El domingo terminó la edad de oro de las fake news políticas. Inferirlo de las elecciones brasileñas es apresurado, pero no contra intuitivo. Más impreciso, más indiscutible, es advertir que las fake news ya no son lo que eran. O cambiaron mucho o se desnudaron caras ocultas y se cayeron máscaras ocultadoras. Antes latente, una utilidad probada de estas 'noticias fabricadas' se volvió patente, presente, dominante y en definitiva la mayor de todas. A lo largo de las cuatro semanas de campaña de los dos presidentes que buscaban ganar las elecciones del 30 de octubre, cada nueva fake news fue una dosis de refuerzo para la inmunidad identitaria.
El buen éxito de las campañas de Jair Messias Bolsonaro para forjar y consolidar una identidad ético-política ‘bolsonarista’ resulta innegable. Esta superioridad, sin embargo, tiene un efecto paradójico. Aumentó el núcleo duro de la base del voto, lo que hoy los medios llaman ‘bolsonarismo raíz’ cuando clasifican a los aliados del presidente entre gobernadores y congresistas de derecha. Pero también consolidó su repudio. A la pregunta infaltable de los sondeos ‘¿Por qué candidato usted no votaría nunca jamás’?, la respuesta ‘Por Bolsonaro’ se estabilizó en un 30% del total de cada muestra.
Quienes nunca votarían por Luiz Inácio Lula da Silva nunca llegaron a esa proporción en las mismas muestras. Su número era mucho más variable, de encuesta a encuesta, y si no bajaba de un 20%, las variaciones hacia arriba tampoco conocían saltos agudos. Cuando Lula completó su segunda presidencia, era el político más popular de la vida democrática brasileña. Los recuerdos aciagos o arrepentidos de votantes de clase media del Partido de los Trabajadores (PT) se asocian a la presidencia y media de su sucesora Dilma Rousseff, destituida en 2016 por el Congreso de mayoría derechista. La identidad 'lulista' de su campaña, mucho antes que del Partido de los Trabajadores, y desde luego mucho antes que de izquierda social, y muchísimo antes que de izquierda de ‘nuevos derechos’, como las de Gabriel Boric en Chile, o Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia, fue un acierto.
Otras dos novedades de esta semana delinearon el nuevo horizonte con mayor claridad y consolidaron el nuevo horizonte. Esta vez, la fuente de las noticias falsas más tendenciales, comentadas, y reproducidas, no fueron los medios periodísticos ni las redes sociales, sino las campañas oficiales de los candidatos en pugna, y eran publicadas en los espacios de propaganda partidaria en los medios masivos de comunicación, espacios cedidos por ley y prefijados y pagados por el Estado.
Y para enfrentar esta campaña, y proteger al electorado del poder malicioso de campañas, patrocinadores, multimedios, y redes sociales, la prensa internacional y diversas agencias mundiales o regionales enderezadas al control y facilitación de calidad institucional y transparencia a los procesos electorales democráticos, la Justicia brasileña se dotó del órgano control y fiscalización electoral más poderoso del mundo. Al Tribunal Superior Electoral (TSE), un juzgado de actividad estacional, se adjudicaron recursos y personal sin restricciones que cercenaran o mutilaran su actividad. También se ampliaron sus facultades, se acortaron los plazos para que sus decisiones surtieran efecto de inmediato y fueran ejecutadas una vez pronunciadas. Antes, para decidir si una noticia era una fake news, se evaluaba cada publicación en cada medio.