De pie sobre una explanada en la que apenas queda nada, en la calle Yablunska de Bucha, Lyudmila Kizilov señala distintos puntos de lo que fue su hogar. La mujer desciende las escaleras del profundo sótano donde se refugió junto a su marido durante los primeros días de ocupación rusa en la simbólica ciudad. Y rompe a llorar: “Valery, ¿por qué? ¿por qué te dejé subir?”.
En el sótano no había cobertura y Valery Kizilov, su marido, necesitaba hacer una llamada. El hombre subió y ella le esperó bajo tierra. Cinco minutos después, Lyudmila escuchó un disparo.
Llevaba días escuchándolos y no le dio gran importancia. Hasta que empezaron los gritos. “Alguien se acercó al sótano. En ruso, decía: ‘Quién está en el sótano, sal de allí’. Hablaba de una forma muy agresiva. ‘Sal del sótano o metemos una granada, te matamos’”, recuerda Lyudmila. Ella salió y se encontró un soldado ruso armado. “Le dije que no había nadie más dentro y le pregunté por mi marido. Por qué no había vuelto. Por qué hacía tiempo que no venía, pero él no me respondió. Solo me dijo que volviese al sótano y me prohibió salir de allí”.
Aterrorizada, descendió las escaleras hasta regresar a la oscuridad del sótano. Lyudmila temblaba. Sentía que había pasado algo, pero se lo quitaba de la cabeza. “Quizá le están interrogando”, se decía. Estaba muy preocupada, pensaba que estaba pasando algo, que no podía salir, que los rusos estaban en el pueblo, recordaba aquel disparo al que intentaba restar importancia. Pasó horas sola, angustiada entre sus pensamientos. Hasta que anocheció. Hasta que no pudo más y decidió salir en busca de su marido.
Cogió la linterna y, consciente del riesgo, subió las escaleras. Sabía donde solía salir su marido a hablar por teléfono y se empezó a dirigir hacia allí, arrastrándose por el suelo. Tenía miedo de levantarme. Se movía con cuidado por debajo de las ventanas, cuenta. Comprobó que el vallado de su casa estaba roto. “Seguí buscando. La casa tiene dos salidas y, cuando me acerqué a la otra, encontré a mi marido. Estaba muerto. Su cuerpo estaba tirado en el suelo. Tenía un disparo en la cabeza”, relata Lyudmila, en el sofá de la casa de su hijo, donde vive en la actualidad.
“Era de noche. Silencio total. Y yo estaba ahí, delante del marido, que estaba tumbado. Había mucha sangre y yo estaba junto a él, sola”, recuerda la mujer, rota en lágrimas. Pasó toda la noche allí, paralizada, junto al cadáver de su marido. “Le puse las manos en buena posición, le cubrí la sangre con arena. Me quedé con él, tocando su cabeza, dándole caricias y pidiéndole perdón por no evitar que saliese del sótano”.
El asesinato de Valery Kizilov es uno de los casos investigados por la Fiscalía General de Ucrania como posibles crímenes de guerra. El Gobierno ucraniano calcula que 637 civiles fallecieron en Bucha durante la ocupación rusa. 1.400 murieron en los alrededores. “Ucrania utilizará su sistema judicial nacional para hacer rendir cuentas a ”la mayoría de los asesinos y terroristas rusos“, declaró Volodímir Zelenski el pasado viernes en un acto que conmemoró el aniversario de la liberación de la ciudad. El presidente recordó que el país se está apoyando en la Corte Penal Internacional para buscar Justicia.
Una base enfrente de casa
El 5 de marzo de 2022, los soldados rusos obligaron a Lyudmila a caminar hasta la casa de su vecino, Vitaly Zivotovski, convertida en base de las tropas rusas, según su relato, que coincide con la información publicada por el New York Times con imágenes de las cámaras de seguridad que sitúan la vivienda de Zivotovski como un punto clave de las tropas rusas durante los primeros días de ocupación en Bucha.
