Cuando en marzo de 2020 el Gobierno del entonces primer ministro Benjamín Netanyahu impuso restricciones a los viajeros procedentes de España, Alemania o Francia a causa de un preocupante brote de COVID-19 durante la primera ola, dirigentes de media Europa consideraron la medida “excesiva”. Israel se convertía en el primer país fuera de Asia en blindar sus fronteras para evitar la propagación de un virus del que poco se sabía. “Sus efectos son similares al de una gripe o resfriado común”, decían algunos científicos en España. “Podría ser un virus diez veces más letal que la gripe”, aseguraban en Israel.
Casi dos años después del comienzo de la pandemia, Israel, esta vez dirigido por el ultranacionalista Naftali Bennett, ha vuelto a cerrar sus fronteras a los extranjeros, aunque hoy la medida no es tildada de “alarmista” por los dirigentes de la vieja Europa sino como un adelanto de lo que puede volver a pasar en su territorio, ahora convertido en el epicentro de contagios con ómicron.
Con cerca de 350 casos confirmados en el país y cientos más bajo sospecha de portar la nueva variante, en Israel ya hablan de una “quinta ola”, tal y como señaló el primer ministro el domingo en un discurso televisado a la nación en el que aseguró que el cierre al exterior decretado semanas atrás le había permitido al país ganar algo de tiempo, pero que este tiempo se acababa. “Los números aún no son altos, pero es una variante muy contagiosa, que se duplica cada dos o tres días como vemos en todo el mundo. Es posible decir que la quinta ola ha comenzado”, señaló el líder del Ejecutivo.
Horas antes de estas declaraciones, el equipo de asesores del Ministerio de Sanidad, liderado por Sharon Elroy-Preis, directora de Salud Pública, instaba a los ministros del Gabinete a adoptar medidas más drásticas, agregando a la “lista roja” de países - lugares donde los israelíes tienen prohibido viajar - a Estados Unidos, Canadá, Turquía o Alemania. En ella ya figuraban la mayoría de Estados de África, Reino Unido, España, Francia, Irlanda o Suecia, entre otros.
Sin embargo, esas dos palabras “quinta ola”, pronunciadas por el jefe de Gobierno, fueron descartadas hace menos de un mes por los mismos científicos que hoy le asesoran. “No diría que estamos en una quinta ola, aún no hemos pasado la cuarta. La variante delta es muy infecciosa y no hemos llegado a la inmunidad de rebaño que sí alcanzamos en la primera campaña de vacunación”, dijo entonces Elroy-Preis. En ese momento, la llegada de ómicron al país era aún testimonial, lo que da cuenta de la rápida propagación de la nueva variedad del virus.
La rapidez de ómicron
Los científicos israelíes, que ya están alertando de que la nueva variante podría ser pronto la dominante en el país, sospechan que entre el 30% y el 40% de todas las pruebas positivas de coronavirus son de ómicron. Hace 10 días la cifra era solo del 3%.
“La variante muestra una capacidad parcial significativamente mayor que la delta para evadir la protección proporcionada por los anticuerpos creados tras recuperarse del virus o por la vacuna”, dice un informe presentado este martes por expertos del Centro de Información y Conocimiento del Gobierno hebreo, citado por el diario Haaretz. En las páginas del documento los autores del estudio también advierten de la presencia de la nueva variante del virus en las aguas residuales de varias ciudades del país, lo que es indicio de brotes puramente domésticos. “Se propaga más rápido que ninguna variante conocida hasta ahora. De las 10 nuevas infecciones diarias actuales en la comunidad podríamos alcanzar las 10.000 en mes y medio”, alertan.
Para Shlomo Maayan, director de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Centro Médico Barzilai, en la ciudad de Ashkelon, al sur de Israel, el problema está en la corta duración del efecto de las vacunas contra el riesgo de contagio (no contra la enfermedad grave). “La inmunidad adquirida, como la generada por la mayoría de ellas, disminuye con el tiempo. Por ejemplo, el refuerzo del sistema inmunológico por una vacuna de ARN mensajero (ARNm) como la de Pfizer o la de Moderna es episódico, ocurre una vez y, aunque es fuerte, no es continuo. La vacuna en sí es de corta duración”, apunta el virólogo que una vez formó parte del comité de expertos designados por el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, para combatir la epidemia del VIH.
El investigador remarca que el mayor reto de los científicos es conseguir reforzar la inmunidad menguante de las dosis actuales frente a nuevas variantes como ómicron, además de extender su eficacia a largo plazo. Una protección más amplia, explica, que sí logran las vacunas basadas en virus vivos, como las que se utilizan para combatir el sarampión, las paperas o la rubéola, pero que todavía no existe para luchar contra la COVID-19.
Este martes el comité de expertos que asesora al Gobierno ha aprobado, a petición de Bennett, la administración de la cuarta dosis de la vacuna contra la COVID-19 a mayores de 60 años y a trabajadores de la salud, cuando hayan pasado cuatro meses desde la tercera dosis. “Es una maravillosa noticia que nos ayudará a superar esta oleada de la variante ómicron que está azotando el mundo entero”, dijo Bennett tras conocerse la decisión del comité.
