Con el rostro sereno y un pañuelo cubriéndole la cabeza, la anciana Kiymet Peker colocó una silla frente a al bulldozer que pretendía destruir un parque del barrio de Murat, en Edirne. Cuando los vecinos se acercaron, Kiymet, de 75 años, manifestó su determinación: “No dejaré que destruyan el parque”. Recep Gürkan, el recién elegido alcalde de Edirne, intermedió y paró las obras. “El parque no será demolido mientras yo sea el alcalde”, afirmó en los medios.
Kiymet consiguió en abril del año pasado paralizar la construcción de un centro comercial con una silla y su determinación. Su triunfo era la metáfora perfecta del que podríamos llamar 'efecto Gezi Park'. O el espíritu de Gezi, lema adoptado por una cuenta de Twitter que divulga en inglés todos los desdoblamientos de las revueltas del Gezi Park de Estambul.
La durísima represión por el presidente Recep Tayyip ErdoÄan desmanteló la acampada de Gezi el 15 de junio de 2013. Pero no consiguió frenar el imaginario del grito #DirenGezi (diren significa resistencia) que se expandió por el país. Tampoco pudo evitar las nuevas conexiones tranversales de movimientos y las prácticas de acción colectiva activadas por las revueltas. El movimiento de Gezi paró la construcción de un centro comercial. Y el ejemplo cundió. Decenas de barrios, movimientos y colectivos comenzaron a organizar sus luchas a lo largo de Turquía, buena parte de ellas de carácter urbano.
Los vecinos pararon la construcción de un complejo de mausoleos en el Oruç Baba Parkı de Estambul. Una acampada paralizó en octubre la construcción de una mezquita en un bosque de Validebag, (en Uskudar, lado asiático de Estambul). Un grupo de mujeres se niega a dejar sus casas y plantan cara a la gentrificación en Izmir. Los activistas intentan detener incluso las megaobras del tercer puente sobre el Bósforo. Se ha perdido el miedo.
El contagio del espíritu de Gezi no se limitó a las regiones urbanas. La privatización de las playas de Ä°ztuzu y Bozcada, en la costa mediterránea, también fue frenada por la presión popular. La villa de Yirca consiguió proteger sus olivares frente a un proyecto de central de carbón. En Arhavi (Mar Negro), MuÄla, Andon o el cañón Ahmetler la resistencia ciudadana evitó la instalación de centrales hidroeléctricas. ¿Se podría afirmar que la lucha del Gezi Park abrió la puerta a otros logros sociales contra el gobierno? ¿El arrollador triunfo del AK, el partido de ErdoÄan, en las elecciones nacionales de 2013 y locales de 2014 apaga cualquier brillo a las luchas de Gezi? ¿Cuál es el verdadero legado de la revuelta del #DirenGezi?
Represión creciente
Llueve a cántaros en el barrio de BeÅiktaÅ de Estambul. En el Bar Abbas, el estudiante de Ciencias Políticas Mert Maya y la activista feminista Özlem Kaya conversan sobre las revueltas. Sus memorias dibujan sonrisas. Complicidades. “Muchos adolescentes se politizaron para siempre, perdieron el miedo”, afirma Mert. “No era sólo por un parque. Estábamos allí también como mujeres. Fue importantísimo para el feminismo y para el movimiento LGBT”, matiza Ozlem.
Ambos coinciden en un punto: Gezi fue una fábrica de imaginarios. La ruptura simbólica del #DirenGezi y la victoria inicial contra el proyecto de centro comercial sembraron las semillas de nuevas luchas. Y Gezi sirvió de puente o vínculo.
Özlem habla de los kurdos de Gezi y de cómo la sociedad turca se sensibilizó por su causa. “La mayor parte de los apolíticos de la clase media de Estambul se sienten unidos con los kurdos contra la brutalidad del Estado”, escribía Elif Genc en Roar Magazine. Gezi fue un potentísimo altavoz para la causa kurda. La muerte del Medeni Yildirim, un jove kurdo de la provincia de Diyarbakir, provocó a finales de junio de 2013 una de las mayores protestas del año en Estambul. “Jóvenes blancos, de clase media, dándose cuenta que la violencia contra Gezi es el día a día del pueblo kurdo”, matiza Özlem.
Otra sorpresa en la sociedad postGezi, según Mert Maya, fue “la gran solidaridad de la izquierda turca con la resistencia de Kobani (la zona autónoma kurda en Siria)”. ¿Quién iba a imaginar en los primeros días de la ocupación del Gezi Park que unos meses después buena parte de la sociedad turca se iba a solidarizar con la región autónoma kurda de Kobani, en Siria? ¿Quién iba a pensar que activistas turcos, contrariando a su propio gobierno, llegarían a cruzar la frontera siria para apoyar a los kurdos de Kobani?
