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PERFIL
Joe Biden apenas tenía 29 años y era un desconocido en la vida pública en 1972 cuando se presentó por primera vez al Senado por Delaware, un pequeño estado de la Costa Este. Se enfrentaba al senador republicano Cale Boggs, un ex gobernador al que Richard Nixon había convencido para que se presentara por tercera vez. Biden apenas tenía el 3% de intención de voto cuando decidió alquilar el salón de fiestas más grande del estado para “celebrar la victoria”.
“Tan pronto como lo veía claro, era como una canción dentro de su cabeza y ya no tenía que pensar más. Simplemente lo hacía... Era el destino”, escribió el periodista Ben Crammer en su libro What It Takes: The Way to the White House.
Biden ganó aquella carrera por poco más de 3.000 votos, o medio punto porcentual, y pudo celebrar su victoria y empezar a recorrer el camino hacia el objetivo que ya entonces se había marcado. Unos años antes, le había dicho a la madre de su futura mujer, Neilia Hunter, que quería ser presidente de Estados Unidos.
Su seguridad, o su arrogancia, contrastaba con una vida donde no siempre lo había tenido fácil. Muchas décadas después sigue recordando los nombres de los compañeros de clase que le llamaban “Biden Impedimenta” o “Bye-Bye” por la tartamudez que mostraba al hablar cuando era niño y adolescente. También recuerda cómo antes de encontrarse con alguien imaginaba la conversación más probable y la ensayaba.
Su familia se había mudado de Scranton (Pensilvania) a Delaware en busca de trabajo después de una mala racha para su padre, que salió adelante limpiando calderas y vendiendo coches, y enseñó a sus hijos que cualquier oficio se debía hacer con dignidad.
Biden estudió Derecho en la Universidad de Syracuse, que no está entre los centros de prestigio donde se forman a menudo los políticos. Pero su madre, Jean Finnegan, les inculcó a él y a sus hermanos la idea de que no tenían por qué sentirse menos que los demás.
“Les decía cada día, una y otra vez, que eran los Biden y que no había nadie mejor que un Biden”, escribió Crammer. También que nunca debían mentir y que tenían que estar listos para defenderse ante quienes trataran de pisotearlos. Por ejemplo, las monjas del colegio, con las que Jean se enfrentó por empeñarse en cambiar el nombre a su hija Valerie o por mofarse del titubeo de su hijo Joe.
La vida y la carrera de Biden han sido una mezcla especialmente pronunciada de extremos de la fortuna.
En diciembre de 1972, apenas un mes después de ser elegido senador, su mujer Neilia, su hija Amy, de un año, y sus hijos Beau, de 3 y Hunter, de 2, fueron arrollados por un camión en un cruce. Neilia y la bebé murieron. Beau y Hunter pasaron semanas en el hospital.
Biden dice que pensó en suicidarse después del accidente. Aceptó mantener el escaño a regañadientes. No le gustaba la forma en la que le trataban los colegas o la prensa, que incluían en casi cada mención sobre su trabajo una coletilla de “tocado por la tragedia personal”.
No quería mover a sus hijos de su casa para no provocarles más ansiedad y empezó su ya mítico viaje diario de 90 minutos en el tren Amtrak entre Washington y Wilmington. Cada noche quería llegar a cenar con sus hijos pese a que eso supusiera renunciar a parte de la vida social esencial del Capitolio. Con los años, se hizo amigo de conductores, revisores y pasajeros. “Amtrak Joe” es uno de los motes que más ha usado Barack Obama para referirse a él.
Años después y ya recuperado del trauma, su hijo Beau, al que apodaba “Beau-y”, empezó a emerger como su mejor consejero político y personal. Cuando hablaba demasiado en los eventos públicos, era Beau quien le susurraba: “Termina, papá”. Tuvo voz hasta en la petición de matrimonio de su padre a Jill Jacobs, una profesora que conoció dos años después de la muerte de Neilia.
Con siete años, Beau le había explicado a su padre hablando en su nombre y en el de su hermano: “Creemos que tenemos que casarnos con Jill”. Se casaron en 1977. Biden suele decir que Jill les “reconstruyó”.
