“Supo dar carácter a una institución siempre criticada por carecer de él”, retrata el periodista del Luxemburger Wort Diego Velázquez. Jean-Claude Juncker llegó a la presidencia de la Comisión Europea hace cinco años después de haber sido primer ministro de su país y ministro de Economía. Es decir, era uno de los líderes que se reúnen a puerta cerrada cada cierto tiempo en los Consejos Europeos en Bruselas. Uno de los que se reúnen, también a puerta cerrada, en el Eurogrupo, ese consejo de ministros de Economía del euro que presidió también el propio Juncker. El mismo organismo que apretó las tuercas a Grecia durante la crisis.
Pero, entonces, el presidente del Eurogrupo era Jeroen Dijsselbloem (2013-208), perteneciente al mismo partido que el candidato socialdemócrata a presidente de la Comisión en las últimas europeas, Frans Timmermans.
Precisamente la crisis griega es una de las penas que últimamente verbaliza Juncker cuando piensa en su legado. Y, para cualquier político y sobre todo los que se marchan, el legado es su único capital.
Juncker dijo en junio de 2015 que si los griegos votaban no en el referéndum sobre los programas de austeridad de la troika, lo que estarían haciendo era despedirse de Europa. “Un no querría decir, independientemente de la pregunta, que Grecia dice no a Europa”, dijo entonces. Y eso a pesar de que ya en febrero de 2015 había dicho que habían “pecado contra la dignidad de los pueblos, especialmente en Grecia y Portugal y muy a menudo en Irlanda”.
“Hemos pisoteado al pueblo griego”
Pero a lo largo de este año, cuando estaba de salida y de despedida, ha entonado varias veces el mea culpa sobre Grecia. La última, en octubre en el Parlamento Europeo: “A Grecia le hemos devuelto la dignidad a Grecia, porque durante demasiado tiempo hemos pisoteado la dignidad del pueblo griego. Yo he querido que las cosas se ordenaran devolviendo a este pueblo la dignidad que merece”.
Este julio, cuatro años después de aquel referéndum griego que no evitó la derrota de Alexis Tsipras ante la troika y la intervención del país con programas de recortes, ha vuelto la derecha al poder político en Grecia de la mano de Kyriakos Mitsotakis y, con él, las élites familiares y las biblias.
La primera vez que Juncker mostró arrepentimiento con Grecia fue en enero pasado. “La insultamos, la injuriamos”. Así resumía entonces el presidente de la Comisión Europea la actuación de la Troika ante la crisis griega, una crisis que fue abordada con unas recetas de recortes sociales de las cuales está saliendo el país en estos momentos. “Siempre he lamentado la falta de solidaridad con la crisis griega”, dijo Juncker en Estrasburgo durante su discurso sobre el 20 aniversario del euro: “No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos, y nunca me he alegrado de que Grecia, Portugal y otros países se encontraran así. Siempre he querido que remontaran su lugar entre las democracias de la UE”.
La segunda vez que Juncker mostraba arrepentimiento con Grecia fue en mayo pasado. Entonces, en vísperas de celebrar el Día de Europa –9 de mayo–, se mostró especialmente orgulloso de haberse sacudido las presiones de “numerosos gobiernos” de la Unión Europea para dejar que Grecia saliera de la eurozona durante la crisis: “Conseguimos que se asegurara la permanencia de Grecia en la zona euro. Suena algo natural hoy, pero como presidente jefe del Eurogrupo y de la Comisión puedo decir que su permanencia estaba muy amenazada. Cuando lees lo que dicen que pasó... Tengo unos recuerdos muy distintos: bastantes gobiernos no querían ni siquiera que en la Comisión nos ocupáramos del problema de Grecia, y no cedí a las presiones para lograr que Grecia siga en el euro. Grecia es un país orgulloso que ha hecho grandes esfuerzos y merece la solidaridad europea”.
Pero Juncker ahora mira atrás: “Recuerdo las noches con los gobiernos de Samaras y Tsipras para resolver los problemas de Grecia, y fueron muchos los gobiernos que no querían que la Comisión Europea se implicara. Recuerdo las llamadas: 'Tú, a lo tuyo', me decían. Mientras que yo pensaba que nosotros queríamos que se respetaran los tratados, que establecen que la Comisión Europea debe velar por el interés general de Europa, y eso pasaba por evitar que cayera la zona euro”.
En la negociación de los tres rescates que pidió Atenas, países como Alemania, Holanda y los nórdicos fueron de los más duros con Grecia.
