Desde hace dos décadas, la elección por la opción más efectiva para oponerse al kirchnerismo ha orientado el voto de millones de argentinos. Hay, por supuesto, motivaciones ideológicas, políticas y económicas genuinas, pero el rechazo y la animadversión a la figura de Cristina Fernández de Kirchner y su entorno, así como la adhesón, han jugado un papel directriz en el mapa electoral.
Esa marca de la democracia argentina reciente habla de la fortaleza de Néstor y Cristina Kirchner y de los poderes que enfrentaron con políticas a favor de la igualdad, rebeldes de las recetas ortodoxas, pero también de la magnitud de sus déficits. De punta a punta de los tres primeros gobiernos kirchneristas (2003-2015), que son los que Cristina admite como propios, las huellas de la corrupción, un trazo grueso que se demostró contraproducente y una persistente práctica maniqueísta para delimitar lo democrático, lo popular y lo progresista empujaron a una porción del electorado a elegir cualquier opción que se les enfrentara.
Fue tan determinante esa razón electoral, que el bloque antikirchnerista extendió su abroquelamiento ante variantes como Alberto Fernández en 2019 y, ahora, Sergio Massa, por más que ambos representaran versiones atenuadas y hasta contradictorias del paradigma cristinista.
Con el norte puesto en dar vuelta a la página del kirchnerismo, esa parte del electorado asumió el precio de la incoherencia. No sólo quienes pusieron el sobre en la urna, sino también, en forma más costosa para su propio capital simbólico, quienes buscaron ese voto y quien se erigió como orquestador en las sombras de esa pretendida epopeya, el poderoso multimedios Clarín.
Una persistente práctica maniqueísta del kirchnerismo para delimitar lo democrático, lo popular y lo progresista empujó a una porción del electorado a elegir cualquier opción que se le enfrentara
Un repaso de los nombres que encabezaron infinitas alquimias anti-Cristina —a veces elaboradas, otras improvisadas y otras empujadas por el propio kirchnerismo— da cuenta de vaivenes inexplicables. En estas dos décadas, alternaron como jefes de la oposición Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Roberto Lavagna, Hermes Binner, Francisco de Narváez, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y los hoy oficialistas Massa y Ricardo Alfonsín. Son representantes conservadores, outsiders, peronistas clásicos, socialdemócratas y derechistas duros. El listado continúa, pero ninguno logró la combinación de vocación real de poder, perseverancia y capacidad táctica para buscar el voto como Mauricio Macri.
Eligieron creer en Macri
El expresidente supo liderar una coalición y dotarla de una narrativa de apertura económica sensata y respeto por las instituciones democráticas y los valores republicanos de división de poderes y la Constitución. Se trataba de una impostura clamorosa, perceptible para cualquiera que sostuviera una mínima mirada crítica sobre el personaje, su experiencia como empresario y como alcalde de Buenos Aires, y las tradiciones poco democráticas y republicanas de la derecha conservadora argentina.
Pero la nave fue. Una artillería mediática con un poderío pocas veces visto estuvo para contarlo y millones de ciudadanos, no sólo conservadores, sino incluso autopercibidos progresistas y liberales, eligieron creer.
Al cabo de cuatro años en la Casa Rosada (2015-2019), Macri magnificó las inconsistencias heredadas del kirchnerismo y agregó otras más lacerantes. Entregó el país con muchos más pobres, inflación duplicada y una deuda externa monumental que no existía cuando asumió. Agentes “cuentapropistas” —como definieron los tribunales— que reportaban al círculo presidencial espiaron ilegalmente a opositores, críticos y aliados. Removió jueces molestos, nombró a los propios mediante mecanismos ilegales, persiguió a opositores, arbitró el blanqueo de dinero de su familia, puso al Estado al servicio de celebrar homicidios perpetrados por policías en casos de delito común (Luis Chocobar) y de protesta social (Rafael Nahuel).
Una artillería mediática con un poderío pocas veces visto estuvo para contarlo y millones de ciudadanos, no sólo conservadores, sino incluso autopercibidos progresistas y liberales, eligieron creer en Macri
En 2019, Macri dejó el gobierno con un 40% de los votos. Ya antes de terminar un mandato cuyo final definió como una experiencia pesadillesca, adoptó un discurso propio del derechista sin maquillaje que había sido como empresario. Despectivo de los pobres, “los que no trabajan”, “choriplaneros” (mote antiperonista de quienes concurren a las manifestaciones por choripanes o planes sociales), defensor de “las dos vidas”, agresivo con la lucha de memoria, verdad y justicia por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.
