El 21 de marzo, la primera ministra de Nueva Zelanda se dirigió a la población en una declaración oficial. El país había registrado 52 casos confirmados de COVID-19 y Jacinda Ardern anunció un nuevo sistema de alerta de cuatro niveles cada vez más estrictos para hacer frente al virus. No usó lenguaje bélico ni les habló de guerras ni buscó chivos expiatorios. Su mensaje se centró en apelar a la “mentalidad comunitaria” que en su opinión tienen los neozelandeses. “Puede que no hayamos experimentado algo así en nuestras vidas, pero sabemos cómo cuidarnos unos a otros, y en este momento qué podría ser más importante que eso”, afirmó antes de repetir el que ha sido su mantra: “Por favor, sé fuerte y sé amable”.
Pocos días después, cuando anunció que el país se adentraría en el nivel más elevado de restricciones, con la orden general de quedarse en casa, volvió a pedir a los ciudadanos que se apoyaran mutuamente. “Váyase a casa esta noche y compruebe cómo están sus vecinos. Inicie una cadena telefónica con su calle. Planeen cómo se mantendrán en contacto unos con otros. Saldremos de esto juntos, pero solo si nos mantenemos unidos”. También fue contundente, asegurando que no se tolerarían los comportamientos que pusieran en riesgo la vida de otras personas.
En las últimas semanas, Jacinda Ardern ha protagonizado titulares en todo el mundo por su liderazgo al frente de la gestión de la epidemia de coronavirus. A juicio de muchos, es una de las líderes más sobresalientes de esta crisis.
No ha sido la primera vez que Ardern recibe atención internacional en tono positivo. Hace algo más de un año se enfrentó a su primera gran crisis como primera ministra, el atentado terrorista en dos mezquitas de la ciudad de Christchurch que se cobró la vida de 50 personas.
La respuesta de Ardern fue elogiada a nivel mundial, con un discurso que no estaba centrado en la venganza, sino en apoyar y consolar a la comunidad afectada y en anunciar reformas políticas para restringir el uso de armas. Con claridad y firmeza, calificando el ataque de “terrorista” y llamando a confrontar el racismo, pero también con empatía, condensada en su célebre lema: “Somos uno, ellos somos nosotros”.
Una vez más, mientras la crisis del coronavirus pone a prueba a Gobiernos de todo el mundo, la líder neozelandesa vuelve a marcar su propio estilo y vuelve a salir bien parada tanto fuera como dentro de sus fronteras. Los analistas han destacado de nuevo como puntos fuertes su empatía en las declaraciones públicas y sus habilidades comunicativas. Uno de los ejemplos más llamativos ha sido sus conversaciones en directo en Facebook, contestando a preguntas y dudas sobre el confinamiento: “Nos interesa mucho que te quedes en casa, dentro de lo que llamamos tu burbuja, la burbuja de las personas con las que estarás durante las próximas cuatro semanas”.
Pero los expertos también han resaltado su determinación a la hora de gestionar la crisis, con medidas estrictas y tempranas, tras observar lo que estaba ocurriendo en otros países como Italia. “En Nueva Zelanda, nos hemos propuesto luchar con dureza y pronto”, aseguró en su mensaje a la nación.
“Jacinda es una comunicadora brillante y una líder empática. Pero lo que ha dicho también tiene sentido y creo que la gente realmente ha confiado en ello, ha habido un alto nivel de cumplimiento”, ha afirmado a la BBC Michael Baker, profesor del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Otago, que ha asesorado al Gobierno en su respuesta. “La ciencia y el liderazgo tienen que ir juntos” para que la respuesta a una pandemia sea efectiva, sostiene Baker. A principios de abril, alrededor del 88% de los neozelandeses mostraron su apoyo a la gestión del Ejecutivo, según una encuesta a 600 personas.