Portazo a los refugiados
En 2015 estalló una crisis por las miles de personas que huyen del hambre y las guerras en Siria y Oriente Próximo. La Comisión Juncker promovió un mecanismo de reparto que nunca vio la luz. Al contrario, países como la Hungría de Viktor Orbán cerraron sus puertas, como después la Italia de Matteo Salvini cerró sus puertos. Las discusiones sobre la reforme de los mecanismos de asilo y de reparto de refugiados fueron eternas, pero aún no se ha conseguido ver la luz.
Como explicaba Daniel Trilling en eldiario.es, la crisis “tiene tanto que ver con las políticas de inmigración de los gobiernos europeos como con los acontecimientos que ocurren fuera del continente. En teoría, los refugiados, que tienen derecho a cruzar fronteras para solicitar asilo conforme a la legislación internacional, deberían quedar exentos de estos controles. En la práctica, la UE ha intentado por todos los medios que los solicitantes de asilo no puedan entrar en su territorio: ha terminado con vías legales, como por ejemplo la posibilidad de solicitar asilo en embajadas extranjeras, y ha aprobado sanciones para aquellas empresas de transporte que permitan que estos migrantes entren en la UE sin la documentación apropiada. También ha firmado tratados con países vecinos para que sean estos los que controlen las olas migratorias. Dentro de la UE, el Reglamento de Dublín obliga a los solicitantes de asilo a cursar la solicitud en el primer país de llegada”.
Juncker no logró arrancar una solución a los líderes de la UE. Eso sí, puso en marcha la ampliación a 10.000 de los guardias de fronteras comunitarios, pero no supo encontrar una solución para las ONG que salvan migrantes a la deriva en el Mediterráneo, donde siguen muriendo cada año.
“Una esfinge es más expresiva que Londres”
¿Quién puede interpretar lo que dice una estatua de piedra? Probablemente nadie, porque no dice nada, no puede mover los labios, ni los ojos, ni la nariz, ni las cejas. Una escultura no habla directamente, si acaso es lo que interpreta quien la estudia, por los rasgos moldeados por el artista, trágicos, felices, agónicos... O pétreos, como las milenarias esfinges de Egipto, portentosas estructuras de piedra en medio del desierto, vigilantes de los templos.
¿Qué dice una esfinge? Por mucho que nos acerquemos a sus labios, nada nos susurrará, ni nos hará un gesto. No moverá la cabeza, ni nos guiñará un ojo. Llevan 4.000 años así. Y seguirán otros 4.000 años de la misma manera.
“Si comparo el Reino Unido con una esfinge”, dijo varias veces Juncker mostrando su exasperación por el bloqueo eterno del Brexit, “la esfinge me parece un libro abierto. Esta semana iremos viendo cómo empieza a hablar ese libro. Ya lo veremos cuando llegue el momento”. De momento, Juncker se está yendo antes que Reino Unido.
“Fue un error no interferir en el referéndum del Brexit”, se ha arrepentido más de una vez Juncker a lo largo de sus despedidas, “porque habríamos sido los únicos en desmentir las mentiras que circularon. Me equivoqué al quedarme callado en un momento importante” aceptando lo que le pidió David Cameron, “uno de los grandes destructores de la era moderna”, según las palabras de Juncker durante una intervención en el Parlamento regional de Saarland (Alemania).
El presidente de la Comisión Europea criticó al ex primer ministro británico por convocar el referéndum sobre el Brexit y luego no permitir que Bruselas pudiera hacer campaña a favor de la permanencia de Reino Unido en la UE. “Se nos prohibió estar presentes de cualquier manera en la campaña del referéndum por parte del señor Cameron, que es uno de los grandes destructores de la era moderna”, dijo Juncker: “Si hubiéramos podido participar en esa campaña, podríamos haber preguntado, y también respondido, muchas preguntas que se están haciendo ahora”.
Luxleaks: Juncker y los favores fiscales
El escándalo fiscal LuxLeaks estalló cuando el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación desveló la existencia de acuerdos fiscales privilegiados para grandes empresas, entre ellas Ikea, Pepsi o Amazon. La trama destapó la llamada 'optimización' fiscal de 340 multinacionales, y salpicó a Juncker, primer ministro de Luxemburgo en el periodo en el que se firmaron esos acuerdos confidenciales (2002-2010), si bien acabó sobreviviendo en la Eurocámara.
Era febrero de 2015, seis meses después de que Martin Schulz (S&D) respetara el pacto y concediera la derrota para presidir la Comisión Europea en favor de Jean-Claude Juncker (PPE) a cambio de presidir el Parlamento Europeo. El entonces presidente de la Eurocámara pidió un informe al jurisconsulto Freddy Drexler sobre qué tipo de comité o comisión podía crearse a raíz del escándalo LuxLeaks, que salpicó al propio Juncker. Y la opinión de Drexler fue determinante para rebajar el peso de la presión sobre Juncker.