Sin cargo estatal, Macri se dedicó a los negocios de la FIFA, al bridge y el descanso en su paraíso patagónico. Los jueces y fiscales que orbitaron en la Inteligencia ilegal se encargaron de que las causas judiciales pendientes ni lo mosquearan. Entre viaje y viaje, se volcó al rito de una entrevista en el canal TN, del Grupo Clarin, y otra en La Nación +.
Allí está el expresidente, con una proyección política disminuida, pero con capacidad de acción para hacer, deshacer y poner al resto del arco político antiperonista a reaccionar a sus movimientos.
Hombre de acción
Un dueño de empresas de la estirpe de Macri es propenso a la acción. Cita a su despacho, imparte órdenes, pide consejos y actúa según su criterio. Después de 2019, el accionista de Sociedades Macri se despojó de la obligación de asumir decisiones consensuadas con sus aliados de la UCR y la Coalición Cívica en la coalición Juntos por el Cambio
Macri escribió no uno sino dos libros (Primer Tiempo, 2021, y Para qué, 2022) para decir que había llegado la hora de un gobierno “promercado” sin contemplaciones. Esta vez, debería ser a todo o nada. Si hubiere resistencia a ajustes draconianos, sería repelida por la fuerza. No habría más espacio para tibios. “El liderazgo tiene que bancarse” gente en la calle y muertos, advirtió por televisión tiempo atrás.
No ocultó su preferencia por el ala de los halcones en la interna de Juntos por el Cambio ni la ilusión que le generaba la aparición de Javier Milei en el firmamento. Este economista violento, autoritario, de turbia relación con las corporaciones financieras y empresariales, parecía expresar el inconsciente reprimido de aquel hijo del empresario Franco Macri que se sentaba a conversar en la televisión argentina de los ochenta y noventa.
El Macri 2023, padre de una hija pequeña, abuelo, amante del buen vivir, algo amargado por la ingratitud de quienes no valoraron su experimento presidencial, conferencista a ser presentado por Mario Vargas Llosa, no está para tolerar medio segundo de charla con un candidato a concejal en un pueblo de una provincia del norte argentino.
Prefirió reservarse en la penumbra para trabajar contra la que valora como la peor de las hipótesis, una victoria de su archienemigo Massa. Ante el inesperado resultado de la primera vuelta del 22 de octubre, Macri ensayó un duelo relámpago e impulsó la virtual extinción de su creación, Juntos por el Cambio. Whatsappeó con Milei y lo recibió al filo de la medianoche del martes en su mansión de Acassuso, norte exclusivo de Buenos Aires, para que el libertario y Bullrich recrearan el abrazo de los históricos adversarios Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín en 1973. Esta vez fue en modo comedia y habilitó bromas sobre las acusaciones de bombas en jardines de infantes que el economista ultraderechista había lanzado contra su rival de derecha tan sólo días atrás.
¿Quién está verdaderamente sorprendido por el paso dado por el frío estratega Macri y la aguerrida Bullrich al acudir en auxilio de un Milei en shock por la derrota?
La denuncia de la traición del expresidente que campea en sus correligionarios de Juntos por el Cambio, que ven con espanto la deriva ultraderechista ¿no es una forma de ahorrarse respuestas sobre su propia trayectoria al haber llegado al punto de militar por una candidata presidencial radicalizada como Bullrich?
Análisis despectivos
Ante la realidad de la impactante victoria de Massa y un balotaje con Milei, volvió un clásico del derrotado: el enojo con el electorado.
En círculos políticos y mediáticos de Juntos por el Cambio cundió la ira y un desprecio que bordeó con el racismo porque entendieron que el votante peronista no repara en casos de corrupción obscenos, como el del exintendente de Lomas de Zamora Martín Insaurralde. El razonamiento motivó una hipótesis de la periodista mexicana Cecilia González.
“Creo que lo que indigna a ciertos periodistas militantes no es que a ‘la gente’ no le importe ‘la corrupción’, como vienen diciendo desde anoche muy enojados, sino que sus denuncias sesgadas, siempre con doble vara, no tengan el impacto electoral que ellos desean”, tuiteó González.
En otro de los artificios poselectorales, circuló el análisis de qué tan distintas habrían sido las cosas con el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, derrotado por Bullrich en la primaria de Juntos por el Cambio. Más que contrafáctico, tal escenario suena ilusorio.
