En diciembre de 2019, el conservador Mauricio Macri dejaba el Gobierno argentino tras una categórica derrota en primera vuelta frente al peronista de centroizquierda Alberto Fernández. Cuatro años de Cambiemos —la coalición conformada por el partido Propuesta Republicana (PRO), fundado por Macri, y la tradicional Unión Cívica Radical— terminaban con una profunda recesión, un salto inflacionario al 54% anual, aumento de la pobreza y una deuda de 44.500 millones de dólares con el FMI y unos 70.000 millones de dólares con bonistas internacionales en virtual default.
El plan aperturista del primer Gobierno liberal-conservador electo por voto popular en la Argentina había fracasado, pero la travesía en el desierto de sus protagonistas duraría poco. Los argentinos volverán a elegir presidente en octubre y Juntos por el Cambio —ex Cambiemos— aparece con las mayores probabilidades de obtener un triunfo.
Tanto Macri, que a comienzos de mes se bajó de la pelea electoral, como quienes disputan su herencia política, la exministra de Seguridad Patricia Bullrich y el jefe de Gobierno (alcalde) de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, cabalgan una agenda escorada a la derecha que promete doblegar resistencias. El siempre vigente peronismo vive horas bajas en el último año de un Gobierno que debió lidiar con la pandemia, la guerra de Ucrania, una deuda externa asfixiante, una sequía histórica y, sobre todo, una pelea extenuante entre el presidente Fernández y la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Mariana Gené y Gabriel Vommaro, investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y docentes de universidades públicas, llevan años estudiando a la nueva derecha argentina y a las élites económicas, objetos a los que dedicaron varios libros. Acaban de publicar El sueño intacto de la centroderecha (Siglo XXI Editores), en el que abordan la deriva del Gobierno de Macri y proyectan los dilemas de cara a una revancha que parece factible.
¿Cuáles son los motivos centrales que llevan a que el sueño gestado por Macri siga “intacto” tras el “fracaso” entre 2015 y 2019 que describen en el libro?
Gabriel Vommaro: Sigue intacto, después de cuatro años de un Gobierno mediocre entre 2015 y 2019, porque Macri termina con una base social movilizada y un pueblo macrista en la calle [tras haber perdido las primarias por 17 puntos frente al peronismo y de cara a una derrota segura, los adherentes a la coalición conservadora se volcaron masivamente en las calles en diferentes actos de campaña].
Ningún actor renunció a los objetivos económico-sociales que estaban detrás de la fundación del PRO y del acceso de Macri al poder. Se debate cómo llevarlos a cabo, pero es un sueño constitutivo de la formación de esa coalición sociopolítica y de su expresión electoral. Y también sigue intacto porque los problemas que el peronismo mostró en su correlación interna y en los resultados de su Gobierno envalentonaron aún más los sueños de la centroderecha.
Figuras de Juntos por el Cambio (JxC) mantienen en el libro debates metodológicos o tácticos sobre si, en un próximo Gobierno, conviene llevar a cabo reformas “graduales” o “de shock”, o si hay que sumar a sectores del peronismo al proyecto ¿Hay voces que adviertan de errores estructurales cometidos en el programa económico de 2015-2019 que llevarán a malos resultados si se repiten?
Mariana Gené: Depende con quiénes hables dentro de JxC. En algunos casos, sin duda hay una mirada crítica sobre la experiencia; en otros, no. No es transversal a todos los sectores el análisis en cuanto a un optimismo desmedido sobre una “lluvia de inversiones” por el cambio de clima y el modo amigable de tratar a inversores.
Algunos piensan que una política de shock era imposible sin más aliados en el Congreso. Para otros, en cambio, la ampliación de la alianza suponía desdibujar el perfil de la oferta de Gobierno y tener problemas de cara a sus votantes. En retrospectiva, la lección que sacó el ala más dura, que está tanto en el primer libro de Macri, Primer Tiempo (Planeta, 2021), como en el segundo, Para qué (Planeta, 2022), es que hay que desmantelar ciertas estructuras cueste lo que cueste. Como reconstruimos en el libro sobre la reforma en las jubilaciones de 2017, el “cueste lo que cueste” supone muy poco realismo político y falta de consciencia de que no se tienen los elementos para llevar a cabo ese programa.
GV: Juntos por el Cambio es una coalición en la que no hay alternativas económicas visibles al programa económico que orienta el PRO (partido fundado por Macri). Hay una pelea por las velocidades y los instrumentos, pero el norte está bastante claro y es común para las diferentes posiciones. Sólo encontramos voces disonantes en una o dos segundas líneas radicales que son marginales en la actualidad tras correrse de la escena en 2015, con fuerte disconformidad.
Rodríguez Larreta y Bullrich, candidatos a suceder a Macri, anuncian que emprenderán recortes de gastos y reformas de corte liberal en el sistema jubilatorio y las leyes laborales ¿En Juntos por el Cambio creen que se dan las condiciones tras años económicos tan duros?
