“Me desperté por causalidad a las tres de la madrugada y me di cuenta de que había demasiada luz para esa hora. Me levanté, me asomé y vi que mi coche estaba ardiendo. Salí corriendo y traté de apagar el fuego. Los bomberos me dijeron después que cinco minutos más tarde y ni yo ni mis padres estaríamos vivos”. Ferat Koçak (Berlín, 1979) lo ha contado innumerables veces, pero cuando recuerda lo que pasó aquella noche de febrero de 2018, en la que se encontraba en casa de sus padres, el gesto se vuelve serio y la mirada se pierde hacia un punto en el horizonte como si estuviera volviendo a ver esa escena. Dos años antes había sido elegido por primera vez como diputado de Die Linke —La Izquierda, en alemán— en el Parlamento regional de Berlín. Él, que desde los 16 había sido militante antifascista, había decidido presentarse para luchar contra la ola de rechazo y racismo que siguió a la acogida de más de un millón de refugiados en Alemania entre 2015 y 2016. Y se convirtió en uno de los más activos opositores de los ultras de la Alternativa para Alemania.
A partir de allí, dice, los grupos de extrema derecha empezaron a tenerle bajo su radar y a perseguirle, hasta que, después de un mitin, descubrieron dónde vivía. Dos semanas después se produjo el ataque. “No me lo esperaba. Aunque desde 2009 había habido este tipo de incidentes, yo no me lo esperaba porque me sentía seguro aquí”, dice sentado en la oficina del partido en este “aquí” que para él es casa. Es el barrio de Neukölln, en el sureste de Berlín, un crisol de culturas donde él, hijos de padres kurdos llegados en los 70 desde Turquía, se crió y donde en los últimos años la policía ha investigado decenas de ataques de la extrema derecha.
Un año después del episodio contra Koçak, la policía de Berlín recibió un correo electrónico con la reivindicación de su autoría por parte de alguien que decía ser miembro de un grupo llamado NSU 2.0, una reedición de una formación neonazi responsable de una decena de asesinatos en la primera década de los 2000. En el juicio de primera instancia contra dos militantes neonazi, sospechosos de estar detrás de una serie de ataques, incluido el del que fue víctima el político de Die Linke, al final el juez decretó la absolución por falta de pruebas. Pero el fiscal recurrió y se espera que el juicio de apelación empiece en septiembre. “La fiscalía dice habría pruebas suficientes si se le considerara como un grupo, y por eso ha recurrido la sentencia. Pero es lo que siempre pasa en estos tipos de investigaciones: se tratan como casos individuales, como cuando se habla de policías conniventes y se dice que solo son manzanas podridas”, dice Koçak.
Desde el ataque hay vigilancia frente a la casa de sus padres, pero él no tiene ningún tipo de escolta o protección personal. “No me la han ofrecido y tampoco quiero a policías siempre conmigo porque no me fío”, afirma. Su desconfianza aumentó cuando se supo que tanto la policía como los servicios de inteligencias tenían constancia desde hacía tiempo de que dos conocidos neonazis le habían estado vigilando y siguiendo. Pero nadie le informó del peligro. “Ha habido varios errores en mi caso”, dice. También señala que la investigación abierta por una comisión del Parlamento regional de Berlín ha revelado casos de informaciones reveladas por agentes a miembros de estos grupos.
“Desde el ataque siempre miro adónde puedo ir, lo que puedo poner en redes sociales o no. Desde hace años mi vida está construida alrededor del miedo. Y mi trabajo sufre restricciones porque cuando voy a algún acto tengo que mirar qué tipo de seguridad hay, con cuánta antelación anunciarlo. Aquí en Neukölln estoy en mi zona de seguridad pero, por ejemplo, si tengo que ir a Marzahn, en el este de Berlín, ya es peor. Ahora voy a ir a Rostock, en el norte de Alemania, y allí voy a tener seguridad”, cuenta Koçak, mientras en el país –a las puertas de las elecciones europeas que coinciden con las municipales– se reaviva el debate por la multiplicación de ataques violentos a representantes de todo el espectro político.
A principios de mayo, un candidato del SPD tuvo que ser hospitalizado y operado tras ser atacado por cuatro hombres, en la misma calle donde unos días antes un hombre de 28 años que pegaba carteles para los verdes había sido golpeado “a puñetazos y patadas”. Y el 2 de junio murió un policía que había resultado herido en un ataque con cuchillo contra activistas islamófobos que ocurrió la semana pasada en Mannheim. En la misma ciudad este jueves se ha registrado un segundo ataque a un político de la AfD, aunque en este caso según la policía el autor sufría un trastorno mental y no hay pruebas de que supiera que se tratara de un representante de la formación ultra.
