Laura Ardila, la autora a la que Planeta canceló un libro sobre un poderoso clan de Colombia: “No dejo de preguntarme si ha habido presiones”
Laura Ardila Arrieta lleva horas sin parar. Desde que contó en una columna en el periódico El Espectador que la editorial Planeta decidió no publicar a última hora su libro tras dos años investigando y escribiendo, la periodista colombiana se ha convertido en la que responde a las preguntas, en lugar de hacerlas. “Ha sido muy duro convertirse en la noticia, está teniendo mucha repercusión. Me asustaba, no lo disfruto, no me gusta. Pero vale pagar el precio de esta exposición”, confiesa al otro lado del teléfono desde Colombia en una entrevista con elDiario.es.
El libro de Ardila, titulado La costa nostra, habla de la familia Char, un poderoso clan que tiene numerosos negocios en la costa Caribe del país y ha lanzado a varios miembros a la política, entre ellos Alex Char, exalcalde de Barranquilla. Según explica la autora, estaba ya editado, con portada y listo para imprimir cuando, el pasado 4 de julio, la editorial le comunicó su decisión de no publicarlo, argumentando el miedo a una demanda. Para ella, aún hay interrogantes. “Me pregunto si habrá existido algún tipo de presión”, dice Ardila, que denuncia el “silenciamiento” de lo que considera una investigación periodística de interés para la ciudadanía.
La editorial Planeta no se ha pronunciado aún públicamente sobre el caso y hasta el momento no ha respondido a una petición de elDiario.es para recabar su versión. Este martes, el director literario del grupo en Colombia y Ecuador, Juan David Correa, ha renunciado a su cargo tras la decisión de no publicar el libro, según ha confirmado este medio. Ardila asegura sentirse conmovida por el aluvión de mensajes de apoyo que ha recibido y el respaldo de organizaciones que luchan por la libertad de expresión en Colombia. “Todo mi compromiso está puesto en que este libro vea la luz”, asegura.
Hábleme de los Char. ¿Quiénes son?
En Colombia, el sistema electoral se ha desarrollado con sus formalidades, por supuesto. Pero la forma informal de ejercer la política se ha cimentado sobre lo que llamamos 'maquinarias', grupos locales que acceden al poder a través de unos sistemas que tienen sus cimientos en prácticas de clientelismo: el uso o aprovechamiento indebido de lo público para mantenerse en el poder, favores e incluso prácticas o delitos como la compra de votos. En Colombia hay un sistema de clanes y castas que ejerce este tipo de política y, dentro de él, el clan Char es el más poderoso de todo el país. Tiene su sede en Barranquilla, la ciudad más grande del Caribe colombiano, y desde ahí ha establecido una hegemonía política que va a cumplir 16 años en el poder.
Ha logrado expandirse y ha evidenciado tener una ambición de poder nacional, llegar a la presidencia. El año pasado, en las elecciones que ganó el presidente de izquierdas, Gustavo Petro, uno de los precandidatos que intentó enfrentarse a él fue Alex Char, exalcalde de la ciudad de Barranquilla y el mayor líder de este grupo político, que es periodísticamente muy complejo.
¿Por qué?
Porque, por un lado, su gestión pública es eficiente: han hecho obras en la ciudad, son dueños del equipo de fútbol en un país muy futbolero y además de políticos, son empresarios –tienen cadenas de tiendas y están entre las diez familias más ricas de Colombia, según la revista Forbes–. Pero, al mismo tiempo, este poder se ha cimentado en unas relaciones con aliados dudosos, personas que incluso han sido condenadas por compra de votos, como fue el caso de Aida Merlano, una congresista muy famosa en Colombia.
El grupo ha establecido un entramado de contratación que yo he podido investigar, en el cual la mayor parte de los recursos públicos de la ciudad de Barranquilla, donde tienen sede, quedan concentrados en manos de los mismos cuatro grandes contratistas que, además de ser contratistas, tienen relaciones políticas y sociales con los Char. Los poderosos intentan siempre controlar el mensaje que se dice sobre ellos y en Colombia no hay un caso de éxito mayor que el de los Char: han logrado establecer una narrativa alrededor de un supuesto ’milagro barranquillero’, en referencia al desarrollo en la ciudad, y cualquier expresión periodística que intente contar algo distinto es objeto de animadversiones en Barranquilla.
