El fuego cruzado entre Israel y Hizbulá causa muerte, desplazamiento y miseria a civiles y agricultores libaneses

Ana Garralda

29 de marzo de 2024 21:21 h

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Las tensiones entre Israel y el grupo chií libanés Hizbulá se han disparado desde que estalló la guerra en Gaza el pasado octubre, con un fuego cruzado que ha afectado a las poblaciones de ambos lados de la frontera, entre las que se han producido numerosas victimas, alcanzando en las últimas horas a comunidades incluso dentro de Siria. 

En la madrugada de este viernes al  menos 38 soldados de las fuerzas gubernamentales sirias y seis miembros de Hizbulá han muerto cerca del aeropuerto internacional de Alepo tras varios ataques aéreos atribuidos a Israel, informó el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), organización afiliada a la oposición de país. Según sus portavoces, los bombardeos, que habrían tenido como objetivo la destrucción de un depósito de armas de Hizbulá y de un complejo de seguridad del ejército sirio, también habrían dejado decenas de civiles heridos, algunos de ellos de gravedad. 

Además, esta semana al menos siete personas fallecían en otro ataque israelí, esta vez contra un centro sanitario en Habariye, en el sur de Líbano, donde el Ejército hebreo aseguró que operaban milicianos de una organización suní vinculada a la milicia chií. En respuesta ésta lanzaba un ataque con cohetes contra la localidad de Kiryat Shmona, en el norte de Israel, donde un hombre de 38 años perdía la vida.  

Desde el pasado 7 de octubre, 17 personas en el norte de Israel (diez eran militares y siete civiles), han muerto, mientras que en el Líbano las víctimas alcanzan los 330. De ellos, 238 eran miembros de Hizbulá, uno era un soldado libanés y 49 más civiles, incluidos diez menores y tres periodistas, según un recuento realizado por la Agencia EFE.

Más ataques y más contaminación

El Ejército israelí intensificó este mes de febrero sus ataques en el sur de Líbano contra lo que consideraban posiciones de Hizbulá en ciudades como Nabatieh y Ghaziyeh, con objeto de acabar con la presencia de combatientes en el lado libanés de la frontera y de preparar la vuelta de los cerca de 80.000 evacuados del norte de Israel. Los bombardeos han alcanzado incluso el valle de la Bekaa (en el este de Líbano), a más de 70 kilómetros de la Línea Azul, la demarcación fronteriza establecida en el año 2000 por Naciones Unidas tras la retirada de las tropas israelíes del Líbano después de 22 años de ocupación. En esa región, bastión de la milicia chií, murieron dos personas por un ataque israelí esta misma semana.

El líder de Hizbulá prometió responder “más fuerte” al aumento de las operaciones israelíes y lo ha hecho lanzando la mayor cantidad de misiles antitanque, cohetes y ataques con drones desde que comenzase la actual ronda de hostilidades, iniciada por la milicia en solidaridad con Gaza, un día después del ataque del grupo palestino Hamás del 7 de octubre contra Israel.

“En cinco meses, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han atacado más de 4.500 objetivos en Líbano y Siria”, señaló su portavoz, Daniel Hagari, a mediados de marzo. “Más de 300 miembros de Hizbulá han sido asesinados y otros 750 han resultado heridos”, según el Ejército israelí, cuyas estimaciones no incluyen a unos 60 miembros de otras organizaciones libanesas y palestinas armadas.

Por su parte, el primer ministro interino de Líbano, Najib Mikati, denunció el 20 de marzo que “Israel continúa violando el derecho internacional al atacar a civiles e infraestructura en el sur del Líbano”. Según su ministro de Agricultura, Abás Al Hajj Hassan, las recientes agresiones israelíes, en las que empleó artillería cargada con fósforo blanco (prohibido en áreas civiles por la legislación internacional), no sólo atentan contra la seguridad de los civiles libaneses, sino que además están causando graves daños en el medioambiente y en la agricultura, de la que vive el 70% de los residentes del sur del pequeño país mediterráneo.

“El porcentaje de daños en las zonas forestales de robles y laureles alcanzó el 55%, el de los árboles agrícolas y cítricos el 35%. Además, 340.000 aves y 970 cabezas de ganado perecieron junto con 310 colmenas de abejas”, informó Al Hajj Hassan. 

Asimismo, más de 8.000 metros cuadrados de bosques y tierras cultivables han resultado dañados en los sucesivos ataques, incluidas zonas con pinos, robles y olivos, algunos de ellos de hasta 300 años de antigüedad. “El Ejército enemigo dispara hacia las llanuras para impedir que los agricultores libaneses trabajen sus tierras, con el objetivo de golpear la economía nacional y la seguridad alimentaria”, escribió Hassan en su cuenta de X (antes Twitter). “Por enésima vez Israel confirma su agresión, que no diferencia entre un libanés y otro, y no conoce fronteras”, agregó.

