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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La gestión de la crisis económica del coronavirus vuelve a abrir la herida entre el norte y el sur de Europa

“Repugnante” y “mezquino”, decía el primer ministro portugués, António Costa, el jueves por la noche sobre el comportamiento holandés en la crisis del coronavirus. Como un pasajero de primera clase del Titanic tras chocarse con el iceberg, describía la ministra española de Exteriores, Arancha González Laya, este viernes. Y Giuseppe Conte, el primer ministro italiano, fue el primero que se plantó el jueves por la noche en la cumbre de líderes de la UE ante el bloqueo de Holanda, Alemania, Austria y Finlandia, entre otros. Plantón que secundó el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. 

“Así es inaceptable”, le dijo Sánchez al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, aquel jueves por la noche, según relata El País: “No puedo aceptar un lenguaje vago y hablar de varias semanas cuando mi país tiene la emergencia sanitaria que tiene. Hemos pedido seguro de desempleo común y no me lo estáis dando. El mandato al Eurogrupo tiene que ser claro”.

“Pedro, te equivocas”, le espetó la canciller alemana, Angela Merkel, siempre según El País. Y le replicó el presidente español: “¿No entendéis la emergencia que estamos viviendo?”. Merkel le contestó: “¿Pedro, cómo puedes decir que no la entiendo?”. E insistió Sánchez: “Necesito que entendáis la urgencia del momento”.

España, Portugal e Italia. Los dos primeros países, de los que más sufrieron, junto con Grecia, las políticas de austeridad decretadas por la troika –e inspiradas en Berlín y La Haya– durante la pasada crisis económica. Los tres países, del sur con gobiernos progresistas. Y España e Italia, los más castigados en este momento por el coronavirus, una pandemia que se multiplica por todo el mundo.

Y ahora han estallado: ni quieren que se repita la respuesta dada en el pasado ante una crisis económica ni entienden que la respuesta, ante los muertos y enfermos que se multiplican cada día en todo el mundo, no sea colectiva, solidaria y contundente.

Piden lo mismo que en 2008: ayuda. Pero en una situación distinta a la de entonces, en la que los desequilibrios macroeconómicos –la deuda y el déficit– de los países del sur sirvieron de excusa para aplicar recortes en plena recesión. Ahora no hay desequlibrios macraoeconómicos, y el golpe del coronavirus es generalizado.

Recordando aquellos días duros de la crisis, los rescates y la dureza del norte con el sur, en 2017, Jeroen Dijsselbloem, entonces presidente del Eurogrupo, dijo en una entrevista al periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung: “En la crisis del euro, los países del Norte se han mostrado solidarios con los países afectados por la crisis. Como socialdemócrata, atribuyo a la solidaridad una importancia excepcional. Pero el que la solicita, tiene también obligaciones. Uno no puede gastarse todo el dinero en copas y mujeres y luego pedir que se le ayude”. 

Copas y mujeres.

Las reuniones del Eurogrupo grabadas por el entonces ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, demuestran no sólo la actitud implacable de Dijsselbloem, sino también la dureza con el sur del enviado de la canciller alemana, Angela Merkel: su ministro Wolfgang Schäuble.

Precisamente aquella crisis, abordada con recortes y rescates condicionados a recortes, ha dejado una sombra y un estigma que llega hasta ahora y atraviesa los debates actuales en la UE: la exigencia de Holanda, acompaña de Alemania y Austria, de que las ayudas se canalicen por el fondo de rescates de la UE –MEDE–, lo cual lleva aparejado un memorando de entendimiento –MoU–; es decir, de la condicionalidad de “reformas estructurales y fiscales”.  En definitiva: el mismo patrón que en 2008, pero 12 años después y en un contexto que no tiene nada que ver.

“Esperaba una mayor muestra de responsabilidad por parte de los líderes nacionales”, ha dicho este viernes el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, en TVE: “Ahora tenemos dos semanas para trabajar, durante este tiempo esperamos que se levanten las reservas que algunos tienes y se den respuestas”.

