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Lecciones desde las antípodas: Nueva Zelanda controla el rebrote de coronavirus con su estrategia de actuar “duro y rápido”

A las 11:59 p.m. de este miércoles, la ciudad más poblada de Nueva Zelanda se unía al resto del país, entrando en el nivel más bajo de lucha contra la COVID-19. Tras dar por controlado el brote detectado en Auckland el pasado agosto, se han levantado las últimas restricciones que quedaban vigentes, como la limitación de reuniones sociales a un máximo de 100 personas y los requisitos de distanciamiento físico en restaurantes.

Una vez más, el Gobierno cree haber eliminado la transmisión comunitaria del virus dentro de sus fronteras. Después de 10 días sin nuevos casos vinculados al grupo de infecciones de Auckland, las autoridades neozelandesas decidieron rebajar el nivel de alerta de la ciudad el pasado lunes. “Los neozelandeses, una vez más, han aplastado al virus con su acción colectiva. Los sistemas desarrollados y fortalecidos desde nuestra primera ola de COVID-19 han funcionado muy eficazmente para perseguir el virus, aislarlo y eliminarlo”, dijo el ministro de Sanidad del país.

A pocos días de los comicios en los que buscará su reelección, la primera ministra Jacinda Ardern ha vuelto a dar las gracias a su “equipo de cinco millones”, los habitantes que tiene la nación isleña. “Un poco más cansados de la batalla esta vez, hicimos lo que nuestros equipos nacionales hacen con tanta frecuencia: agachamos la cabeza y nos pusimos manos a la obra”, ha asegurado.

Go hard, go early

Aunque insistió en que la COVID-19 “estará con nosotros durante muchos meses”, para la líder laborista, alabada internacionalmente por su respuesta a la pandemia, se trata de otro “hito” que revalida la estrategia del país, resumida en su mantra “go hard, go early”, actuar con dureza y pronto, que en la práctica se ha materializado hasta ahora en medidas estrictas de cierre y restricciones con un número de bajo de casos –si se compara con otras partes del mundo–, combinadas con un férreo control fronterizo, antes de volver a permitir una reapertura plena de la actividad.

“Solo hay que mirar alrededor del mundo para ver la alternativa a nuestro enfoque aquí, en Nueva Zelanda”, señaló Ardern, quien explicó que hay un 95% de probabilidades de haber eliminado por completo el grupo de casos de Auckland.

A pesar de que los expertos y el Gobierno ya habían adelantado que lo más seguro era que se volvieran a registrar contagios, este brote cayó como un auténtico jarro de agua fría sobre un país que, con la sensación de los deberes hechos y saboreando la victoria contra el virus, había completado su desescalada y retomado su día a día.

“Después de más de tres meses, 102 días, sin casos [de transmisión comunitaria] en Nueva Zelanda, este segundo brote fue un shock, incluso a pesar de que nos habíamos estado preparando para ello durante meses”, explica a elDiario.es el epidemiólogo Michael Baker, uno de los expertos que ha asesorado al Gobierno en su respuesta y ha impulsado su estrategia. En los primeros días, la preocupación se extendió entre la población de la ciudad, con largas filas en los puestos para test de COVID-19 y personas comprando por pánico en los supermercados.

Medidas muy estrictas tras detectar cuatro casos locales

El 11 de agosto, se detectaron cuatro casos de coronavirus, todos ellos miembros de una familia en Auckland. Eran los primeros casos de transmisión local –no importados– de fuente desconocida en más de 100 días. El origen del brote, en el que en total se han infectado 179 personas, sigue siendo un misterio.

“La fuente de este brote aún se desconoce, a pesar de la extensa investigación epidemiológica y las pruebas de genoma. Se considera que la fuente más probable es un viajero que regresó y que habría pasado 14 días en una instalación de aislamiento y cuarentena controlada y que de alguna manera infectó a alguien de la población”, explica Baker.

Un día después de detectar esos cuatro casos, la ciudad, en la que viven 1,7 millones de personas, se adentró en el nivel 3 del sistema de alerta: las reuniones quedaron restringidas a un máximo de diez personas. Las personas debían trabajar desde casa, a menos que fueran empleados esenciales, y se les pidió que permanecieran en sus 'burbujas'. Los colegios se cerraron. Los bares y restaurantes también tuvieron que cerrar (sí se permitía la comida para llevar). Este nivel prevé igualmente el cierre de bibliotecas, museos, cines, gimnasios, piscinas, parques infantiles y mercados.

Mientras tanto, el resto del país pasó a nivel 2, menos duro, en el que las empresas pueden permanecer abiertas si pueden hacerlo de manera segura, así como las escuelas. La principal restricción es a las reuniones: no más de 100 personas. Auckland no entró en este nivel hasta el pasado 23 de septiembre, antes de pasar desde el 31 de agosto por un nivel 2,5, una versión modificada que mantenía un límite de reuniones sociales más estricto de 10 personas, a excepción de funerales, pero permitió la reapertura de los espacios cerrados, casi tres semanas después.

