Una de las mayores victorias del sistema es que el eslogan 'no hay alternativa', acuñado por Margaret Thatcher, se ha convertido en un dogma. Sin embargo, como escribe el historiador Johann Chapoutot, “contra esta idea se subleva toda la Historia: siempre hay espacio para la maniobra, para el juego y para ese cociente de libertad que nos permite elegir”. Asimismo, Jonathan White, profesor de la London School of Economics, explica que “uno de los principales legados de las revoluciones del siglo XVIII fue ilustrar de forma concreta que el futuro está abierto, conectando los sueños de cambio con hechos prácticos”.
White, reconocido por sus pares como uno de los grandes teóricos de la ciencia política, acaba de publicar 'In the long run: The Future as a Political Idea' (Profile Books, 2024), un libro fascinante sobre la importancia del futuro en el imaginario político, desde la Ilustración hasta nuestros días. Destaca cómo, a pesar de las graves amenazas que se ciernen sobre la humanidad, como la crisis climática, las desigualdades económicas o la inteligencia artificial, es indispensable mantener la visión de progreso a largo plazo, sin caer en el fatalismo. De lo contrario, acabaremos sucumbiendo a una profecía autocumplida: el fin de la democracia.
Usted argumenta que la democracia no se puede comprender sin atender a la importancia del futuro.
Todos pensamos en el futuro como individuos; por ejemplo, en encontrar pareja, tener hijos, enfrentar la muerte, etc. Sin embargo, políticamente hablando, es más importante cuando el futuro se convierte en objeto de reflexión colectiva por grupos, y los individuos intentan moldearlo mediante su participación en estos. Nos permite crear un futuro imaginado que nos da la oportunidad de tomar distancia del presente, ofreciendo un punto de contraste y una sensación de comunidad de destino, que es uno de los fundamentos de la política. El futuro posibilita pensar en ti mismo como parte de un colectivo en el cual tus problemas son también los problemas de los demás. El libro explora esta idea desde el siglo XVIII hasta el presente, destacando más por su incumplimiento que por su observancia.
Uno de los grandes aportes del pensamiento liberal, como en Adam Smith, es que el destino del individuo y del colectivo siempre van unidos.
El pensamiento económico liberal clásico pone gran énfasis en el individuo, su futuro y sus intereses, para legitimar el capitalismo. En el relato clásico, el mercado no solo se defendía como algo que podía recompensar a los individuos, ya sea ahora o en el futuro, sino también como una contribución general al progreso de la sociedad. Creo que recientemente se ha perdido la promesa social de la economía de mercado.
¿Por qué?
La sociedad de consumo anima a las personas a pensar en su futuro personal o en el de sus allegados, lo que hace que el progreso se perciba como una historia individual o familiar, en contraposición al progreso como una historia colectiva de la sociedad en general. Otro factor es que vivimos en sociedades cada vez más basadas en el endeudamiento personal, lo cual es bastante individualizador.
También señala que la precariedad del mercado de trabajo empuja a una sociedad de individuos y no colectiva.
En la economía industrial del siglo XIX y principios del XX era más fácil para la gente ver su propia situación reflejada en aquellos que les rodeaban en la fábrica, enfrentándose a condiciones similares. En el contexto actual de empleo precario y a corto plazo, se hace cada vez más difícil verse reflejado en sus pares y sentir que tus problemas son también los de los demás. Se necesitan actores políticos que ayuden con ese pensamiento, movimientos colectivos que les recuerden que sus problemas no son sólo suyos, porque de lo contrario se tiende a perder ese sentido del futuro colectivo.
En su libro indica que “la democracia puede sobrevivir a la agitación, la angustia y el declive; lo que no puede resistir es la expectativa de un final”.
A veces, se defiende la democracia como la mejor manera de conseguir buenas políticas, prosperidad, paz, etc. Sin embargo, la democracia no consiste necesariamente en conseguir cosas positivas. La agitación, la angustia y el declive forman parte de la democracia y, muy a menudo, la democracia radical implica desafiar a los intereses económicos, a los poderes, y estos tienen la capacidad de empeorar la vida de la gente a corto plazo. La supervivencia de la democracia depende de la capacidad de buscar justicia en la adversidad y de mantener la visión de progreso sostenido a largo plazo.