GV: Es la gran pregunta que se hacen el núcleo social y las élites que apoyan a Juntos por el Cambio, y la dirigencia que piensa ese programa. Un ciudadano que vota a Juntos por el Cambio puede no tener detalles, pero nadie va a apoyarlo para ampliar los programas sociales o porque crea que hay que implementar una distribución más justa de la carga impositiva. Se desambiguó claramente la propuesta socioeconómica con respecto a cuando Macri hablaba en 2015 sobre objetivos como “pobreza cero” o “combatir el narcotráfico”.
Ahora están los voluntaristas/optimistas que creen que hay que llevar a cabo los cambios cueste lo que cueste, lo más radicalmente posible después de un intento fallido de terminar con ese modelo de mercados protegidos y regulados, industrias con fronteras reguladas y gasto social elevado. Y están quienes dicen “ése es nuestro norte, hacia allá queremos ir”, pero hay que estar seguros de que, esta vez, sí contamos con los apoyos. Son más pesimistas o cautelosos y están más preocupados por cómo ampliar la coalición y cargar las armas para ir al ataque en cuanto puedan.
Hay demanda de dureza por parte de los votantes de Juntos por el Cambio y eso arrastra a los voluntaristas y les genera un problema a los prudentes. Al mismo tiempo, las enseñanzas de los momentos en que se quiso llevar a cabo reformas y se encontraron con toneladas de obstáculos sociales, personas de carne y hueso, grupos movilizados y organizaciones demuestran que el discurso más satisfactorio para las bases va a traer algunos problemas.
La idea de conflicto de intereses entre las elites sociales y económicas que apoyaron al Gobierno de Macri no está presente en absoluto
Uno de los entrevistados en el libro brinda una muestra muy ilustrativa de uno de los rasgos de Juntos por el Cambio. Es un CEO de un banco multinacional que, en su despacho de un edificio del barrio de Retiro, habla en primera persona sobre la experiencia de Macri en el Gobierno. Preguntado sobre alguna crítica a esos años, el CEO dice que la deja “para el vestuario”. ¿Existe la noción del conflicto de intereses que supone un vestuario que comparten los acreedores internacionales y un proyecto político de Gobierno?
MG: La idea de conflicto de intereses no está presente en absoluto. Sí la de vestuario por parte de las élites sociales y económicas, un círculo cerrado, que encuentran evidente que hay un conjunto de complicidades que no pueden ver la luz.
Existe una solidaridad que hace que cuando preguntamos por los pasos en falso, los malos cálculos o los errores, no se pueda siquiera elaborar una autocrítica. La crítica, en cualquier caso, puede estar puesta en la hechura de la política económica y en cuán astutos o no fueron en pensar el camino a seguir, y no tanto en qué tan conflictivo es el interés entre el mercado y el Estado.
GV: La promiscuidad de las élites políticas y económicas es un rasgo que no es privativo de la Argentina e incluso diría que en la Argentina se da de un modo un poco más atenuado que en otros países, caso Chile o Colombia, donde la representación de las élites en la política está mucho más clara.
Acaso por mayor complejidad económica entre las élites, Argentina es un caso en que todavía las cartas están un poco más revueltas. A la hora de pensar cómo buena parte de las élites más comprometidas y entusiasmadas con el proyecto del PRO habían logrado movilizar a parte de esos CEO y managers de empresas internacionales de finanzas y servicios, que no son dueños, una de las acepciones posibles es que ellos creen en que, lejos de aprovecharse, lo que hacen es participar de la épica de que las élites se involucren en la cosa pública.
Eso sigue estando presente, con muchas más decepciones en el medio y con algunos ejecutivos mucho más golpeados. Hoy algunos están viviendo en otro país y muchos de quienes abrazaron esa épica tienen una relación más tensa o negativa con la vida pública argentina. Otros mantienen cierta idea épica de entrega y compromiso.
¿No parece, por ahora, que haya riesgo en Argentina de una reacción popular contra esa identificación entre élites políticas y económicas como se dio en años recientes en otros países de América Latina?
En sociedades con alta desigualdad y grandes déficits en servicios públicos, la bronca social favorece la difusión de un sentimiento de que las élites están todas colusionadas y juegan para el mismo bando. Lo vimos en Chile y Colombia, casos muy claros en que ese sentimiento llevó a grandes estallidos sociales y movilizaciones.
El modo en que se interpreta eso en Argentina sigue la lógica polarizada de las dos coaliciones [peronista de centroizquierda y conservadora]. Por supuesto que hay matices y cuestiones que explicar, pero la mirada crítica está representada por los votantes del Frente de Todos (peronista), mientras que los votantes de Juntos por el Cambio lo ven menos críticamente y observan privilegios en otro lado. La tensión es procesada por conflictos político-ideológicos.
¿Si bien ciertos grupos de ejecutivos de empresas mantienen el entusiasmo con el macrismo, qué pasa con los empresarios del más diverso tipo que afrontaron pérdidas importantes por la recesión disparada en 2018?