El propio ex vicecanciller alemán Sigmar Gabriel (SPD) ha calificado de “vergonzosa” la actitud de gobiernos como el suyo, el de Angela Merkel: “Los Estados miembros de la UE están suspendiendo su mayor examen y fallando a España e Italia”.

Otro ex, Jacques Delors, quien presidió la Comisión Europea entre 1985 y 1995, socialista francés, ha dicho este sábado: “El ambiente que reina entre los Jefes de Estado y de Gobierno y la falta de solidaridad europea ponen en riesgo mortal a la Unión Europea. Ha vuelto el microbio”.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, afirmaba este sábado por la tarde en una comparecencia en Moncloa: “No entendemos que una zona como la zona del euro no compartamos instrumentos de respuesta fiscal, además de respuesta monetaria ante la crisis”.

Sánchez se refiere, por ejemplo, al Banco Central Europeo, que aprobó inyectar 750.000 millones en la compra de deuda de los países para rebajar las primas de riesgo, después de haber anunciado 120.000 millones. Su presidenta, Christine Lagarde, se ha mostrado favorable a los coronabonos –bonos europeos para mutualizar la deuda relacionada con la pandemia–.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien inicialmente pareció dispuesta y cuyo comisario de Finanzas, Paolo Gentiloni, los defendió, ahora ha decidido alinearse con quien fue su jefa en el Gobierno alemán, Angela Merkel, despreciando la idea de los coronabonos: “La palabra coronabonos es un mero eslogan, no se trabaja en ello”.

El ministro italiano de Economía, Roberto Gualtieri, ha respondido visiblemente molesto: “La presidenta de la Comisión Europea se equivoca al descartar los coronabonos como un simple 'eslogan'. Posiciones como esta no ayudan a una solución compartida sobre las herramientas para enfrentar la crisis. Esperamos aperturas y no cierres”.

 

Tras el lío montado, la Comisión Europea emitió un comunicado en el que afirmaba: “En estos momentos, la presidenta no excluye ninguna opción dentro de los límites del tratado [de funcionamiento de la UE]”. Es decir, Von der Leyen se escuda en que el concepto de los coronabonos podría situarse fuera de las normas comunitarias, como aseguran Alemania y Holanda. “Hay límites legales muy claros”, decía en la entrevista con la agencia DPA.

Sánchez sigue del lado de Italia –y viceversa–, y este sábado sostenía: “Tiene que ser una respuesta europea, porque fallecimientos desgraciadamente está habiendo y habrá muchos más en Europa”. Y se preguntó: “¿O qué pensará la ciudadanía que en el momento más crítico que ha vivido la Unión Europea desde su fundación, en el momento más crítico que ha vivido el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, como dijo Merkel, no vamos a poner todos los recursos necesarios para proteger la salud de nuestros ciudadanos y para proteger el futuro social y económico de nuestras empresas y de nuestros trabajadores y trabajadoras? Necesitamos ir más allá y necesitamos tener una respuesta europea que sea un plan Marshall, un plan de reconstrucción europea”.

“No podemos salir con un mayor endeudamiento”, ha insistido Sánchez: “Tenemos que mutualizar esa deuda por parte de las instituciones comunitarias. Agradezco el compromiso del Banco Central Europeo, pero necesitamos crear nuevos instrumentos. A mí no me gusta el término bonos coronavirus, hay que llamarlos bonos de reconstrucción”. Y lanzó una indirecta a Holanda y Alemania, al decir que esa propuesta española es para todos los países: “Con independencia de que haya crecido un 1,6% como crecíamos nosotros o economías que tenían previsto crecer por debajo del 1% en nuestro nuestro continente [Alemania cerró 2019 con un crecimiento del 0,6% y tenía previsto el 1,1% para este año; mientras Holanda tenía previsto crecer un 1,3% en 2020, según la Comisión Europea]”.

El primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte, sin embargo, dijo el jueves por la noche: “No veo cómo nosotros en algún momento podemos aceptar los coronabonos o los eurobonos. Suponen una transferencia que va más allá de lo previsto en Maastricht y el euro”. Lo que no dice Rutte es qué tipo de transferencia supone el tratamiento fiscal especial que hace su país a tantas multinacionales, investigado continuamente por la Comisión Europea

El gobernador del Banco Central holandés, Klaas Knot, sin embargo, se ha distanciado de la actitud del Gobierno de su país en esta crisis: “Si vemos lo que sucede en Italia y España con el coronavirus, la llamada a la solidaridad es lógica”. 

