La derecha se vuelve antisistema
La derecha es cada vez más antisistema. Y negacionista, insumisa a la ciencia terrenal y la divina –abundan los desprecios al Papa–. Y es así, entre otras cosas, por su coqueteo, a cambio de un puñado de votos, con las narrativas de la llamada derecha alternativa, que no es más que un eufemismo en el pantone de la extrema derecha y la ultraderecha.
El presidente del PP europeo, Manfred Weber, ha hecho esta semana algo insólito en Bruselas: salir públicamente de la mano de la jefa del PP español en la Eurocámara, Dolors Montserrat, para acusar a un comisario europeo de actuar de parte del Gobierno de España por la crisis de Doñana. Es decir, el jefe del PP europeo acusa de partidista a una Comisión Europea presidida por una líder del PP europeo, Ursula von der Leyen. En efecto, la principal familia política europea, heredera de la democracia cristiana y el ordoliberalismo que, junto con la socialdemocracia, fundó una arquitectura institucional para sellar la paz tras la Segunda Guerra Mundial y forjar un modelo social europeo, se sitúa en el mismo discurso de la extrema derecha, el de los gobiernos de Polonia y Hungría, expedientados por sus derivas autoritarias y homófobas.
“Lo que hemos visto del comisario es inaceptable”, ha dicho Weber después de que los dirigentes conservadores se reunieran este martes y este miércoles con el responsable de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevičius, para abordar la situación de Doñana. “Todo el mundo quiere soluciones, pero lo que veo es un comportamiento partidista de la Comisión y, especialmente, del comisario”, ha estallado Weber.
El jefe de los conservadores ha llegado a acusar al comisario, miembro del partido Unión de los Campesinos y Verdes Lituanos, de haberse puesto “la camisa roja para hacer campaña por Pedro Sánchez”.
La inédita ofensiva de los populares europeos contra la Comisión que ellos mismos presiden se produce después de que Bruselas haya criticado con dureza la ley impulsada por el Gobierno andaluz, a través del PP y Vox en el Parlamento regional, para indultar los regadíos ilegales de Doñana. Tras reunirse con el consejero andaluz, la Comisión Europea reiteró que la propuesta va en la “dirección contraria” a la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE que condenó a España por el expolio del agua del acuífero y advertía de los “efectos desastrosos” que esa legislación tendría si entra en vigor.
Es decir, la Comisión Europea pide que se cumpla una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Y el PP europeo, de la mano de Alberto Núñez Feijóo, acusa a Bruselas de partidismo.
En esta ofensiva hay un elemento personal clave, en tanto que lo personal es político: Von der Leyen accedió a la presidencia del Ejecutivo comunitario por delante de Weber –alemanes los dos–, quien había sido elegido por la familia política conservadora para aspirar a un cargo que le fue arrebatado por los 27 jefes de Estado y de Gobierno en favor de la ex ministra de Defensa de Merkel. Y Weber tiene recelos de esa relación de Von der Leyen con algunos líderes, como Pedro Sánchez, socialista, al tiempo que corteja a Giorgia Meloni, la ultraderechista que gobierna Italia, ante la decadencia de Forza Italia y el ansia por mantener al PPE como el mayor partido europeo.
Negacionismo climático
“Yo sé poco de este asunto, pero mi primo supongo que sabrá”, argumentaba Mariano Rajoy allá por 2007. “Me ha dicho: he traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que hará mañana en Sevilla. ¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?”.
Esa línea de pensamiento es la que, 16 años después, parece sostener el proyecto de ley andaluz que pretende legalizar regadíos ilegales a riesgo de secar una reserva natural europea única como Doñana. “¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?. Es un asunto al que hay que estar muy atentos, pero tampoco lo podemos convertir en el gran problema mundial”, parece resonar en el Consejo de Gobierno de Juan Manuel Moreno Bonilla.
Pero no es cosa única del PP español, socorrido por el líder del PP europeo. El ex presidente de EEUU Donald Trump se esforzó por revertir las acciones destinadas a abordar el cambio climático, y ya en 2017 prometió retirarse del Acuerdo de París, un acuerdo entre 195 países para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar los peores impactos del cambio climático.
De la misma manera, el ex presidente brasileño Jair Bolsonaro no tuvo inconveniente en atentar contra la Amazonia con los mismos argumentos economicistas que usan el PP y Vox para Doñana o el Mar Menor, o los ultraconservadores polacos para entorpecer en la UE por todos los medios el pacto verde europeo y la transición ecológica.
