La voz única siempre ha sido algo de lo que ha presumido la Unión Europea. La mantuvo durante dos años con el Brexit, por ejemplo, y seguramente ese haya sido uno de los motivos por los que se cerró un acuerdo con los que los 27 están contentos, mientras que los problemas se acumulan al otro lado de la mesa, al otro lado del Canal de la Mancha.
Pero el consenso en torno a la posición de Venezuela se ha desmoronado en cuestión de horas. El jueves, en la rueda de prensa diaria de la Comisión Europea, la portavoz de Federica Mogherini, Maja KocijanÄiÄ, reiteraba una y otra vez que el comunicado del miércoles por la noche había llegado en tiempo récord –“se venía trabajando de antes”, dijo– y representaba a los 28, algo que también subrayó el portavoz de la Comisión, Margaritis Schinas.
Era un consenso fundamentado en tres ejes: el reconocimiento a la legitimidad de la Asamblea Nacional, la exigencia de elecciones “libres y creíbles” y el no reconocimiento a Guaidó como presidente del país.
Todo ese valor, todo ese capital político ha saltado por los aires en el momento en el que Pedro Sánchez –acosado por PP, Ciudadanos y Vox por esta crisis– decía este sábado a media mañana que España reconocería a Guaidó como presidente para llevar a Venezuela a unas elecciones si Nicolás Maduro no las convocaba en un plazo de ocho días. La misma posición fue expresada inmediatamente después por Francia y Alemania; una posición avanzada el jueves por el ministro de Exteriores británico en la Casa Blanca, que anticipaba cómo será su alineación diplomática tras el Brexit.
Pero, ¿qué pasa si Maduro, como dijo el viernes, no convoca elecciones y se reconoce a Guaidó para que lo haga? ¿Qué resortes tiene Guaidó para convocar elecciones, cuando el quienes están ejerciendo la presidencia son Maduro y sus ministros, que ocupan las dependencias del Estado y, hasta el momento, tienen el control de la policía y el ejército y la capacidad para abrir o no los colegios y poner las urnas?
Por otro lado, ¿en qué lugar queda la diplomacia, la mediación y la iniciativa del grupo de contacto internacional que estaba viva hasta el mismo martes 22, si se opta por el ultimátum? ¿Maduro se va a echar a un lado porque se lo pidan Sánchez, Macron y Merkel cuando no lo hace tras habérselo pedido la Casa Blanca? ¿Qué consecuencias habrá desde el punto de vista de la pacificación interna y de la geopolítica? ¿Qué experiencia histórica en América Latina ha terminado bien cuando los procesos políticos internos han estado relacionados con lo que hacían o decían Estados Unidos y sus aliados? ¿Por qué dar un ultimátum al Gobierno de Venezuela y no al de Arabia Saudí, Turquía o Marruecos, países con los que España y otros países de la UE tienen negocios?
Estas, y otras, son las dudas que pueden tener países como la Grecia de Alexis Tsipras y Austria, los más reticentes a la línea dura con respecto al Gobierno de Venezuela en estos momentos, y eso que el primer ministro austriaco, Sebastian Kurz, es una de las jóvenes promesas del Partido Popular Europeo, la familia política más activa a favor de Guaidó desde el mismo día que se autoproclamó, hasta el punto de forzar una votación la próxima semana en el Parlamento Europeo para reconocer al autoproclamado presidente.
Discrepancias que también ha manifestado el M5S, que cogobierna Italia con la Lega. “El principio de no injerencia es sagrado”, ha replicado el subsecretario de Exteriores italiano, Manlio Di Stefano, a Emmanuel Macron.
Cuatro horas después de la declaración de Pedro Sánchez sobre Venezuela, se publicaba el comunicado de los 28. Un comunicado en el que, a diferencia de lo expresado por España, Francia y Alemania, habla de “próximos días”, pero no los cifra en ocho; habla de la legitimidad de la Asamblea Nacional, pero no menciona a Guaidó; y lo más que hace es avisar de que la UE podrá tomar más acciones pasados esos “días” si no se convocaran elecciones, “incluso en lo relativo al liderazgo del país”.
A partir de aquí, la UE podría volver a hacer algún comunicado en torno a la reunión de ministros de Exteriores el próximo jueves en Bucarest –Rumanía desempeña la presidencia de turno de la UE hasta junio–, cuando hayan pasado unos “días” –cinco, de acuerdo con el ultimátum de España, Francia y Alemania–.
Entonces, quizá entonces, se podría llegar a las concreciones que este sábado ya han hecho Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y el Gobierno de Angela Merkel, quienes han pasado de la voz única al coro desafinado con la crisis de Venezuela, dividiendo de paso la política exterior común de los 28.