En la actualidad, las tropas rusas están concentrando toda su atención en Ucrania. En su pretensión de recrear el imperio ruso, y cuando ya tiene prácticamente en sus manos a Bielorrusia, Vladímir Putin sueña con añadirla cuanto antes a lo que denomina el Estado de la Unión. En ese empeño no parece que le vaya a frenar ni el derecho internacional –que considera ilegal la invasión de un país soberano–, ni las normas más básicas de la guerra –que prohíben el uso de determinadas armas– ni, especialmente, el derecho internacional humanitario –que trata de proteger preferentemente a los no combatientes.
Aun así, tratando de mirar más allá de lo que ocurre ahora mismo en el campo de batalla, es importante entender que los planes de Putin contemplan otras opciones dirigidas contra aquellos que se atrevan a cuestionar sus métodos y sus planes para poner Ucrania a sus pies.
Desde el principio, Putin ha dejado claro que quienes contravengan sus propósitos sufrirán unas consecuencias devastadoras. En esa línea, con la clara intención de disuadir tanto a los países de la Unión Europea como de la OTAN de prestar cualquier ayuda a Ucrania, se ha encargado de despejar cualquier duda sobre su consideración como actos de guerra tanto de las sanciones económicas que ya se están aplicando contra Rusia como del suministro de material de defensa a Volodímir Zelenski y los suyos. De ahí que, como parte de su escalada verbal para frenar a sus oponentes, también lleva días recordando al mundo entero que Rusia es la mayor potencia nuclear del planeta.
Secuestros, desinformación y revueltas
Eso significa, irremediablemente, que, sin necesidad de una declaración formal que lo certifique, ya estamos en guerra con Rusia. Una guerra a la que solo le falta el choque directo entre tropas rusas y las de la OTAN para hacerla totalmente visible. Desde ese punto es necesario entender, por tanto, que Putin está dispuesto a recurrir al mismo tipo de bazas que ya ha usado en otros casos con tal de poder alcanzar sus objetivos.
Sin ningún ánimo de exhaustividad, entre ellas hay que contemplar, por ejemplo, el secuestro de nacionales de países occidentales para usarlos como baza de negociación, escudos humanos o como mensaje intimidatorio para abortar cualquier represalia occidental ante lo que está haciendo en Ucrania. De igual modo, es previsible que recurra a ciberataques a gran escala, campo en el que ya acumula una experiencia tantas veces vista en su intento por destruir o perturbar seriamente sistemas esenciales para garantizar el bienestar y la seguridad de sus oponentes.
Con ese mismo fin, como ya hizo en su día en el Donbás, puede optar por movilizar a minorías rusas en algunos de los países de la UE y la OTAN próximos a sus fronteras, con el propósito de provocar revueltas que le sirvan de inmediato para erigirse como su más firme defensor. Una táctica que incorpora campañas de desinformación masiva con las que puede generar una desestabilización que le permite una injerencia, incluso armada, en los asuntos de otros países.
Tampoco sería sorprendente que pretenda infiltrar a elementos violentos entre quienes tratan de poner a salvo sus vidas en Polonia y el resto de los países vecinos de Ucrania, no solo para provocar el rechazo de la ciudadanía local a quienes allí busquen refugio, sino también para llevar a cabo acciones violentas que contribuyan a aumentar la sensación de amenaza permanente.
Ataques fuera de Ucrania
En un nivel más directamente ligado al ámbito militar, entre las opciones que tiene más a mano está la de provocar el hundimiento de algunos buques en el mar Negro o en el de Azov, que domina con holgura, haciéndolo pasar por un accidente o un efecto colateral indeseado. Igualmente, en la medida en que pretenda evitar la llegada de suministros de defensa a manos de Zelenski, es muy probable que lleve a cabo acciones contra los convoyes terrestres que entren en Ucrania desde el oeste.
Eso supone que no es descartable que finalmente algún misil pueda caer en suelo de esos mismos países, sea accidental o deliberadamente, al igual que incursiones aéreas en un intento por cerrar todas las vías de suministro. Adicionalmente, Putin puede decidir actuar en otros escenarios –sea en Siria, el Sahel o en África Subsahariana–, buscando así reducir el nivel de implicación occidental en apoyo a Kiev.
Más allá de eso, entendiendo que Putin no va a salir de Ucrania con las manos vacías, aún cabe imaginar otras variantes, como el ataque deliberado a algún país de la OTAN, muy improbable, al menos mientras no sienta que ya ha logrado sus objetivos en Ucrania, o el recurso al arma nuclear, una posibilidad todavía más improbable. Por mucho que en teoría se pueda pensar en el lanzamiento de un arma nuclear táctica como un intento desesperado de Putin para frenar una dinámica totalmente contraria a sus intereses en Ucrania, es muy difícil imaginar una situación en la que las fuerzas ucranianas estén en condiciones de derrotar militarmente a sus invasores para llevarlos hasta ese punto.
Lo dicho hasta aquí no pretende atemorizar dibujando escenarios más o menos apocalípticos. Tan solo intenta visibilizar el tipo de consecuencias potenciales que puede tener la implicación de los países de la UE y de la OTAN en el conflicto, para preguntarnos si estamos realmente dispuestos a soportar los costes que puedan producirse en nuestro bienestar y en nuestra seguridad.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
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