También hay algo que tiene que ver con España. El famoso caso de corrupción Lezo, centrado en la empresa pública Canal de Isabel II, que está relacionado con Colombia, tiene como protagonistas políticos a los Char, porque ese presunto desfalco que las autoridades están investigando se dio en Barranquilla, en una compañía que se llama Triple A, la empresa de servicios públicos de la ciudad. Se publicaron varias historias en España de presunta –porque aquí no ha habido condenas– participación del exalcalde Alex Char en el caso Lezo, que acá se llama operación Acordeón.
La forma informal de ejercer la política en Colombia se ha cimentado en grupos locales que acceden al poder a través de unos sistemas basados en prácticas de clientelismo
¿Qué cuenta su libro? ¿Bucea en todo este entramado?
Mi libro se llama La costa nostra, un claro juego de palabras, por la costa Caribe. Está escrito en formato de reportaje narrativo e intento arrojar luz sobre la historia de este grupo. Ellos migraron desde Siria: el primer Char llegó a Colombia hace casi 100 años y han sido grandes protagonistas de esta migración árabe a Colombia, que fue fundamental para construir la región Caribe. Cuento desde esos orígenes hasta cómo se meten en política, cómo empiezan a establecer una hegemonía en la que hay bastante precariedad democrática. Absorben el Consejo de la Ciudad, ponen a personas de su cuerda en las organizaciones de control fiscal, en la Procuraduría...
Relato sus relaciones con el poder de Bogotá y el caso muy famoso de Aída Merlano, que fue condenada por compra de votos y tiene una relación electoral con ellos. Cuento esos intríngulis, pero también cómo el paramilitarismo y el narcotráfico lograron cooptar durante una época la contratación de Barranquilla, un episodio importante para entender este grupo de poder. Esta investigación periodística pretende ser un aporte para que los colombianos entiendan mejor cómo ha funcionado el poder en el país.
¿Hace referencia también al caso Lezo?
Está centrado en Colombia, pero dedico bastantes páginas al caso Lezo, porque todavía no se ha terminado de resolver en Colombia y afecta a una de las principales empresas de la ciudad de Barranquilla: Triple A. Lo que se plantea en la investigación, tanto en España como acá, es que aparentemente se adquirió participación accionaria por parte de Canal de Isabel II haciendo una inversión inflada, digamos. Aparentemente, los españoles pagaron más por el precio de la empresa y se cometieron unos actos de corrupción que están siendo investigados.
Hay personas condenadas de Triple A, pero hasta ahora ningún dirigente político ha sido procesado. Hay investigaciones, indagaciones y también preguntas, como sociedad, alrededor de este caso. Yo lo toco. De hecho, el caso de Triple A es muy central en el episodio de paramilitarismo, antes incluso de que llegara la compra o la participación accionaria del Canal de Isabel II.
Usted presentó la propuesta a la editorial en 2020. ¿Cómo ha sido el proceso del libro hasta ahora?
Presenté un borrador de cinco páginas a la editorial Planeta a finales de 2020. En ese momento ni siquiera se titulaba La costa nostra. La idea nació de mi ejercicio del periodismo acá en la región. Yo viví 10 años en Bogotá y trabajé allá, pero en 2015 me vine al Caribe a cubrir desde el terreno estos poderes y la corrupción electoral, sobre todo. Presenté el borrador de manera muy transparente, le dije a la editorial que mi idea era contar las luces y sombras de este poder. La editorial se tomó unas semanas. En 2021 me ofrecieron un contrato estándar como autora. Me dieron un pequeño adelanto de dinero para hacer la investigación y estuve en ello todo el 2022. Ese año, entregué una parte del manuscrito y en febrero de este año mandé el último capítulo que se unió con el resto en abril.
Toda la investigación la hice de la mano de un editor en la editorial Planeta, que conoció en todo momento los avances. Tuve una relación personal muy cercana con él, porque le contaba en qué estaba y él me decía “vas bien” o me sugería cosas. Leyó absolutamente todos los capítulos. El libro también fue editado por la periodista Juanita León, directora del medio independiente La Silla Vacía, donde trabajé 10 años y llegué a ser editora general. Juanita me dio un permiso remunerado de un año para que pudiera dedicarme a esta investigación. La Silla Vacía siempre ha estado ahí, apoyando el proyecto.
