Para Carlos Manuel Álvarez, periodista de 33 años, radicado en Estados Unidos, como para gran parte de los profesionales cubanos que decidieron salir del país, cada día es una oportunidad para renovar su relación con Cuba desde el exilio. Siempre comprometidos con la política cubana, de lo que se trata es de poder denunciar desde el exterior lo que sucede allí. “Acabo de terminar un libro. Y me he sacado todo. Es un proceso de luto”, dice el escritor cubano, que el año pasado publicó su segunda novela 'Falsa Guerra', sobre el exilio.
Hace una semana se cumplieron dos años de la protesta del 27-N, cuando decenas de artistas se sentaron frente al Ministerio de Cultura para pedir por la libertad de expresión, en protesta por la detención de integrantes del Movimiento San Isidro. Esa manifestación resultó ser la antesala de las movilizaciones del 11 de julio de 2021, las mayores protestas antigubernamentales en las últimas décadas. Hoy, gran parte de los exponentes de las protestas debieron dejar la isla presionados por el Gobierno.
El caso de Abraham Jiménez Enoa es similar. Para el periodista cubano, de 34 años, columnista del Washington Post, el desafío es reinventarse después de salir de la isla y que “Cuba no me consuma”. “Uno empieza a desarrollar una especie de aversión por todo lo relacionado con Cuba por más que uno siga trabajando con el tema”. Para Abraham, ha sido necesario tomar un descanso, pero no para cortar con la isla sino para darle un nuevo lugar en su vida. “Cuando estás adentro, no te das cuenta, pero estás todo el tiempo batallando y uno sale muy cansado. Ahí viene el hartazgo. Esto no quiere decir que uno no quiera saber más nada de Cuba. Todo lo contrario. Pero sí ubicarla en otro lugar, para que no me consuma, incluso en lo profesional”.
El modo traumático en que gran parte de los cubanos dejan la isla –que incluyen amenazas, salidas de urgencia y respuestas intimidatorias por parte del Gobierno– deja secuelas en la vida que tardan en cerrar. También ayuda a crear un molde histórico del exiliado cubano, al que Abraham llama el “exilio recalcitrante”, que se alimenta de la rivalidad con el Gobierno de Cuba y se necesitan mutuamente para seguir existiendo. “Yo no pretendo desmarcarme de ese modelo, simplemente soy distinto. Decidí asumir mi exilio de otra manera”.
Exilio cubano
La idea del “exiliado cubano” es para muchos un “lugar común que asusta”. “Cuando sales al mundo liberal, te conviertes en el testigo del comunismo. Pasas a ser alguien que está destinado a hablar de sus males, desde un lugar de víctima”, dice Carlos Manuel. El reto para la mayoría es crear una vida en la relación con Cuba y más allá de ella. “No tiene espacio para constituirse en sujeto de todas partes. Ya son líneas de sentido que llevan muchas décadas”.
Los profesionales más jóvenes decidieron irse de Cuba sin siquiera saber que estaban dejando la isla para toda la vida, sin posibilidad de volver. Otros lo hicieron presionados por un ultimátum del Gobierno, obligados a salir de inmediato y con lo puesto, para evitar quedar detenidos. Todos ellos se enfrentan a la difícil tarea de construir una identidad más allá de la política cubana, cuando esta parece atravesarlo todo.
Marta, periodista de 46 años, se “muere por volver” aunque no puede. Para Marta es importante diferenciar la distancia que busca reubicar el lugar de Cuba en la vida de un exiliado del “silencio cómplice”. “Es riesgosa la actitud de hastío. Esa actitud de no me importa me parece un silencio cómplice. En un momento clave no se puede seguir en silencio, ni mirando para otro lado. Tiene que haber un proceso de reparación y de justicia”, dice Marta.
Pero son muchos los jóvenes que buscan construir una posición comprometida y un reclamo por las violaciones a los derechos humanos en la isla pero desde otro lugar. “Eso termina por generar un obsesión con el derrocamiento del Gobierno cubano que sí, todos queremos eso, pero la vida va más allá. Si de algo han pecado algunos los activistas cubanos es de haber intentado impulsar los cambios siempre intentados desde una misma vía, una misma estrategia, porque no conocen otra realidad”, dice Abraham, uno de los últimos periodistas independientes en haber dejado la isla.