Para Baker, profesor en la Universidad de Otago y un firme defensor de la llamada “estrategia de eliminación”, se pueden extraer varias lecciones útiles de este segundo brote en Auckland. “Ha demostrado que una respuesta rápida y decisiva puede poner fin a un brote comunitario de SARS-CoV-2 mediante un breve confinamiento localizado y un gran volumen de pruebas y seguimiento de contactos”. A 6 de octubre, Nueva Zelanda ha efectuado un total de 205 test por cada 1.000 habitantes, un nivel muy similar al de España (218) o Alemania (216), según las cifras de Our World In Data. Su tasa de pruebas que dan resultados positivos, uno de los principales indicadores sobre el esfuerzo diagnóstico, es muy baja, 0,1%.

En la actualidad, el nivel más bajo (1) apenas impone requisitos a la población dentro del país. Se pide higiene de manos, mantener la distancia segura con desconocidos y aislarse y hacerse la prueba de COVID-19 si se tienen síntomas. No es obligatorio usar mascarilla en el transporte público aunque el Gobierno las sigue recomendando, al igual que registrar las visitas a tiendas y negocios mediante el código QR que deben exhibir y se tiene que escanear a través de la app NZ COVID Tracer, o llevar un diario personal con detalles de lugares y personas para facilitar las tareas de rastreo.

Cuidado con la autocomplacencia

La líder laborista ha hecho especial énfasis en que hay que evitar la autocomplacencia, pidiendo a los ciudadanos que permanezcan atentos y registre los lugares que visita a través de los códigos QR, ya que solo una cuarta parte de la población lo está haciendo.

Las medidas más estrictas se mantienen en las fronteras, actualmente cerradas para casi todos los viajeros, excepto ciudadanos y residentes en Nueva Zelanda, que deben completar al menos 14 días de cuarentena en instalaciones de aislamiento por las que han pasado miles de personas. El Gobierno de Ardern ha recibido críticas por la gestión de estas cuarentenas, sobre todo a raíz del brote de Auckland, y ha desplegado a militares para patrullarlas. Además, los planes para crear una “burbuja” de viaje con algunas regiones australianas siguen sobre la mesa, y es posible que se pongan en marcha antes de Navidad, según la primera ministra.

En la actualidad, Ardern está inmersa en la campaña electoral. Los neozelandeses acudirán a las urnas el próximo 17 de octubre en unas elecciones en las que la respuesta gubernamental a la pandemia y su gestión económica se han convertido en uno de los temas más importantes. Todas las encuestas recientes apuntan a una victoria del Partido Laborista de Ardern, que gobierna en coalición otras dos formaciones, los Verdes y Nueva Zelanda Primero.

Uno de los mayores desafíos para el nuevo Gobierno será administrar la frontera para prevenir otro brote y al mismo tiempo estimular una economía para la cual el turismo tenía un peso importante. Las estrictas medidas también han tenido un enorme impacto en algunos sectores del país, que se encuentra en su recesión más profunda en décadas. El PIB se contrajo un 12,2% entre abril y junio, durante el primer confinamiento decretado en todo el territorio cuando apenas se habían registrado un centenar de contagios.

El Gobierno defiende que su respuesta a la pandemia conducirá a una rápida recuperación. “Actuar con dureza y pronto significa que podemos regresar más rápido y más fuertes”, ha dicho el ministro de Finanzas. Algunos economistas pronostican también un aumento de la actividad económica. Desde la Cámara de Negocios de Auckland se han mostrado confiados en que el comercio se recuperará rápidamente con el levantamiento de las restricciones. En una encuesta de Bloomberg a líderes empresariales globales, la respuesta de Nueva Zelanda ha sido la mejor valorada, por encima de Japón, Taiwán y Australia.

Menos de 1.600 contagios desde el inicio de la pandemia

En estos momentos, el país solo tiene 39 casos activos, entre ellos tres este jueves. En total, desde el inicio de la pandemia, ha confirmado 1.508 contagios y 25 fallecimientos.

Hay expertos que insisten en que Nueva Zelanda está en una posición aventajada a la hora de controlar la enfermedad por su aislamiento y su pequeña población. También hay quienes advierten de que su estrategia no tiene por qué funcionar en todas partes. “Nunca han tenido un brote importante en el que el número de casos haya sobrepasado su capacidad de salud pública”, ha dicho Adam Kamradt-Scott, profesor asociado de salud global en la Universidad de Sídney, al New York Times.

Para otros, sin embargo, la estrategia de Nueva Zelanda debería marcar los pasos a seguir en la lucha contra la pandemia. A finales de septiembre, en un artículo de la revista The Lancet, una veintena de especialistas alentaron al resto de gobiernos a “adoptar una estrategia denominada cero COVID-19, que tiene como objetivo eliminar la transmisión nacional. La experiencia de Nueva Zelanda muestra que esta estrategia es desafiante pero es una aspiración importante”.

Preguntado sobre si aconsejaría seguir este enfoque a Estados como los europeos, que afrontan un aumento importante de casos en estos momentos, Baker responde que “es difícil recomendar estrategias de control de COVID-19 para otros países”.

“En general, creo que un enfoque de eliminación tiene muchas ventajas sobre el intento de suprimir el SARS-CoV-2 y potencialmente entrar y salir de los confinamientos. El enfoque de eliminación puede salvar vidas y permitir que las sociedades vuelvan a funcionar normalmente mientras esperamos las vacunas, los tratamientos y otras intervenciones que puedan permitirnos vivir con este virus en el futuro”, dice.

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