- Ofrecemos un extracto de su última edición, publicada en España por Capitán Swing, en el que Loewen explica el caso del presidente Woodrow Wilson
Cuando les pregunto a mis alumnos universitarios queÌ recuerdan del presidente Wilson (1913-1921), me responden con entusiasmo. Dicen que condujo al paiÌs a reganÌadientes a la Primera Guerra Mundial y que despueÌs lideroÌ, dentro y fuera de Estados Unidos, las iniciativas para crear la Sociedad de Naciones. Asocian a Wilson con causas progresistas como el sufragio femenino. Unos pocos recuerdan las redadas de Palmer que, en la eÌpoca wilsoniana, se lanzaron contra los sindicatos izquierdistas. Pero mis alumnos no suelen conocer ni tampoco hablan de dos poliÌticas antidemocraÌticas que aplicoÌ Wilson: la segregacioÌn racial del Gobierno federal y sus intervenciones militares en otros paiÌses.
Estados Unidos intervino en LatinoameÌrica con maÌs frecuencia durante la eÌpoca de Wilson que en ninguna otra de nuestra historia. En 1914 enviamos tropas a MeÌxico, a HaitiÌ en 1915, a la RepuÌblica Dominicana en 1916, a MeÌxico de nuevo ese mismo anÌo (y nueve veces maÌs antes de finalizar la presidencia de Wilson), a Cuba en 1917 y a PanamaÌ en 1918. Durante toda su administracioÌn, Wilson mantuvo fuerzas en Nicaragua y las utilizoÌ para determinar queÌ presidente teniÌa ese paiÌs y para obligarle a aprobar un tratado que concediÌa trato de favor a Estados Unidos.
En 1917 Woodrow Wilson asumioÌ poderes especiales al comenzar a mandar, en secreto, ayuda monetaria a los «blancos» durante la guerra civil rusa. Durante el verano de 1918 autorizoÌ el bloqueo naval de la UnioÌn SovieÌtica y envioÌ fuerzas expedicionarias a Murmansk, ArcaÌngel y Vladivostok para contribuir a la derrota de la RevolucioÌn rusa.
Con el beneplaÌcito del Reino Unido y Francia, y unieÌndose en un mando conjunto con el ejeÌrcito japoneÌs, las fuerzas estadounidenses desembarcaron en Vladivostok para dirigirse hacia el lago Baikal con el fin de apoyar a fuerzas checas y blancas rusas que habiÌan instaurado un gobierno anticomunista en Omsk. DespueÌs de mantener frentes en lugares tan occidentales como el Volga, las fuerzas blancas rusas se desintegraron a finales de 1919 y nuestras tropas acabaron abandonando Vladivostok el 1 de abril de 1920.
Pocos estadounidenses que no vivieran en esa eÌpoca saben algo sobre nuestra «desconocida guerra con Rusia», por utilizar el tiÌtulo del libro escrito por Robert Maddox sobre ese desastre. Ni uno solo de los doce manuales de historia de los Estados Unidos de mi primera muestra lo menciona.
SiÌ lo hacen dos de los seis nuevos Boorstin y Kelley, por ejemplo, dicen: «Los Estados Unidos, con la esperanza de evitar que los arsenales de municiones cayeran en manos alemanas cuando la Rusia bolchevique dejara de combatir, aportaron unos 5000 hombres a la invasioÌn aliada del norte de Rusia desde ArcaÌngel. Igualmente, Wilson envioÌ casi 10.000 hombres a Siberia dentro de una expedicioÌn aliada».
Es posible, aunque seguramente difiÌcil, que un estudiante estadounidense pueda inferir de ese fragmento que Wilson estaba interviniendo en la guerra civil rusa.
Por su parte, los libros de texto rusos conceden bastante espacio al episodio. SeguÌn Maddox: «La consecuencia inmediata de la intervencioÌn fue la prolongacioÌn de una sangrienta guerra civil, lo cual costoÌ miles de vidas maÌs y ocasionoÌ una enorme destruccioÌn a una sociedad ya de por siÌ maltratada. Y hubo tambieÌn consecuencias de maÌs larga duracioÌn. Los liÌderes bolcheviques teniÌan pruebas fehacientes... de que las potencias occidentales tratariÌan de destruir el reÌgimen sovieÌtico en cuanto pudieran».
Esta agresioÌn atizoÌ las sospechas que durante la Guerra FriÌa motivaron a los sovieÌticos, que hasta la disolucioÌn de la URSS continuaron reclamando indemnizaciones por la invasioÌn.