“Me soltaron en el sótano de una forma brutal. Me dejan allí con el vecino y con su hija. Los rusos ocupaban toda la casa y había un punto de mando. En la habitación grande hicieron el hospital. La casa estaba rodeada de vehículos militares…”, recuerda Lyudmila. Desde el sótano, donde permaneció hasta el 9 de marzo, escuchaba órdenes lanzadas por los soldados rusos. Dos de ellos se apodaban Flakon y Uran, indica, coincidiendo con las grabaciones a las que accedió el NYT.
Evacuación
El 8 de marzo, su hija, que vivía en otra zona de Bucha, fue a buscar a su madre. “No sabía qué estaba pasando, dónde estaba yo. Ella ya sabía que su padre había muerto, pero hacía tiempo que no lograba contactar conmigo”, explica Lyudmila. La hija tenía planes de evacuarse junto a su familia pero no lo haría sin su madre, por lo que atravesó el pueblo a pesar de la ocupación rusa. “Pasó al lado de toda la gente muerta, que estaba en las calles, para ir buscarme. Había muchos controles rusos y era muy peligroso. Iba con una sábana blanca en la espalda”.
Llegó a la casa de Vitaly y preguntó por su madre. Los rusos le dijeron que estaba en el sótano. “Cuando salí y la vi, volví a entrar en estado de shock, volví a sentir mucho pánico al ver que mi hija había venido hasta aquí. Me daba miedo que la disparasen a ella también, que se pusiese en peligro al venir a esa zona, que estaba lleno de soldados rusos”.
La hija preguntó a los rusos si le permitían llevarse a su madre. Ellos dijeron que sí. Pero Lyudmila vio que el cuerpo de su marido seguía tirado en el mismo sitio donde lo había visto por última vez. Los rusos le ofrecieron enterrar ellos el cuerpo y ella aceptó. “Le di la pala a los rusos y les enseñé el sitio donde podían enterrarle. Ellos excavaron un hoyo. Les di una manta roja, lo envolvieron en ella y lo enterraron en el patio de su casa.
Después de recoger algo de ropa en casa, huyó a otra zona de Bucha, más tranquila. Querían viajar a Kiev al día siguiente. “Nos dejaron salir por una calle secundaria, porque la que se utiliza habitualmente estaba llena de personas muertas…”. Lograron llegar a la capital ucraniana.
A principios de abril de 2022, las tropas rusas retrocedieron y el ejército ucraniano recuperó Bucha. Pero entonces, Lyudmila aún temía volver a casa. Evitó hacerlo hasta el 22 de abril, cuando le mandaron una foto en la que aparecía el cuerpo de su marido exhumado en el patio de su casa. “No entendía quién lo había hecho y volví”, sostiene la mujer, quien luego entendió el proceso emprendido por las autoridades ucranianas para identificar los cuerpos e investigar los crímenes de guerra. “Justo ese día, a mi llegada, habían enviado un coche con varios cuerpos. Nos dieron la dirección de varias morgues y le encontramos. Seguía envuelto con la misma manta roja”.
Tras la identificación, el día 27 de abril, recuperaron el cuerpo de Valery, y la familia pudo celebrar el entierro oficial, en el cementerio de Bucha. Poco menos de once meses después, Lyudmila visita la tumba de su marido. Aún no tiene una lápida. Sobre una montaña de arena, se levanta una cruz de madera, con una foto de Valery Kizilov. “Perdona, que no te he traído nada”, dice frente a la tumba. La mujer acaricia la imagen de su marido y rompe a llorar.
Valery murió a los 69 años. Trabajó casi toda su vida como autónomo en Bucha, donde regentaba una cafetería y una tienda de alimentación. “Era muy activo, guapo, fuerte, con salud buena, un hombre listo, con estudios”, describe su mujer, con una sonrisa mojada por las lágrimas. Enseña la foto de su pasaporte y busca en su móvil una de los dos juntos, captada uno de esos días cualquiera que ahora recuerda extraordinarios.