Como ministro de finanzas y primer ministro de Luxemburgo durante muchos años, Juncker fue acusado de ayudar a grandes empresas a pagar menos impuestos. Pero, basándose en ese estudio de Drexler, Schulz argumentó que no había fundamentos legales para investigar a Juncker. En su lugar, se creó un comité especial, con menos peso político que una comisión de investigación, que habría sido perjudicial para Juncker. Y todo quedó en nada para Juncker.
Eso sí, se adoptaron algunas medidas contra los privilegios fiscales. Por ejemplo, se obligó a que exista un intercambio de información cada seis meses sobre los tax rulings (esos acuerdos entre estados y multinacionales para que estas se ahorraran dinero) con el fin de aportar transparencia e intentar evitar abusos.
Por su parte, la comisaria de Competencia, Margrethe Vestager, comenzó a investigar los tax rulings en diferentes países. En 2015, Bruselas declaró ilegales los ventajosos acuerdos de Holanda con Starbucks y los de Fiat con Luxemburgo, exigiendo que cada empresa devolviera entre 20 y 30 millones de euros. También, la Comisión Europea obligó a Apple a devolver 13.000 millones de euros por ayudas fiscales ilegales en Irlanda y a Amazon a devolver 250 millones de euros por su trato favorable en Luxemburgo.
¿Extrovertido o extemporáneo?
Ha perdido los pasos en una cena en Viena, en la cumbre entre la UE y África. Ha manoseado el pelo de su adjunta a protocolo, Pernilla Sjölin, en una cumbre de jefes de Gobierno de la UE en Bruselas; y ha recibido una bronca de Theresa May sin entender de qué le hablaba, cuando ella le estaba reprochando un comentario que pronunció el propio Juncker la víspera en una rueda de prensa en la que se le vio lanzar los papeles al suelo estrepitosamente.
Juncker está a punto de cumplir 65 años: basta mirar fotos suyas de hace cinco años, cuando accedió a la presidencia de la Comisión Europea, para constatar el desgaste de salud que ha sufrido. Un desgaste añadido a los episodios extemporáneos que está protagonizando en los últimos tiempos. ¿Quién no recuerda cómo se tambaleaba el verano de 2018 en la cumbre de la OTAN en Bruselas?
Juncker llegó a la presidencia de la Comisión después de imponerse a Michel Barnier en las primarias del Partido Popular Europeo para ser el primer spitzenkandidat, aquel candidato propuesto por los partidos para presidir el ejecutivo comunitario. Barnier, francés, aparentemente con mayor peso político, perdió ante quien mejor ha sabido siempre moverse entre bambalinas.
Con el tiempo, Juncker, exprimer ministro luxemburgués durante dos décadas, recuperó a Barnier como negociador del Brexit.
Hace unos meses, se dio otro episodio curioso, en una rueda de prensa con el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el presidente de Suráfrica, Cyril Ramaphosa. Hay un momento en el que Juncker desaparece del estrado y no se sabe a dónde va, conducido por una asistente. Hay quien dice que llevaba los zapatos de distintos colores, si bien en las imágenes no termina de quedar claro.
Quienes le conocen de antes, sostienen que siempre fue un político extrovertido, campechano con sus colegas, como en aquel Consejo Europeo en el que fue recibiendo uno a uno a los jefes de Gobierno, dándoles palmadas diversas hasta encontrarse con el primer ministro húngaro, Vícktor Orban, al grito de: “¡El dictador!”
El verano de 2018 no fue la primera vez que Juncker se tambaleó en público. En mayo de 2017, en Roma, en el 60 aniversario del Tratado de Roma, se pudo ver las dificultades que mostraba para mantenerse en pie.
Unos meses antes, Juncker había sido incapaz de evitar dar unas cabezadas mientras el papa Francisco ofrecía unas palabras como jefe de Estado de El Vaticano ante la visita de los líderes de la UE.
Juncker se ha despedido este viernes. Deja la Comisión Europea, y con él se va un político profesional con una visión de Europa que bebe de los pioneros de la arquitectura institucional que ha llegado hasta ahora. Con un peso político y un discurso de mayor recorrido que su sucesora, la exministra de Defensa de Angela Merkel, Ursula von der Leyen.
Y con su despedida, deja atrás un lustro de la UE marcado por el portazo a los refugiados, la crisis del euro, el hundimiento de Grecia y el Brexit.