Donald Trump ordenó en la noche del martes la destitución del director del FBI, James Comey, de forma sorprendente, sin previo aviso y provocando serias dudas sobre las intenciones del presidente de EEUU. En un caso que recuerda al despido del fiscal especial del caso Watergate por Richard Nixon, Trump acabó con el máximo responsable del FBI cuando la agencia tiene entre sus manos la investigación de la presunta relación con el Gobierno ruso de varias personas cercanas al presidente, así como la denuncia de que Moscú intentó interferir en el proceso electoral para favorecer al que luego fue el vencedor de las elecciones.
La destitución se conoció con una carta enviada a Comey que la Casa Blanca hizo pública de inmediato. Afirmaba en su primer párrafo que Trump había adoptado la decisión siguiendo la recomendación del fiscal general y de su número dos.
El segundo párrafo contenía una extraña referencia a los problemas jurídicos por los que ha pasado el propio Trump. “A pesar de que aprecio que me informara en tres ocasiones distintas de que yo no estaba siendo objeto de una investigación, acepto el criterio del Departamento de Justicia de que usted ya no puede dirigir la agencia”, escribió en la carta dirigida a Comey.
La frase, que dará lugar a múltiples interpretaciones, es un intento de hacer ver que Trump no está intentando obstaculizar investigaciones dirigidas contra él con su decisión de poner fin al mandato de Comey porque el director del FBI ya le había dicho que no había nada de lo que tuviera que preocuparse. Trump pretende así desmentir la sospecha de que el cese pueda ser considerado un caso de obstrucción a la justicia, un delito por el que el Congreso podría iniciar un proceso de destitución (llamado impeachment en inglés).
Comey no se encontraba en Washington cuando se enteró de la decisión. Estaba en un viaje oficial en Los Angeles. La situación fue terriblemente embarazosa, porque, según The New York Times, estaba pronunciando unas palabras a un grupo de agentes del FBI en la sede de la agencia en esa ciudad cuando en las televisiones –en ese momento sin sonido, pero con los rótulos dando la noticia– empezaron a aparecer las primeras referencias al cese.
El director del FBI, de 56 años, fue elegido por Barack Obama en septiembre de 2013 para un mandato de diez años. A pesar de su nombramiento en una Administración demócrata, Comey estaba registrado como votante republicano. Había sido fiscal general adjunto en los años de la Administración de George Bush.
Los demócratas, escandalizados
Varios senadores demócratas calificaron la decisión de insólita y expresaron sus peores sospechas sobre lo que intenta ocultar Trump. “No hay más excusas. Necesitamos un fiscal especial independiente para investigar las relaciones de la Administración de Trump con Rusia”, escribió en Twitter la senadora de Nueva York Kirsten Gillibrand.
“Esto es nixoniano”, dijo el senador de Pensilvania Bob Casey, que también pidió el nombramiento de un fiscal especial “para continuar la investigación Trump/Rusia”.
“El presidente Trump ha tomado decisiones en varias ocasiones para acabar con las investigaciones sobre la implicación de Rusia en las elecciones”, escribió el senador de Vermont Bernie Sanders. “Cualquiera que el presidente Trump nombre para dirigir el FBI no tendrá la objetividad necesaria para llevar a cabo la investigación”.
Como era de esperar, los congresistas republicanos, que tienen mayoría en ambas cámaras, no eran tan críticos, pero demostraban con sus primeras reacciones que el cese les había cogido por sorpresa. El senador Chuck Grassley, que preside el Comité de Justicia del Senado, justificó el cese en un comunicado que destaca que las decisiones de Comey sobre “asuntos polémicos”, como la investigación de los emails de Hillary Clinton, le habían hecho perder credibilidad ante el Congreso y la opinión pública.
Otros republicanos no se mostraban tan convencidos. El senador Bob Corker dijo que la destitución plantea “en estos momentos cuestiones” y sintió la necesidad de recordar que “las futuras investigaciones estén libres de interferencias políticas”.
Los emails de Clinton
Como director del FBI, James Comey fue el responsable de la investigación de Hillary Clinton por su uso de un servidor de email privado instalado en su casa para enviar y recibir comunicaciones oficiales durante su mandato como secretaria de Estado. Su papel terminó siendo enormemente polémico en la última campaña electoral hasta el punto de que la campaña de Clinton le acusó de haber influido en el resultado.
Antes, en julio de 2016, Comey había decidido recomendar al Departamento de Justicia que no se presentaran cargos contra Clinton. Su decisión de anunciar la medida en una conferencia de prensa de 15 minutos –lo que no es ilegal pero no está en la práctica habitual del Departamento de Justicia– fue muy criticada por los congresistas republicanos y por Donald Trump.
Sin embargo, sólo dos semanas antes de las elecciones, el 28 de octubre, Comey tomó la inesperada decisión de enviar una carta al Congreso para anunciar que el FBI estaba revisando un nuevo grupo de centenares de miles de emails relacionados con Clinton que podrían ser relevantes en la investigación. En ese momento, fueron los demócratas los que denunciaron que no había razones para reabrir el caso. Esos emails estaban en un ordenador portátil de un excongresista demócrata que estaba casado con Huma Abedin, asesora de Hillary Clinton tanto en el Departamento de Estado como en su campaña posterior.
El director del FBI volvió a dar la sorpresa al anunciar sólo dos días antes de las elecciones que la revisión de esos emails indicaba que no era necesario reabrir la investigación o cambiar las conclusiones hechas públicas en julio de 2016. Los emails eran copias de comunicaciones ya conocidas por el FBI o no tenían ninguna relación con el caso.
Pero el daño político para Clinton ya estaba hecho al haber devuelto a los medios de comunicación el asunto de los emails y haber provocado una nueva riada de acusaciones desde la campaña de Trump.