La historia de la candidatura del jefe de Gobierno porteño da cuenta de la falta de un proyecto serio para trascender la experiencia de Macri en el campo no peronista. Rodríguez Larreta preparó su postulación durante al menos cuatro años, contó con un presupuesto publicitario estatal de los más altos de la historia democrática al servicio de un proyecto presidencial, holgados recursos de gobierno; gozó de la ausencia de preguntas críticas en todo el espinel mediático. El resultado fue magro 11% de los votos para Rodríguez Larreta en las primarias de agosto.
Al alcalde, la UCR y todo aquel que se autoperciba de centro en lo que fue Juntos por el Cambio les cabe la pregunta de cuántos años antes debieron haber emprendido su propio camino sin pasos equívocos para tratar de imitar al duro de turno o a Bullrich, imitadora a su vez de Milei.
Artificios de moderación
Ese sector careció de las convicciones para tocar su propia canción ante el credo esotérico en el libre mercado, las andanzas del espionaje macrista, la disposición de recursos estatales para garantizar negociados y la justificación de haber tomado el préstamo más grande y lesivo de la historia del Fondo Monetario Internacional.
Por el contrario, hay disputas estériles de todo el arco de Juntos por el Cambio que procuran equiparar la deuda externa de Macri con la de Alberto Fernández. La primera, en dólares, con jurisdicción internacional, para reemplazar baja de impuestos y financiar la fuga de dinero; la segunda, local, en pesos, para solventar el capricho de Cristina por los subsidios a la luz y el gas y en escenario de pandemia y guerra.
Bullrich no condenó el intento de magnicidio de Cristina que tuvo lugar hace un año y protegió a su mano derecha, el sospechoso Gerardo Milman; Milei amenazó “pisar con una silla de ruedas” al “sorete” y “comunista” Rodríguez Larreta, y Macri expresó “alegría” por el ascenso del economista ultraderechista. Nadie en Juntos por el Cambio creyó que allí había motivo alguno para poner un límite, rediagramar la coalición o emprender otro rumbo.
No se trata de una carrera por la incoherencia en la que los integrantes de Juntos por el Cambio hoy azorados por la alianza con Milei les ganan a los radicalizados Macri y Bullrich.
La emergencia de Milei tiene múltiples explicaciones. La crisis económica prolongada, la pandemia, la letanía del peronismo, una tendencia global, pero los halcones y las palomas de Juntos por el Cambio corren con la responsabilidad, por acción u omisión, de haber extremado el debate a los niveles incendiarios en los que el economista ultraderechista terminó siendo mejor intérprete. Si había que jugar con la violencia, Milei, un panelista surgido de la televisón con un parecido al Joker de Joaquin Phoenix que parece guionado, sabría qué cuerda tocar.
En tres semanas termina un dramático año electoral que parece un siglo. Massa quedó mucho mejor parado de lo que se preveía de la primera vuelta, pero la competencia para el 19 de noviembre promete ser ajustada, por regla habitual de los balotajes, pero también por la persistencia del voto antiperonista y, más específicamente, anticristinista. Aun en silencio, la vicepresidenta representa tanto un activo, que ya mostró su potencial al votar por Massa, como un pasivo que enciende a la oposición.
El candidato peronista lidia con la misma carga que lo llevó a conseguir nada menos que 37% los votos en la primera vuelta: la inflación, los índices de desconfianza dentro del sistema político y el electorado que lo acompañan hace tiempo, y la mala imagen pública del presidente y la vicepresidenta. Tiene a su favor la solidez de su papel como candidato, la base peronista y la capacidad de resistencia democrática del pueblo argentino que puede poner un freno a una amenaza de la catadura de Milei.
El hombre de la Libertad Avanza navega la ola de la reacción conservadora y cuenta con la fortaleza de los poderes fácticos que la sustentan. Se enfrenta a su propia inestabilidad psicológica, la endeblez técnica y numérica de su entorno y el miedo que generan. Fue una semana dura para Milei, con amateurs y exaltados que comenzaron a bajarse del berrinche de la política.
Se verá si la apuesta de Macri resulta útil para subsanar las deficiencias logísticas y programáticas de Milei, o, por el contrario, el expresidente termina transfiriendo su mayoritario desprestigio al libertario.
Esta vez, la carta de la derecha será sin imposturas republicanas.