A pesar de los enormes desafíos de nuestra época, usted analiza cómo el enfoque por la clase política de los problemas como 'emergencias', tales como la crisis climática, económica o sanitaria, puede terminar erosionando la democracia
Plantear problemas como emergencias propicia la adopción de medidas discrecionales, permite a los presidentes tomar decisiones fuera del marco del proceso parlamentario para evitar obstáculos. Los gobiernos recurren a estos métodos por su incapacidad de emplear otros medios, una señal preocupante, al sentir que carecen de autoridad. Sin embargo, esta práctica puede ser posteriormente explotada por quienes tienen intenciones mucho más peligrosas y aprovechan para eludir los procesos parlamentarios. Por lo tanto, hay razones válidas para resistir a este tipo de soluciones de emergencia, incluso cuando parecen estar basadas en motivos justificados.
El libro dedica un capítulo a cómo la Guerra Fría estableció un punto de inflexión en nuestra relación con el futuro.
¿Cómo concebimos el futuro? En el pasado las diferentes formas de anticipación del futuro eran visibles y públicas. Pero durante la Guerra Fría presenciamos el surgimiento de lo que podría denominarse 'futuros secretos', enfoques hacia el futuro que no buscaban una visión compartida sino que intentaban generar desequilibrios de poder. Existía un marcado interés en la previsión de la política exterior, centrado en anticipar las acciones de otros estados, como en la disuasión nuclear, o en prever en qué áreas la Unión Soviética o la OTAN podrían concentrar sus recursos.
El problema surge cuando los “futuros secretos” propios de la política exterior militar se integran en el ámbito de la política interior.
Esto se observa en áreas como la planificación urbana o la gestión de protestas. Organizaciones dedicadas originalmente a la planificación militar, como la RAND Corporation, que se enfocaban a cuestiones de política exterior, empezaron a influir en la política interna de EEUU durante la década de 1960. Al hacerlo, introdujeron un nivel de secretismo previamente reservado a la estrategia militar externa en el contexto de la política doméstica.
Usted sostiene que uno de los legados de la Guerra Fría son las teorías de la conspiración.
Estas teorías, en esencia, parten de la premisa de que ciertas personas poseen conocimientos anticipados sobre lo que está por venir, de que existe un grupo selecto que tiene acceso a un futuro que para la mayoría resultará sorprendente.
En 1997, se desclasificó la “Operación Northwoods”, un plan propuesto por el Estado Mayor Conjunto de EEUU que contemplaba lanzar ataques terroristas contra ciudadanos estadounidenses para culpar a Cuba y justificar una guerra; este plan fue personalmente vetado por el presidente Kennedy. Usted establece una conexión entre este hecho y las teorías de la conspiración surgidas tras el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre.
Las teorías de conspiración sobre el 11-S suelen fundamentarse en la suposición de que alguien tenía que haber anticipado el ataque, generando preguntas como “¿Cómo es posible que no lo supieran?”. El concepto del futuro desempeña un papel crucial en estas teorías, vinculándolas con eventos como la 'Operación Northwoods'. Se percibe un legado de la Guerra Fría en el uso de futuros fabricados para engañar y manipular a la población. Creo que muchas teorías de conspiración contemporáneas retoman esta idea. En el libro exploro cómo el secretismo en torno al futuro crea una división entre aquellos con acceso al poder y al conocimiento político y aquellos que se sienten excluidos y desinformados sobre su propio porvenir.
Su libro me ha hecho pensar en una reflexión de Perry Anderson: “Diderot, Voltaire y Rousseau vivieron cuando el absolutismo estaba en su apogeo; ninguno vivió para ver un cambio serio. Esto no les impidió oponerse con perseverancia a la Iglesia Católica. La vida trae sorpresas”.
Es esencial no perder la capacidad de mirar más allá de las dificultades inmediatas y encontrar motivación en la posibilidad de superarlas progresivamente con el tiempo. Esto puede no suceder en nuestra vida personal, pero sí en la de una organización o grupo con el que nos identificamos. Formular políticas que generen bienestar inmediato para muchas personas es un desafío, especialmente, bajo el capitalismo. La mayor amenaza para la democracia no son únicamente estas dificultades, sino la posibilidad de que en el futuro no podamos corregir las injusticias actuales y que perdamos la percepción de la amplitud y las posibilidades del futuro