El Partido Republicano de EEUU, como el Partido Conservador británico, en el pasado fueron capaces de teorizar un modelo social y económico alternativo al Estado del Bienestar más asociado a postulados socialdemócratas: basado, eso sí, en la desregulación, la privatización, el adelgazamiento de lo público, el liberalismo económico extremo y el neoimperialismo. Pero, las últimas señales políticas emitidas por ese eje transatlántico plantean una agenda política con más prohibiciones que propuestas. Salvo el mantra de la bajada de impuestos, que defienden siempre independientemente del país y del contexto económico, como si de un mandamiento se tratara. Hasta tal punto que llevó a Liz Truss a convertirse en la primera ministra británica más breve de la historia por defender unos privilegios fiscales a los más ricos que ni siquiera los mercados financieros podían digerir.
“Es posible que hayamos dejado atrás los días en que la victoria de los partidos populistas y de extrema derecha parecía impensable o insostenible”, escribía Lorenzo Marsili en elDiario.es: “Quizá nos encontramos ante la nueva normalidad degenerada y derechista en la que ese necesario y respetable espacio de la democracia –el de Jacques Chirac, Margaret Thatcher o Angela Merkel– pase a ser sistemáticamente pervertido y ocupado por Trumps y Melonis. Tal vez Meloni consiga que la extrema derecha pase de la condición de outsider en la política europea a la de insider tenaz”.
Marsili añadía: “En EEUU, el Partido Republicano ha liderado esta degradación de la derecha, remodelado por su connivencia con Donald Trump. Hace poco fue acertadamente descrito por el columnista del Financial Times Edward Luce como una fuerza política ”nihilista, peligrosa y despreciable“. La mitad del espectro político tradicional de EEUU se ha desgajado, llevándose consigo la salud de la democracia estadounidense. Puede que estemos asistiendo a la imposición de ese mismo fenómeno en Europa, antes que al espectacular surgimiento de un efímero gobierno fascista italiano. La teoría se pondrá a prueba en España dentro de un año, con una posible alianza entre el partido de extrema derecha Vox y un Partido Popular que se está degradando rápidamente”.
Negacionismo social
En Polonia hay municipios “libres de personas LGTBI”. En Florida, se vacían estanterías de las escuelas por libros considerados peligrosos. En Hungría, se obligó al editor de un libro para niños que presentaba a personas LGTBIQ a incluir un descargo de responsabilidad en el sentido de que el libro describe formas de “comportamiento que se desvían de los roles de género tradicionales”. En Castilla y León, PP y Vox estuvieron a punto de obligar a las mujeres que querían abortar a oír el latido fetal.
La propuesta, no nata, del Gobierno de Castilla y León tiene un precedente reciente en Europa. El Gobierno de Hungría impuso en septiembre por decreto la obligación de escuchar el latido del corazón del feto antes de abortar, un requisito que tuvieron que empezar a cumplir todas las mujeres que desearan interrumpir su embarazo. La medida determina que antes de abortar, la mujer debe presentar un documento que certifica que ha recibido información sobre los signos vitales del feto.
En el caso de Polonia, donde gobierna Ley y Justicia (PiS), el mejor aliado de Vox en Europa, la interrupción del embarazo solo se permite en caso de violación, incesto o cuando la vida de la madre se encuentre en peligro, lo que supone una prohibición casi total del aborto. Y todo viene de un Tribunal Constitucional dominado por el poder político que endureció la ley al responder a una querella presentada por un grupo de parlamentarios del PiS, quienes consideraban el aborto por malformación una forma de eugenesia.
En España, Isabel Díaz Ayuso encarna esa trumpización de la derecha tradicional, hasta el punto de intentar ridiculizar a las personas trans ante los medios para criticar la ley: “Si es necesario, pues mañana lo que podemos hacer a través de la autodeterminación de género es irme con mi vicepresidente, que puede ser mi nueva vicepresidenta, con mi consejero de Justicia, que se convertirá en mi nueva consejera. Tendremos a Enriqueta López y a Enriqueta Ossorio, y a lo mejor así gestionamos mejor o solucionamos mejor la vida de los madrileños”.