Fue también Beau el que aconsejó a su padre no abandonar la carrera presidencial de 1988, la primera a la que se presentó. Entonces era uno de los favoritos en las primarias demócratas pero su campaña se fue desinflando después de que repitiera durante un debate frases enteras de un anuncio de Neil Kinnock, el líder laborista británico que había perdido contra Margaret Thatcher el año anterior.
Biden había citado la fuente en varios discursos, pero en aquel debate no la mencionó y simplemente repitió las frases que había memorizado al verlas en una cinta de vídeo. “¿Por qué Joe Biden es el primero de su familia en haber ido a la Universidad? Mis ancestros, que trabajaban en las minas de carbón en el noroeste de Pensilvania… No, no es porque no fueran listos. No es porque no trabajaran duro. Es porque no tenían una plataforma en la que sostenerse”.
Era tan textual que a Biden se le olvidó cambiar hasta el detalle de los mineros. Su familia había trabajado cargando gasolina, en obras y en otras labores de gran esfuerzo, pero no en una mina de carbón.
El New York Times publicó la historia del plagio y las televisiones empezaron a poner el anuncio de Kinnock donde quedaba clara la copia. Otros medios escarbaron en su biografía y encontraron que no había puesto notas a pie de página para citar un trabajo en la Universidad o que había adornado detalles de su pasado, como que había sido delegado de su clase en el instituto.
Pese al consejo de su hijo, Biden se retiró con “increíble reticencia”. Según el candidato fallido, “el ambiente de la campaña presidencial” hacía difícil “dejar que los ciudadanos estadounidenses tomaran bien la medida a Joe Biden”.
En febrero de 1988, cinco meses después de interrumpir aquella carrera, se desmayó en una habitación de hotel después de dar un discurso en Rochester, en Nueva York. Estaba solo y cree que estuvo cinco horas inconsciente.
Sufría un aneurisma cerebral que había empeorado en aquellos meses de campaña y audiencias en el Senado, donde llevaba entonces la comisión de asuntos judiciales. Había descuidado los extraños dolores de cabeza.
Se arrastró hasta el teléfono para pedir ayuda y pasó por varias operaciones en las que los médicos le avisaron de que podía morir o perder el habla. “Me habría venido mejor el verano pasado”, bromeó antes de la intervención.
Biden se salvó. En su habitación en el hospital, viendo en la televisión a George H. W. Bush y a Ronald Reagan, repetía: “Tenía que haber sido yo”.
Pero pronto volvió al Senado y fue creciendo como un referente de los demócratas mientras sus ideas se iban adaptando a los tiempos. Desde el principio de su carrera, aprendió que lo esencial era conectar con los votantes. Algo que no le costaba por su gusto por charlar con la gente corriente e interesarse por sus vidas.
El primer encuestador jefe de su campaña fue Patrick Caddell, que desarrolló nuevos métodos de sondeo dirigidos a saber “cómo hace sentir el candidato a los votantes”. Lo esencial no eran las políticas, sino la capacidad de conectar. Caddell le mostró que los estadounidenses se sentían “alienados” y así le enseñó a criticar no a sus adversarios sino “a Washington” y al establishment, según cuenta Rick Perlstein en el recién publicado Reaganland.
Biden empezó como un demócrata conservador que sin embargo se atrevía con más asuntos que otros en su partido. Apoyó la lucha contra la segregación de las escuelas y presionó a los demócratas del sur aprovechando la posición intermedia de Delaware, más progresista que el sur pero más racista que el norte.
Biden es co-autor de una de las legislaciones más polémicas ahora, la de 1994 que endureció las sentencias para los delitos relacionados con las drogas. Entonces la apoyaron congresistas y senadores progresistas como Bernie Sanders y también afroamericanos, pero hoy se considera como uno de los motivos que llevó al encarcelamiento masivo de jóvenes negros y perpetuó la injusticia en Estados Unidos.
Biden se convirtió en héroe de los demócratas cuando, como jefe de la comisión de asuntos judiciales del Senado, ayudó a parar en 1987 el nombramiento de Robert Bork, un candidato muy conservador al Supremo designado por Ronald Reagan.
En cambio, le sigue persiguiendo el papel que desempeñó en 1991 en las audiencias del magistrado Clarence Thomas, cuando la jurista Anita Hill testificó que Thomas la había acosado. Hill fue interrogada con dureza por un panel formado sólo por hombres. Biden no quiso aceptar otros testimonios parecidos. En 2019, Biden pidió perdón a Hill, que le contestó que no era “suficiente” hasta que viera cambios reales.