Pero la actitud del Gobierno holandés es la que más ha encendido a españoles y portugueses. Ha sido calificada de “repugnante” por el primer ministro portugués, António Costa, quien no ha ocultado su irritación ante declaraciones “repulsivas”, “sin sentido” y “totalmente inaceptables” con respecto a la crisis de coronavirus hechas por el ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra.

“Esa mezquindad recurrente amenaza el futuro de la UE”, dijo Costa. Hoekstra, en el Ecofin (reunión de ministros de Finanzas de la UE celebrada el pasado lunes), pidió a la Comisión Europea que “investigue” por qué algunos Estados miembros no tenían margen fiscal para afrontar la crisis del coronavirus.

“Espero que todos entiendan completamente, antes de que sea demasiado tarde, la gravedad de la amenaza para Europa. La solidaridad no solo es requerida por los valores de la Unión sino que también es de interés común”, dijo este viernes por la noche el jefe de Estado italiano, Sergio Mattarella, en un mensaje televisado a la ciudadanía.

“Estamos juntos en el mismo barco europeo”, ha tuiteado la jefa de la diplomacia española en español e inglés: “Hemos chocado contra un iceberg. Ahora todos corremos los mismos riesgos. No hay tiempo para discusiones sobre supuestos pasajeros de 1a o 2a clase. No es momento de defraudar a nuestros ciudadanos”. Arancha González Laya comparaba así el comportamiento de Holanda con el de un rico en el hundimiento del Titanic. 

“La historia nos juzgará por lo que hagamos ahora. Estamos en el 2020 no en 2008. La pandemia nos afecta a todos. Para todas nuestras economías. No es el fallo de un sector o de una área geográfica. Lo urgente ahora es luchar contra el covid-19 mientras mantenemos vivo todo el empleo y la capacidad productiva. Requerirá gasto público masivo por parte de todos los Estados miembros. Así es que, por favor, vamos a usar todos nuestros dedos para preparar un plan europeo responsable para enfrentar esta crisis sin precedentes”.

El Partido Popular, en esto, se ha alineado con el Gobierno.

La portavoz del PP en el Parlamento Europeo, Dolors Montserrat, ha pedido al ministro holandés “unas disculpas inmediatamente” por su “infame comentario”.

La crisis de la silla vacía de De Gaulle

Mientras, un compañero suyo de escaño, José Manuel García-Margallo, eurodiputado y exministro de Exteriores, pedía en la SER al Gobierno que fuera más lejos ante la actitud de Alemania, Holanda, Finlandia y Austria y emulara la silla vacía de De Gaulle en 1965.

La crisis de la silla vacía estalló en junio de 1965. La idea de un mercado agrícola común supranacional, con financiación y control independiente, era demasiado para Francia, y su presidente, Charles De Gaulle, lo bloqueó. Y comenzó a dejar su silla en las reuniones europeas vacía.

La Unión Europea de entonces era la Comunidad Económica Europea (CEE) de Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, que contaba con un Consejo Europeo y una primera Comisión Europea presidida por el alemán Walter Hallstein (1958-1967).

En aquellos momentos, la Comisión aprobó numerosas iniciativas, entre ellas la Política Agraria Común (PAC). El método de voto en el Consejo era por unanimidad, y en el momento en que se planteó cambiarlo por el de mayoría cualificada en determinados casos hizo estallar a Francia.

De Gaulle abandonó el Consejo y no participó en las votaciones durante seis meses, lo cual suponía el boicoteo de facto del funcionamiento de la CEE. Al final, De Gaulle consiguió que se aplazara la autofinanciación de la PAC y el control presupuestario del Parlamento Europeo; y los Estados miembros adquirieron un derecho informal de veto cuando una decisión de la mayoría afectara a los intereses nacionales. 

Y Francia volvió a ocupar su silla.

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