Las concomitancias del discurso de la presidenta madrileña con la posfascista Giorgia Meloni, primera ministra italiana, son evidentes. Basta recordar a la líder de la ultraderecha italiana en un mitin en Marbella en las pasadas elecciones andaluzas, cuando gritaba: “No hay mediaciones posibles: o se dice sí o se dice no. Sí a la familia natural, no a los lobbis LGBT [sic], sí a la identidad sexual, no a la ideología de género, sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte, sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista, sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva, sí al trabajo de nuestros ciudadanos, no a las grandes finanzas internacionales, sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas”.
Un discurso que también casa con el de los republicanos estadounidenses. Florida, el estado de Ron DeSantis, se ha unido a la lista de los estados con mayores restricciones al aborto en Estados Unidos, que situará a Florida a la altura de otros estados sureños, como Alabama, Misisipi y Luisiana. De forma paralela, DeSantis también tiene sobre su mesa otro polémico proyecto de ley, que supondrá una nueva persecución de la libertad educativa en las escuelas públicas, con algunos puntos que servirán para reforzar las restricciones sobre lo que los jóvenes pueden aprender en las aulas sobre el género y la orientación sexual. Concretamente, incrementará el poder que ya tienen los padres para restringir aquello que los alumnos leen en las bibliotecas escolares. Además, servirá para imponer en las escuelas la visión cerrada sobre la identidad sexual que defiende DeSantis en su estado, que ya restringe la participación de las personas trans a las competiciones deportivas escolares y ha paralizado la financiación pública a los tratamientos de afirmación de género.
Insumisos al papa Francisco
La derecha española no puede con el papa Francisco. Un pontífice que se define por su preocupación por las desigualdades y que está protagonizando el primer intento de la Iglesia católica por investigar los abusos a menores.
“España está a la cabeza del complot contra el Papa Francisco, un complot con un objetivo: que este Papa renuncie y desaparezca, cuanto antes mejor, y volvamos a tener una Iglesia tradicional, como Dios manda”, afirma en elDiario.es el periodista y escritor Vicens Lozano, quien lleva 35 años como corresponsal en Italia y el Vaticano: “El gran complot lo está organizando la ultraderecha, con la construcción de un nuevo lenguaje, con nuevos conceptos. Y están triunfando: Steve Bannon, por ejemplo, es uno de los grandes asesores de este grupo de empresarios, multimillonarios norteamericanos católicos, con un poder e influencia impresionantes, y que tienen su ramificación en el Vaticano. ¿Con quiénes? Les ponemos nombres: Leo Burke, Müller, Sarah... que dan las claves de funcionamiento. Este libro se puede leer en clave de novela, aunque no hay una coma de ficción: hay un gran complot internacional contra el Papa”.
Hasta tal punto la derecha es insumisa al papa, que la secretaria de comunicación del PP madrileño, Macarena Puentes, bautizó el encuentro entre Francisco y la vicepresidenta Yolanda Díaz de “cumbre comunista”. Luego borró el tuit, pero es un ejemplo más de las críticas públicas al Vaticano por parte de la derecha.
Otro enfrentamiento público se produjo tras una carta del papa pidiendo perdón a los mexicanos por los abusos durante la conquista de América. El entonces presidente del PP, Pablo Casado, dijo: “Desde España no tenemos que pedir perdón, sino dar las gracias a una historia común que ha sido el mayor hito de la humanidad después de Roma”. El portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, decía: “No entiendo muy bien qué hace un Papa de nacionalidad argentina disculpándose en nombre de los demás”. Después, la presidenta de la Comunidad de Madrid, de gira por Estados Unidos, añadía: “Me sorprende que un católico que habla español hable así a su vez de un legado como el nuestro, que fue llevar precisamente el español y, a través de las misiones, el catolicismo y por tanto la civilización y la libertad al continente americano. Poco más puedo decir”. También el expresidente José María Aznar quiso intervenir en la diatriba: “Yo no voy a pedir perdón”, zanjó.
“A estas alturas existen pocas dudas de la escasa simpatía que tiene el Papa Francisco por España. Estoy convencido de que el Espíritu Santo se confundió y los cardenales eligieron un candidato catastrófico”, escribía en La Razón su director –y católico reconocido–, Francisco Marhuenda, en un artículo que titulaba 'Un Papa antiespañol' y en el que acusaba a Francisco de que “en lugar de estar al margen de las polémicas, le gusta chapotear en el barro de falso progresismo de esa izquierda sectaria y fanática iberoamericana tan querida por Podemos y los antisistema”.