Represión en el barrio Gazu Mahallesi de Estambul, esta semana. Foto: Seyri Sokak
La conversación continúa. “Gezi es un estado de ánimo”. Sonrisas. Pero ambos se muestran prudentes. La durísima represión desplegada por el Gobierno flota en la charla. Hablan de retrocesos. De decenas de periodistas detenidos. De la nueva ley de seguridad que legaliza la represión policial y restringe el uso de redes sociales. De la persecución a abogados. De los estudiantes detenidos en varias universidades. De la brutalidad policial que hace días se coló en la mismísima Universidad de Estambul.
El Bosque del Norte continúa amenazado por los megaproyectos urbanos de ErdoÄan. Planean centros comerciales sobre los acuíferos que abastecen la ciudad. Y el feminicidio continúa. 281 mujeres murieron oficialmente en 2014 por la violencia machista. Mert habla de Berkin Elvan, el adolescente de 15 años que fue alcanzado por un bote de gas en Gezi y murió tras nueve meses en estado de coma. Si #SomosTodosKhaledSaid (en referencia al bloquero egipcio muerto) encendió la primavera turca, el “Somos Belkin Elvan” sigue siendo un grito antigubernamental.
Las imágenes de la policía dispersando con gas a los familiares que se congregaron alrededor del hospital desmantelan cualquier optimismo. Los asesinos siguen impunes. Y quienes reclaman justicia son incluso amenazados de muerte. La reciente crisis de los rehenes es prueba de ello: los dos militantes comunistas que secuestraron al fiscal Mehmet Selim (uno de los responsables de la muerte de Berkin Elvan) fallecieron a manos del cuerpo de operaciones especiales. Sin miramientos. “Todo el mundo tiene miedo en Turquía”, afirmaba recientemente el premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk.
Mert, recordando Gezi, habla de nuevas prácticas políticas. “Surgieron muchas asambleas. Además, nació un empoderamiento fortísimo, la certeza de que se puede resistir. Cuando la policía nos lanzaba gas, gritábamos ”bu gaz bir harika dostum“ (este gas es muy bueno mi amigo)”, afirma Mert. Afirma que Gezi propició cosas impensables hasta entonces, como la ocupación de fábricas por sus trabajadores. El minidocumental After Gezi: Erdogan and political struggle in Turkey cita precisamente la ocupación de las fábricas Kazova y Greif y la autogestión por sus trabajadores como ejemplo de las nuevas luchas. “Vemos el efecto de Gezi en estas luchas obreras”, afirma en el documental la activista Özlem Arkin, de la Acción Revolucionaria Anarquista.
“Gobernamos todo esto”
“No sé cómo lo hicimos, pero llegamos a gobernar todo esto durante casi tres semanas. Teníamos hasta excavadoras para defendernos”. Begüm Özden, una activista del colectivo Imece (Movimiento por la Urbanización del Pueblo), habla desde las escaleras que dividen la plaza Taksim y el Parque Gezi. “Trabajamos hace años por el derecho a la ciudad. Siempre tuvimos muchas dificultad para movilizar. Acudían pocas decenas de personas a las reuniones. En Gezi, de un día para otro, eran miles. Nuestra lucha urbana se viralizó”, matiza Begüm.
Deambulando por las terrazas de BeyoÄlu (“aquí es donde los izquierdistas bebemos cerveza en paz”), Begüm habla de la ocupación de Gezi como una catarsis de “autoorganización, de ”espíritu comunitario y “deseo de democracia directa”. Habla de la República Autónoma de Gezi, en la que “todas las luchas dialogaban de forma transversal”.
Pero rápidamente habla con cierta preocupación: “Después de Gezi, nunca tuvimos a ese diálogo, los movimientos están en repliegue, la represión crece”. En las paredes de los bares, el espíritu de Gezi vive. Pósters con pingüinos lanzando flores en lugar de cócteles molotov (el pingüino se convirtió en un símbolo cuando la CNN turca ignoró la ocupación de Gezi y pasó un documental sobre pingüinos). El Istambul United, el frente creado por todos las hinchadas de fútbol de la ciudad contra la policía durante la ocupación de Gezi, habita en los muros de los callejones.
Begüm saca relucir su cara más pesimista: “Infelizmente ErdoÄan y el partido AK arrasaron en las elecciones generales de 2013 y en las locales de 2014. Para el movimiento, la macropolítica sigue siendo un fracaso. No hay opciones viables para tomar el poder”. Begüm cita el Gezi Party, que a pesar de su poética declaración de intenciones, fue un verdadero fracaso en las urnas. También cita la oportunista nueva escisión del partido comunista, que intentó aprovecharse del imaginario de Gezi con #DirenTürkiye como lema.
