El triunfo de las madres del pañuelo verde
- En Argentina, una multitud de mujeres pasó la noche en la plaza frente al Congreso de los Diputados mientras se aprobaba, por una diferencia de apenas cuatro votos, la despenalización del aborto
Era una adolescente cuando una de mis mejores amigas me contó que estaba embarazada y que iba a abortar. Nos recuerdo ese día hundidas bajo el peso de la culpa, asfixiadas por esa omertà que se ceñía sobre nosotras. Delincuente y cómplice, aterrorizadas por nuestra propia ignorancia. Sin ser conscientes siquiera de los riesgos que ella podía correr en esa ‘clínica’ ilegal a la que acabó yendo de la mano de su novio.
No podíamos imaginar un día como hoy. 129 votos a favor, 125 en contra.
A nuestro alrededor no había un país dividido por la legalización del aborto. Vivíamos en una Argentina unívoca en la que las voces de las mujeres –en este y en otros muchos temas– no aparecían en el discurso público. Un país en el que todas sabíamos de alguna chica que había pasado por ‘eso’, pero en el que era inimaginable que una mujer se atreviera a plantarse delante de un micrófono para relatar su propio aborto.
Años después, ya en España, me contaban historias de españolas que viajaban a Londres en plena dictadura para abortar. Ante esas anécdotas del pasado yo me sentía obligada a reconocer, avergonzada, que en mi país las mujeres seguíamos a la cola del mundo en derechos reproductivos. Interrumpiendo embarazos a escondidas. Ilegalmente y de forma insegura.
La foto de hoy es muy diferente. Lo cambió todo esa marea de pañuelos verdes abarrotando la Plaza de Mayo, colándose en todas partes, acaparando el ágora de los medios de comunicación, colgando del cuello de actrices, escritoras, académicas, periodistas. Esa gran ola feminista acabó de destruir aquel país de mi adolescencia: el de la soledad y la invisibilidad de las mujeres.
Por eso, las argentinas ya habían –habíamos– ganado antes de contar los votos en el Congreso de los Diputados. Y pase lo que pase con esta ley, que ahora se enfrentará al trámite en el Senado. Porque lo que se ganó a pulso es una voz que ya no hay forma de silenciar. Porque se tomaron las calles hasta que nadie fue capaz de mirar hacia otro lado. El grito de Ni Una Menos que estremeció a medio mundo para pedir que dejaran de matarnos se ha amplificado, ha crecido, se ha asentado. Ha demostrado que no era ya un grito de auxilio, sino un lema repetido cada vez más alto: tenemos derechos, y los queremos aquí y ahora.
Un debate en el país del papa
El debate sobre la despenalización del aborto pudo producirse porque esa voz tomó la calle. Y porque el movimiento feminista tuvo la inteligencia de plantear este dilema desde la realidad y no desde la teoría. El aborto existe y es un asunto de salud pública. Y como tal, necesita de un acercamiento que vaya más allá de los sentimientos y convencimientos personales. “Aborto legal, seguro y gratuito”. “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Ese enfoque pudo, en el país del jefe de la Iglesia católica, abrir la puerta a una discusión en la que por primera vez se llamaba a las cosas por su nombre.
Se escuchó a sociólogos, científicos, abogados, médicos, juristas. Se multiplicaron las conversaciones en las casas, en las escuelas, en la tele. El tema invisible, siempre postergado, se había materializado: se hablaba de la salud y autonomía de las mujeres.
Seguramente en España estas palabras puedan resultar un poco desfasadas. Después de todo es un país que legisló el aborto en el 37, con la República, y que después de la dictadura lo despenalizó en 1985. Pero en 2013 una idéntica marea de mujeres españolas salió a manifestarse en contra del proyecto de ley de Alberto Ruiz Gallardón, que por entonces –hace solo cinco años– soltaba encendidas arengas en defensa del ‘nasciturus’. No, el terreno conquistado hay que seguir defendiéndolo. No se puede bajar la guardia.
Por eso reconforta, en España y en Argentina, ver las calles plagadas de jóvenes y adolescentes. Chicas que defenderán estas conquistas, que pelearán por otras. Fue tal el empuje de las jóvenes en Argentina que los periódicos llamaron a lo ocurrido estos meses ‘La revolución de las hijas’. A la adolescente que fui le hubiera gustado pasar la noche en vela en la plaza, muerta de frío, esperando a contar los votos del Congreso tras una sesión que duró casi 24 horas. A la séptima va la vencida.
Hay una sabiduría histórica en ese aguante, en esa resistencia. La que nos dejaron otras mujeres argentinas que estuvieron antes y que consiguieron que el mundo las oyera mientras intentaban silenciarlas con balas. Estos días, en las manifestaciones de Buenos Aires se oía de vez en cuando una frase: “Somos hijas del pañuelo blanco y madres del verde”.