El Ministerio de Sanidad tenía que haber aprobado el comienzo de la campaña este jueves, pero decidió anoche esperar a tener más datos de otros países sobre la evolución de ómicron y la protección que ofrece la tercera dosis. La discusión en el comité de expertos que asesora al Gobierno a la que ha tenido acceso el New York Times indica que algunos científicos consideran prematuro administrar una cuarta dosis tan seguida.
De momento, además, Israel sigue intentando convencer a los cerca de cuatro millones de israelíes (de una población de algo más de nueve millones) que aún no han recibido la tercera dosis o ya han superado los seis meses desde la segunda para que se vacunen con la dosis de refuerzo, que en Israel sí consiguió frenar la llegada de la cuarta ola.
“El fracaso del Ejecutivo tiene mucho que ver con la desconfianza de los israelíes”, dice Zvika Granot, profesor de la facultad de Medicina de la Universidad Hebrea de Jerusalén, durante un encuentro virtual con periodistas extranjeros y locales celebrado este miércoles. “En las dos primeras campañas la gente acudió masivamente a vacunarse, pero desde entonces han ocurrido cosas: primero, las vacunas no proporcionan la inmunidad esperada; segundo, el Gobierno ha forzado a la gente a vacunarse con medidas que vulneran los derechos civiles, lo que genera incluso más rechazo; y tercero, no ha sido transparente sobre los efectos secundarios”, apunta el experto.
Desconfianza en el Gobierno
Según el docente, la desconfianza mostrada por un importante sector de la población explicaría la baja tasa de vacunación entre los menores israelíes. De hecho, a datos de este miércoles, solo un 11% de los niños entre 5 y 11 años han recibido al menos unas dosis de la vacuna Pfizer, la única que se distribuye en Israel. El porcentaje aumenta entre los de 16 a 19 años. De ellos, un 65% sí han recibido las dos primeras dosis según datos de Clalit, el mayor proveedor de servicios de salud en Israel.
“Es lógico que los padres desconfíen cuando no hay certezas sobre los efectos secundarios de las vacunas en los niños, especialmente si la impresión es que desde el Gobierno los intentan ocultar”, apunta Zvika Granot en el encuentro con la prensa. El experto en Salud Pública, Amnon Lahad, puntualiza las palabras de su colega. “Muy pocos niños presentan efectos secundarios graves, pero esta información debe compartirse sea la que sea. Estoy de acuerdo en que hace falta más transparencia”, remarca.
En el otro extremo del espectro sanitario se sitúa la directora de Salud Pública del Ministerio de Sanidad, Sharon Elroy-Preis, quien anima a todos sus conciudadanos a llevar a sus hijos a vacunar “no solo para proteger a sus mayores sino, sobre todo, para protegerlos a ellos”. La epidemióloga explica que de los más de 500.000 niños que dieron positivo en Israel hasta finales de noviembre, 200 - la mayoría con factores de riesgo - desarrollaron enfermedades graves. De ellos fallecieron once. En uno de los casos los médicos no detectaron ningún factor de riesgo conocido.
Sin embargo, para la doctora Elroy-Preis lo preocupante no son únicamente las posibles muertes que puedan producirse en niños o jóvenes a consecuencia del coronavirus, sino también las secuelas que puedan quedarles a aquellos que hayan desarrollado el síndrome multisistémico inflamatorio pediátrico (PIMS), una condición poco común que padecen algunos niños, tanto sanos como con enfermedades previas, después de la exposición al coronavirus.
Síntomas a largo plazo
“Estamos hablando de que en Israel tuvimos 200 casos con PIMS. Incluso si superan la enfermedad, hay un pequeño porcentaje que desarrolla síntomas a largo plazo, tal y como sucede en los adultos (entre un 10% y un 30% acaban con problemas de memoria, concentración, cansancio o problemas en las articulaciones). En Israel hemos visto que alrededor de un 2% de entre los grupos más jóvenes pueden tener sintomatología a largo plazo. En los mayores de 12 el porcentaje sube hasta el 4,6%”, explica la investigadora. “Incluso si las estimaciones se redujeran a solo un 1%, estaríamos hablando de que de los 500.000 niños que han dado positivo por COVID-19 en el país, 5.000 pueden desarrollar COVID-19 persistente. ¡Eso es muchísimo!”, alerta la experta.
Del SARS-CoV-2 Sharon Elroy-Preis destaca no solo los posibles efectos duraderos que pueda tener en una persona infectada, sino además el escaso conocimiento que existe sobre un virus que puede permanecer activo en el cuerpo humano hasta seis meses después de haberse producido el contagio. “Eso es algo muy inusual y muy específico de la COVID-19”, señala.
Por último, la epidemióloga resalta el factor que a ella más le preocupa: la incertidumbre sobre lo que pueda ocurrir en los próximos 10 años. “Hay infecciones asintomáticas, virus, que pueden causar enfermedades después de 10 o 20 años. Hablamos de meningitis, encefalitis, incluso cáncer. Sabemos lo que ocurrió con la llegada del sida y lo que hizo con el sistema inmune. De la COVID-19 es demasiado pronto para siquiera tener una mínima idea de lo que puede llegar a pasar”, concluye.