En la visita al papa de Ayuso y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, el papa dejó un momento inesperado (al menos para el alcalde de la capital). Durante su presentación, Almeida fue señalado como “el heredero de la gran Manuela” por Francisco, que se acordó así de su antecesora en el consistorio de la capital española, Manuela Carmena. El Papa les pidió “unidad en la diversidad” y, especialmente, centrarse en los más vulnerables.
Gobiernos con la extrema derecha
“Mire lo que ha hecho el Gobierno italiano en los primeros meses”, argumentaba Weber en una entrevista con los periódicos del grupo Funke media: “Meloni es constructiva en Europa, apoya a Ucrania y no hay problemas con el Estado de derecho en Italia”. ¿Está interesado en una alianza de los democristianos europeos con los partidos de extrema derecha? “Como líder del partido y del grupo parlamentario, tengo la ambición de que al PPE le vaya tan bien en las elecciones europeas del próximo año, que sigamos siendo la fuerza más fuerte y capaz de dar forma a la política europea en los próximos cinco años”.
El viraje del líder del PPE está siendo histórico, si bien el líder del PP europeo procura quitar de las ecuaciones los acuerdos con AfD, la extrema derecha alemana, históricamente vetada por los democristianos. No es que Weber sea un referente necesario para cerrar o no cerrar alianzas políticas nacionales, pero parece ponerse un traje propio de las derechas en la república de Weimar –Paul von Hindenburg, presidente alemán, hizo canciller a Hitler en 1933 sin haber ganado las elecciones– o en el Reino de Italia –Víctor Manuel III fue el monarca que dejó Italia en manos de Mussolini–.
Como confiesa Weber, su horizonte es mantener al PPE como principal partido en el Parlamento Europeo, lo que le permitirá seguir dominando la Comisión Europea, el Ejecutivo comunitario. A lo que juega Weber también es a tener una alternativa al pacto histórico que ha operado en la arquitectura institucional europea: socialdemócratas, democristianos y liberales. Una alternativa a su derecha que, por cierto, ya ha funcionado en votaciones en el Parlamento Europeo relevantes, como la de la elección de la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, y la mesa de la Eurocámara que, por primera vez en la historia, cuenta con uno de sus vicepresidentes de extrema derecha –Roberts Zīle, de la Alianza Nacional letona–.
Weber también tiene presente que su partido hermano en Italia, Forza Italia, depende mucho de su fundador. Y Silvio Berlusconi ya tiene 85 años.
La actitud del actual jefe de filas de la derecha europea con respecto a los pactos con la extrema derecha es opuesta a la de su antecesor, el polaco Donald Tusk, y eso normaliza una política de pactos que antes no se santificaba –aunque hubiera este tipo de pactos en Austria, por ejemplo–.
Y todo esto en un momento en el que, precisamente, los populares europeos, aunque dominan las instituciones comunitarias –Comisión Europea, Eurocámara y BCE–, están en retroceso a escala nacional: la pérdida de Alemania les ha dejado fuera de todo gobierno de países fundadores de la UE, y básicamente resisten en los bálticos y el Este, junto con Grecia, donde hay elecciones el 21 de mayo. Mientras, pactan gobiernos con la extrema derecha en países como Suecia o Finlandia, por ejemplo.
Narrativa ultra con la migración
Tobias Teuscher, del partido neonazi AfD, miembro de la familia política Identidad y Democracia, decía recientemente en el Parlamento Europeo: “Si han visto las conclusiones del Consejo Europeo [de febrero] sobre inmigración, están incluidas todas las demandas que Identidad y Democracia ha puesto sobre la mesa en los últimos meses: frenar la entrada ilegal, protección de fronteras, el retorno rápido y la lucha contra el contrabando. Más presión sobre los países que se nieguen a cooperar en la aceptación de devoluciones mediante un endurecimiento de la política de asilo, de visados o de ayuda al desarrollo”.
Teuscher dio las gracias a Weber: “Lo admito. No habríamos sido capaces de hacer esto por nuestra cuenta. Hemos tenido un excelente spin doctor con un gran número de contactos. Manfred Weber es su nombre. El jefe de la CSU desde hace mucho tiempo, que observa las ideas del grupo ID y las toma como propias. El llamado cordón sanitario es poroso. Manfred Weber debería ser coherente. Tengo un puesto de jefe de unidad en mi grupo. Tal vez le gustaría coger el trabajo. Como hombre de la CSU, copiar ideas de la AfD y apoyarse en el grupo ID como presidente del PPE es algo que tampoco está bien visto”.