También dice que encargó un informe legal del libro.
A principios de año, pedí a una fundación colombiana que se llama El Veinte, que lucha por la libertad de expresión, que hiciera la revisión legal de mi texto, porque alude a personajes poderosos y habla de situaciones complejas e incluso relacionadas con delitos con corrupción electoral. Quería asegurarme de tener absolutamente todos los datos correctos y un reporterismo muy sólido en términos legales.
El resultado de esa edición legal fue que el libro, según El Veinte, tiene un alto riesgo de litigio por parte de los actores del poder, que suelen apelar a este tipo de estrategias de acoso judicial. Pero la fundación, a la vez, recomendó la publicación por considerar que el reporterismo era impecable y que todo lo que dice se sostenía con datos de manera muy rigurosa. Me dio mucha tranquilidad ese informe, que se le pasó a la editorial Planeta por escrito.
En mi contrato con la editorial Planeta había una cláusula que señalaba expresamente que yo respondía como autora ante cualquier demanda de tipo penal. Cuando hizo el informe legal, El Veinte dijo que, en caso eventual de que se abriera un litigio, ellos me iban a representar. Es decir, yo no solo iba a responder, sino que además ya tenía una representación. Me dio mucha tranquilidad.
En la editorial nunca me hicieron una observación, nunca hubo una queja ni una duda frente a lo que estaba escribiendo. Ellos lo conocían perfectamente. De hecho, el libro avanzó hasta el diseño, hicieron la diagramación y la portada, me hicieron la foto de la solapa. Ya estaba en la puerta del horno para salir, como decimos acá.
En mi contrato con la editorial Planeta había una cláusula que señalaba expresamente que yo respondía como autora ante cualquier demanda
Cuenta que, con el libro a punto de ver la luz, la editorial echó el freno. ¿Qué le dijeron?
Yo lo único que veía todo el tiempo de Planeta era la intención de publicar. Hasta el 4 de julio, cuando me citaron a una reunión en Bogotá. Me expresaron que, por temor a una demanda por daños morales, su departamento legal en España estudió mi manuscrito y tomó la decisión unilateral de no publicar esta historia periodística. Me lo anunciaron verbalmente, así como la finalización de mi contrato con ellos.
También me anunciaron que, a más tardar ese día de la reunión, me iban a devolver mi manuscrito para que tuviera la oportunidad de publicarlo con otra editorial. No ocurrió hasta este lunes, después de reiteradas peticiones privadas y públicas. Me inquietaba mucho y lo sentí como un acto de censura previa.
Hay un silenciamiento. Yo lamento que no esté viendo la luz, porque no solo es un proyecto personal, sino que contiene una información periodística avalada por varios editores acreditados y relevante. Este año se celebran elecciones locales, además.
Me pregunto si habrá existido algún tipo de presión. No solo porque tenían toda la intención de publicar, sino porque el día que me dijeron que no iban a hacerlo, no ahorraron elogios hacia la calidad periodística del libro. Me dijeron que es extraordinario. La directora editorial de Planeta dijo, textualmente, que mi libro es “una joya” del periodismo de investigación en Colombia. Esto lo hace aún más inentendible. Me pregunto qué puede haber pasado, qué miedo se pudo haber activado.
Le devuelvo esa pregunta. ¿Cree que ha podido haber una presión directa desde los Char?
Yo me hago esa pregunta. Me la hago por el historial de presiones que he tenido que padecer y se la hice a la editorial Planeta por escrito, a través de mi abogada, entre otras preguntas. Les pregunté si recibieron alguna llamada de terceros. Nueve días después, no han contestado.
¿Cómo se sintió aquel 4 de julio?
Fue una reunión bastante desconsiderada conmigo. Después de dos años de trabajo, me citaron durante media hora. Me dieron esa información absolutamente unilateral, sin posibilidad de debate, ni de reconsideración. Me informaron, simplemente, y además haciendo elogios de una manera muy errática. Una se queda un poco desubicada. No puedo dejar de relacionar esta situación con el historial de presiones a las que yo me he tenido que enfrentar como periodista regional.
