La dramática situación de los “WCNSF” de Gaza: niño herido, sin familia superviviente
Cuando Yousef al-Dawi intenta conciliar el sueño en casa de su tía, en Rafah, imagina que apoya la cabeza en las manos de su madre, que su padre le lleva de excursión y, sobre todo, que aprende a nadar con su hermano Mahmoud. Es decir, piensa en un mundo que ya no existe.
La bomba que cayó en la casa de su familia en Jabaliya a medianoche del 23 de octubre mató a toda su familia y lo dejó inmovilizado bajo los escombros. Pasaron tres días antes de que recuperara el conocimiento en una cama de hospital. Sus familiares supervivientes intentaron posponer las malas noticias, diciéndole que el resto de su familia estaba en otro hospital. Al final tuvieron que decirle que todos habían muerto.
Desde entonces, ha vivido con diferentes familiares, mudándose cuando su barrio fue bombardeado, hasta que finalmente llegó a casa de un primo y su tía en Rafah. Al menos ahora está en una casa, y no en una improvisada tienda de campaña como otros cientos de miles de niños desplazados. Pero la escasez de alimentos es igual para todos y tener un techo no compensa la soledad.
“Cuando quiero dormir, recuerdo a mi madre, mi padre y mis hermanos, y sueño con ellos, sueño que juegan conmigo como lo hacíamos antes de la guerra”, cuenta Yousef. “Dormía sobre las manos de mi madre. Ella me contaba relatos felices. Ahora ya no soy como antes. Antes, mi hermano Mahmoud y yo jugábamos juntos, y en verano íbamos a un curso de natación, allí todo era bonito”.
Su profesor de natación, Amjed Tantesh, tiene fotos de Yousef y Mahmoud en una piscina en verano, agarrados a un lado, con las cabezas justo por encima del agua, Yousef con una camiseta azul brillante. “Pensábamos hacer otro curso de natación juntos, pero el año que viene tendré que ir solo, y pondré todo mi esfuerzo y mi fuerza en convertirme en nadador profesional como Mahmoud soñaba ser”, afirma Yousef.
“Una guerra contra los niños”
El número de niños muertos, heridos y huérfanos de Gaza es incierto, pero no hay duda de que han soportado la peor parte de la guerra, iniciada tras el ataque de Hamás a Israel del 7 de octubre, en el que murieron unas 1.200 personas. Unicef, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, calcula que los menores representan al menos el 40% de los 20.000 muertos estimados hasta la fecha.
“Cuando afirmamos que esta es una guerra contra los niños, no lo hacemos para añadir dramatismo. Es una afirmación que se apoya en los datos”, explica James Elder, portavoz jefe de Unicef, que pasó semanas en Gaza bajo los bombardeos. “En conflictos anteriores 'normales', la tasa era de alrededor del 20%, así que estamos ante el doble de niños muertos y heridos que en conflictos anteriores”, añade. “La cifra habla obviamente de la gravedad y la intensidad de los bombardeos. Creemos que también habla de la naturaleza indiscriminada de los bombardeos, y de la indiferencia hacia los civiles, especialmente los niños”.
El conflicto ha llenado las salas de los hospitales de pacientes clasificados con la abreviatura “WCNSF”: niño herido, sin familia superviviente, en inglés wounded child, no surviving family. Elder explica que, dada la naturaleza de las familias extensas palestinas, suele haber algún pariente que acoja a esos niños traumatizados, pero siempre hay excepciones. “El miércoles de la semana pasada, una niña de 14 años salió de una zona de guerra de la ciudad de Gaza, aturdida, muda, ensangrentada, y no tenía absolutamente a nadie”, explica. “¿Cuántos otros niños están en la misma situación en estos momentos? La verdad es que no lo sabemos”.
El dolor de los huérfanos
Otro niño, Kareem, de 14 años, cuenta que su madre le había prometido que se aseguraría de que la familia permaneciera unida bajo los incesantes bombardeos israelíes, para que, en el peor de los casos, al menos murieran juntos. Rompió la promesa el 3 de diciembre, cuando ella y el padre de Kareem murieron en el bombardeo de la casa de un pariente en el distrito de Sabra, en la ciudad de Gaza. La explosión mutiló a la hermana mayor de Kareem, Aya, e hirió gravemente a su hermano Hassan. El mayor de la familia, Hussein, ya había muerto días antes cuando la panadería a la que había ido en busca de pan fue alcanzada por un ataque aéreo. Ahora sólo quedan Kareem y sus hermanos pequeños, Hossam y Asaad, que están relativamente ilesos y han sobrevivido, pero se han quedado huérfanos.