Koçak cree que esta situación es fruto de un clima político que se ha ido envenenando desde la entrada en la escena de la AfD. “En mi caso, el ataque fue el resultado directo de su ascenso”, afirma. “Cuánto más asciende la AfD, estos grupos neonazi se sienten más llamados a atacar a la gente por la calle, gente que tiene raíces de otros países. Es algo que viaja paralelamente. El discurso de polarización que tiene la AfD les refuerza y, con su presencia en las instituciones, los ultras se sienten respaldados. El problema es que su discurso se está normalizando y algunas expresiones que la AfD usa ya han sido utilizadas por otros partidos, como cuando se habla de 'ofensiva' para referirse a la devolución de inmigrantes a sus países de origen. Estamos viendo cómo se traspasan los límites de lo que se puede decir y más gente se siente llamada a asumir posición más radicales. Pero hay que seguir resistiendo, como ocurrió tras el ataque de Hanau [el tiroteo masivo en dos ”shisha bar“, locales con servicios de cachimbas, en el que murieron nueve personas], cuando se formaron grupos para luchar contra el discurso de la extrema derecha”.
Autocrítica en la izquierda
Koçak coloca el punto de inflexión que permitió el nuevo auge de la extrema derecha en los años de la Gran Recesión, la gran crisis económica que atravesó Europa a caballo entre la primera y la segunda década de los 2000. Mientras Alemania dictaba las condiciones de los rescates a los países del sur de Europa, en casa la AfD alimentaba los sentimientos antieuropeos. Luego, con la crisis de los refugiados de 2015-2016, subraya el diputado regional de Die Linke, “pasaron a tejer una propaganda odiosa en la que todos los problemas económicos se vinculan a la presencia de inmigrantes”. La puntilla llegó con la Covid, cuando el AfD junto a otros grupos de extrema derecha se manifestaron en contra de las restricciones.
Pero para el exponente izquierdista, el problema de la situación política actual, que él compara con los años 20-30 del siglo pasado, es la respuesta de la izquierda. “No hay respuesta”, asevera. ¿Es autocrítica? “Yo soy el primer crítico de Die Linke”, dice sonriendo, con su barba pintada a la mitad de rojo, como para replicar la bandera negra y roja de los movimientos antifascistas. “Los partidos se han acercado cada vez más al discurso de la AfD, sin ideas proprias. Y la izquierda ha perdido el contacto con la gente. Uno de los errores más graves fue no ser fieles a las ideas básicas de la izquierda y asemejarse a otros partidos. Aquí en Neukölln, mi partido sube porque sí lo hemos hecho. Hay que perseguir ideas radicales como quitarle la propiedad a las grandes inmobiliarias o comprar casas que se quedan vacías durante años, y hay que estar más cerca de los trabajadores”.
Cuando se le pregunta por Sarah Wagenknecht, que, tras consumar la escisión de Die Linke, se presenta a las elecciones europeas con una formación que lleva su nombre y se coloca en la esfera del llamado “rojipardismo” –una mezcla de propuestas de izquierdas en lo social ideas izquierdistas o socialdemócratas en lo social y en la economía y planteamientos conservadores o radicales de derecha en cuestiones como la inmigración o el cambio climático–, Koçak dice: “Me parece bien que se haya ido del partido, aunque sigo manteniendo buena relación con la gente que se ha pasado a su formación aquí en Berlín. Igual puede arañar votos a la AfD. En cuanto a nosotros, es una gran oportunidad para que Die Linke se diferencie del SPD o de los Verdes, por ejemplo en temas migratorios, ya que ambos han votado por el nuevo pacto europeo”.
Para quitar argumentos a la extrema derecha sobre este asunto, tan determinante por su auge en los últimos años, Koçak cree que se tiene que hacer justo lo contrario de lo que se ha hecho: en lugar de aprobar leyes más restrictivas y aumentar las trabas, “hay que agilizar los permisos de residencias y trabajo, para que los inmigrantes y los refugiados puedan incorporarse al mercado del trabajo o a la formación, incluso para luego decidir volver a su país. Dejar a la gente en un limbo y ponerla en centros de acogida en el quinto pino en Sajonia o donde sea, la convierte en blanco fácil de la ultraderecha”.
La entrevista se produce en los días en los que en Alemania vuelve a hablarse de una posible ilegalización de la AfD. El Tribunal Administrativo Superior de Münster, en el Estado occidental de Renania del Norte-Westfalia, sentenció en mayo que la Oficina Federal de Protección de la Constitución (BfV), los servicios de inteligencia alemanes para el interior del país, pueden seguir clasificando y, por lo tanto, vigilando a la AfD como partido sospechoso de extremismo. Koçak duda sobre las consecuencias de vetar a la formación: “Hablando con el corazón, el camino más corto sería prohibir a la AfD, pero creo que no solucionaría el problema porque solo ya plantear el debate está reforzándoles. Y si, como pasó con el [otro partido de extrema derecha] NPD no se consigue vetarlo, mientras tanto se les da mucho protagonismo. Lo que tienen que hacer los otros partidos es encontrar la manera de explicar a la gente que la AfD no es la solución. Y la izquierda tiene que volver a estar en la calle con la gente”.