La espectacular caída del gobernador de Nueva York: el eterno presidenciable obligado a dimitir por acoso sexual

Más allá de las excusas (“mi sentido del humor puede ser poco sensible”) y de los lamentos (“todo esto tiene una motivación política”), la dimisión del gobernador demócrata de Nueva York, Andrew Cuomo, tiene un simbolismo especial. Se marcha después de que la Fiscalía haya dicho que acosó sexualmente a al menos 11 mujeres y él mismo lo ha anunciado desde la sala en la que daba sus famosas ruedas de prensa diarias durante lo peor de la pandemia. Esas que le convirtieron durante unas semanas casi en una referencia nacional para millones de estadounidenses.

Ahora que dimite rechazado por todos, conviene recordar que durante la primavera de 2020 Cuomo fue objeto de una absurda adoración que ha envejecido bastante mal. Mientras el presidente Donald Trump recomendaba supuestos remedios milagrosos contra el virus o se negaba a ponerse mascarilla, el gobernador Cuomo aparecía como ejemplo de seriedad y eficiencia. Ya entonces se le conocía como un político con pocos escrúpulos y su gestión de la pandemia tenía numerosas zonas oscuras, pero eso no impidió que surgieran por todos lados los autodenominados “cuomosexuales”.

Se ha escrito mucho al respecto: sobre la tendencia psicológica que busca “un líder fuerte” en tiempos de crisis. De cómo un político cuyo paternalismo causaría rechazo en circunstancias normales puede resultar tranquilizador en mitad de una pandemia mundial. Cuomo comparecía a diario, igual que Trump durante un tiempo, pero sus ruedas de prensa exudaban competencia y planificación, muy diferentes de la feria de improvisaciones del presidente. Sin embargo, Cuomo, un tipo de natural antipático, se las apañaba también para resultar cercano hablando de su perro, de los novios de sus hijas y de sus rutinas para hacer ejercicio.

El cóctel de seriedad y costumbrismo funcionó aquellas semanas y los neoyorquinos valoraron positivamente en las encuestas su gestión de la pandemia. Incluso el ala izquierda del Partido Demócrata, que hace muchos años que le tiene atravesado por sus políticas centristas, pareció congraciarse con él. Muchas celebrities y casi todos los no-trumpistas se subieron al carro y el propio Cuomo no tardó en darse cuenta de las posibilidades que se le abrían: el verano pasado ya tenía pactada la publicación de un libro sobre sus experiencias en la pandemia por casi 4,5 millones de euros.

El mayor beneficio, sin embargo, fue político. Hasta hace nada, a Cuomo le preguntaban constantemente si se iba a presentar a presidente y todo el mundo daba por hecho que los neoyorquinos lo reelegirían para un histórico cuarto mandato el año que viene. Había recibido poderes extraordinarios para gobernar por decreto durante la pandemia y su gran rival, el alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, estaba hundido y a pocos meses de dejar el cargo. Durante meses Cuomo se permitió incluso abroncar a los periodistas que le preguntaban por su gestión en las residencias de ancianos mientras una marca de lujo vendía jerseys con la palabra “Cuomosexual” a 350 euros.

Todo ese panorama idílico empezó a emborronarse con las primeras acusaciones. El pasado diciembre de 2020 una exasesora del gobernador fue la primera en denunciar públicamente que Cuomo “la había acosado sexualmente durante años”. En febrero otra exasesora hizo pública una historia similar y en poco más de un mes otras nueve mujeres, algunas de ellas todavía trabajadoras de su oficina, le acusaron también. El gobernador y su círculo cercano han intentado desacreditar a varias de ellas y explicar que él “es italiano” y tiene costumbre de abrazar y besar a la gente, pero las historias que cuentan ellas van mucho más allá de un malentendido. 

Cuatro décadas al límite

El informe de la Fiscalía de Nueva York en el que se detallan las acusaciones también ilustra en sus 165 páginas cómo el equipo de Cuomo ha tratado de atacar posteriormente a las denunciantes y minar su credibilidad. En algunos casos el equipo del gobernador se ha hecho con su información privada en los archivos del estado de Nueva York y se la han filtrado a medios de comunicación. Exactamente el tipo de prácticas que el propio Cuomo ha criticado cuando las revelaciones del #MeToo sacaron a la luz los abusos a otras mujeres. 

Estas tácticas al borde de lo legal encajan perfectamente con la reputación que acompaña a Andrew Cuomo desde sus inicios en política apenas cumplida la mayoría de edad, cuando trabajaba en las campañas de su padre, el también gobernador de Nueva York e ídolo de la izquierda estadounidense Mario Cuomo.

El exalcalde de la ciudad Ed Koch culpaba a Cuomo hijo de estar detrás de los carteles que aparecieron durante la campaña de 1977 de Cuomo padre y que decían “Vota por Cuomo, no por el Homo”, en referencia a la orientación sexual de Koch. Andrew fue asesor de Mario durante sus tres mandatos y luego cosechó fama de intransigente como miembro del Gobierno de Bill Clinton. 

Casado entonces con una miembro del clan Kennedy y con el apellido de su padre que era tan conocido en Nueva York, Andrew Cuomo empezó una carrera política que hasta ahora había sido estelar. Un referente para el ala más moderada de los demócratas, pero cuyas tácticas políticas de extrema dureza no le han servido para librarse de esta última crisis. En menos de dos semanas su dimisión se hará efectiva y tomará posesión la primera gobernadora de la historia bicenteraria de Nueva York, Kathy Hochul, hasta ahora vicegobernadora.