La poca atención que Biden le prestó al testimonio de Hill fue también polémica durante las primarias de este año en el contexto de las acusaciones por abuso sexual contra él.
El pasado marzo, una antigua asistente en el Capitolio llamada Tara Reade le acusó de haberla empujado contra una pared y de haberle metido los dedos en la vagina en 1993. Biden negó la acusación. Varios medios publicaron e investigaron el caso, entre otros el New York Times, que no encontró más personas para corroborar la acusación ni “un patrón de comportamiento sexual inadecuado de Biden”.
Aun así, la prensa no ha olvidado el caso.
“Lo que sabemos sobre el periodismo es que el hecho de que no lo encontraste el primer día no significa que no lo vayas a encontrar el día 10. Así que hay que considerar la posibilidad de que eso sea así y que sea una historia de nuevo”, dice Evan Osnos, biógrafo de Biden en esta entrevista de elDiario.es.
Lo que sí encontraron Osnos y otros periodistas fueron los relatos de muchas mujeres que dijeron sentirse incómodas por la tendencia de Biden a invadir el espacio personal de los demás. Lucy Flores, que fue asambleísta y estrella ascendente de los demócratas en Nevada, contó cómo en un evento de campaña Biden se le acercó y le dio un beso en la cabeza que la hizo sentir incómoda. “Aunque su comportamiento no fue violento ni sexual, fue humillante y desconsiderado”, escribió Flores.
La segunda carrera presidencial de Biden fue en 2008 contra candidatos como Hillary Clinton y Barack Obama. Entonces también fracasó, pero no se le pasó la sensación de que él lo haría mejor que la persona que estaba al mando del país.
Cuando David Axelrod, el estratega jefe de la campaña de Obama, le llamó para ofrecerle acompañar a Obama como vicepresidente en 2008, Biden, medio en broma medio en serio, le dijo: “Me presenté a presidente porque pensaba que sería el mejor presidente, y todavía lo pienso. Pero sólo el 1% de los votantes de Iowa estaban de acuerdo conmigo”.
Años después, en el Despacho Oval, Biden le dijo a Axelrod: “¿Sabes qué? Me equivoqué. La persona adecuada ganó. Es un tío increíble y estoy orgulloso de trabajar con y para él”.
Obama y sus asesores aprendieron a apreciar su experiencia con los años y también su valor personal y profesional. No siempre había sido así.
Poco después de entrar en el Senado, durante una reunión en la que Biden no dejaba de hablar, el joven senador Obama le pasó una notita a un asesor: “Shoot. Me. Now” (“dispárame ya”). Era una manera de decir que no aguantaba más el rollo de Biden.
Tomarle el pelo en público a su vicepresidente fue una tentación en la que Obama cayó más de una vez al principio de su presidencia. En privado, le decía a Biden: “Quiero escuchar tu punto de vista, Joe. Pero lo quiero en dosis de 10 minutos, no en dosis de una hora”.
Pero Biden consiguió tener más poder del que habitualmente tienen los vicepresidentes y logró hacerse muy amigo de Obama, que dejó de hacer chistes sobre su vice.
Biden era el político al que Obama mandaba a negociar con los duros republicanos y el que a veces lograba sacar un acuerdo en las peores circunstancias de bloqueo. También era el hombre al que enviaba a los países donde el presidente no quería ir aprovechando la experiencia en política exterior de Biden y su capacidad para charlar con políticos de todo el mundo.
En su carrera política, Biden fue evolucionando con el país, a veces más deprisa que el presidente. En mayo de 2012, sorprendió a Obama y a su equipo cuando anunció en una entrevista que apoyaba el matrimonio entre personas del mismo sexo cuando el presidente aún no lo había hecho y cuando la Casa Blanca seguía sin moverse para apoyar una ley federal.
También se fue convirtiendo en la voz del pacifismo dentro del gobierno.
“A medida que ha envejecido, más o menos después de Irak, está menos interesado en usar la fuerza estadounidense. Y parte de eso se debe a que lamenta haber apoyado la guerra en Irak. Parte se debe a que su hijo, Beau, estuvo en el ejército y vio el coste para las familias y, en última instancia, el país”, explica Evan Osnos.