El único resquicio de esperanza, para Begüm, es el Partido de la Democracia de la Gente (HDP) , que apoya la causa kurda, al movimiento LGBT y que tiene un 50% de mujeres candidatas. En las elecciones locales de 2014, el HDP consiguió el 6,6% de los votos. En la actualidad, mientras buscan crear un frente inspirado en Syriza, las encuestas le colocan ya cerca del 10%. “Pero todavía la vieja izquierda copa todo, y no podemos decir que Gezi fuese un movimiento anticapitalista. No tenemos en Turquía nada nuevo con el espíritu de Gezi, como Podemos en España”, matiza la activista.
Kadıköy, lado asiático de Estambul. Una estatua recuerda la muerte de Berkin Elvan, ya el gran mártir de Gezi. La estatua: un panadero con máscara antigas busca a Berkin, que fue atacado mientras buscaba una panadería. A los pies de la estatua, la arquitecta Selen Çatalyürekli, da unas pinceladas de Kadıköy: barrio rebelde, nido de ocupas, epicentro de la bohemia, espacio resistente. “Algunos activistas se están mudando a Kadıköy”, afirma.
En Kadiköy, como publica The New York Times, hasta jugar en la nieve es política y provoca la muerte de un periodista. Selen habla de la importancia de Don Quixot, una de las principales ocupaciones urbanas de Estambul, nacida en Kadiköy tras el desalojo del Gezi Park. “Las asambleas que surgieron conectaron a los ancianos con las luchas estudiantiles, algo importante. En estos momentos, las ocupaciones sirven para que los movimientos se organizen y dialoguen”, asegura Selen.
En la ocupación Caferaga Mahallevi (desalojada recientemente por la policía) las paredes están sembradas de gritos transversales: Che Guevara, una máscara de Anonymous, fotos de jóvenes en Gezi conduciendo una excavadora. Unos carteles redondos con lemas recuerdan a los usados por la Plataforma por Afectados por la Hipoeteca (PAH), a su “Sí se puede” (en verde) y “Pero no quieren” (en rojo). ¿Hasta qué punto el movimiento del Gezi Park se inspiró en la última oleada de ocupaciones globales?
Unas jornadas después de la visita a Kadiköy, Selen medita sobre ello en un encuentro activista de fin de semana en el Bosque del Norte, el nuevo frente de luchas del espíritu de Gezi. “Sentimos mucho apoyo internacional. Especialmente sorprendente fue la conexión con Brasil, que salió a las calles pocos días después. Tal vez tuviéramos problemas similares, sobre todo urbanos”, afirma Selen.
El encuentro está convocado por la Defensa del Bosque del Norte, una alianza de foros, organizaciones y movimientos surgida tras el desalojo de Gezi. “La amenaza al Gezi Park era apenas la punta del iceberg. A pesar de algunos triunfos concretos, la política neoliberal de ErdoÄan sigue siendo una gran amenaza. El Bosque del Norte es ahora el principal escenario de esa batalla”, afirma Imre Azan, director del aclamado documental Ekümenopolis. Las amenazas se multiplican: el tercer puente sobre el Bósforo, el tercer aeropuerto que está destruyendo bosques, el Kanal Istanbul que pretende conectar el Mar Negro y el mar de Mármara...
Can Atalay, una de las voces más reconocidas de la plataforma Taksin Solidarity, intenta ver más allá de las amenazas del neoliberalismo urbano del Gobierno. Los nuevos proyectos son el síntoma de algo más preocupante. El estilo de ErdoÄan, en el que se mezcla la islamización de un país oficialmente laico y el urbanismo neoliberal, choca de lleno, según Can, con los valores democráticos. “La transformación urbana está relacionada con la cuestión del autoritarismo y los derechos democráticos en Turquía. Por eso la ocupación de Gezi era más que por un parque, representaba el deseo de otra democracia y de derechos civiles”, afirma Can Atalay.
En el suelo del Bosque del Norte, bajo las conversaciones de los activistas, varios juguetes disputan una batalla simbólica, lúdica, micropolítica. Grúas, excavadoras y militares rodean a pitufos y animales coloridos. Las voces en turco llegan mientras la noche cae. A veces se reconoce la palabra “Gezi”. Difícil saber si las frases que la acompañan tienen que ver con el Bosque del Norte, con los kurdos de Kobani, con los derechos de las mujeres, con los estudiantes universitarios presos o con las posibilidades del Partido de la Democracia de la Gente (HDP) de tomar el poder.