Las invasiones de Wilson en LatinoameÌrica son mejor conocidas que su aventura en Rusia. Los libros de texto siÌ se ocupan de algunas y resulta fascinante observar coÌmo sus autores intentan justificar esos episodios. SeriÌa imposible que una descripcioÌn precisa de esas invasiones diera una imagen positiva de Wilson o de los Estados Unidos. Ahora sabemos que las intervenciones de Wilson en Cuba, la RepuÌblica Dominicana, HaitiÌ y Nicaragua prepararon el terreno para dictadores como Batista, Trujillo, los Duvalier y los Somoza, cuyos legados siguen vigentes.
Ya en la propia deÌcada de 1910 gran parte de las invasiones no fueron bien recibidas en nuestro paiÌs y provocaron un aluvioÌn de criÌticas en el exterior. A mediados de 1920, los sucesores de Wilson dieron la vuelta a sus poliÌticas en LatinoameÌrica. Los autores de los manuales de historia lo saben, porque un capiÌtulo o dos despueÌs del de Wilson ensalzan nuestra «poliÌtica de buena vecindad», la renuncia al uso de la fuerza en LatinoameÌrica por parte de los presidentes Coolidge y Hoover, extendida por Franklin D. Roosevelt (FDR).
En comparacioÌn, los libros de texto podriÌan calificar (pero no lo hacen) las acciones de Wilson en LatinoameÌrica de «poliÌtica de mala vecindad». Sin embargo, al enfrentarse a cosas desagradables, los manuales de ayer y de hoy hacen lo imposible por sacar al heÌroe del aprieto, como en este ejemplo del antiguo Challenge of Freedom: «El presidente Wilson queriÌa que los Estados Unidos cimentaran amistades con los paiÌses latinoamericanos. No obstante, le resultoÌ difiÌcil...».
Varios manuales echan la culpa de las invasiones a los paiÌses invadidos: «Wilson rehuiÌa las poliÌticas exteriores agresivas», afirma The New American Pageant. «La agitacioÌn poliÌtica en HaitiÌ no tardoÌ en obligar a Wilson a tragarse algunas de sus antiguas palabras antiimperialistas... A reganÌadientes envioÌ a los infantes de marina a proteger vidas y propiedades americanas». Este fragmento es una pura y simple invencioÌn. Al contrario que en el caso de su secretario de Marina, que posteriormente se quejariÌa de que lo que Wilson «[me] obligoÌ a hacer en HaitiÌ me resultoÌ difiÌcil de digerir», ninguna prueba documental sugiere que el presidente tuviera escruÌpulo alguno en enviar tropas al Caribe.
Todos los libros de texto analizados mencionan que Wilson invadioÌ MeÌxico en 1914, pero defienden que las intervenciones no eran culpa del presidente. SeguÌn el Pageant de 2006: «Las llamadas a la intervencioÌn atronaban desde los labios de los patrioteros estadounidenses». Y continuÌa: «Sin embargo, el presidente Wilson se mantuvo firme ante los que exigiÌan que pasara a la accioÌn».
Evidentemente, Wilson no tardoÌ en ordenar la entrada de las tropas en MeÌxico, antes incluso de que el Congreso se lo autorizara. Walter Karp ha demostrado que esta idea de un Wilson renuente tambieÌn contradice los hechos: la invasioÌn, que fue idea suya desde el principio, disgustoÌ tanto al Congreso como a la poblacioÌn estadounidense.
La intervencioÌn de Wilson fue tan escandalosa que liÌderes de las dos facciones enfrentadas en la guerra civil mexicana exigieron la retirada de las tropas de los Estados Unidos; al final, la presioÌn de la opinioÌn puÌblica en los Estados Unidos y en todo el mundo indujo al presidente a retirarlas.
Los autores de manuales suelen utilizar otro recurso para describir nuestras aventuras en MeÌxico: ¡dicen que Wilson ordenoÌ la retirada de nuestras fuerzas, pero no concretan quieÌn ordenoÌ su entrada! Ofrecer la informacioÌn utilizando una voz pasiva impersonal ayuda a aislar a los personajes histoÌricos de sus propias acciones, nada heroicas y nada eÌticas.
Algunos libros no se limitan a omitir al autor, sino que omiten tambieÌn la propia accioÌn. La mitad de los manuales ni siquiera menciona la toma de HaitiÌ por parte de Wilson. DespueÌs de invadir el paiÌs en 1915, los infantes de marina estadounidenses obligaron a su parlamento a elegir como presidente al candidato preferido por nuestro gobierno.
