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Del 'Ni una Menos' a la ley del aborto: el despertar de las 'bellas durmientes' argentinas

Un multitudinario grito por el aborto legal se suma al "Ni Una Menos" en Argentina

Natalia Arenas

Buenos Aires —

Para muchas mujeres argentinas el primer 'Ni Una Menos', en 2015, fue un despertar. El zumbido en la oreja. El chasquido de unos dedos frente a los ojos. Fue una revelación.

Comenzaba ese año y los cuerpos de víctimas de feminicidios en la Argentina se amontonaban como expedientes viejos y olvidados. No había datos oficiales, pero según La Casa del Encuentro, una asociación civil que recopilaba los casos publicados por los medios, se calculaba que una mujer era asesinada cada 30 horas. La furia y la tristeza se colaban en las redes sociales y en las charlas de café.

El detonante de algo más que la pura indignación fue el caso de Chiara Páez: tenía 14 años y su cadáver fue encontrado enterrado en el patio de la casa de su novio, de 16. Él la había matado a golpes. Ella estaba embarazada de tres meses.

“¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando”, tuiteó la periodista Marcela Ojeda. El tuit se viralizó. Y se llenó de comentarios y de propuestas. Así surgió la convocatoria al primer 'Ni Una Menos'.

Bajo esa consigna, el 3 de junio cientos de miles de personas, en su mayoría mujeres, desbordaron las calles de Buenos Aires y marcharon hacia el Congreso de la Nación. La marcha superó las expectativas. Las manifestaciones se replicaron en otras 80 ciudades de todo el país.

La evolución del 'Ni Una Menos': no hay marcha atrás

Ese primer 'Ni Una Menos' fue una bisagra en Argentina. Un grito colectivo que mostró el dolor de centenares de mujeres y algo subyacente: la lucha contra una sociedad patriarcal. Para muchas, adherir a las consignas e ir a las marchas fue su primer paso militante. Se unieron a otras mujeres y al colectivo LGBTI, que ya tenían años de lucha y asistencia perfecta a los Encuentros Nacionales de Mujeres anuales en Argentina desde 1986.

Así, el empuje de las “viejas” militantes fue abriendo los ojos y alimentando el entusiasmo de las nuevas. Les mostraron un mundo nuevo. Desgarrador y hostil, pero esclarecedor.

La primera batalla por la visibilización estaba ganada. Instalado el tema, era necesario accionar contra el machismo, que es el sustento del feminicidio. El paso siguiente fue mostrar sus alcances. Entonces se comenzó a hablar de micromachismos: esa violencia desapercibida que se enquista desde los primeros años de vida.

Con el 'Ni Una Menos' hubo unión y amor. Las mujeres se volvieron sororas, aprendieron a quererse, a no juzgar a las víctimas, a entender que poco importa la clase social, qué tan corta o escotada sea la ropa: aprendieron que No es No. Y también que el goce no es una obligación ni algo exclusivo de los hombres. Que el goce es un derecho.

Se logró la comprensión de que el feminismo no es el machismo al revés. Que es, en cambio, la lucha por la igualdad en todos los ámbitos. Basta para ilustrar que en Argentina, las mujeres ganan sueldos hasta un 27% más bajos que los hombres por el mismo puesto, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censo.

Las mujeres se empoderaron. No por casualidad la primera huelga y movilización nacional al actual gobierno de Mauricio Macri lo hicieron ellas, el 18 de octubre de 2016. Juntas, también lograron instalar agenda.

Feminismo en la televisión

El despertar de las mujeres generó una concienciación precursora del famoso #MeToo estadounidense. Personajes de la escena pública (músicos, actores, periodistas y futbolistas) fueron denunciados públicamente como acosadores y en algunos casos abusadores sexuales.

Una retahíla de acosos machistas en los ámbitos laborales y artísticos vieron la luz, y su repercusión fue tal que algunos programas de televisión abierta incluyeron a comunicadoras feministas en los debates, algo impensable en un medio machista por excelencia en Argentina. Y un día se comenzó a discutir un tema hasta ahora vedado en la tv: el aborto. Algo estaba cambiando.

Sin aborto no hay 'Ni Una Menos'

A partir de la repercusión del discurso feminista en las calles, en las redes sociales y en los medios de comunicación hegemónicos, el debate por la legalización del aborto se impuso en la agenda pública. En Argentina, según lo establece el Código Penal, el aborto está despenalizado sólo en casos de violación o de peligro para la vida y la salud de la mujer.

La presión fue tal que obligó al presidente Macri a anunciar en marzo de este año que habilitaría el debate en el Congreso de la Nación.

Pocos días después, se realizó la marcha del 8M. Y lo que hasta ahora había sido una marea de pañuelos, banderas y pancartas violetas, se tiñó de verde. El símbolo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito salió del armario. Ya no era solo de las feministas más antiguas e históricas defensoras de la legalización y la demanda al Estado de la interrupción voluntaria del embarazo como derecho indiscutible, tampoco. Rápido, la discusión llegó a la familia, escuelas, las redes sociales y los medios.

Las adolescentes tuvieron un fuerte protagonismo: organizaron asambleas y pañuelazos para exigir que se implemente la Ley de Educación Sexual en sus escuelas y que se legalice el aborto. Marcharon junto a sus madres y a sus abuelas.

El proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, elaborado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, llegó al Congreso. En un mes y medio de un debate histórico, los legisladores escucharon a más de 700 profesionales de la salud, comunicadores, artistas, escritores y referentes sociales argumentar a favor y en contra. En paralelo, hubo un fuerte trabajo de la Campaña con mujeres de todos los ámbitos sociales y culturales que organizaron acciones virtuales y presenciales para manifestarse a favor de la ley.

Este miércoles, el proyecto fue debatido por los diputados en una sesión de más de 20 horas, en la que los votos a favor no alcanzaron sino hasta último momento. Mientras tanto, en las calles ya estaba ganado: casi un millón de personas se movilizaron hasta allí para esperar la definición. Hubo una vigilia con tiendas, mantas, fogatas y música en vivo. A la noche, el termómetro marcaba 5 grados. Las caras estaban frías, las bufandas se entrelazaban con los pañuelos verdes. Las banderas recostadas junto a las tiendas improvisadas. Casi nadie durmió. Ni siquiera las que no hicieron vigilia, volvieron a sus casas y regresaron a la plaza por la mañana temprano. La plaza era un campamento gigante. Un campamento de resistencia.

Mariana había llegado desde Rosario, provincia de Santa Fe (a unos 300 kilómetros de Buenos Aires), con dos pares de mallas térmicas y el pañuelo verde en la muñeca. “Me lo regaló mi hermana mayor cuando le dije que me venía”. Para ella no había posibilidad de que la media sanción no saliera. Llevaba un cartel escrito con rotulador: “Ni puta por coger, ni madre por deber”.

Hubo presión hacia adentro: así se ganan las luchas. Dos pantallas gigantes transmitían en vivo la sesión. “Este es nuestro Mundial”, se escuchaba en la multitud. El momento de la definición se vivió como un golazo de media cancha. Y un abrazo colectivo mojado de lágrimas entre mujeres adolescentes, madres, abuelas, tías, hermanas. Muchas ni siquiera se conocían entre sí. La votación terminó 129 a favor y 125 en contra. “Abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer. Arriba el feminismo, que va a vencer, que va a vencer”. El cántico, que ya es himno, se replicó desde el Congreso hasta las cuatro, cinco, seis manzanas que todavía desbordaban. El patriarcado ya se está cayendo.

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