GV: La decepción generalizada de buena parte del empresariado con el Gobierno de Macri excluye al campo y a algún sector financiero, que son grandes beneficiados de ese gobierno y tuvieron una relación con alguna fluidez y cercanía. En cambio, los sectores industriales y los del mercado interno corrieron a buscar otras opciones, primero dentro de Cambiemos, luego (el exministro de Economía centrista Roberto) Lavagna, y finalmente el peronismo vuelve a ser una opción.
Esa ruptura que parecía irreconciliable entre el peronismo y las élites se subsanó, se cerró. Los grandes problemas de esta coalición peronista vuelven a generar un signo de pregunta en torno a eso. Al mismo tiempo, aparecen liderazgos, como el de el ministro de Economía [centrista] Sergio Massa, que parecen conformar a buena parte de la élite económica y dar garantías de que el peronismo por lo menos tiene un programa moderado posible y con menos problemas en términos de costos sociales y resistencia en las calles que los que tuvo Macri.
La renuncia a la candidatura de Macri estaba anunciada. Lo que vimos es claramente una puesta en escena para resguardar su figura y mantener su autoridad
¿De qué manera la renuncia de Mauricio Macri a la pelea por la presidencia argentina reconfigura a Juntos por el Cambio?
GV: La renuncia a la candidatura de Macri es todo menos inesperado, estaba anunciada. Él estaba ganando tiempo para negociar las candidaturas con Horacio Rodríguez Larreta para los gobiernos provinciales, la Ciudad de Buenos Aires y otras categorías. El PRO vive un proceso de transformación interna desde la derrota de Macri en 2019; una lucha por la sucesión que trastoca un partido muy verticalista, armado en torno a la figura del expresidente.
Ahora hay líderes en competencia. Si es una situación transitoria o permanente, no lo sabemos, pero sí que el expresidente y fundador tiene que lidiar con ese escenario. Macri está todo el tiempo en una carrera por no perder centralidad y el control del partido. En esa clave debe leerse, más que el anuncio en sí, que era previsible. No estaba haciendo nada para ser candidato: viajó al Mundial de Qatar, estaba en un papel de expresidente con roce con las derechas del mundo, que es el que más le gusta. Lo que vimos es claramente una puesta en escena para resguardar su figura y mantener su autoridad. Veremos cómo se resuelve la negociación con Larreta.
Macri asumió en su último tramo de su mandato una postura política definidamente conservadora y la coalición Juntos por el Cambio hoy parece condicionada por la competencia del extremista Javier Milei, libertario que se referencia en Vox en España. ¿Por qué vosotros optáis por definir a la principal oposición argentina como de centroderecha y no de derecha?
GV: Este libro es sobre los apoyos sociales y políticos del proyecto conservador-liberal en Argentina y esa coalición claramente va del centro a la derecha. Tiene claros elementos de derecha, pero también aliados importantes que uno no podría calificar tan fácilmente de ese signo como la UCR (Unión Cívica Radical), un partido que tiene componentes conservadores, como también el peronismo, pero también otros asociados al progresismo, por lo menos culturalmente.
Planteamos en un capítulo el drama que significó para la UCR la posición en que se ubicaron las cartas en la Argentina reciente y el modo en que se autoperciben dirigentes que se reivindican alfonsinistas [adherentes al expresidente centroizquierdista Raúl Alfonsín, 1983-1989]. El sueño político de Juntos por el Cambio, a diferencia de Milei, no puede dejar de mirar al centro.
La disputa entre halcones y palomas expresa el dilema sobre qué postura tracciona más: si hay que pararse en una posición más claramente de derecha para no perder al votante que se puede ir con Milei o apelar al votante moderado no peronista para que opte por el “mal menor”.
¿Cumplió la UCR, un partido afiliado a la Internacional Socialista, el papel de equilibrar la coalición hacia el centro?
MG: La UCR recorre el largo proceso hasta llegar a esa alianza. Había hecho muchos intentos de distintas estrategias más hacia la izquierda y a la derecha, para volver al poder. Y finalmente fue con Cambiemos que lo logró, haciendo una lectura de que parte de ese electorado de tradición histórica de la UCR, tanto en Buenos Aires como en otras ciudades, ya estaba mirando al PRO.
Mostramos en ese capítulo cómo hay una suerte de ecuación que fue virtuosa entre supervivencia organizacional a cambio de un lugar marginal. La UCR fue muy poco importante en la definición del programa y la estrategia. Fue el PRO el que muy tempranamente determinó la elección del nombre de la coalición, la estética y el programa. El papel de la UCR fue deslucido, pero uno de los activos fue que pudo colocar a muchos cuadros en el Estado que estaban sin refugio después de haber estado tan alejado del aparato del poder.
GV: La UCR no es indemne a la extensión del marco de lo decible hacia la derecha en el que vivimos en la actualidad. Oportunismos hay en todos los partidos. En lo que sí son campeones los radicales respecto de sus socios del PRO es en el antiperonismo. El PRO no es un partido que haya surgido como refractario al peronismo [los autores rememoran en el libro que Macri evaluó ser candidato a presidente por una fracción del peronismo a comienzos de siglo], mientras la UCR, una de las formas que tuvo para asimilar su coalición con el partido conservador, fue la condición antipopulista.