Cuando HaitiÌ se negoÌ a declarar la guerra a Alemania despueÌs de que lo hicieran los Estados Unidos, nosotros disolvimos su parlamento. A continuacioÌn, supervisamos la celebracioÌn de una especie de refereÌndum de aprobacioÌn de una nueva ConstitucioÌn haitiana, menos democraÌtica que la anterior. El resultado fue ridiÌculo: se aproboÌ por 98.225 votos a favor frente a 768 en contra.
Como ha senÌalado Piero Gleijesus, «no es que los fervientes esfuerzos de Wilson por traer la democracia a esos pequenÌos paiÌses fracasaran, es que nunca lo intentoÌ. InterveniÌa para imponer la hegemoniÌa, no la democracia».
Estados Unidos tambieÌn atacoÌ una orgullosa tradicioÌn haitiana, la posesioÌn individual de pequenÌos huertos, que se remontaba a su revolucioÌn, para promover la creacioÌn de grandes plantaciones. Las tropas estadounidenses obligaron a campesinos encadenados a formar parte de brigadas de construccioÌn de carreteras.
En 1919 los ciudadanos haitianos se sublevaron contra las tropas de ocupacioÌn de los Estados Unidos mediante una guerra de guerrillas que costoÌ maÌs de tres mil vidas, en su mayoriÌa de haitianos. Esto es lo que aprenden los estudiantes que leen Pathways to the Present: «Los Estados Unidos entraron en Haití para reinstaurar la estabilidad, después de que una serie de revoluciones convirtieran el país en un lugar débil e inestable. Wilson… envió a las tropas estadounidenses en 1915. Los infantes de marina de los Estados Unidos ocuparon Haití hasta 1934».
Estas insulsas frases ocultan lo que hicimos, sobre lo cual George Barnett, general de ese cuerpo, se quejoÌ a su superior en HaitiÌ: «Durante cierto tiempo se han venido produciendo asesinatos de indiÌgenas praÌcticamente indiscriminados». Para Barnett, este violento episodio era «el maÌs asombroso en su especie de los ocurridos en toda la historia del cuerpo de infantes de marina».
Durante las dos primeras deÌcadas del siglo xx, Estados Unidos convirtioÌ Nicaragua, Cuba, la RepuÌblica Dominicana, HaitiÌ y otros paiÌses en verdaderas colonias. Y, como ya hemos visto, Wilson tampoco limitoÌ sus intervenciones a nuestro hemisferio. Su reaccioÌn ante la RevolucioÌn rusa consolidoÌ la alianza de los Estados Unidos con las potencias coloniales europeas. Su administracioÌn fue la primera en obsesionarse con el espectro del comunismo, fuera y dentro del paiÌs. Wilson fue categoÌrico al respecto. En Billings (Montana), de campanÌa por el oeste en busca de apoyos para la Sociedad de Naciones, lanzoÌ esta advertencia: «Hay apoÌstoles de Lenin entre nosotros. No puedo ni imaginarme lo que supone ser un apoÌstol de Lenin. SignificariÌa ser apoÌstol de la noche, el caos y el desorden».
Cuando ya la alternativa de los rusos «blancos» no existiÌa, Wilson siguioÌ negaÌndose a reconocer diplomaÌticamente a la UnioÌn SovieÌtica. ContribuyoÌ a prohibir su participacioÌn en las negociaciones de paz posteriores a la Primera Guerra Mundial y ayudoÌ a derrocar a BeÌla Kun, el liÌder comunista que habiÌa llegado al poder en HungriÌa.
Su defensa de la autodeterminacioÌn y la democracia nunca pudo competir con sus tres feÌrreos «ismos»: colonialismo, racismo y anticomunismo. En Versalles, un joven Ho Chi Minh apeloÌ a Woodrow Wilson para que defendiera la autodeterminacioÌn de Vietnam, pero Ho teniÌa en contra esos tres principios. Wilson se negoÌ a escuchar y Francia conservoÌ el control de Indochina.
Parece que para Wilson la autodeterminacioÌn estaba bien, por ejemplo, para BeÌlgica, pero no para lugares como LatinoameÌrica o el Sudeste AsiaÌtico.
Corrección: en una primera edición, el pie de foto de la imagen de la invasión norteamericana de Haití decía que es de 2015. La fecha correcta es 1915.