Estrategia de “eliminación”
El país, una isla que cuenta con apenas cinco millones de habitantes, ha detectado muchos menos casos de coronavirus que otros territorios, alrededor de 1.500 y una veintena de muertes. La estrategia seguida ha colocado a Nueva Zelanda en buena parte de la prensa internacional en el grupo de territorios que han conseguido controlar el brote con cierto éxito. “Nueva Zelanda no solo está aplanando la curva. La está aplastando”, tituló el pasado 7 de abril el Washington Post. El número de nuevos contagios diarios muestra signos de estar disminuyendo.
Para algunos expertos, la clave está en lo que han llamado un “enfoque de eliminación” frente al de “mitigación”. Es decir, según han explicado especialistas neozelandeses, optar por “introducir medidas fuertes al comienzo” de la emergencia para evitar que el virus se introduzca en lugar de aumentar las restricciones a medidas que avanza la epidemia.
“Nueva Zelanda no adoptó la estrategia de eliminación hasta mediados de marzo. Hasta entonces, el país estaba adoptando un enfoque similar al de Australia. Ambos países seguían sus planes que se basaban en la gestión de las pandemias de gripe. Ambos estaban aplicando crecientes restricciones fronterizas para ”mantenerlo fuera“, y los controles aumentaron después del 15 de marzo para exigir períodos de autoaislamiento de 14 días para todas las llegadas”, resume Baker junto a otro profesor de la Universidad de Otago, Nick Wilson, en este artículo de The Guardian.
A partir del 23 de marzo, la estrategia cambió de dirección y el 26 todo el país entró en confinamiento. “Al poner al país en cuarentena masiva durante un mes, extinguió muchas cadenas de transmisión de Covid-19. Este período nos dio el tiempo muy necesario para aumentar las medidas críticas requeridas para que la eliminación funcione, como la cuarentena más rigurosa en las fronteras, pruebas ampliadas y rastreo de contactos, y medidas de vigilancia adicionales”, señalan los expertos. “Probablemente también era la única forma de garantizar que la población se adhiriera rápidamente a los comportamientos de distanciamiento físico necesarios para extinguir las cadenas de transmisión viral”.
A su juicio, el punto de inflexión para muchos especialistas fue comprobar que el nuevo virus era más similar al SARS que a la gripe y “podía eliminarse incluso después de que se hubiera establecido la transmisión comunitaria”. También comprobar los logros de la gestión de países como Corea del Sur o Singapur. “En los países occidentales también se estaba haciendo evidente que la estrategia de mitigación de 'aplanar la curva' estaba fallando, ya que los servicios sanitarios se estaban viendo abrumados en toda Europa”, sostienen.
Para la epidemióloga británica Devi Sridhar, Nueza Zelanda está en una “posición envidiable” que puede permitir que su sociedad y su economía “vuelvan a funcionar”. “Tienen el brote bajo control y pueden en el corto plazo manejar el goteo de casos mientras esperan la solución científica”, escribe en esta columna.
No obstante, aún es pronto para cantar victoria y aún hay probabilidades de que la estrategia falle. El país continúa confinado. La primera ministra anunció el pasado lunes que a partir del 28 de abril se rebajarán algunas medidas, aunque mantendrá durante otras dos semanas el aislamiento para la mayor parte de la población. “Hemos hecho lo que muy pocos países han podido hacer. Hemos detenido una ola de devastación”, afirmó la líder laborista.
Varios expertos que asesoran al Gobierno habían pedido extender el nivel de alerta para consolidar los avances en la reducción de las tasas de infección. Sin embargo, Ardern también ha enfrentado a críticas por parte de la oposición, que ha empezado a cuestionar si prorrogar el bloqueo hace más daño que levantarlo y ha acusado a la primera ministra de perjudicar con sus medidas a los propietarios de negocios.
Por otro lado, como en la mayoría de los países afectados, los neozelandeses en situación más vulnerable se están viendo particularmente golpeados. Según el Ministerio de Desarrollo Social, la cantidad de subsidios para alimentos ha aumentado de alrededor de 25.000 a la semana a 70.000 después del cierre. A nivel local, se han tenido que poner en marcha, además, bancos de alimentos de emergencia.