Crisis económica y energética

La última escalada de violencia está agravando las dificultades que atraviesan desde hace años los más de cinco millones de residentes de un país ahogado por una profunda crisis financiera tras décadas de corrupción y mala gestión económica. Dependiente de las remesas y de la ayuda que llega del exterior, el Líbano tiene hoy una deuda tan elevada (más del 170% de su PIB) que apenas puede pagar el petróleo que importa, necesario para que funcionen sus depauperadas centrales eléctricas, el transporte, la calefacción o la industria. 

Ni siquiera las perspectivas de la posible explotación del gas y el petróleo encontrado frente a sus costas -y que motivó el acuerdo firmado con Israel en 2022 para delimitar la frontera marítima entre ambos países- permite vislumbrar una mejora de su situación energética a corto plazo, si bien los contactos entre las partes han continuado, con mediación estadounidense, incluso durante el intercambio de fuego en la frontera.

“Las perforaciones se han suspendido temporalmente debido al conflicto actual, pero podrían sentar las bases para aliviar las tensiones y llegar a una colaboración económica en el futuro”, explica Elai Retting, especialista en geopolítica energética del Centro Begin Sadat para Estudios Estratégicos de la Universidad israelí de Bar-Ilan.

Según la docente, los mediadores estadounidenses estarían jugando la carta de “paz por inversiones” para presionar a Hizbulá, a sabiendas de que Líbano -que sigue con un Gobierno interino y sin jefe de Estado- depende enteramente de la ayuda exterior para hacer frente a las profundas transformaciones que necesita en infraestructuras, suministro eléctrico o conectividad. “Beirut también estaría ejerciendo presión sobre Hasán Nasralá [líder de Hizbulá] y, de momento, tanto él como Israel mantienen 'las reglas del juego'. En el fondo, Estados Unidos está dejando claro que no quiere una escalada generalizada, aunque las cosas podrían estallar en cualquier momento”, concluye Retting. 

Washington ha advertido en varias ocasiones de la posibilidad de que estalle una guerra abierta entre Israel y Hizbulá, como la de 2006, y el enviado especial estadounidense Amos Hochstein, durante una visita a Beirut a principios de marzo, alertó de que un alto el fuego en Gaza no tiene por qué conllevar el fin de las hostilidades en la frontera libanesa-israelí.

Sin hogar y sin tierras de cultivo

Otro factor de presión para el movimiento chií (muy influyente en la política libanesa) son las decenas de miles de desplazados libaneses que ha causado la actual ronda de hostilidades con Israel. “Lo último que necesitamos es otra guerra”, dice a elDiario.es Samir Ahmed El Zin, un agricultor de 43 años de la provincia sureña de Nabatieh, que hace meses abandonó sus tierras junto a su mujer y sus tres hijos en busca de un lugar más seguro.

Hoy se alojan en la casa de un amigo que trabaja en el extranjero, como tantos otros millones de libaneses que están en la diáspora. “Vivimos de lo que cultivamos, pero con los ataques tuvimos que interrumpir la cosecha. Si las cosas empeoran, no sé lo que vamos a hacer”, se lamenta. 

El Zin teme que la ciudad que les acoge, situada a 50 kilómetros de la zona fronteriza y hasta hace poco considerada tranquila, vuelva a recibir la visita de los cazas israelíes como ya ocurrió el pasado 14 de febrero, cuando un misil fulminó un edificio residencial matando a al menos siete civiles de la misma familia, así como a un comandante de Hizbulá y dos de sus combatientes, según la versión del Ejército hebreo. 

De acuerdo con cifras de la ONU, la violencia ha hecho que casi 90.000 libaneses tengan que abandonar sus hogares, en un Estado que acoge al mayor número de refugiados per cápita y por kilómetro cuadrado del mundo (1,5 millones de personas, más del 25% de la población, son  refugiados sirios y otros 489.000, refugiados palestinos registrados). 

Para ayudarles el ministro de Asuntos Sociales, Héctor Hajjar, anunció en enero el reparto en efectivo de un total de 2,5 millones de dólares, donados por varias agencias de Naciones Unidas, para unos 18.000 hogares afectados por la guerra. “Es una única transferencia para miles de familias”, se queja Samir Ahmed El Zin. “¿Qué haremos si esto continúa? ¿Nos va a seguir ayudando la ONU cuando Israel nos haya dejado nuestra tierra y nuestras aguas contaminadas con el fósforo blanco que lanza sobre nuestros campos?”, se pregunta.

Las organizaciones de derechos humanos Human Rights Watch y Amnistía Internacional documentaron el uso de fósforo blanco por parte de Israel en ataques contra el sur del Líbano en octubre, cuando empezaron los intercambios de fuego en la frontera casi a diario, que no han hecho sino aumentar en intensidad y letalidad.