En los días previos, los países con posturas más antimigración habían calentado el debate al exigir una mención expresa a la financiación de infraestructuras para el control fronterizo. La mayoría de los países están gobernados por partidos conservadores, como Austria, que había llegado a amenazar con bloquear las conclusiones de la cumbre.
En total, fueron ocho países –liderados por Austria, pero entre los que se encuentran también dos socialdemócratas, Dinamarca y Malta, además de conservadores: Grecia, Letonia, Eslovaquia, Estonia y Lituania– enviaron la víspera una carta a los presidentes de la Comisión Europea y el Consejo Europeo pidiendo que destine más fondos y medios a la protección de las fronteras exteriores.
Ofensiva mediática
La cadena ultra Fox News fue clave en el ascenso de Donald Trump y en defenderle hasta el último día. Hasta tal punto es así, que acaba de cerrar un acuerdo extrajudicial con una compañía propietaria de máquinas de recuento electoral por las mentiras emitidas en antena. La cadena ha aceptado pagar 787,5 millones de dólares para no ir a un juicio en el que se le acusaba de difundir a sabiendas el bulo del fraude electoral, en la línea de lo defendido por el ex presidente Donald Trump y que desembocó en el asalto al Capitolio.
Pocos días después de ese acuerdo, uno de los presentadores estrella de Fox News, Tucker Carlson, ha dejado la cadena. El último programa de Carlson fue el viernes 21 de abril.
La demanda de Dominion Voting Systems había revelado una serie de mensajes privados de destacadas figuras de la cadena, entre ellos Carlson, como prueba de que Fox News estaba difundiendo a sabiendas la mentira del fraude electoral en EEUU. El presentador calificó de “absurdas” y “temerarias” las acusaciones, mientras en antena seguía alimentando la narrativa de Donald Trump.
Dos días antes del asalto al Capitolio, Carlson escribió a su equipo: “Queda muy poco para que podamos ignorar a Trump casi todas las noches”. Un productor le contestó: “No hay nada que quiera más”, a lo que Carlson añadió: “Le odio apasionadamente”. Sin embargo, cuando una periodista de la cadena publicó que los funcionarios responsables de las elecciones habían publicado un comunicado en el que afirmaban que no había pruebas de fraude, Carlson envió un mensaje a su compañero Sean Hannity: “Haz que la despidan. Esto tiene que parar, esta misma noche. Está dañando a la compañía, ha bajado el valor en bolsa, no es ninguna broma”.
El expresidente de Estados Unidos Donald Trump mostrado su apoyo a Carlson, uno de sus mayores defensores: “Me sentí conmocionado. Estoy sorprendido. Es muy buena persona, muy buen hombre, y tenía mucho talento y muy buenos niveles de audiencia”.
Una marcha que ha aprovechado Rusia también. El ministro de Exteriores ruso, Sergéi Lavrov, ha citado la salida de Carlson de Fox como un ejemplo de lo que, según él, es el deterioro de la libertad de prensa en EEUU: “La Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos aparentemente no significa nada en la práctica. Escuché que Tucker Carlson se fue de Fox News. Es una noticia curiosa. ¿Con qué se relaciona esto? Solo puedo adivinar. Pero, claramente, la riqueza de puntos de vista en el espacio de información estadounidense ha sufrido”.
Del Capitolio a Brasilia: lo que pasa cuando se cuestiona la legitimidad de los resultados
Jair Bolsonaro no felicitó a Lula por su victoria electoral. Como tampoco lo hizo Donald Trump con Joe Biden hace dos años. Bolsonaro nunca reconoció su derrota ni concedió legitimidad a la victoria de Lula, entre otras cosas porque nunca dejó de sembrar dudas sobre el recuento electoral, como recopila un reportaje de The New York Times, en el que se desgrana cómo fue creando la falacia de las elecciones amañadas basada en imprecisiones, datos fuera de contexto, pruebas circunstanciales, teorías de conspiración y mentiras descaradas, muy al estilo del expresidente de EEUU.