“No pude despedirme de mi madre, mi padre y mi hermano, y no pudimos celebrar un funeral”, cuenta Kareem. “Mi madre temía que nos quedáramos solos o que nos sintiéramos oprimidos si alguno de nosotros se perdía. Ojalá me hubiera podido ir con ellos. ”No puedo imaginarme cómo será la vida después de la pérdida de mi familia“, lamenta. ”Es un dolor insoportable“.
Los niños viven ahora en casa de una tía en el sur de Gaza, y aunque están sumidos en el dolor, deben luchar por sobrevivir. Encontrar leña y harina o algo para comer es una lucha diaria. Kareem tiene diabetes. Cuando empezó la guerra, su padre se exponía a las bombas para buscar insulina y agujas en farmacias y clínicas, pero ahora él ya no está allí para ayudar a buscar comida, y la insulina es cada vez más difícil de conseguir. Hossam, el hermano pequeño de Kareem, sufre calambres estomacales, y un médico les ha dicho que se deben a que beben agua no potable, pero es la única disponible.
Roa'a Alshafie, de 13 años, se desplazó al sur de Gaza con su madre, mientras que su padre se quedó cerca de la casa familiar en el norte. La dispersión no les salvó. Su padre y su madre murieron en ataques aéreos separados, con pocos días de diferencia. El bombardeo que mató a su madre también causó la muerte de una de sus hermanas y dejó a Roa'a con heridas en la mano, la espalda y el pecho. Su padre murió dos días después en una explosión en el hospital indonesio de Beit Lahiya, en el norte, dejando huérfanos a sus dos hermanos y dos hermanas, que viven con familiares en el sur de Gaza.
Antes y después
“Antes de la guerra, nuestra vida era normal. Iba a la escuela, quedaba con mis amigos, y mis padres y mi hermana estaban vivos, me sentía segura. Mi madre nos preparaba el desayuno antes de ir al colegio y mi padre trabajaba para mantener a la familia”, recuerda Roa'a. “Ahora no puedo dormir bien porque pienso en mis padres, en mi hermana y en el dolor de mis heridas. Nos hemos quedado huérfanos. No sabemos cuándo acabará la guerra”.
Para los niños de Gaza, no se vislumbra un final para todo este horror. Incluso los relativamente afortunados –los que no han resultado heridos y aún tienen padre y madre– corren un riesgo cada vez mayor de contraer enfermedades, morir de hambre y quedar expuestos a las inclemencias del tiempo a medida que se acerca el invierno. Muchos de ellos se encuentran en vastos campamentos de tiendas improvisadas que se han levantado en Rafah y otros lugares del sur de Gaza.
“No hay suficientes provisiones de alimentos, no hay suficiente suministro de agua y no hay saneamiento”, explica en una conversación telefónica desde Rafah Jason Lee, director nacional de Save the Children International. “La población ha empezado a defecar al aire libre en la calle porque no hay retretes. Y, por supuesto, los niños son los más afectados. No hay atención sanitaria, por lo que corren el riesgo de morir de hambre [o] deshidratación, y vemos cómo aumentan las tasas de enfermedades gastrointestinales”.
“Y el invierno ya está aquí”, subraya Lee. “La población civil se refugia a la intemperie, y los niños serán especialmente susceptibles a la neumonía. La neumonía es una de las principales causas de mortalidad infantil en todo el mundo”.
Elder, portavoz de Unicef, explica que se han registrado 100.000 casos de diarrea acuosa aguda entre los niños, aunque es probable que la cifra real sea mucho mayor. Sus padres son muy conscientes de que acudir a los hospitales no tendría sentido, ya que los servicios sanitarios que todavía están disponibles solo pueden tratar a los heridos más graves.
Se puede llegar a un punto en el que se empiece a ver una cifra de niños muertos por enfermedades similar a la que hemos visto por los bombardeos
“Se oye una y otra vez que tenemos que utilizar cualquier habilidad parental que tengamos, junto con la esperanza, la naturaleza y la suerte”, señala Elder. “Existe una preocupación justificada de que se pueda llegar a un punto en el que se empiece a ver una cifra de niños muertos por enfermedades similar a la que hemos visto por los bombardeos. Es así de grave. Las cosas se deterioran cada día y cada hora que pasa”. Y remarca: “Para las familias, se trata de hacer todo lo posible para que los niños no se den cuenta de que como padre o madre ya no tienes el control sobre la situación”.
Traducción de Emma Reverter.
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