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ANÁLISIS

Por qué el Ejército ruso no avanza como esperaba en Ucrania

Un soldado ucraniano descansa herido tras los enfrentamientos con Rusia en las calles de Kiev
2 de marzo de 2022 23:14 h

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En principio, desde el punto de vista militar, el conflicto que Rusia ha provocado en Ucrania debería llevar a una conclusión inmediata: victoria inapelable de Moscú. Sin embargo, cuando tan solo ha transcurrido una semana desde la entrada en esta nueva fase de una guerra que comenzó en realidad en 2014, parece claro que, como sabiamente ya advirtiera en su día el boxeador Mike Tyson, “todo el mundo tiene un plan hasta que le golpean en la cara”.

El plan de Moscú consistía básicamente en lanzar una guerra relámpago que le permitiera completar su dominio de la región del Donbás, para garantizar un corredor terrestre entre su propio territorio y la península de Crimea, y provocar el derribo de Volodímir Zelenski, colocando en su lugar a una marioneta subordinada a sus dictados –probablemente el expresidente Víktor Yanukóvich–.

Contaba para ello con su enorme superioridad de fuerzas en presencia, en torno a un centenar de grupos tácticos de combate (con unos 1.200 efectivos cada uno) y con una aviación de combate, una fuerza naval y un poderío artillero que le deberían permitir fácilmente lograr el inmediato dominio del espacio aéreo y marítimo, y “ablandar” las zonas que luego pasarían a controlar las fuerzas terrestres, batiendo centros de mando y control, así como defensas antiaéreas e infraestructuras críticas que hicieran prácticamente imposible la resistencia ucraniana, dotada de medios muy inferiores en teoría.

Pero ahora, aun contando con la enorme incertidumbre que hay en mitad de una campaña entrecruzada de desinformación, todo parece indicar que la ofensiva está muy lejos de lograr a corto plazo resultados definitivos. Resulta obvio que Vladímir Putin no solo ha sobrevalorado la capacidad de ataque de sus propias fuerzas, sino que también ha infravalorado la respuesta de los ucranianos, tanto la de sus fuerzas armadas, experimentadas tras estos últimos ocho años de combate, como una ciudadanía que no ha recibido a los atacantes como salvadores, sino como invasores.

Putin no se va a ir con las manos vacías

El hecho es que ninguna de las ciudades importantes de Ucrania está de momento en manos rusas [este jueves han tomado Jersón, de 300.000 habitantes], ni siquiera Járkov, la segunda ciudad del país, a tan solo 30 kilómetros de la frontera con Rusia, habitada por una población abrumadoramente rusófila hasta hace poco. Y mientras tanto, se repiten escenas de material abandonado y de convoyes militares detenidos en mitad de ningún sitio, sea por falta de combustible o por averías que ponen en cuestión la imagen todopoderosa de la maquinaria militar rusa.

Por un lado, esa falta de dominio del espacio aéreo está exponiendo a las tropas rusas a los ataques ucranianos, especialmente con drones como los Bayraktar TB2 turcos. Por otro, queda por saber si el limitado uso de misiles de alta precisión, de bombas de fragmentación e incluso de bombas termobáricas para la rendición por aplastamiento de cualquier resistencia local se debe más a su intención de no provocar bajas civiles indiscriminadas –contando con que en la narrativa de Putin se trata de librar a esa ciudadanía de un Gobierno “nazi” y “genocida”– o a la falta de munición suficiente para tal propósito.

En todo caso, es también evidente que Putin no va a salir con las manos vacías de Ucrania y que cuenta todavía con muchos recursos militares para doblegar a Kiev. De ahí se deduce que, ante la escasez de resultados cosechados hasta ahora –sin que eso signifique que el avance ruso en los tres frentes que ha abierto no se siga produciendo–, cabe esperar que el presidente ruso, ya sin freno alguno, aumente su apuesta militar para aplastar a sus oponentes, aunque para ello tenga que masacrar ciudades y, por tanto, civiles.

Ucrania no puede salir sola

En esas circunstancias, resulta elemental entender que, a medio plazo, Ucrania no tiene capacidad en solitario para salir airosa de esta amenaza existencial. Los llamamientos de un Zelenski que se ha convertido en el más claro ejemplo de la voluntad de resistencia de su población muestran claramente su desesperación, consciente de que, sin el apoyo occidental, todo empeño de oponerse a quien busca su eliminación resultará baldío.

De ahí que solo se pueda valorar positivamente la activación de la Unión Europea y otros para suministrar material de defensa a Kiev. Unos suministros –junto con inteligencia, asesores e instructores militares– que buscan dotar a la resistencia ucraniana de medios suficientes para, al menos, empantanar a Putin en Ucrania más allá de lo que haya calculado, buscando de ese modo que no pueda seguir adelante con su aventurerismo militar para revitalizar el imperio ruso.

Nada de eso exculpa a los países occidentales de los errores cometidos con anterioridad en defensa de Ucrania, ni permite olvidar su irresponsabilidad al alimentar las expectativas de un país que creía que su integración en la OTAN y en la Unión Europea estaba a la vuelta de la esquina, cuando realmente solo eran un instrumento para molestar a Putin. Concederle esa ayuda prolongará la tragedia humana que ya viven los 44 millones de ucranianos y no evitará por sí misma la derrota de Zelenski y los suyos. Pero negársela sería un premio para el agresor y supondría asumir la desaparición de Ucrania como Estado soberano.

Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)

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