El manual de Bolsonaro recuerda mucho al de Donald Trump. Es verdad que no es lo mismo ocupar el Capitolio –el 6 de enero de 2021– con congresistas dentro que asaltar instituciones un domingo en Brasilia –8 de enero de 2023–, cuando no había nadie porque las instituciones están vacías los festivos. Pero sí es cierto en que la línea de puntos deja pocas dudas: cuestionamiento del recuento electoral, campañas de desinformación amplificadas por poderosos medios de comunicación y no reconocimiento de la legítima victoria del rival político en el momento del traspaso de poderes.
El nuevo conservadurismo no tiene problemas en apretar al gatillo movilizador, una ola del populismo nacionalista, el negacionismo pandémico, el neotrumpismo, el neoliberalismo extremo y la xenofobia. Eso sí, con la compañía de algunos medios de comunicación poderosos para amplificar sin filtros ni comprobación toda suerte de mensajes apocalípticos, como en EEUU ha sido la Fox News.
Como en aquel 18 brumario de Luis Bonaparte –bautizado así por Karl Marx como espejo del 18 brumario de Napoleón Bonaparte del 9 de noviembre de 1799–, cuando los dos grandes partidos tradicionales franceses se unieron en lo que se llamó el Gran Partido de Orden –tres años después del proceso revolucionario francés de 1848–, el 18 brumario de las derechas en el siglo XXI supone también una confluencia de diferentes sectores conservadores frente a una supuesta amenaza al sistema, e intentan presentarse como los agentes del orden aunque sea subvirtiendo el mismo orden constitucional e institucional que dicen defender. Convirtiéndose, así, en los antisistema.
En aquel caso histórico de hace siglo y medio, orleanistas y legitimistas se unieron a pesar de representar a sectores sociales distintos –unos, a la burguesía financiera; y otros a los terratenientes–, incluso cada uno defendía una dinastía distinta, pero les unía el supuesto orden frente a los socialistas y sus revoluciones. Y más de 150 años después, el 18 brumario de las derechas recurre ahora a los mismos fantasmas –socialcomunistas; globalistas; dictadura progre, filoterroristas; rompepatrias– para defender un supuesto orden por la vía del desorden.
A partir de ahí, los seguidores más leales escriben su propio final de la línea de puntos con actos que se parecen más a golpes de Estado que a caceroladas, con la connivencia de mandos policiales y militares.
No es lo mismo un tuit de Cuca Gamarra aprovechando los sucesos de Brasil para golpear a Pedro Sánchez por la reforma del Código Penal que asaltar el Capitolio, del mismo modo que no es lo mismo negarse a cumplir la Constitución bloqueando la renovación del CGPJ que tomar Brasilia, aunque sea en domingo. Más lejos aún fueron las Nuevas Generaciones de Madrid, comparando el asalto de Brasilia con las medidas del Gobierno para renovar los órganos judiciales que llevan años bloqueados por el partido de Feijóo. “Muy grave lo de Brasil. Igual de grave que querer controlar a los jueces e instituciones públicas como quieres hacer en España”, tuiteaban las juventudes de Isabel Díaz Ayuso.
Ahora bien, los parecidos comienzan a aparecer cuando se niega la legitimidad del Gobierno elegido, cuando la derecha judicial impide incluso debatir proyectos de leyes en el Senado; o cuando se usan todos los resortes en Bruselas para sembrar todo tipo de dudas sobre el Ejecutivo; o cuando se vincula al Consejo de Ministros con ETA, Venezuela o la antiEspaña. ¿Hasta dónde guiará a los más exaltados la línea de puntos que escriben cada día los líderes del PP, Vox y Ciudadanos?
Pero antes, aunque no mucho antes, América Latina ha vivido un golpe contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009; un intento de golpe en 2010 contra Rafael Correa en Ecuador; el golpe contra Fernando Lugo en Paraguay en 2012; la destitución de Dilma Rousseff en 2017, dos años antes del encarcelamiento de Lula; y, en 2022, el intento de asesinato a Cristina Kirchner.
El asalto ultra de Brasil fue una nueva evidencia de lo que pasa cuando las derechas cuestionan los resultados electorales. A partir de ahí, los seguidores más leales escriben su propio final de la línea de puntos con actos que se parecen más a asonadas que a simples manifestaciones. Ya sea en Washington, en Brasilia, en La Paz o en cualquier otro lugar del mundo.
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