En Colombia, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) ha documentado en varias ocasiones esos riesgos durante mi cobertura de este poder. En una ocasión fui objeto de un robo de información. Me asaltaron tres motocicletas con hombres armados. Esto fue público, hubo una denuncia en la Fiscalía. No se sabe judicialmente quiénes son los autores. Dado lo extraño de la decisión de Planeta, no puedo dejar de relacionar y preguntarme si ha tenido que ver algún tipo de presión externa.
No puedo dejar de relacionar esta situación con el historial de presiones a las que yo me he tenido que enfrentar como periodista
¿Por qué decidió contarlo?
Cuando esto ocurrió, me di cuenta pronto de que esto no solo tenía que ver conmigo. Este es un caso que golpea absolutamente la libertad de expresión en Colombia. Después de tener esta sensación de atropello y casi de humillación, ahora me siento muy conmovida por toda esta ola de solidaridad que bien vale la pena, porque al final, se trata de una investigación periodística relevante que no está pudiendo ver la luz en este momento por esa decisión y, en la medida en que los ciudadanos no accedan a información, está perdiendo la sociedad.
También siento que no es un buen mensaje para otros colegas de las regiones de Colombia, donde el periodismo se ejerce de manera muy centralizada. Los grandes medios tienen sede en Bogotá, mientras que en la periferia, incluyendo el Caribe, donde yo vivo, el periodismo no tiene el resguardo de los grandes medios con sede en la capital. Hacer periodismo en las regiones de Colombia no es fácil, se corren riesgos de todo tipo, desde presiones políticas hasta riesgos de violencia.
También asegura que la no publicación del libro “abre una posibilidad de riesgo” para usted.
Sí, es uno de los motivos que también me llevaron a hacerlo público. Ya se sabe que hay un libro sobre los Char y sus contratistas amigos, y que tiene un contenido certero pero explosivo, pero no se conoce este contenido. En la medida en que no se publicite, me pone en una condición de vulnerabilidad.
Me di cuenta pronto de que esto no solo tenía que ver conmigo: este caso golpea absolutamente la libertad de expresión en Colombia
Usted denuncia que ha recibido mensajes intimidatorios durante su investigación. ¿Qué pasó? ¿Qué otras dificultades se ha encontrado?
El primer reto fue no contar con la voz de los protagonistas, porque se negaron a hablarme. Siempre tuve un reto de acceso a la información bastante fuerte que superar. También, cuando hice unas consultas a los mayores contratistas de la ciudad, fui objeto de insultos, de bloqueo telefónico y de un mensaje donde me recordaban el robo de información del que había sido víctima en 2015, también cubriendo estos poderes. Me pareció llamativo y por recomendación de El Veinte incluí las intimidaciones en el libro, en un epílogo, para que la gente también entienda la dificultad de hacer este tipo de periodismo.
¿Alguna vez pensó en dejarlo?
Sobre todo me he sentido cansada e inquieta por mi familia, que sufre muchísimo cuando pasan estas cosas. Colombia no ha sido un país particularmente amable con el ejercicio del periodismo. El año pasado hubo un aumento en las agresiones al periodismo. Estamos en medio de una polarización política. Hoy en día, cualquiera se siente con autoridad para insultar o acusar a un periodista de mentiroso. Todo ese ambiente golpea, pero la solidaridad también genera una fortaleza.
Lo mencionaba antes. En octubre hay elecciones en Barranquilla. Alex Char quiere ir a por el tercer mandato y parte como favorito.
Así es. Por eso también me parece que es relevante esta investigación. No la hice para acusar a un político, pero me parece que el aporte de un trabajo de investigación como este en época de elecciones es que la gente vote un poquito mejor informada, y por eso eso me parece clave. Alex Char va a ser candidato a la Alcaldía y tiene absolutamente todas las opciones de ganar. Su popularidad es muy grande. Quizá precisamente por eso vale la pena que los ciudadanos tengan acceso a esta información.
En la medida en que el contenido no se publicite, me pone en una condición de vulnerabilidad
¿Va a publicar La costa nostra con otra editorial?
Todo mi compromiso está puesto en que este libro vea la luz. El silencio no es una opción. Yo creo muchísimo en el valor de la libertad de expresión. Ningún periodista debería ser silenciado. Ya hay varias editoriales que están alzando la mano para conversar.
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