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Entrevista
Desde hace meses, A. K. sigue desconsolado las noticias de Afganistán. “Todos los días me levantaba con la caída de un distrito [a manos de los talibanes], el aumento de la violencia... Siempre malas noticias”, dice con voz mortecina. “Es muy doloroso”. La situación se agravó el pasado 12 de agosto, cuando le llegó el turno a Herat, su ciudad, donde vive su madre, su hermana y su hermano. A. K. se bloqueó. “Es como si no pudiese sentir nada”.
“No sé qué hacer. A veces pienso que tengo que volver, pero estoy casi seguro de que si vuelvo, me matarán. Es como un suicidio. No puedo hacer nada y me siento mal porque dejé allí a mi familia”, dice el joven de 27 años. A. K. está en contacto regular con ellos, aunque ahora dice que le da miedo que eso pueda ponerles en peligro.
En sus mensajes, su hermana, de 23 años y estudiante universitaria, le dice: “No me siento segura aquí. No solo temo perder para siempre el derecho a una educación, sino que temo que me pase algo peor. Incluso me asusta la imagen de los talibanes mostrada en televisión. No quiero verme encarcelada por ellos el resto de mi vida. Quiero salir de aquí desesperadamente. Espero poder salir antes de que empiecen a buscar casa por casa a gente con vínculos con Occidente”.
A. K. vive en España, donde ha pedido asilo y está esperando una respuesta de las autoridades. Estudió Historia en la Universidad de Herat y vino por primera vez en 2017 en el marco de un programa de estudiantes. Posteriormente volvió a su país, escribió un libro sobre su experiencia en las escuelas religiosas –'Afganistán, una república del silencio: recuerdos de un estudiante afgano'–, y volvió a España en noviembre de 2020, donde ha estudiado un máster en Relaciones Internacionales.
“Estoy 100% seguro de que si vuelvo después de haber publicado el libro y los talibanes se enteran, me matarían. Incluso con los otros gobiernos democráticos me acusarían de blasfemia, que es un delito. No planeo volver y estoy muy preocupado por mi familia”, dice.
A. K. no quiere dar su nombre completo ni la ciudad en la que reside por miedo a represalias y para no facilitar la identificación de su familia en Herat.
Además, durante el tiempo que estuvo en Afganistán, antes de volver a España, trabajó como profesor en la universidad y en un instituto. “Mucha gente me conocía, especialmente por los artículos que publicaba en un periódico local criticando el papel de las madrasas a la hora de fomentar el extremismo religioso. Además, en los últimos cinco años me he expresado abiertamente en contra de los talibanes”, dice.
A. K. fue criado para convertirse en un clérigo musulmán y estudió en varias madrasas. Fue una decisión impuesta por su padre con la que él nunca estuvo de acuerdo. “El libro es la historia de mi experiencia dentro de las escuelas religiosas y cómo pasé de ser un estudiante de una madrasa a dejar el islam. Es un derecho básico en muchos países, pero en Afganistán es un crimen. También aparecen historias de abusos sexuales dentro de las escuelas”, dice.
Todo esto le coloca en una posición especialmente vulnerable frente a los talibanes, el grupo fundamentalista que acaba de hacerse con el control del país.
“Mi madre es analfabeta, sabe que muchas cosas han cambiado, pero no entiende todavía el alcance de la tragedia. Pero mi hermana me dice que en las calles no hay mujeres porque tienen miedo. Aquellas que intentaron ir a la universidad el primer día, no se les permitió”. Su hermana asiste a una universidad privada en la ciudad, pero ahora todas están cerradas, dice. El 56% de los estudiantes de la Universidad de Herat son mujeres.
Este martes, los talibanes han ofrecido una rueda de prensa en la que han asegurado que las mujeres podrán trabajar y estudiar en el marco que permite la sharía. Sin embargo, aún no han anunciado medidas concretas al respecto. También han ofrecido entrevistas a periodistas mujeres en la televisión, un medio que prohibieron totalmente cuando tomaron el poder por primera vez entre 1996 y 2001.
“Nunca han mostrado arrepentimiento por lo que han hecho, incluida la matanza de 8.000 personas de la etnia hazara [a la que pertenece A. K.] en una provincia del norte en 1998 o las ejecuciones de mujeres en campos de fútbol. No han cambiado”, denuncia. “El enviado especial de EEUU que llevó a cabo las negociaciones dijo que han cambiado, pero es mentira. EEUU ha dado a los talibanes mucho reconocimiento y ahora el pueblo afgano está bajo un grupo terrorista y EEUU es responsable”.
El joven solicitante de asilo asegura que tanto su madre como su hermana han intentado salir del país. “Mi madre es analfabeta y necesita estar en un lugar similar a su estilo de vida y pensamos en Irán, pero cerraron su consulado en Herat”, cuenta. “Intenté por lo menos sacar a mi hermana invitándola a España, pero con los documentos que tengo, no puedo. Además, ya es demasiado tarde porque el camino hasta Kabul está controlado por los talibanes y el aeropuerto de Herat está cerrado. queremos que salgan del país lo antes posible, pero no lo hemos logrado. no tienen adónde ir”.
A. K. defiende la intervención de EEUU en Afganistán en 2001 para derrocar a los fundamentalistas, pero cree que se han cometido mucho errores, “especialmente el acuerdo [de febrero de 2020 con los talibanes]”. “EEUU sabía que los talibanes tienen vínculos con Al Qaeda y aun así llegaron a un acuerdo con ellos. En base al acuerdo, forzaron al Gobierno a liberar a 5.000 presos, que volvieron a su yihad contra el Ejecutivo”. Un informe reciente de la ONU certifica esa relación existente entre los talibanes y Al Qaeda.
“Está claro que la comunidad internacional ya ha abandonado a Afganistán. La situación actual es que los talibanes dicen algo tranquilizador al mundo frente a los medios, pero la gente sobre el terreno ve lo brutales que son”, dice.
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