“El discurso de clase ha vuelto a la política estadounidense”

Andy Robinson cree que la gente debería empezar a cambiar, aunque sea ligeramente, sus ideas preconcebidas sobre la política en EEUU. La primarias republicanas y demócratas han introducido en el debate ideas y denuncias que no solemos asociar con lo que conocemos de ese país. Como periodista de La Vanguardia, Robinson vivió en Nueva York y viajó por todo EEUU. De esa época y de viajes posteriores para actualizar impresiones anteriores, ha salido Off the road. Miedo, asco y esperanza en América –publicado por Ariel–, a medio camino entre el ensayo político y el reportaje periodístico.

¿En qué ha cambiado esta última campaña el discurso político habitual en EEUU?

Hay un estereotipo en el que EEUU siempre ha representado lo peor, sobre todo para la gente de mi entorno, gente en general de izquierdas. Era el país hegemónico, el imperio, y creo que ahora mismo es diferente. Off the road hace referencia a un país cuyo sistema político parece un poco descarrilado. Se ha roto un consenso que yo llamaría neoliberal, y ocurre por los dos lados. Por un lado, Trump con un discurso de clase, dirigido a una clase trabajadora blanca venida a menos, que está sufriendo quizá más que afroamericanos e hispanos el colapso de la desindustrialización, como se ve en datos de esperanza de vida con caídas mayores que sus homólogos afroamericanos e hispanos en algunas zonas. Creo que Trump, con un discurso xenófobo pero también un discurso de clase, busca votos en este segmento y hasta podría en la campaña pasar a Hillary Clinton por la izquierda con un discurso antiglobalización de defensa de esa clase obrera blanca. Y por otro lado, está Bernie Sander. Su campaña ha demostrado que ha vuelto un discurso de clase en la política estadounidense después de décadas en que todo había girado en torno a la política de identidad.

El libro refleja ciertos hechos que indican que hay un debate ideológico intenso en estos momentos en EEUU.

Es un debate que gira en torno a desigualdad, derechos laborales, etcétera. En el capítulo sobre Nueva York se comenta con cierta ironía que esa ciudad modélica, donde un corresponsal español recibía cinco llamadas al día para pedirte artículos sobre la moda, los mejores restaurantes de fusión de EEUU y otras cosas parecidas, y de repente tienes un alcalde (Bill De Blasio) con un discurso en el que propone una subida del salario mínimo y mayores derechos laborales, y se le recibe como una estrella de rock, como dijeron en The New Yorker. Nueva York ya no es sólo un punto de referencia para la moda, sino también para la política de clase. Ya hay decenas de ciudades que gracias a campañas sindicales han aprobado salarios mínimos de 15 dólares la hora. Es un indicio de hasta qué punto este debate ha calado en EEUU.

En su inicio, el libro puede parecer un poco apocalíptico porque yo empecé a hacer esos viajes hace cinco o seis años. Empieza con la cuestión de la polarización socioeconómica, el colapso del nivel de vida de gran parte de la clase trabajadora y de la clase media también, y la cuestión del cambio climático y la incapacidad de la clase política y parte de la ciudadanía para reconocer esto como un peligro. Pero conforme van desarrollándose los viajes, emerge un posible cambio. Creo que en cierta medida lo estamos viendo ahora mismo, a pesar del peligro que conlleva, sobre todo con Trump. Pero esa nueva política de que salte todo por los aires a mí me produce más optimismo que pesimismo, porque llevamos 40 años con un consenso en torno a un modelo que ha hecho mucho daño.

Occupy Wall Street tuvo un efecto inmediato muy escaso, pero consiguió anclar en el lenguaje político norteamericano el debate de la desigualdad. Y hay ciertos mensajes de izquierdas que han cruzado fronteras políticas.

Sí, ha echado raíces. Es lo que más llama la atención. Si miras el contenido de discursos de Trump, es verdad que el 80% de ellos no tiene ningún contenido, es retórica vacía, pero en el resto está compuesto en gran parte por críticas al libre comercio, cuya denuncia siempre ha sido una reivindicación de la izquierda estadounidense. Y Hillary no puede entrar por ahí. Es un problema que tiene a causa de sus compromisos con Wall Street, es imposible que haga un discurso más de clase.

Clinton sí hace una crítica clara a algunas cuestiones relacionadas con el sistema económico. Pero nunca irá muy lejos.

En sus debates con Sanders uno de sus puntos débiles fue el hecho de que no apoyaba el salario mínimo de 15 dólares. Y Sanders la atacó en varios debates por ello. En el libro cito algunos sondeos de Pew que indican que hasta un 30% de jóvenes prefieren el socialismo al capitalismo. Quizá haya más facilidad ahora para identificarse con el socialismo. De Blasio es abiertamente socialista.

De Blasio es un político socialista al estilo europeo. Nada que ver con Bill Clinton, por ejemplo.

Y sobre todo Sanders, que sería equiparable a Izquierda Unida. De Blasio, un poco menos.

