que esta pandemia os prive de este rito”, afirma en una publicación de Facebook.
El ejemplo de San Lazzaro ha inspirado a otros municipios de la provincia, que ya han anunciado iniciativas similares. Sin embargo, la ciudad de Bolonia, más grande en tamaño y población, ya ha adelantado que la imposibilidad de organizar algo parecido debido, dicen, al alto número de estudiantes.
Italia se encuentra inmersa en la planificación de la vuelta al colegio en septiembre. El ministerio de Educación ha explicado este jueves las medidas de seguridad remitidas por el comité científico técnico para poder reabrir los colegios después del verano. El documento, en el que se enmarcará el plan general de reapertura según el Ministerio, prevé una distancia de al menos un metro en las aulas, por lo que el diseño interno tendrá que reorganizarse: se refieren a los pupitres, pero también a los laboratorios o en los salones de actos. Asimismo, recomienda que haya productos desinfectantes en varios puntos de la escuela y mascarilla obligatoria para los mayores de seis años, con algunas excepciones: durante la actividad física, la comida o cuando se les haga preguntas en clase.