Biden se opuso al bombardeo de Siria e incluso a la operación para capturar o matar a Bin Laden. Siempre estaba del lado de la prudencia.
Obama, más frío y distante ante sus adoradores, aprendió de la calidez y de la cercanía de Biden. Un detalle que convenció a Axelrod de que Biden era el adecuado para ser vicepresidente fue ver los besos y las llamadas cariñosas de Biden a sus hijos adultos.
El vicepresidente es célebre por pararse con cada persona, por charlar horas al teléfono con cualquiera al que llama, con o sin cámaras delante.
El equipo de Obama contaba que cuando le tocaba a Biden saludar a los votantes después de los mítines se entretenía tanto que agotaba la banda sonora y había que volver a darle al play. Desde comienzos de su carrera, cualquiera que ha estado cerca de él tiene una anécdota de sus charlas con personas corrientes.
En su primera carrera presidencial estuvo media hora hablando con un desconocido que se le acercó para contarle que tenía sida. Hace unas horas, en plena recta final de la campaña, estuvo un buen rato al teléfono con un niño con tartamudez para darle consejos. En marzo, estuvo a punto de dar su móvil en televisión para que la gente que no aguantara el duelo de haber perdido a alguien le llamara. Al final, les animó a que buscaran ayuda profesional. “No es que sea un experto, pero he pasado por esto”, dijo.
A menudo habla más que escucha en esas charlas. Su verborrea es famosa, aunque es un hombre más contenido desde la muerte de su hijo Beau.
A Beau, veterano de la guerra de Irak y fiscal general de Delaware, le diagnosticaron un tumor cerebral en 2013, aunque pocos lo sabían en el entorno de Biden. La familia probó tratamientos experimentales que durante un tiempo dieron alguna muestra de funcionar. Biden pensaba hipotecarse para pagar las facturas médicas y Obama le ofreció el dinero si lo necesitaba. De nada sirvió y Beau murió con 42 años.
“Ha sucedido. Dios mío. Mi niño. Mi niño precioso”, escribió Biden en su diario el 30 de mayo de 2015.
En su lecho de muerte, Beau le pidió a su padre que no abandonara sus sueños políticos. Ser presidente siempre había sido la gran meta en la vida de Joe Biden, pero dijo sentirse sin fuerzas para presentarse en 2016. En enero de este año, dijo: “Es Beau quien debería presentarse ahora a presidente, no yo”.
Parte de sus desvelos se los llevaba y se los sigue llevando su hijo Hunter, que tuvo que abandonar el ejército después de años de adicción a las drogas y que se ganaba la vida haciendo de consultor en países conflictivos como Ucrania. Aunque estaba casado, tuvo una relación con la viuda de Beau que rompió su matrimonio.
La sospecha sobre si Hunter se benefició de la posición de su padre ha seguido persiguiendo a Biden en esta campaña. Una investigación liderada por los republicanos en el Congreso concluyó que el vicepresidente no intervino para beneficiar a su hijo, pero eso no ha impedido a Trump y a su entorno seguir agitando la duda.
El presidente mencionó a Hunter en un debate. “Le echaron del ejército con deshonra por uso de cocaína”, dijo Trump (no fue con deshonra). “Mi hijo, como mucha gente, tenía un problema con las drogas. Lo ha superado. Lo ha arreglado. Ha trabajado en ello. Y estoy orgulloso de él. Estoy orgulloso de mi hijo”, dijo Biden subrayando la última frase con firmeza.
Biden, que cumplirá 78 años el próximo 20 de noviembre, dice que decidió presentarse cuando escuchó a Trump decir en 2017 que había “gente buena” entre el grupo de racistas blancos que habían ido con antorchas a protestar a las calles de Charlottesville, y que atropellaron y mataron a una mujer.
Ni la prensa ni la mayoría de donantes demócratas le hicieron entonces demasiado caso frente a candidatos más frescos. A excepción de Trump, que se arriesgó a ser destituido por pedirle al presidente de Ucrania que le ayudara a encontrar trapos sucios sobre Biden y su hijo.
La vida de Biden ha sido un cúmulo de golpes inesperados de suerte y desgracias.
En la elegía que dedicó a Beau, Obama recordó las palabras de Jean, la madre de Joe Biden: “Sé que una vez le dijo a Joe que de todo lo malo que te pase sale algo bueno si miras con suficiente atención”.
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