En los años 60 lo que ocurría en EEUU tuvo mucho que ver con la extensión de la cultura de la rebeldía juvenil a Europa. ¿Puede ocurrir lo mismo ahora?

Diría que sí, EEUU sigue siendo un punto de referencia, pese a ese largo declive como potencia hegemónica. Su dominio cultural es patente, por eso comentaba lo de Nueva York para un corresponsal. En el momento en que nosotros los periodistas podemos utilizar Nueva York como punto de referencia cultural, en vez de Venezuela, entonces nuestro trabajo es mucho más fácil.

El libro es también una crónica de viajes por otros lugares simbólicos de EEUU, como Las Vegas, y la influencia de personajes como Sheldon Adelson, conocido en España por Eurovegas. ¿Quién gobierna esa ciudad creada por la mafia?

Parte de ese capítulo comenta el hecho de que la mafia se convirtió en el mundo corporativo. Hubo una transición, primero desde Bugsy Siegel hasta finalmente Adelson y Donald Trump. Ahora en Brasil vemos que hay un grupo de jueces que han enviado a prisión a muchos políticos por casos de corrupción. Tenemos que pensar que en EEUU todo eso es legal, por ejemplo la utilización del lobby. Muchos de los políticos que están encarcelados en Brasil, no les habría pasado lo mismo en EEUU. Adelson paga a los políticos gracias a la decisión del Tribunal Supremo de Citizens United, (que eliminó los límites a la donaciones de dinero por empresas y lobbies a campañas políticas) y es perfectamente legal. Adelson fue una figura clave y lo sigue siendo, continúa utilizando su talonario, junto a los hermanos Koch. No sé si viste aquel debate televisivo en las primarias cuando Trump dijo: yo pago a todos estos (refiriéndose a los demás candidatos a la presidencia). Fue un momento fantástico. Quedó transparente cómo funciona la política en EEUU.

Estuvo en Ferguson durante los disturbios raciales por la muerte de un joven negro tiroteado por un policía. ¿Hay en el desarrollo urbano de las grandes ciudades un nuevo elemento de segregación racial?en Ferguson

Es una segregación que es nítida, pero que no es nueva. Es lo que define la dinámica de la gentrificación desde principios del siglo XX. Sobre San Luis, hay un libro que se llama Mapping Decline, muy interesante, donde puedes ver todos los mapas de esos desplazamientos demográficos por el color de la piel. Al inicio, es el centro antiguo el que entra en declive y los blancos se desplazan a lo que se llama el inner suburb, Ferguson es un inner suburb de San Luis. Se van creando muchos pequeños municipios reservados a los blancos. Esto poco a poco va fallando y entran cada vez más afroamericanos y estos también salen a las afueras. Se produce una concentración de gente de raza negra, pero con un Ayuntamiento y una fuerza policial casi exclusivamente blancas.

Hay un capítulo, el de Arizona, que tiene mucho que ver con el éxito de Trump, aunque él no aparezca. Es la versión extrema del racismo blanco. ¿Quiénes son esos miembros de las milicias que vigilan la frontera? ¿Son ultras medio locos o gente con raíces en su comunidad?

Creo que son ultras medio locos que tienen apoyos en su comunidad. Eso es lo más preocupante en Arizona. Son gente que incluso en el campo del Brexit resultarían extremistas (en cuanto a la inmigración).

En ese contexto en el libro aparece el término ecorracismo. ¿Qué significa?ecorracismo

Hay un discurso neomalthusiano que denuncia una superpoblación en las ciudades provocado por la emigración masiva desde México y que está provocando una catástrofe medioambiental en el desierto de Arizona y Nevada. Una cosa muy perversa. Pero a veces pienso que es algo que podría ocurrir aquí, en España. Es esa idea de “not in my backyard”, no en mi patio trasero. Hay una intención medioambientalista pero vinculada a una clase media-alta que mezcla ambientalismo con xenofobia.

Pero cuanto más nivel de vida, más agua consumes.

Exactamente, los habitantes de Arizona tienen el consumo de agua más alto del país, después de Palm Springs, en el desierto de Mojave, California. Los mexicanos que viven en estos estados viven en zonas de alta densidad urbana y las costumbres que traen de México hacen que su consumo de agua sea mucho menor. En el libro hay también un capítulo sobre el muro, sobre el complejo industrial de seguridad fronteriza, ambientado en una convención comercial en la que estuve en Phoenix con todas las empresas del viejo complejo de defensa, como Lockheed. Están ahí vendiendo sus nuevos productos de tecnología para defender la frontera, incluidos drones o cosas fantásticas, como cactus de plástico con cámaras empotradas.

Es un negocio extraordinario que depende de contratos concedidos por el Estado.

Sin duda, y con Obama hemos llegado a récords en el número de deportaciones (de inmigrantes sin papeles). Cada deportado tiene que pasar semanas o meses en un centro de detención, y esas cárceles pertenecen a empresas privadas que cotizan en Bolsa. Es obviamente una relación simbiótica en la cual cuantos más deportados, más negocio.